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Nabug, en cuyas inmediaciones desagua un pequeño río entre 17 y 3 metros fondo arena. A una milla próximamente al N. E. del pequeño puerto de Sugot, cerca de la visita de Gatbo, perteneciente al pueblo de Bacón, se ha descubierto el afloramiento de una gran capa de carbón de un espesor variable de 4 a 8 metros, de cualidades analogas al carbón de Australia, que ordinariamente se consume en estos países, con la ventaja sobre él de ser menos betuminoso y ensuciar, por tanto, mucho menos los tubos de la calderas marinas. Los primeros carbones de esta cuenca de Luzón se descubrieron en el Seno de Albay, en la isla de Batán, y como á unas 10 millas del pueblo de Bacón, en el año de 1842, y después, en 1847, se hicieron nuevos descubri mientos de combustible mineral en el monte Hanopol de la península de Caromoán, en Camarines Sur, y más tarde en Gubat, á unas 12 millas al S.S. E. de Sugot (Derroterro del Ar chipiélago Filipino).

SUGUI: Geog. Isleta del grupo de Riu, al S. de Singagur, Indias holandesas, sit. al S.O. de la isla Battam, cerca de la costa oriental de Sumatra. El Estrecho de Sugui, que la separa al E. de la isla Yambat, tiene 19 kms. de largo por

10 de ancho.

SUGUT: Geog. Río del Saba ó British North, Borneo inglés, Archipiélago Asiático; vierte sus aguas en el Mar de Joló.

SUHAG: Geog. C. cap. de la prov. de Guirgueh, Alto Egipto, sit. al N.O. de Guirgueh, en la orilla izq. del Nilo; 9 000 habits.

SUHAIA: Geog. Lago de la Valaquia, Rumanía en el dep. de Teleorman. Tiene 16 kms. de largo por 1 a 3 de ancho, y está cerca de la orilla izq. del Danubio, en el que vierte por un corto efluente.

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SUHELI: Geog. Atolón meridional del Archipiélago de las Laquedivas. Es una elipse, cuyo eje mayor tiene 20 kms. y el menor 14; corta el paralelo de 10 lat. N., y sus 11 islotes interio-huye de la lucha, que hasta por naturaleza es res están despoblados.

SUHL: Geog. C. del círculo de Schleusingen, regencia de Erfurt, prov. de Sajonia, Prusia, sit. al pie del monte Domberg, á orilla del Hasel, en el f. c. de Erfurt á Meiningen; 12 000 habits. Minas de hierro; importante fáb. de armas, que aún lo fué más en los siglos XVI y XVII, época en que esta c. estaba considerada como el arsenal de Alemania.

SUHM (PEDRO FEDERICO DE): Biog. Histo. riador danés, chambelán é historiógrafo del rey. N. en Copenhague en 1728. M. en la misma capital en 1798. Tomó parte en la conjuración que derrocó del poder al Ministro Struensee (1772); se mostró favorable á las reformas, y protegió las Letras. Poseedor de una biblioteca de 100 000 volúmenes, ponía esta inmensa riqueza á la disposición del público, y a su muerte la regaló al Estado. Sus obras principales son: Odin, ó mitología y cullo del Norte pagano; Historia de los pueblos procedentes del Norte; Historia crítica de Dinamarca durante los siglos paganos.

SU-HO: Geog. Río de la prov. de Pe-chi-li, China. Nace en los montes Tsing-chañ, corre al S., pasa por cerca de las minas de Kai-ping, y después de un curso de 100 kms, desemboca en el Golfo de Pe-hi-li, al E. de Pei-tang. SUHO Ó SUJO: Geog. C. del dist. y prov. de Salónica, Macedonia, Turquía europea, sit. al E. N. E. de Salónica; 6 800 habits.

SUHR & SUREN: Geog. Río de Suiza, en los cantones de Lucerna y Argovia. Sale del lago Sempach, corre hacia el N.O. y N., y desagua en la orilla dra. del Aar, cerca de Aarau.

SUIBARA: Geog. C. del ken de Niigata, provincia de Etsigo, Hondo, Japón; 4500 habits. SUICIDA (de suicidio): com. Persona que se suicida.

De las escrupulosas investigaciones que ha hecho el doctor Falret en varias capitales, resulta que de cada cien SUICIDAS los 67 son solteros.

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-SUICIDIO: Fil., Legisl. y Med. leg. El suicidio (total o parcial) es el acto voluntario del hombre para privarse de la vida, con el fin de sustraerse á la pesada carga de sus dolores, contrariedades y miserias. Fuera de estas condiciones puede buscarse la muerte voluntaria sin ser suicida (por ejemplo cuando se afronta la muerte por no faltar al deber). Antes de ser una obligación es un instinto para el hombre el de conservar su propia vida, é instinto tan vivo y universal que con excesiva frecuencia hay necesidad de combatir en él la tendencia punible de amor exagerado á la vida, censurable cuando se antepone a obligaciones de más jerarquía y excelencia (el honor, la honra de la patria, etc.). Pero también sucede, desgraciadamente con no menor frecuencia (tan contradictorio es el carácter humano), que la desesperación se atribuye el derecho de privarse violentamente de la existencia, olvidando que cuando la vida deja de ser un placer continuado sigue siendo una obligación moral sobrellevar su carga. No basta, pues, para ser suicida ir voluntariamente á la muerte, sino ir á ella impulsado por el único motivo de librarse de su peso. El suicida es el que cobardemente ley de vida. Por el contrario, la muerte voluntaria es a veces, no sólo excusable, sino obligatoria. Prius mori quam foedari. Dulce est pro patria mori. Así como el amor propio no es el exclusivo y egoísta de la individualidad (V. AMOR, DIGNIDAD Y EGOISMO), el deber de conservar la vida no equivale al cobarde egoísmo de volver la cara al peligro, evitando cómodamente toda molestia y riesgo; antes bien, si se atiende á la excelencia y jerarquía de los deberes (V. DEBER), adelantarse al peligro con el héroe, buscando una muer te cierta; intentar por amor á la ciencia experiencias peligrosas; inocularse, con la premeditación de un bien mayor, enfermedades mortales, comprometiendo la propia existencia por la del prójimo, son actos de abnegación (y no suicidios) justamente admirados, que constituyen, según decían los estoicos, puerta que abre la razón para el cumplimiento del deber.» En estos casos se sacrifica lo efímero de la vida individual á lo eterno y permanente del bien (heroísmo y santidad). Por el contrario, el suicidio implica voluntad premeditada de darse la muerte para huir del dolor, de la venganza, del castigo ó de lo que se estima carga pesada de la vida. El sacrificio heroico de nuestra propia existencia, es la lucha por el bien; el suicidio es la huída vergonzosa de la lucha y de sus riesgos.

Como en el sufrimiento y en la resistencia á él se revela el dominio que adquirimos sobre nuestra sensibilidad, condición para educarla más tarde, las pruebas de resignación valerosa ante el dolor se han considerado siempre señales de cierta superioridad contra el decantado valor del suicida (V. DOLOR). Llenos están los libros de viajes de narraciones descriptivas de hábitos diversos entre los pueblos salvajes que se esmeran en adquirir resistencia al dolor como signo de virilidad. Vestir la toga viril en Roma, como consagración del dominio del hombre sobre sí mismo y sobre su sensibilidad (persona sui juris), era ceremonia debida á la misma idea sugestiva. La pasividad estoica, el sustine et abstine, precepto de su moral, la heroicidad resignada de Epicteto, sonriendo cuando, en su esclavitud, al bailar para divertir á su amo, se rompía una pierna, son signos de fortaleza, á través de los cuales rebasa, sin embargo, como un excedente de fuerza, la energía acumulada del dolor. Contra la huída vergonzosa ante él, menospreciando la tonicidad que presta á nuestras energías, prescribía el estoicismo, para vigorizar y adiestrar el

ánimo en la lucha contra el dolor, dominar el músculo, sujetar el nervio y supeditar todo el subjetivismo sensible á la razón. Si vis tibi omnia subjicere, subjice te rationi. Si quieres hacerte superior á todo, comienza por subordinarte tú las cornisas exteriores de las torres con el abismismo á la razón. Las correrías de Goethe por mo á sus pies, la fiebre del cañón que premeditadamente se proporcionaba poniéndose al lado de la artillería cuando disparaba, dieron al poeta aquella sublimidad olímpica que tan presuntuosamente ostentaba y que tan á lo vivo describe en sus Memorias. Mientras el dolor no afecta á la integridad de las funciones vitales (enfermedad que postra en cama, anemia que lentamente destruye toda energía), resulta con su desequilibrio característico un movimiento inestable, un impulso á la acción, tónico que rehace (aun en la inisma pasividad estoica vigoriza las fuerzas, cuya explosión se enfrena) contra el desorden parcial que de momento engendra. La inquietud, la zozobra del sufrimiento que se prevé, el desasosiego del que de momento nos impresiona, la intranquila inacción y el insomnio producidos por la pena que se recuerda, todos son síntomas bien significativos del impulso activo que requiere el dolor, despertando energías que intenten de uno ó de otro modo restablecer el equili brio perturbado. Las delicias de Capua enervan y conducen á la inacción, al remordimiento, verdadera compensación, como dice L. Arreat, que busca restaurar el orden de la propia conciencia, vigoriza y estimula á la acción. La constancia del dolor (señaladamente moral), como sombra que acompaña al misterio eterno de las cosas - misterio que à ratos se disipa y después reaparece, y que perdurablemente subsiste - engendra en las almas bien templadas (no la tendencia al suicidio) la melancolía (V. MEDITACIÓN), la eterna aspiración á lo infinito, que pone el criterio para estimar el valor y la dignidad del mundo y de la vida por encima de lo placentero ó lo desagradable (criterios subjetivos con más cambiantes de luz que nube de verano), y que exclama: neque flere, neque ridere, sed intelligere (V. OPTIMISMO Y PESIMISMO).

Presentidas en general estas verdades en todos los tiempos; reconocida, por vivida, la acción tónica del dolor, siempre ha sido condenado el suicidio. En la antigüedad clásica lo censuraban duramente pitagóricos y platónicos. Comparaban los primeros la vida á una guardia que no puede abandonar el centinela sin orden de ello, comparación que se reproduce en el Fedon. Virgilio, siguiendo á Platón, coloca en el infierno, condenandolos á penas durísimas, á los suicidas. Unicamente los estoicos consideraban inocente el suicidio y reconocían el derecho de salir de la vida como de una habitación llena de humo, ó el de abandonar un vestido cuyo uso resulta molesto. Las leyes civiles también lo censuraban. Pero el suicidio penetra algunas veces en las costumbres, constituye una especie de contagio del alma (V. SUGES TION), y acusa un desequilibrio moral. La decadencia de Roma hace frecuente el suicidio. A fines del siglo pasado, en la época de la Revolu ción francesa, después á comienzos del actual con el recrudecimiento del romanticismo (enfermedad del Wertherismo), y aun en los tiempos que corren por insolidarios, los suicidios se suceden con lamentable frecuencia, poniendo de relieve llagas y anomalías sociales que no pueden ser corregidas sólo por las leyes. Ante tales contagios, urge promover con tesón la reforma mo. ral. Ya que arraiga en los silenciosos limbos de la constitución orgánica (los histéricos llegan á interpretar patológicamente la virtud), que crece en el medio que le rodea, que se asimilan las influencias de la educación, la vida moral impone como ley la tolerancia, porque, según dice Rousseau, «quizá los grandes criminales son juzgados tan severamente, en cuanto vemos el punto a donde han llegado y no el punto de donde han partido.» Interin la voluntad no es fortalecida y dotada de las condiciones que han de capaci tarla para su reforma, todo castigo (comenzando por la censura acre y dura) es ineficaz. Las reac ciones intransigentes suelen complacerse (lo mismo que las reacciones violentas) en castigar cruelmente lo que consideran faltas, ejecutando en efigie para satisfacer la pasión popular. Durante el período del Terror Blanco (Restauración francesa) quemaron águilas vivas, á falta de lo que sin.bolizaban (el Imperio). Algo semejante hace con frecuencia la miopía de la justicia histórica,

prescindiendo por completo de la Terapéutica moral. Con crueldad inútil atormenta el cuerpo inocente del acusado, y en tanto la voluntad, águila verdadera y de libre vuelo, intangible como toda energía viva, se afirma y reafirma en sus estímulos internos y rechaza las imposiciones exteriores. Intima la vida moral (y el suicidio es una de sus enfermedades), pues toda ella es vida de conciencia, la cual precede (conciencia antecedente que guía y aconseja), acompaña y sigue (conciencia consecuente que juzga) á la ejecución del acto, se esparce y dilata con fuerza expansiva igual á la intensidad de sus móviles. En la moral, el árbol humano, que es la materia de toda educación, da sus frutos (se juzga al árbol por sus frutos y al hombre por sus obras), que se han de estimar como síntesis de raíz, tronco, ramas, hoja, flor y medio en que se desarrollan. No se concibe de otro modo la ley de la solidaridad, ni se explica de otra suerte cómo el individuo vive en su medio para constituir la personalidad. De todo lo cual se infiere que la reforma moral tanto exige operar al enfermo cuanto desinfectar la casa. Para atacar el suicidio en su causa es preciso mejorar la obra de la educación, trabajar en el perfeccionamiento de las inteligencias y en el desarrollo de los caracteres, convertir las ideas en convicciones, merced á hábitos de orden y de regularidad, acentuar plásticamente la importancia de la acción tónica del dolor y apretar todos los vínculos sociales, comenzando por los de la familia. Ambiciones sin límite, querer y no poder, agitaciones sin fin, neurosismos revestidos de una tintura estética, esperanzas sin base, soñando despiertos, todo ello contribuye á hacer frecuente el suicidio. Una literatura febril y delirante, mezcla de sensualidad y de inspiración, enerva y perturba también las costumbres y locamente pretende que el hombre borre del Diccionario la palabra imposible ó se borre él de la lista de los vivos. Sin duda la muerte (el suicida nunca excita odio, siempre inspira compasión), como el último tributo pagado al dolor, sella todos los labios, apaga los odios más concentrados, convierte en sagradas las cenizas de aquellos que fueron en vida los más despreciables, é impone á los más respetuosos el silencio pitagórico, cuya consecuencia inmediata es la melancólica, meditación de los que sienten hondo y piensan alto, ó presienten, con mezcla de luz y de sombra, la nada de todo. Pero sin sustituir á la compasión el odio, es preciso hacer entender á todos que el suicidio es la transgresión primeramente de los deberes que tenemos con nosotros mismos, y por tanto de todos los deberes, pues aquéllos son la base y condición de los demás. Falta el suicida á los que tiene consigo mismo, porque el hombre, que no es sólo individuo, no tiene derecho á disponer de su vida (salvo cuando superiores deberes lo exigen), y porque, privándose de ella violentamente, corta, que no desata, el nudo de las dificultades, más aparentes que reales, que le impulsan á tan censurable extremo; falta á las obligaciones sociales, porque ni puede ni debe privar á los demás hombres de su concurso y cooperación para la obra común; y finalmente, falta á los deberes religiosos, porque, sin respeto de sí, con menosprecio y olvido de su fin, perturba el orden universal.

Los monumentos escritos más antiguos señalan la existencia del suicidio. En Asia, la Biblia cuenta los suicidios de Samsón, Aristofilo, Eleazar, Rozias, Zambre, Abimelec, Hircan, Saúl y Ptolemeo Macrón. En la India se conoce el suicidio de los gimnosofitas, secta brahmánica, suicidio rodeado de cierta solemnidad. Aún en el día la muerte voluntaria es un honor entre los adeptos de Brahma, y los ingleses no han podido impedir totalmente que las mujeres se arrojen á la fatal hoguera que ha consumido los cuerpos de sus esposos. Panthea, esposa del rey Abrada, se mató sobre el cuerpo de su marido, hallado muerto en un campo de batalla; Sardanapalo y sus mujeres, y el primer esposo de Semíramis, se dieron también la muerte. En China, aparte de los funcionarios públicos deseosos de sustraerse por la muerte voluntaria á la verguenza de una ejecución pública, se cita el suicidio de 500 filósofos de la escuela de Confucio que no quisieron sobrevivir á la pérdida de sus libros sagrados, quemados por orden del emperador. Citase también el suicidio de Mitridates, vencido por los romanos.

En Africa se recuerda el suicidio del gran Sesostris, inconsolable por haber en edad avan

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zada perdido la vista; el de Cleopatra; el de los generales cartagineses Amílcar, Amilcón y Aníbal, á quienes fué contraria la suerte de las armas; el de Sofonisba, mujer de Syfax, rey de Numidia; y el de los mismos númidas, que después de degollar á sus mujeres y á sus hijos se adelantaron en masa y sin armas hacia los romanos, que les dieron muerte.

En Europa los galos profesaban un profundo desprecio hacia la vida actual, persuadidos de que la muerte les lanzaba á una vida mejor. En España los habitantes de Astapa, Sagunto y Numancia sucumbieron voluntariamente antes que aceptar el yugo del enemigo. En Italia, cuando Capua iba a caer en manos de Escipión, la gente notable que había seguido el partido de Aníbal prefirió la muerte á la fuga. En Grecia, Codro, uno de sus primeros reyes, se hace matar para preservar á su país de los males de la guerra. Meneceo, rey de Tebas, adoptando el presagio del oráculo de Delfos, se mata para salvar la ciudad sitiada. Cleomenes, rey de Esparta, refugiado en la corte de Ptolemeo Evergete, se sustrae por la muerte á los malos tratos de que es objeto, y lo mismo hace su séquito. Aristodemo, rey de Mesenia, que para calmar á los dioses irritados ha matado á su hija, se mata á su vez para calmar sus remordimientos. Derrotados y perseguidos por Antígono, rey de Macedonia, Cleomenes y Tericio se atraviesan con sus espadas, y con ellos un gran número de sus partidarios. Temistocles, que ha buscado asilo en un país contrario al suyo, se envenena por no hacer armas contra su patria. Isócrates, orador famoso, se deja morir de hambre, á los noventa años, después de la derrota sufrida por los atenienses en Queronea. Demóstenes, viendo á los generales de Alejandro aproximarse triunfantes á Atenas, y juzgándose perdido, se envenena en el templo de Neptuno. Sócrates parece que provocó voluntariamente con su atrevida defensa ante sus jueces la sentencia que le condenó á muerte: lo positivo es que rehuyó los medios de evasión preparados por sus amigos. Vienen en seguida, por orden cronológico, los suicidios de Hegesipo, de la secta de los cirenios; del gran filósofo Zenón, fundador del estoicismo, tan favorable al suicidio; de Cleanto; Antipater el Estoico; Corneades, y otros muchos pertenecientes a la misma secta. Un número considerable de sabios griegos se han suicidado para sustraerse á enfermedades incurables; los más conocidos son el crítico Aristarco, el médico Elisistrato y el filólogo Eratóstenes. Entre las mujeres suicidas de la antigua Grecia es preciso citar á Fila, esposa de Demetrio Poliorcete, que no quiso sobrevivir á la derrota del marido; Alcinoe de Corinto, que no pudo resistir los remordimientos de haber faltado á sus deberes de esposa; Clitea, muerta por los mismos motivos que Fila; y Safo, que se arrojó al mar por haber sido desdeñada por su amante.

En Roma los suicidios se multiplican hacia el fin de la República y bajo el Imperio. Son bien conocidas en la primera época citada las muertes de Decio y Curcio, y la de Julelio, que después de haber escapado del edicto de muerte, dictado contra los senadores de Capua, se mata delante del cónsul Fulvio, autor del edicto. Tomaron en tal época las pasiones políticas caracteres de extremada violencia, produciendo en las clases elevadas un disgusto de la vida que se tradujo en una verdadera epidemia de suicidios. Son los más conocidos los de Catón de Utica; Casio, amigo de Bruto, éste hiriéndose después de su derrota; Escipión, suegro de Pompeyo, matándose para escapar de César vencedor; Cleombroto, idolo de la alta sociedad romana; Crasio, vencido por los tracios; Afranio, lugarteniente de Pompeyo; Lutacio, vencido por Mario, y otros muchos, destacándose entre todos Marco Antonio, el amante de Cleopatra. Merece citarse al poeta satírico Labiano, que rehusó sobrevivir a sus poesías, quemadas en cumplimiento de una ley sobre los malos libros. Bajo el Imperio multiplícanse los suicidios. La pérdida de las libertades políticas, las crueldades de los emperadores, la delación organizada en todas las clases de la sociedad, hicieron buscar en la muerte un refugio contra una situación que se juzgaba intolerable, no siendo de extrañar que los escritores de la época hablen del suicidio como de una verdadera epidemia. Sería imposible citar tanto y tanto nombre, desde los de Nerón y Otón hasta los de míseros esclavos. Las mujeres pagaron el co

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rrespondiente tributo, bastando citar á Marcia, esposa de Fulvio, uno de los favoritos de Augus to, avergonzada de haber divulgado un secreto de Estado; la muerte voluntaria de la madre de Nerón, víctima de los tratamientos indignos de su hijo, y la tentativa de la esposa de Séneca para no sobrevivir al filósofo.

Bajo la influencia de las ardientes convicciones religiosas mantenidas por el cristianismo na. ciente, un gran número de neófitos provocan á los verdugos y se ofrecen ellos mismos al suplicio; la Iglesia, en más de una ocasión, hubo de contener este excesivo celo, haciendo comprender su improcedencia; orgullosa de sus mártires, no podía hacer la apología de los suicidas. Estas enseñanzas hicieron que en la Edad Media, al ser aquélla dueña absoluta de las almas, fuesen sumamente raros los suicidios, á lo cual debió también contribuir la legislación que declaraba infames á los suicidas y les negaba la sepultura eclesiástica. Algunos escritores, no obstante, han sostenido, aun cuando sin pruebas suficientes, que hubo en esta época numerosos suicidios en los conventos, provocados por las ideas ascéticas. En el siglo XI parece que multitud de judíos, perseguidos con inusitada violencia, pusieron volun

tariamente término á su vida.

En el siglo XVI, el estudio de la antigüedad, y sobre todo la admiración hacia los grandes suicidas de Grecia y Roma, unidos al quebrantamiento de la fe producido por la Reforma y las corrientes escépticas, aumentan la tendencia al suicidio. Lo mismo acontece en Francia á fines del pasado siglo como resultado de los trastornos políticos, siendo bastante considerable el número de suicidas entre los personajes que intervienen en la Revolución. Por último, a mediados del siglo XIX, y en su segundo tercio, el predominio del romanticismo da al suicidio un numeroso contingente de individuos contrariados en sus pasiones, amantes furiosos y doncellas abandonadas, no ya en el desamparo de la seducción cumplida, sino olvidadas por el objeto de sus amores. Todo lo cual indica cuán complejas pueden ser las causas que contribuyan á ese trágico fin de la vida.

Casi todos los gobiernos recogen hoy día las estadísticas del suicidio con la indicación de las circunstancias en que se cumple y de las influencias que lo determinan, debiendose, sin embar

go, hacer constar que los últimos datos á que hacemos referencia no ofrecen entera exactitud. Es sumamente difícil investigar en muchos casos si la muerte ha sido objeto de un crimen, de un accidente ó de la propia voluntad; la misma perplejidad existe con respecto á las causas iniciadoras del suicidio, cuando este se halla probado rigurosamente. Las estadísticas oficiales apenas si dan á conocer las tentativas, sin duda porque apenas llegan á conocimiento de la autoridad, á no ser que hayan producido heridas graves. Se puede, sin embargo, suponer que su número se halla en relación con el de los suicidios realiza

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dignas de tenerse en cuenta. La proporción entre los dos sexos oscila, en los diferentes países, entre la quinta y la tercera parte de mujeres á hombres. En Inglaterra arroja la proporción 74,1 hombres y 25,9 mujeres, mientras en Suiza es de 57,8 hombres 12,2 mujeres.

La relación sexual difiere en el suicidio según la edad. En Europa aumenta el suicidio para los dos sexos con los años, y lo mismo acontece en los Estados Unidos. Generalmente el aumento ocurre hasta los sesenta y nueve años, edad en que empieza el decrecimiento.

El estado civil ejerce indudablemente influencia sobre el suicidio, pues es de creer que el soltero y el viudo sin hijos habrán de apelar más fácilmente à la muerte voluntaria que el casado con hijos. A priori, es permitido creer que el padre de familia resistirá con mayor energía los pesares de la vida que el que no tiene ninguna afección que le ligue á la tierra. La profesión ejerce indudablemente su influencia en el hecho, siendo admisible que el cultivador, cuya vida es tranquila, regular, exenta de excesos, que aspira el aire bueno, física y moralmente, de los campos, no debe hallarse tan inclinado á atentar contra sus días como el comerciante, el manufacturero y el capitalista, expuesto á las perturbaciones industriales y á las molestas consecuencias de las especulaciones aventuradas. El suicidio será raro en las clases que cuentan con una renta segura, pero que no consienta los hábitos de disipación y desorden, que lo abortan fatal mente. Voltaire habíase ya preocupado de la diferencia entre el número de suicidas de los campos y de las ciudades, siendo indudable que la aglomeración urbana ejerce en el sentido de tan dolorosa tendencia un papel importante, acreciéndola de una manera formidable. Las investigaciones hechas acerca de la influencia de la raza y del clima en el suicidio ha producido resultados negativos, como debía suponerse; porque si la bondad de un clima, ó simplemente un clima templado, hiciesen amable la vida, no sería posible el lamentable crecimiento que del suicidio se observa en Francia, en Italia y en la península ibérica. Por la misma razón debía existir un número excepcional de suicidas en el clima húmedo y brumoso de Inglaterra, de Irlanda, Escocia, Holanda, Noruega y en las regiones glaciales de la Rusia del Norte, lo cual

no sucede.

Tales son las influencias generales y más importantes acerca del suicidio, lo cual no quita que se hayan estudiado con datos más o menos fijos, según la índole de las investigaciones, las influencias ejercidas por la pérdida momentánea de la libertad, el contagio del ejemplo, la herencia, las crisis políticas y económicas, los días y las noches, las diversas horas, etc.

Se tratará ahora sucesivamente de cuanto arrojan los hechos con respecto á los modos de perpetración de los suicidios, á la legislación que ha existido y existe con respecto a los mismos, y á los medios preventivos ideados por filósofos y moralistas contra una de las enfermedades sociales más graves de la humanidad.

El modo de perpetrarse los suicidios, aun cuando no tanto como el de sus causas y remedios, ofrece materia de un estudio interesante, que no debe omitirse, en cuanto á que es objeto de las estadísticas oficiales de las diversas naciones.

ά

Eu tesis general, puede afirmarse que el que pretende suicidarse adopta los medios más segnros y más prontos para acabar con su vida. Mas se engaña con frecuencia en la elección de medios, como demuestran multitud de tentativas infructuosas. En ocasiones se emplea el medio que se juzga menos doloroso, observándose que muchas mujeres que rechazan de un modo instintivo el uso de las armas blancas y de fuego recurren á la asfixia por medio del carbón, que estiman dulce y tranquila, error profundo que acrecienta sus tormentos, con los que produce el suicidio de esta naturaleza. Existe quizá otra razón para que la mujer escoja la muerte por asfixia, y es que si es bella la alienta el deseo de conservar su belleza después de su muerte.

El empleo de ciertos medios resulta á veces imposible, pues en las poblaciones en que no existen corrientes de agua ó manantiales de profundidad suficiente para producir la asfixia, á no ser mediante una enorme y potente voluntad de hallar así la muerte, la submersión debe ceder su puesto a otros medios. Lo mismo acontece

con las corrientes de agua naturales torrenciales que se secan en verano. Si un país privado de corrientes fluviales se ve surcado por un canal aparecerá con él el suicidio por submersión, antes allí desconocido. Por consiguiente, hay que deducir de esta verdad trivial que las condiciones geográficas de un país influyen sensiblemente en el modo de perpetración de los suicidios. Las ciudades y los campos presentan, según otros puntos de vista, diferencias bastante características en el mismo sentido. Las caídas desde un lugar elevado, que son frecuentes en las poblaciones, y sobre todo en las grandes, donde las casas tienen muchos pisos y en donde existen monumentos y edificios bastante elevados, son raras en las pequeñas localidades apartadas de aquellas condiciones. En las poblaciones en que exista guarnición se registrarán más suicidios con armas blancas y de fuego que en las que no la tienen. Sucede también que, como en la clase obrera la adquisición de un arma de fuego coustituye un gasto de relativa importancia, apela por fuerza a la submersión, á la estrangulación por medio de cuerda ó á la caída desde un sitio elevado. En los países en que se halla prohibida la posesión de armas de fuego su empleo en el suicidio es forzosamente muy raro, así como la elección del veneno debe ser difícil donde la venta de substancias tóxicas se halla rigurosamente reglamentada. El progreso de la Química aumenta este género de suicidios, proporcionan do substancias que ocasionan una muerte rápida y casi instantánea, como el ácido prúsico y la es

tricnina.

Ciertos perfeccionamientos industriales han ensanchado la elección del género de muerte Desde el planteamiento de los ferrocarriles el número de suicidas por aplastamiento bajo los trenes en marcha ha acrecido con rapidez, á lo menos en el género masculino. La rebaja del precio del revólver ha favorecido el uso de este instrumento de muerte.

Nuestros antecesores en la Historia se hallaban muy lejos de los medios de perpetración puestos á nuestro alcance. Se envenenaban, se herían con sus espadas, se hacían abrir las venas en un baño ó se ahogaban. Era mucho más frecuente que hoy día la muerte por inanición, aun cuando no haya desaparecido del todo. La causa, casi siempre moralmente elevada, de la muerte voluntaria, ejercía una influencia marcada en la elección de medios. En nuestros días la condición social produce casi el mismo efecto, observándose que el arma blanca, y más aún el arma de fuego, se emplean por las clases superiores de la socie. dad, á las cuales repugnan la estrangulación, la submersión y la caída de sitio elevado. El espíritu imitativo no es ajeno á la elección de nedios de destrucción, como demuestra la asfixia por el carbón, que habiendo probablemente tenido su origen en París, ha irradiado á los departamentos contiguos, después á la Francia entera, para franquear en seguida la frontera y propagarse en Italia, país más accesible que ninguno, por afinidad de raza, á las influencias francesas. Si un género de muerte nuevo y dramático se emplea y recibe publicidad por medio de los periódicos, puede asegurarse que será objeto de numerosas y rápidas imitaciones. Existen también diferencias por la diversidad del sexo: el hombre recurre sobre todo á la estrangulación (suspensión), al arma de fuego y al arma blanca; la mujer al veneno, á la asfixia por carbón, y á la caída de un lugar elevado.

La influencia combinada del sexo y de la edad sobre la elección del modo de suicidio es cierta; y aun cuando no se hallara demostrada por los documentos oficiales, se podría, sin temor de engañarse, admitirla á priori: el hombre, en cada período de la vida, debe tener una predilección por un modo especial de suicidio: en la juventud, por ejemplo, en que la resolución de morir es por lo general repentina, ó, por lo menos, rara vez premeditada, se apela al medio más fácil, al medio más á la mano, al que exige menos preparativos, como la suspensión y la submersión, que deben ser los preferidos; más adelante, en la edad madura, cuando el suicidio ha sido por más ó menos tiempo objeto de meditación, el género de muerte debe ser igualmente objeto de preocupaciones, á que no son ajenas el deseo de sustraerse á la vigilancia de la familia, ó el de excitar la simpatía y hasta el de crear una especie de notoriedad póstuma. En este mismo período de la vida, sobre todo en las clases elevadas, el

sentimiento aristocrático, que es como mejor puede llamarse, hace dar la preferencia á los modos que atestiguan el valor y la energía, como el arma blanca y la de fuego. Más tarde aún, cuando la fuerza física y moral ha desaparecido, el anciano debe retroceder instintivamente ante los medios violentos, y recurrir sobre todo á la suspensión y à la caída. Estas apreciaciones se hallan en gran parte confirmadas por las estadísticas oficiales; mas en este punto, como en todos, y expresando los resultados, nos abstenemos de estampar dates numéricos que, dados los múltiples hechos á que habrían de referirse, recargarían demasiado el espacio de que podemos disponer.

Uno de los puntos más difíciles de establecer es el de los modos adoptados en las diversas profesiones, por la multitud de influencias complejas y mezcladas que contribuyen al hecho y la falta de una clasificación metódica en las estadísticas oficiales. La única enseñanza de algún interés que sin gran desconfianza puede deducirse es la siguiente: si repartimos el conjunto de condiciones sociales en tres grandes grupos, comprendiendo el primero la gente sin profesión, los mendigos, los vagos y los prostitutas; el segundo todas las profesiones liberales, incluso el ejército; y el tercero el conjunto de las demás profesiones, 1.° la categoría de los miserables se anega y recurre á la cuerda más que las otras dos, apelando, con exclusión de la caída, á los demás modos de perpetración; 2.o en las profesiones liberales se apela poco á la submersión y á la estrangulación y mucho á las armas blancas, á las de fuego, al veneno, á la caída y á la asfixia; 3.° el tercer grupo emplea sobre todo la submersión, la estrangulación, las armas de fuego y el carbón. Eu este grupo probablemente se encuentra el mayor número de mujeres, lo cual da lugar á que predomine la asfixia.

Se nota también cierta regularidad en el movimiento creciente y decreciente de los suicidios según las estaciones, tomando un promedio de los principales países, sistema seguido en el presente trabajo. La máxima, ó mejor dicho, las dos máximas, caen en junio y julio, y la mínima en diciembre. A partir de este último mes, el movimiento sería uniformemente ascendente hasta junio y julio, sin la recrudescencia observada en el de enero.

Resta ocuparnos de la legislación y de los medios preventivos del mal que aqueja a las modernas sociedades con mayor fuerza que á las antiguas. Puede decirse que hasta los tiempos actuales no ha sido objeto de estudio metódico y determinado, á lo cual han contribuído los progresos de la Estadística, cuyos datos agrupados han permitido que los pensadores conozcan, estudien y determinen todos los aspectos y matices de la cuestión. La generalidad de los hombres se divide entre los que aceptan la extrema medida como única solución de las grandes crisis de la vida, y los que la consideran como deserción cobarde del campo del combate.

La ley de Moisés prohibía el suicidio, y otra especial hebrea declaraba infame al que se daba la muerte, negándole la sepultura. Los armenios declaraban asimismo maldita la casa del suicida y la entregaban á las llamas. En Atenas la mano del suicida, cortada y quemada por el verdugo, se enterraba separada del cuerpo. Sin embargo, según Buonafede, una ley autorizaba el suicidio cuando el Areopago aprobaba los motivos. En Tebas el cadáver se quemaba en señal de infamia lejos de la familia, y sin las oraciones de la religión. La legislación de Esparta no era menos severa. Aristóteles hace presente en sus obras que era cosa aceptada por la generalidad que los homicidas de sí mismos deben ser tildados de infames. La ley romana, según Faustino Helie, no castigaba el suicidio más que cuando su autor, acusado de un crimen, había escapado al castigo dándose á sí mismo la muerte; entonces se confiscaban sus bienes. Se cita una ley del emperador Marco Antonio en que se ordena que si el padre ó el hermano, no acusados de ningún cri men, se matan por sustraerse á grandes dolores, por disgusto de la vida ó por demencia, se cumpla su testamento ó sus herederos sucedan abin

testato.

En la Edad Media la Iglesia mantuvo, con respecto á los suicidas, la tradición hebraica. En el concilio de Arlés, en 452, fué calificado de crimen el suicidio, y castigado en el de Braga en 563, prohibiende evocar la memoria de sus víctimas

en el santo sacrificio de la misa y cantar los salmos en sus entierros. El Derecho canónico confirmó y ratificó estos acuerdos, que fueron tam. bién proclamados por Carlomagno. La idea de la Iglesia preponderó, y se introdujo en las costumbres de todos los pueblos europeos.

En 1670 se publicó por Luis XIV una Orde nanza criminal que consagró un título especial al suicidio, reglamentando hasta en sus meno. res detalles el aparato del suicidio póstumo y el procedimiento criminal. La última decisión del Parlamento de París, aplicando las penalidades dictadas por esta Ordenanza, lleva la fecha de 31 de enero de 1749, es decir, en pleno movimiento filosófico, y cuando las leyes que penaban con ultrajes el cadáver del suicida y con la confiscación de sus bienes habían sido duramente combatidas, sobre todo por Montesquieu, Voltaire y Beccaria. La confiscación de los bienes se hacía, no en provecho del fisco, sino del rey, que podía disponer de ellos como mejor le pareciese. Léese en un escritor de la época: «hoy el rey ha dado á la delfina un hombre que se ha suicidado; ella espera sacar muy buen dinero. La revolución de 1789 halló en vigor tales prácticas y las abolió enteramente, proclamando el principio de la libertad humana. La Convención restableció momentáneamente la confiscación contra los acusados políticos que se suicidaban en su prisión.

Hoy día, en casi todas las legislaciones, aun cuando las leyes criminales absuelven al suicida, castigan la complicidad. En Sajonia la ley cas. tigaba la muerte voluntaria, entregando el cuerpo del suicida á las disecciones anatómicas. Antes del Código de 1871, que no reproduciendo esta penalidad la ha abolido implícitamente, el cuerpo del suicida, en Prusia, debía ser enterrado en el lugar de ejecución de los malhechores. En Inglaterra se ha conservado hasta el día la pena de confiscación de bienes cuando se demuestra que el suicidio no ha sido resultado de un extravío mental; mas por una parte el jurado encargado de decidir acerca de la causa del fallecimiento establece que éste ha obedecido á un acto de locura, y por otra la reina casi siempre determina que el provecho de la confiscación sea para los herederos; el suicida, sin embargo, no es enterrado jamás en el cementerio de la parroquia, y el acto no es objeto de ninguna ceremonia.

En España, y con arreglo á la ley 15, título XXI, lib. XII de la Nov. Recop., y á la ley 24 tít. I, y ley 1.", tít. XXVII de la Part. 7., el que se matare á sí mismo perdía todos sus bienes á favor del Fisco, no teniendo herederos descendientes; pero esta disposición legal dejó de usarse, porque piadosamente se creía que el que se quitó la vida perdió antes el juicio, y porque la pena no recaería sobre el suicida, sino sobre los ascendientes ó colaterales, que habrían de sufrir la doble desgracia de la pérdida de un hijo ó hermano, y de los bienes que debían recaer en ellos. La práctica estableció la pena de colgar el cadáver del suicida que estaba preso y acusado por delito digno de muerte; pero parece que no debiera imponerse tal pena sino en el caso de haber precedido al suicidio la sentencia pronunciada contra el delito, porque de otra suerte resultaría que se castigaba y condenaba á un hombre que no había podido defenderse, no debiendo ni pudiendo tenerse por prueba del delito un suicidio, que puede provenir de otras mil causas. Según el Código penal reformado en 1870, no se impone pena alguna al suicida; pero en su artículo 421 se impone al que prestare auxilio á otro para que se suicide la pena de prisión mayor, y si lo prestare hasta el punto de ejecutar él mismo la muerte la pena de reclusión temporal.

Se tratará ahora de las medidas preventivas del suicidio. La mayoría de los moralistas opinan que el suicidio es un mal al que hay que buscar remedio en interés de la familia y del Estado. En general no se admite tal medio, y sólo tal cual pensador transige con él en caso extremo, por ejemplo en el de dolores ó enfermedades incurables de un individuo que es carga de su familia y no puede prestar bien alguno á la sociedad. Respecto de si el mal es susceptible de curación, han surgido bastantes dudas. Según Brière de Boismont, se necesita una transformación completa del estado social, y la empresa es obra de muchos siglos. La llaga está tan arraigada y ataca partes tan esenciales del organismo, dice Ebrard, que es muestra de valor la tentativa de curarla. Estos desalientos no deben desanimar

á quien juzgue que, si el mal no puede ser curado en absoluto, puede, por lo menos, prevenirse en gran parte, que se extienda y provoque en la economía social desórdenes de la mayor gravedad.

El mayor número de fisiólogos que han tratado la cuestión del suicidio y la de la locura (y las dos enfermedades tienen entre sí relación tan estrecha ó analogía tan íntima que hay lugar á creer que proceden de las mismas causas) no han vacilado en señalar la vuelta al sentimiento religioso como el único remedio á estas dos grandes enfermedades humanas. Tal es la opinión de Esquirol, Cazeaunelli, Descuret, Bourdín, Debreine, Lisle y Brière de Boismont, autor del libro de mayor importancia publicado sobre el suicidio. Claro es que los moralistas hállanse de acuerdo en este punto con los fisiólogos. Lo difícil es responder à quien pregunte por los medios de que el sentimiento recobre su antiguo vigor en las multitudes. Las revoluciones normales son resultado de fuerzas latentes, desconocidas, que estallan de súbito con sorpresa general, de corrientes de opinión de origen misterioso, y de una potencia irresistible que transforma de golpe los sentimientos y las ideas. El triunfo del cristianismo en el seno de una sociedad escéptica ofrece de este aserto brillantísima demostración.

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origen disgustos de familia, y estos disgustos provienen sin duda de uniones mal concertadas, cuyas víctimas no se atreven á provocar la ruptura por el temor de pasear, ante la vista de un público frío y burlón, escándalos, miserias y sufrimientos de la vida íntima. Por tal razón los procedimientos de separación deberían llevarse con recato, y las audiencias, si las hubiere, deberán ser á puerta cerrada.

Las seducciones y el abandono posterior son, sobre todo cuando hay embarazos ilegítimos, una causa creciente de suicidios. Convendría estudiar si sería conveniente introducir en la legisla ción civil el principio de investigación de la paternidad, cosa consignada antes en multitud de Códigos; para ello podrían tomarse, como en Inglaterra, las precauciones necesarias para que la joven seducida no pudiese abusar por medio de falsas denuncias en la designación del padre de su hijo. Quizá sea necesario atribuir á este derecho de la soltera seducida, así como á las facilidades legales del matrimonio, el corto número de nacimientos de hijos naturales que registran las estadísticas de aquel país. La mujer casada hállase sumamente respetada en Inglaterra, y aquella legislación actúa en caso de adulterio contra el seductor tanto como contra su cómpli ce, y otorga al marido, además de la satisfacción de la condena y la prisión de los culpables, indemnización pecuniaria proporcionada á la fortuna de aquel que le ha deshonrado. De ahí mayor unión en el hogar, menos disgustos domesti cos y rarísimas separaciones ó divorcios.

La proporción de los niños entre las lugubres cifras de los suicidas aumenta de una manera aterradora, y, sin preocuparse poco ni mucho del disgusto que habrán de producir á sus padres, por razones tan fútiles como una reprimenda que juzgan inmerecida, un aturdimiento de amor propio, ponen muchos término á una vida llena de esperanzas. Habría que preguntar si no se debe este hecho doloroso á la falta grave que cometen los padres al separarse lo más pronto po

Morselli pretende reemplazar la educación religiosa por la educación moral, sin que en su opinión pueda armarse al hombre contra el suicidio sino reformando su educación; no dice, sin embargo, en qué consiste la reforma. Franck dice: «es preciso atacar las debilidades, las perturbaciones del alma, que es el camino del mal, porque de no ser, como ocurre con frecuencia, un efecto del delirio de la locura, el suicidio multiplicado, es tan sólo una muestra del trastorno moral. No hay épocas, pueblos ni individuos fatalmente predispuestos al suicidio. ¿Cómo se ataca al suicidio en su causa misma, es decir, en las pasiones que lo sugieren? Mejorando la gran obra de la educación; trabajando en des-sible de sus hijos, para enviarlos, lejos de la casa arrollar, no sólo la inteligencia, sino los caracteres; no sólo las ideas, sino las convicciones, y afirmando unas y otras y fundándolas en hábitos de orden, de regularidad, de trabajo, y en sentimientos naturales que nos unan á la vida, sobre todo los relativos à la familia.» Sin duda que tal plan es excelente, mas su autor no expresa los medios de ejecución.

Señalemos algunas medidas que tienen carácter más práctico, y á las cuales es posible recurrir. Tiene el suicidio carácter contagioso, y es una de las principales causas del contagio en primer lugar la publicidad que le dan los periódicos, y, en segundo, el uso que hacen del suceso como resorte dramático ó manantial de emociones el drama y la novela. Quizá no fuera imposible obtener del teatro, del libro y de la prensa que renunciaran á este elemento de éxito. El alto interés perseguido justificaría un acuerdo de esta indole, y hoy que la prensa constituye una sociedad podría adoptarse la determinación sin grandes dificultades. También sería útil escribir libros y dramas en que el suicidio fuese justamente vituperado, como causa de la miseria y de la ruina de la familia y como traición al Estado y á la sociedad. Simplemente renunciando á relatarlos obtendrían resultado los periódicos, pero el éxito sería más decisivo provocando y haciendo nacer un sentimiento de enérgica reprobación contra la muerte voluntaria.

Existe una prueba del poder de esta fuerza con lo sucedido en Inglaterra hacia la mitad del presente siglo con el vicio de la embriaguez, que había invadido hasta las clases elevadas haciéndose notorio, y hasta exhibiéndose con impudor. Los periódicos más influyentes se concertaron, y abrieron y prosiguieron con perseverancia una fuerte campaña contra lo que llamaban el nuevo vicio social, y éste tuvo que refugiarse, una vez desaparecido el abuso de los ebrios en lo alto, en los bajos más abyectos de la sociedad. La gran prensa inglesa no acostumbra á dar cuenta de los suicidios sino en los casos en que circunstancias especiales les dan tal notoriedad que es imposible pasarlos en silencio, mas siempre acompaña el relato de frases de vituperio.

La estadística de suicidios demuestra que los casados cometen menos que los solteros, y por consiguiente disminuirán aquéllos cuantos medios quiten trabas á la formación de las familias. Mas, por otra parte, muchos suicidios tienen por

paterna y de sus saludables influencias, á los colegios de internos, centros de corrupción prematura donde no tarda en borrarse la imagen de la familia ausente y en extinguirse la vivificante afección del hogar domestico. Merecería estudiarse la supresión de los alumnos internos, por lo menos en los centros oficiales.

Como hacía notar El Times á raíz de una verdadera epidemia de suicidios en Londres, el úni co remedio del suicidio consistiría en suprimir ó atenuar las causas de la condena suprema que el hombre que se mata dirige contra sí mismo, resultado que podría obtenerse por la influencia bien hechora de un testimonio de simpatía en el momento crítico. No se puede, sin embargo, ocul tar á nadie que este remedio es de aplicación difícil, pues á consecuencia del movimiento febril vertiginoso que hace de nuestra vida un verdadero tren lanzado á todo vapor hacia la fortuna, no pensamos más que en nosotros mismos, y dejamos a los demás absolutamente entregados á sí mismos. Los vecinos del hombre descorazo nado, sus amigos, sus parientes, cuya afección en otro tiempo le hubiera sostenido en el momento supremo, absorbidos por las innumerables preocupaciones de nuestra atareada vida, ansiosa, febril, siempre militante, le abandonan completamente. A lo más que puede aspirarse es á que el marido y la mujer encuentren tiempo de consolarse, de fundirse, de darse esos testimonios de afecto que constituyen el encanto de la vida común. Si esto es así en las clases pudientes, calcúlese lo que sucederá á los pobres extraviados en los laberintos de las grandes ciudades, donde no encuentran una mano amiga que se les tienda en el infortunio. Esa mano podría ser la del sacerdote, obligado por su sagrada misión á consolar al triste, o la de los individuos pertenecientes á asociaciones encargadas de visitar a los desgraciados, y que han echado sobre sus hombros la misión esencialmente cristiana de asistir á los enfermos y á los indigentes. No se habla aquí de los alientos religiosos que podrían darse, aun cuando son los más eficaces de todos, sino tan sólo de la expresión de un sentimiento de simpatía afectuosa, que bastaría a veces para hacer caer el arma de sus manos, esclareciendo el sombrío horizonte con un rayo de esperanza. Existe un encanto particular en una sonrisa, en una mirada, en una voz conocida, y este encanto es mas penetrante y va más recto al corazón, obteniendo

mejores efectos que los temibles castigos que en otro tiempo se daban al cadáver del suicida y á su familia.

La miseria es una de las causas del suicidio premeditado, razonado, y no el realizado en un momento de demencia. Por miseria, para este efecto, entendemos, no solamente la privación absoluta de todos los medios de existencia, sino una fuerte ó sensible disminución de estos medios por la pérdida de una fortuna, de un empleo, de una situación lucrativa. Cuando semejantes dolorosas crisis se deben á faltas de las víctimas no existe reforma social alguna que pueda prevenirla, mas es posible conjurar las que se deben á casos de fuerza mayor. Por eso, entre las causas de la escasez de suicidios en Inglaterra, hay que anotar la estabilidad política, que es allí grandísima. Allí donde la libertad ha sido fruto de conquistas pacíficas y lentas, seguras y progresivas, son desconocidos esos grandes naufragios de la sociedad que se llaman revoluciones. Por lo tanto se respetan las situaciones adquiridas, las fortunas no sufren los vaivenes de bruscas y violentas crisis económicas que, al debilitarlo, suspenden por mayor ó menor espacio de tiempo el trabajo nacional, y reducen al obrero á la miseria y comprometen gravemente los capitales empeñados en el comercio y la industria. Pero á falta de revoluciones, hay en Inglaterra, como en el continente, crisis económicas provinentes de malas cosechas, abusos de la especulación, exceso de la producción industrial, cierre de mercados, etc., siendo necesario que las instituciones de previsión produzcan una atenuación de sus consecuencias. No es, con efecto, dudoso que las Cajas de Ahorros, las sociedades de socorros mutuos, de seguridad contra los accidentes y contra las enfermedades, ayudan eficazmente al obrero á luchar contra las privaciones á que le obligan las paralizaciones del trabajo nacional. Mas es sabido que esas asociaciones no pueden subsistir ni alcanzar toda su eficacia sino sostenidas por la práctica del espíritu de orden y de economía, por la regularidad en el trabajo, por lo abstención de todo gasto inútil, y por la mayor suma posible de honradez y de virtudes sociales. Harto sabemos que la miseria no puede ser conjurada en momentos dados por el obrero más inteligente, hábil y honrado; mas seguramente, y considerando la cuestión en tesis general, y aparte de los auxilios que el Estado puede otorgarle mediante el fomento de las obras públicas y otros, el obrero sano de cuerpo y alma se haIlará siempre más alejado de los horrores que consigo lleva la falta de medios de subsistencia que el torpe y perezoso. Cuantos medios tiendan á hacer buenos obreros, en toda la extensión de la palabra, disminuirán los suicidios. Existen muchas causas de suicidio de un posible remedio. El juego de la Bolsa no puede prohibirse sin un perjuicio grave para el crédito del Estado y de multitud de empresas financieras é industriales. Los juegos de los salones y de los círculos son de dificil reglamentación. En cambio los Tribunales podrían ejercer severidad con los autores de empresas insensatas, creadas únicamente con provecho de los fundadores, pues es indudable que la libertad concedida á las sociedades anónimas y el desbordamiento de los negocios de pura especulación, que ha sido su consecuencia, ha aumentado el número de suicidas en todos los países europeos.

á la atmósfera calenturienta de las grandes poblaciones, incitadora del suicidio en los inevitables tropiezos de la carrera de la fortuna, el ambiente sano y fortificante de los campos.

La práctica del seguro, ya señalada como uno de los medios más eficaces para que el obrero conjure las enojosas eventualidades del porvenir, nunca podrá tampoco dejar de aconsejarse con verdadero empeño á las clases medias y aun á las más elevadas de la sociedad. En Inglaterra semejantes instituciones han tomado un vuelo desconocido en el continente, y no dejan de ejercer su saludable influencia en la escasa tendencia al suicidio que en aquel país existe.

En los términos del contrato que liga al asegurado y al asegurador se establece la nulidad en el caso de un suicidio que no sea el resultado evidente de un estado de demencia, y las primas y los intereses acumulados hasta el último día pertenecen al último de los dos contratantes. En opinión de las personas entendidas de Inglaterra, esta disposición es un medio preven tivo del suicidio, de mayor alcance que las penalidades contra el mismo establecidas por las leyes.

Corresponde hablar ahora del suicidio desde el punto de vista médicolegal.

Ocupándose en ese asunto el Dr. Mata, dice lo siguiente en su notabilísimo Tratado de Medicina y Cirugia legal: «El suicidio es muy frecuente por desgracia, y sin embargo no lo es tanto que seamos llamados como médicos legistas á resolver los casos de esa naturaleza. Es que gran parte de los suicidas dejan escrito ó documentado que ellos han sido los propios causantes de su muerte. Estos datos, y los pormenores que luego se recogen, relativamente á la situación mental ó social de la víctima, no dejan por lo común duda alguna en el ánimo y convicción del Juzgado sobre que el cadáver es el de un suicida. Todos esos casos no nos pertenecen; podremos ser llamados para otro objeto, no para resolver si es un accidente desgraciado, un homicidio ó un suicidio; el médico perito está de más en el drama; es un personaje ocioso. Pero hay otros casos en los que nada se sabe de fijo con respecto á la naturaleza moral del hecho, y en los que no hay motivo para sospechar que el sujeto á quien pertenece el cadáver que se encuentra no se ha dado á sí mismo la muerte, sino que ha sido asesinado. Presentada la duda, lovantada la sospecha, entra el médico perito en acción; su ciencia tal vez puede ilustrar al Juz gado, distinguiendo un hecho de otro. He aquí

nuestro terreno. »

Las cuestiones médicolegales relativas al suicidio pueden reducirse á una sola, porque, aunque sean varios los medios con que puede ejecutarse la naturaleza moral del hecho, siempre éste es el mismo. Dicha cuestión puede formularse de este modo (Dr. Mata, loc. cit.): Dado un sujeto muerto violentamente, y determinada la causa inmediata de su muerte, declarar si ha sido un accidente involuntario, una agresión ajena ó la obra de un suicidio. Para resolver con el acierto posible la cuestión, no siempre fácil, hay que atender á dos órdenes de datos, unos generales y otros particulares.

dos, á otras lesiones producidas por esos medios, á los antecedentes, á las circunstancias del hecho y á la autopsia jurídica.

Los datos generales son los relativos á la edad del sujeto, á su sexo, condiciones orgánicas, intelectuales y morales, fisiológicas y patológicas, á su estado, condiciones sociales, posición, cauEl suicidio castiga sobre todo las ciudades sas ó motivos impulsivos, causa inmediata de la donde la población acrece incesantemente en muerte que es objeto de actuación pericial, á la perjuicio de los campos, y convendría arbitrar predisposición hereditaria, á la estación, á la medidas para encarrilar ese movimiento de emi-hora del día, á la localidad, á los medios empleagración rural que tanto perjudica á los intereses morales y materiales del país. La instrucción pública debiera quizá modificarse; es utilísimo que la instrucción primaria reciba el mayor desarrollo posible; mas no acontece lo mismo en la secundaria, y es posible que pudiera convenir el restringir las facilidades otorgadas para la admisión en los establecimientos de enseñanza superior. No es posible que aumente indefinidamente el número de bachilleres que, avergonzándose de la profesión de sus padres, engrosan sin cesar el número de las profesiones llamadas liberales. Tanto valdría atacar el crecimiento de las ambiciones fallidas, de las experiencias abortadas y las ilusiones desvanecidas. Hasta preferible sería fundar escuelas profesionales para suministrar á la Agricultura y á la Industria los sujetos escogidos que la faltan; más agricultores é industriales y menos doctores, sustituyendo así

De los datos estadísticos (el Diccion, enciclo pédico de Eulenburg trae algunos muy interesantes) resulta que el suicidio es más común de los veinte á los cincuenta años. Es muy raro en los menores de quince años y en los ancianos. Es más frecuente en los hombres que en las mujeres.

Las condiciones orgánicas, como temperamento, constitución é idiosincrasia; el mayor ó menor desarrollo de inteligencia; el predominio de ciertos instintos y sentimientos; su exageración y extravío; la exaltación de la sensibilidad; la fuerza de carácter; los hábitos, costumbres, vicios y pasiones, etc., se relacionan mucho con el suicidio. Los célibes están en mayor número; luego siguen los mal casados. No hay nada espe

cial respecto á las profesiones, ni las condiciones sociales, como no sea por los reveses de fortuna y la miseria.

Las causas más comunes pueden reducirse: á unas generales, como el estado de un país, las ideas dominantes, las guerras y revoluciones; y otras particulares, la locura en sus diferentes formas, en especial la monomanía suicida, padecimientos físicos prolongados, algunas de las condiciones orgánicas ya indicadas, el fastidio, las pasiones de ánimo tristes, los pesares domésticos, la nostalgia, los reveses de fortuna, la miseria, las desgracias, el juego, la embriaguez, el amor, los celos y todo movimiento pasional violento. No son raros los suicidios en las personas que padecen enfermedades incurables, ó á consecuencia del delirio, la excitación mental, etc.

Cuando la causa parezca frívola hay que estudiarla desde el punto de vista del sujeto y del efecto que puede producirla.

La causa inmediata de la muerte es á veces muy diferente de la que se supone. La inmediata puede ser distinta del medio que se supone adop tado, y determinando aquélla á veces facilita distinguir el suicidio del homicidio. La predisposición hereditaria al suicidio tiene gran significación: hay familias de suicidas. La estación más favorable es el semestre de verano, desde el mes de abril al de octubre. Es más común el suicidio durante el día, desde las seis de la mañana á las cuatro de la tarde. En las grandes poblaciones, donde hay mucho movimiento social, es relativamente frecuente el suicidio.

Los medios empleados con más frecuencia son, por este orden, la asfixia ó intoxicación por el carbón, la estrangulación, la sumersión, las armas de fuego, la precipitación, las armas cortantes ó perforocortantes y los venenos. No es raro encontrar otras lesiones que no se deben al medio empleado para el suicidio, ó que por lo menos no son causa de la muerte.

Los antecedentes consignados en los autos, ó que se recogen respecto del sujeto sirven mucho, tanto para obtener la mayor parte de datos generales como para explicar el caso: lo mismo sucede con las circunstancias que lo han promovido y acompañado.

La autopsia jurídica proporciona datos sobre lo accesorio, el local, los vestidos y las lesiones, permitiendo determinar si han sido hechas durante la vida ó después de muerto el sujeto, y á cuáles se debe su muerte. Combinando estos da

tos y atendiendo á su conjunto, puesto que ninguno tiene significación absoluta, se puede arrojar mucha luz sobre los casos obscuros.

Los medios con que un suicida puede atentar contra su propia vida son los mismos con que uno puede morir accidentalmente ó ser asesinado, á saber: asfixia, lesiones corporales, quemadura y envenenamiento. Es raro que el frío ó la abstinencia den lugar á estas cuestiones; de todos modos, les serían aplicables las reglas generales correspondientes. La asfria puede ser por sumersión, estrangulación (con ó sin suspensión) ó sofocación. Las lesiones corporales pueden ser debidas á la acción de una ó más armas, ó caídas, ó precipitaciones de lugares altos (esta última forma es relativamente común en las grandes ciudades); si una ó más armas han producido las lesiones, pueden ser blancas, perforantes, cortantes, contundentes, dislacerantes, de doble acción ó de fuego. La quemadura, por elevación de temperatura ó por cáusticos. El envenenamiento puede ser debido á lo que se llama asfixia por el carbón, ó bien á la ingestión de substancias venenosas en el cuerpo del sujeto.

Siempre que el caso verse sobre un sujeto que se sospeche suicida por sumersión, lo primero que debe hacerse es determinar cuál ha sido la causa inmediata de la muerte. No porque se halle un cadáver en el agua ha de haber muerto el sujeto ahogado. Puede haber sido arrojado á ella, ya muerto por otra causa, ó morir de diferentes modos. No es común que muera el suicida por síncope al echarse al agua. Para morir congestionado por el frío del agua ó por conmoción, han de constar en el caso las circunstancias abonadas para ello. El suicidio por sumersión es más frecuente en las personas que no saben nadar. La putrefacción avanzada puede borrar, no sólo los vestigios de la asfixia por sumersión, sino la verdadera causa de la defunción y los efectos propios de la vida ó de la muerte. En los casos dudosos, los acceserios y los datos generales po

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