dignas de tenerse en cuenta. La proporción entre los dos sexos oscila, en los diferentes países, entre la quinta la tercera parte de mujeres á hombres. En Inglaterra arroja la proporción 74,1 hombres y 25,9 mujeres, mientras en Suiza es de 57,8 hombres y 12,2 mujeres. La relación sexual difiere en el suicidio según la edad. En Europa aumenta el suicidio para los dos sexos con los años, y lo mismo acontece en los Estados Unidos. Generalmente el aumento ocurre hasta los sesenta y nueve años, edad en que empieza el decrecimiento. El estado civil ejerce indudablemente influencia sobre el suicidio, pues es de creer que el soltero y el viudo sin hijos habrán de apelar más fácilmente á la muerte voluntaria que el casado con hijos. A priori, es permitido creer que el padre de familia resistirá con mayor energía los pesares de la vida que el que no tiene ninguna afección que le ligue á la tierra. La profesión ejerce indudablemente su influencia en el hecho, siendo admisible que el cultivador, cuya vida es tranquila, regular, exenta de excesos, que aspira el aire bueno, física y moralmente, de los campos, no debe hallarse tan inclinado á atentar contra sus días como el comerciante, el manu facturero y el capitalista, expuesto á las perturbaciones industriales y á las molestas consecuencias de las especulaciones aventuradas. El suici dio será raro en las clases que cuentan con una renta segura, pero que no consienta los hábitos de disipación y desorden, que lo abortan fatalmente. Voltaire habíase ya preocupado de la diferencia entre el número de suicidas de los campos y de las ciudades, siendo indudable que la aglomeración urbana ejerce en el sentido de tan dolorosa tendencia un papel importante, acreciéndola de una manera formidable. Las investigaciones hechas acerca de la influencia de la raza y del clima en el suicidio ha producido resultados negativos, como debía suponerse; porque si la bondad de un clima, ó simplemente un clima templado, hiciesen amable la vida, no sería posible el lamentable crecimiento que del suicidio se observa en Francia, en Italia y en la península ibérica. Por la misma razón debía existir un número excepcional de suicidas en el clima húmedo y brumoso de Inglaterra, de Irlanda, Escocia, Holanda, Noruega y en las regiones glaciales de la Rusia del Norte, lo cual no sucede. Tales son las influencias generales y más importantes acerca del suicidio, lo cual no quita que se hayan estudiado con datos más o menos fijos, según la índole de las investigaciones, las influencias ejercidas por la pérdida momentánea de la libertad, el contagio del ejemplo, la herencia, las crisis políticas y económicas, los días y las noches, las diversas horas, etc. Se tratará ahora sucesivamente de cuanto arrojan los hechos con respecto á los modos de perpetración de los suicidios, á la legislación que ha existido y existe con respecto a los mismos, y á los medios preventivos ideados por filósofos y moralistas contra una de las enfermedades sociales más graves de la humanidad. El modo de perpetrarse los suicidios, aun cuando no tanto como el de sus causas y remedios, ofrece materia de un estudio interesante, que no debe omitirse, en cuanto á que es objeto de las estadísticas oficiales de las diversas naciones. En tesis general, puede afirmarse que el que pretende suicidarse adopta los medios más segu ros y más prontos para acabar con su vida. Mas se engaña con frecuencia en la elección de medios, como demuestran multitud de tentativas infructuosas. En ocasiones se emplea el medio que se juzga menos doloroso, observándose qe muchas mujeres que rechazan de un modo instintivo el uso de las armas blancas y de fuego recurren á la asfixia por medio del carbón, que estiman dulce y tranquila, error profundo que acrecienta sus tormentos, con los que produce el suicidio de esta naturaleza. Existe quizá otra razón para que la mujer escoja la muerte por asfixia, y es que si es bella la alienta el deseo de conservar su belleza después de su muerte. El empleo de ciertos medios resulta á veces imposible, pues en las poblaciones en que no existen corrientes de agua ó manantiales de profundidad suficiente para producir la astixia, á no ser mediante una enorme y potente voluntad de hallar así la muerte, la submersión debe ceder su puesto a otros medios. Lo mismo acontece con las corrientes de agua naturales torrenciales sentimiento aristocrático, que es como mejor que se secan en verano. Si un país privado de puede llamarse, hace dar la preferencia á los corrientes fluviales se ve surcado por un canal modos que atestiguan el valor y la energía, como aparecerá con él el suicidio por submersión, an- el arma blanca y la de fuego. Más tarde aún, tes allí desconocido. Por consiguiente, hay que cuando la fuerza física y moral ha desaparecido, deducir de esta verdad trivial que las condicio el anciano debe retroceder instintivamente ante nes geográficas de un país influyen sensiblemente los medios violentos, y recurrir sobre todo á la en el modo de perpetración de los suicidios. Las suspensión y á la caída. Estas apreciaciones so ciudades y los campos presentan, según otros hallan en gran parte confirmadas por las estapuntos de vista, diferencias bastante caracterís-dísticas oficiales; mas en este punto, como en to ticas en el mismo sentido. Las caídas desde un dos, y expresando los resultados, nos abstene mos de estampar datos numéricos que, dados los múltiples hechos á que habrían de referirse, recargarían demasiado el espacio de que podemos disponer. lugar elevado, que son frecuentes en las poblaciones, y sobre todo en las grandes, donde las casas tienen muchos pisos y en donde existen mo. numentos y edificios bastante elevados, son raras en las pequeñas localidades apartadas de aquellas condiciones. En las poblaciones en que exista guarnición se registrarán más suicidios con armas blancas y de fuego que en las que no la tienen. Sucede también que, como en la clase obrera la adquisición de un arma de fuego constituye un gasto de relativa importancia, apela por fuerza á la submersión, á la estrangulación por medio de cuerda ó á la caída desde un sitio elevado. En los países en que se halla prohibida la posesión de armas de fuego su empleo en el suicidio es forzosamente muy raro, así como la elección del veneno debe ser difícil donde la venta de substancias tóxicas se halla rigurosa mente reglamentada. El progreso de la Química aumenta este género de suicidios, proporcionan do substancias que ocasionan una muerte rápida y casi instantánea, como el ácido prúsico y la estricnina. Ciertos perfeccionamientos industriales han ensanchado la elección del género de muerte Desde el planteamiento de los ferrocarriles el número de suicidas por aplastamiento bajo los trenes en marcha ha acrecido con rapidez, á lo menos en el género masculino. La rebaja del precio del revólver ha favorecido el uso de este instrumento de muerte. Nuestros antecesores en la Historia se hallaban muy lejos de los medios de perpetración puestos á nuestro alcance. Se envenenaban, se herían con sus espadas, se hacían abrir las venas en un baño ó se ahogaban. Era mucho más frecuente que hoy día la muerte por inanición, aun cuando no haya desaparecido del todo. La causa, casi siempre moralmente elevada, de la muerte voluntaria, ejercía una influencia marcada en la elección de medios. En nuestros días la condición social produce casi el mismo efecto, observándose que el arma blanca, y más aún el arma de fuego, se emplean por las clases superiores de la sociedad, a las cuales repugnan la estrangulación, la submersión y la caída de sitio elevado. El espí ritu imitativo no es ajeno á la elección de medios de destrucción, como demuestra la asfixia por el carbón, que habiendo probablemente tenido su origen en París, ha irradiado á los departamentos contiguos, después á la Francia entera, para franquear en seguida la frontera y propagarse en Italia, país más accesible que ninguno, por afinidad de raza, á las influencias francesas. Si un género de muerte nuevo y dramático se emplea y recibe publicidad por medio de los periódicos, puede asegurarse que será objeto de numerosas y rápidas imitaciones. Existen también diferencias por la diversidad del sexo: el hombre recurre sobre todo á la estrangulación (suspensión), al arma de fuego y al arma blanca; la mujer al veneno, á la asfixia por carbón, y á la caída de un lugar elevado. La influencia combinada del sexo y de la edad sobre la elección del modo de suicidio es cierta: y aun cuando no se hallara demostrada por los documentos oficiales, se podría, sin temor de engañarse, admitirla á priori: el hombre, en cada período de la vida, debe tener una predilección por un modo especial de suicidio: en la juventud, por ejemplo, en que la resolución de morir es por lo general repentina, ó, por lo menos, rara vez premeditada, se apela al medio más fácil, al medio más á la mano, al que exige menos preparativos, como la suspensión y la submersión, que deben ser los preferidos; más adelante, en la edad madura, cuando el suicidio ha sido por más ó menos tiempo objeto de meditación, el género de muerte debe ser igualmente objeto de preocu paciones, á que no son ajenas el deseo de sus traerse á la vigilancia de la familia, ó el de excitar la simpatia y hasta el de crear una especie de notoriedad póstuma. En este mismo período de la vida, sobre todo en las clases elevadas, el Uno de los puntos más difíciles de establecer es el de los modos adoptados en las diversas profe. siones, por la multitud de influencias complejas y mezcladas que contribuyen al hecho y la falta de una clasificación metódica en las estadísticas oficiales. La única enseñanza de algún interés que sin gran desconfianza puede deducirse es la siguiente: si repartimos el conjunto de condiciones sociales en tres grandes grupos, comprendiendo el primero la gente sin profesión, los mendigos, los vagos y los prostitutas; el segundo todas las profesiones liberales, incluso el ejército; y el tercero el conjunto de las demás profesiones, 1.° la categoría de los miserables se anega y recurre á la cuerda más que las otras dos, apelando, con exclusión de la caída, á los demás modos de perpetración; 2. en las profesiones liberales se apela poco á la submersión y á la estrangulación y mucho á las armas blancas, á las de fuego, al veneno, á la caída y á la asfixia; 3.° el tercer grupo emplea sobre todo la submersión, la estrangulación, las armas de fuego y el carbón. Eu este grupo probablemente se encuentra el mayor nú mero de mujeres, lo cual da lugar á que predomine la asfixia. Se nota también cierta regularidad en el movimiento creciente y decreciente de los suicidios según las estaciones, tomando un promedio de los principales países, sistema seguido en el presente trabajo. La máxima, ó mejor dicho, las dos máximas, caen en junio y julio, y la mínima en diciembre. A partir de este último mes, el movimiento sería uniformemente ascendente hasta junio y julio, sin la recrudescencia observada en el de enero. Resta ocuparnos de la legislación y de los medios preventivos del mal que aqueja á las modernas sociedades con mayor fuerza que á las antiguas. Puede decirse que hasta los tiempos actua. les no ha sido objeto de estudio metódico y determinado, á lo cual han contribuído los progresos de la Estadística, cuyos datos agrupados han permitido que los pensadores conozcan, estudien y determinen todos los aspectos y matices de la cuestión. La generalidad de los hombres se divide entre los que aceptan la extrema medida como única solución de las grandes crisis de la vida, y los que la consideran como deserción cobarde del campo del combate. La ley de Moisés prohibía el suicidio, y otra especial hebrea declaraba infame al que se daba la muerte, negándole la sepultura. Los armenios declaraban asimismo mallita la casa del suicida y la entregaban á las llamas. En Atenas la mano del suicida, cortada y quemada por el verdugo, se enterraba separada del cuerpo. Sin embargo, según Buona fede, una ley autorizaba el suicidio cuando el Areopago apróbaba los motivos. En Tebas el cadáver se quemaba en señal de infamia lejos de la familia, y sin las oraciones de la religión. La legislación de Esparta no era menos severa. Aristóteles hace presente en sus obras que era cosa aceptada por la generalidad que los homicidas de sí mismos deben ser tildados de infames. La ley romana, según Faustino Helie, no castigaba el suicidio más que cuando su autor, acusado de un crimen, había escapado al castigo dándose á sí mismo la muerte; entonces se confiscaban sus bienes. Se cita una ley del emperador Marco Antonio en que se ordena que si el padre ó el hermano, no acusados de ningún cri men, se matan por sustraeise à grandes dolores, por disgusto de la vida ó por demencia, se cumpla su testamento ó sus herederos sucedan abin testato. En la Edad Media la Iglesia mantuvo, con res pecto á los suicidas, la tradición hebraica. En el concilio de Arlés, en 452, fué calificado de crimen el suicidio, y castigado en el de Braga en 563, prohibiende evocar la memoria de sus víctimas en el santo sacrificio de la misa y cantar los salmos en sus entierros. El Derecho canónico confirmó y ratificó estos acuerdos, que fueron también proclamados por Carlomagno. La idea de la Iglesia preponderó, y se introdujo en las costumbres de todos los pueblos europeos. En 1670 se publicó por Luis XIV una Ordenanza criminal que consagró un título especial al suicidio, reglamentando hasta en sus menores detalles el aparato del suicidio póstumo y el procedimiento criminal. La última decisión del Parlamento de París, aplicando las penalidades dictadas por esta Ordenanza, lleva la fecha de 31 de enero de 1749, es decir, en pleno movimiento filosófico, y cuando las leyes que penaban con ultrajes el cadáver del suicida y con la confiscación de sus bienes habían sido duramente combatidas, sobre todo por Montesquieu, Voltaire y Beccaria. La confiscación de los bienes se hacía, no en provecho del fisco, sino del rey, que podía disponer de ellos como mejor le pareciese. Léese en un escritor de la época: «hoy el rey ha dado á la delfina un hombre que se ha suicidado; ella espera sacar muy buen dinero.» La revolu ción de 1789 halló en vigor tales prácticas y las abolió enteramente, proclamando el principio de la libertad humana. La Convención restableció momentáneamente la confiscación contra los acusados políticos que se suicidaban en su prisión. Hoy día, en casi todas las legislaciones, aun cuando las leyes criminales absuelven al suicida, castigan la complicidad. En Sajonia la ley castigaba la muerte voluntaria, entregando el cuerpo del suicida á las disecciones anatómicas. Antes del Código de 1871, que no reproduciendo esta penalidad la ha abolido implícitamente, el cuerpo del suicida, en Prusia, debía ser enterrado en el lugar de ejecución de los malhechores. En Inglaterra se ha conservado hasta el día la pena de confiscación de bienes cuando se demuestra que el suicidio no ha sido resultado de un extravío mental; mas por una parte el jurado encargado de decidir acerca de la causa del fallecimiento establece que éste ha obedecido á un acto de locura, y por otra la reina casi siempre determina que el provecho de la confiscación sea para los herederos; el suicida, sin embargo, no es enterrado jamás en el cementerio de la parroquia, y el acto no es objeto de ninguna ceremonia. En España, y con arreglo á la ley 15, título XXI, lib. XII de la Nov. Recop., y á la ley 24 tít. I, y ley 1.", tít. XXVII de la Part. 7., el que se matare á sí mismo perdía todos sus bienes á favor del Fisco, no teniendo herederos descendientes; pero esta disposición legal dejó de usarse, porque piadosamente se creía que el que se quitó la vida perdió antes el juicio, y porque la pena no recaería sobre el suicida, sino sobre los ascendientes ó colaterales, que habrían de sufrir la doble desgracia de la pérdida de un hijo ó hermano, y de los bienes que debían recaer en ellos. La práctica estableció la pena de colgar el cadá ver del suicida que estaba preso y acusado por delito digno de muerte; pero parece que no de biera imponerse tal pena sino en el caso de haber precedido al suicidio la sentencia pronunciada contra el delito, porque de otra suerte resultaría que se castigaba y condenaba á un hombre que no había podido defenderse, no debiendo ni pudiendo tenerse por prueba del delito un suicidio, que puede provenir de otras mil causas. Según el Código penal reformado en 1870, no se impone pena alguna al suicida; pero en su artículo 421 se impone al que prestare auxilio á otro para que se suicide la pena de prisión mayor, y si lo prestare hasta el punto de ejecutar él mismo la muerte la pena de reclusión temporal. Se tratará ahora de las medidas preventivas del suicidio. La mayoría de los moralistas opinan que el suicidio es un mal al que hay que buscar remedio en interés de la familia y del Estado. En general no se admite tal medio, y sólo tal cual pensador transige con él en caso extremo, por ejemplo en el de dolores ó enfermedades incurables de un individuo que es carga de su familia y no puede prestar bien alguno á la sociedad. Respecto de si el mal es susceptible de curación, han surgido bastantes dudas. Según Brière de Boismont, se necesita una transformación completa del estado social, y la empresa es obra de muchos siglos. La llaga está tan arraigada y ataca partes tan esenciales del organismo, dice Ebrard, que es muestra de valor la tentativa de curarla. Estos desalientos no deben desanimar á quien juzgue que, si el mal no puede ser curado en absoluto, puede, por lo menos, prevenirse en gran parte, que se extienda y provoque en la economía social desórdenes de la mayor gravedad. El mayor número de fisiólogos que han tratado la cuestión del suicidio y la de la locura (y las dos enfermedades tienen entre sí relación tan estrecha ó analogía tan íntima que hay lugar á creer que proceden de las mismas causas) no han vacilado en señalar la vuelta al sentimiento religioso como el único remedio á estas dos grandes enfermedades humanas. Tal es la opinión de Esquirol, Cazeaunelli, Descuret, Bourdin, Debreine, Lisle y Brière de Boismont, autor del libro de mayor importancia publicado sobre el suicidio. Claro es que los moralistas hallanse de acuerdo en este punto con los fisiólogos. Lo difícil es responder à quien pregunte por los medios de que el sentimiento recobre su antiguo vigor en las multitudes. Las revoluciones normales son resultado de fuerzas latentes, desconocidas, que estallan de súbito con sorpresa general, de corrientes de opinión de origen misterioso, y de una potencia irresistible que transforma de golpe los sentimientos y las ideas. El triunfo del cristianismo en el seno de una sociedad escéptica ofrece de este aserto brillantísima demostración. Morselli pretende reemplazar la educación religiosa por la educación moral, sin que en su opinión pueda armarse al hombre contra el suicidio sino reformando su educación; no dice, sin embargo, en qué consiste la reforma. Franck dice: «es preciso atacar las debilidades, las perturbaciones del alma, que es el camino del mal, porque de no ser, como ocurre con frecuencia, un efecto del delirio de la locura, el suicidio multiplicado, es tan sólo una muestra del trastorno moral. No hay épocas, pueblos ni individuos fatalmente predispuestos al suicidio. ¿Cómo se ataca al suicidio en su causa misma, es decir, en las pasiones que lo sugieren? Mejorando la gran obra de la educación; trabajando en desarrollar, no sólo la inteligencia, sino los caracteres; no sólo las ideas, sino las convicciones, y afirmando unas y otras y fundándolas en hábitos de orden, de regularidad, de trabajo, y en sentimientos naturales que nos unan á la vida, sobre todo los relativos à la familia. » Sin duda que tal plan es excelente, mas su autor no expresa los medios de ejecución. Señalemos algunas medidas que tienen carácter más práctico, y á las cuales es posible recurrir. Tiene el suicidio carácter contagioso, y es una de las principales causas del contagio en primer lugar la publicidad que le dan los periódicos, y, en segundo, el uso que hacen del suceso como resorte dramático ó manantial de emociones el drama y la novela. Quizá no fuera imposible obtener del teatro, del libro y de la prensa que renunciaran á este elemento de éxito. El alto interés perseguido justificaría un acuerdo de esta indole, y hoy que la prensa constituye una sociedad podría adoptarse la determinación sin grandes dificultades. También sería útil escribir libros y dramas en que el suicidio fuese justamente vituperado, como causa de la miseria y de la ruina de la familia y como traición al Estado y á la sociedad. Simplemente renunciando á relatarlos obtendrían resultado los periódicos, pero el éxito sería más decisivo provocando y haciendo nacer un sentimiento de enérgica reprobación contra la muerte voluntaria. | origen disgustos de familia, y estos disgustos provienen sin duda de uniones mal concertadas, cuyas víctimas no se atreven a provocar la rup tura por el temor de pasear, ante la vista de un público frío y burlón, escándalos, miserias y su sy frimientos de la vida íntima. Por tal razón los procedimientos de separación deberían llevarse con recato, y las audiencias, si las hubiere, deberán ser á puerta cerrada. pa. Las seducciones y el abandono posterior son, sobre todo cuando hay embarazos ilegítimos, una causa creciente de suicidios. Convendría estndiar si sería conveniente introducir en la legisla ción civil el principio de investigación de la ternidad, cosa consignada antes en multitud de Códigos; para ello podrían tomarse, como en Inglaterra, las precauciones necesarias para que la joven seducida no pudiese abusar por medio de falsas denuncias en la designación del padre de su hijo. Quizá sea necesario atribuir á este dere. cho de la soltera seducida, así como á las facilidades legales del matrimonio, el corto número de nacimientos de hijos naturales que registran las estadísticas de aquel país. La mujer casada hállase sumamente respetada en Inglaterra, y aquella legislación actúa en caso de adulterio contra el seductor tanto como contra su cómpli ce, y otorga al marido, además de la satisfacción de la condena y la prisión de los culpables, indemnización pecuniaria proporcionada á la fortuna de aquel que le ha deshonrado. De ahíma. yor unión en el hogar, menos disgustos domésti cos y rarísimas separaciones ó divorcios. La proporción de los niños entre las lugubres cifras de los suicidas aumenta de una manera aterradora, y, sin preocuparse poco ni mucho del disgusto que habrán de producir á sus padres, por razones tan fútiles como una reprimenda que juzgan inmerecida, un aturdimiento de amor propio, ponen muchos término á una vida llena de esperanzas. Habría que preguntar si no se debe este hecho doloroso á la falta grave que cometen los padres al separarse lo más pronto po sible de sus hijos, para enviarlos, lejos de la casa paterna y de sus saludables influencias, á los colegios de internos, centros de corrupción prema tura donde no tarda en borrarse la imagen de la familia ausente y en extinguirse la vivificante afección del hogar domestico. Merecería estudiarse la supresión de los alumnos internos, por lo menos en los centros oficiales. Como hacía notar El Times á raíz de una ver dadera epidemia de suicidios en Londres, el úni co remedio del suicidio consistiría en suprimir ó atenuar las causas de la condena suprema que el hombre que se mata dirige contra sí mismo, resultado que podría obtenerse por la influencia bien hechora de un testimonio de simpatía en el momento crítico. No se puede, sin embargo, ocul tar á nadie que este remedio es de aplicación difícil, pues á consecuencia del movimiento febril vertiginoso que hace de nuestra vida un verdadero tren lanzado á todo vapor hacia la fortuna, no pensamos más que en nosotros mismos, y dejamos á los demás absolutamente entregados á sí mismos. Los vecinos del hombre descorazo nado, sus amigos, sus parientes, cuya afección en otro tiempo le hubiera sostenido en el momento supremo, absorbidos por las innumerables preocupaciones de nuestra atareada vida, ansiosa, febril, siempre militante, le abandonan completamente. A lo más que puede aspirarse es á que el marido y la mujer encuentren tiempo de consolarse, de fundirse, de darse esos testimonios de Existe una prueba del poder de esta fuerza con afecto que constituyen el encanto de la vida colo sucedido en Inglaterra hacia la mitad del mún. Si esto es así en las clases pudientes, cal presente siglo con el vicio de la embriaguez, cúlese lo que sucederá á los pobres extraviados que había invadido hasta las clases elevadas ha- en los laberintos de las grandes ciudades, donde ciéndose notorio, y hasta exhibiéndose con im- no encuentran una mano amiga que se les tienda pudor. Los periódicos más influyentes se concer- en el infortunio. Esa mano podría ser la del sataron, y abrieron y prosiguieron con perseverancerdote, obligado por su sagrada misión á consocia una fuerte campaña contra lo que llamaban lar al triste, o la de los individuos pertenecientes el nuevo vicio social, y éste tuvo que refugiarse, á asociaciones encargadas de visitar á los des una vez desaparecido el abuso de los ebrios en lo graciados, y que han echado sobre sus hombros alto, en los bajos más abyectos de la sociedad. la misión esencialmente cristiana de asistir á los La gran prensa inglesa no acostumbra á dar enfermos y á los indigentes. No se habla aquí cuenta de los suicidios sino en los casos en que de los alientos religiosos que podrían darse, aun circunstancias especiales les dan tal notoriedad cuando son los más eficaces de todos, sino tan que es imposible pasarlos en silencio, mas siem sólo de la expresión de un sentimiento de simpre acompaña el relato de frases de vituperio. patía afectuosa, que bastaría a veces para hacer La estadística de suicidios demuestra que los caer el arma de sus manos, esclareciendo el somcasados cometen menos que los solteros, y por brío horizonte con un rayo de esperanza. Existe consiguiente disminuirán aquéllos cuantos meun encanto particular en una sonrisa, en una midios quiten trabas á la formación de las familias. rada, en una voz conocida, y este encanto es más Mas, por otra parte, muchos suicidios tienen por penetrante y va más recto al corazón, obteniendo mejores efectos que los temibles castigos que en otro tiempo se daban al cadáver del suicida y á su familia. La miseria es una de las causas del suicidio premeditado, razonado, y no el realizado en un momento de demencia. Por miseria, para este efecto, entendemos, no solamente la privación absoluta de todos los medios de existencia, sino una fuerte ó sensible disminución de estos medios por la pérdida de una fortuna, de un empleo, de una situación lucrativa. Cuando semejantes dolorosas crisis se deben á faltas de las víctimas no existe reforma social alguna que pueda prevenirla, mas es posible conjurar las que se deben á casos de fuerza mayor. Por eso, entre las causas de la escasez de suicidios en Inglaterra, hay que anotar la estabilidad política, que es allí grandísima. Allí donde la libertad ha sido fruto de conquistas pacíficas y lentas, seguras y progresivas, son desconocidos esos grandes naufragios de la sociedad que se llaman revoluciones. Por lo tanto se respetan las situaciones adquiridas, las fortunas no sufren los vaivenes de bruscas y violentas crisis económicas que, al debilitarlo, suspenden por mayor ó menor espacio de tiempo el trabajo nacional, y reducen al obrero á la miseria y comprometen gravemente los capitales empeñados en el comercio y la industria. Pero á falta de revoluciones, hay en Inglaterra, como en el continente, crisis económicas provinentes de malas cosechas, abusos de la especulación, exceso de la producción industrial, cierre de mercados, etc., siendo necesario que las instituciones de previsión produzcan una atenuación de sus consecuencias. No es, con efecto, dudoso que las Cajas de Ahorros, las sociedades de socorros mutuos, de seguridad contra los accidentes y contra las enfermedades, ayudan eficazmente al obrero á luchar contra las privaciones á que le obligan las paralizaciones del trabajo nacional. Mas es sabido que esas asociaciones no pueden subsistir ni alcanzar toda su eficacia sino sostenidas por la práctica del espíritu de orden y de economía, por la regularidad en el trabajo, por lo abstención de todo gasto inútil, y por la mayor suma posible de honradez y de virtudes sociales. Harto sabemos que la miseria no puede ser conjurada en momentos dados por el obrero mas inteligente, hábil y honrado; mas seguramente, y considerando la cuestión en tesis general, y aparte de los auxilios que el Estado puede otorgarle mediante el fomento de las obras públicas y otros, el obrero sano de cuerpo y alma se haIlará siempre más alejado de los horrores que consigo lleva la falta de medios de subsistencia que el torpe y perezoso. Cuantos medios tiendan á hacer buenos obreros, en toda la extensión de la palabra, disminuirán los suicidios. Existen muchas causas de suicidio de un posible remedio. El juego de la Bolsa no puede prohibirse sin un perjuicio grave para el crédito del Estado y de multitud de empresas financieras é industriales. Los juegos de los salones y de los círculos son de díficil reglamentación. En cambio los Tribunales podrían ejercer severidad con los autores de empresas insensatas, creadas únicamente con provecho de los fundadores, pues es indudable que la libertad concedida á las sociedades anónimas y el desbordamiento de los negocios de pura especulación, que ha sido su consecuencia, ha aumentado el número de suicidas en todos los países europeos. El suicidio castiga sobre todo las ciudades donde la población acrece incesantemente en perjuicio de los campos, y convendría arbitrar medidas para encarrilar ese movimiento de emigración rural que tanto perjudica á los intereses morales y materiales del país. La instrucción pública debiera quizá modificarse; es utilísimo que la instrucción primaria reciba el mayor desarrollo posible; mas no acontece lo mismo en la secundaria, y es posible que pudiera convenir el restringir las facilidades otorgadas para la admisión en los establecimientos de enseñanza superior. No es posible que aumente indefinidamente el número de bachilleres que, avergon zándose de la profesión de sus padres, engrosan sin cesar el número de las profesiones llamadas liberales. Tanto valdría atacar el crecimiento de las ambiciones fallidas, de las experiencias abortadas y las ilusiones desvanecidas. Hasta preferible sería fundar escuelas profesionales para suministrar á la Agricultura y á la Industria los sujetos escogidos que la faltan; más agricultores é industriales y menos doctores, sustituyendo así á la atmósfera calenturienta de las grandes poblaciones, incitadora del suicidio en los inevitables tropiezos de la carrera de la fortuna, el ambiente sano y fortificante de los campos. La práctica del seguro, ya señalada como uno de los medios más eficaces para que el obrero conjure las enojosas eventualidades del porvenir, nunca podrá tampoco dejar de aconsejarse con verdadero empeño á las clases medias y aun á las más elevadas de la sociedad. En Inglaterra semejantes instituciones han tomado un vuelo desconocido en el continente, y no dejan de ejercer su saludable influencia en la escasa tendencia al suicidio que en aquel país existe. En los términos del contrato que liga al asegurado y al asegurador se establece la nulidad en el caso de un suicidio que no sea el resultado evidente de un estado de demencia, y las primas y los intereses acumulados hasta el último día pertenecen al último de los dos contratantes. En opinión de las personas entendidas de Inglaterra, esta disposición es un medio preventivo del suicidio, de mayor alcance que las penalidades contra el mismo establecidas por las leyes. Corresponde hablar ahora del suicidio desde el punto de vista médicolegal. Ocupándose en ese asunto el Dr. Mata, dice lo siguiente en su notabilísimo Tratado de Medicina y Cirugía legal: «El suicidio es muy frecuente por desgracia, y sin embargo no lo es tanto que seamos llamados como médicos legistas á resolver los casos de esa naturaleza. Es que gran parte de los suicidas dejan escrito ó documentado que ellos han sido los propios causantes de su muerte. Estos datos, y los pormenores que luego se recogen, relativamente á la situación mental ó social de la víctima, no dejan por lo común duda alguna en el ánimo y convicción del Juzgado sobre que el cadáver es el de un suicida. Todos esos casos no nos pertenecen; podremos ser llamados para otro objeto, no para resolver si es un accidente desgraciado, un homicidio ó un suicidio; el médico perito está de más en el drama; es un personaje ocioso. Pero hay otros casos en los que nada se sabe de fijo con respecto á la naturaleza moral del hecho, y en los que no hay motivo para sospechar que el sujeto a quien pertenece el cadáver que se encuentra no se ha dado á sí mismo la muerte, sino que ha sido asesinado. Presentada la duda, le vantada la sospecha, entra el médico perito en acción; su ciencia tal vez puede ilustrar al Juzgado, distinguiendo un hecho de otro. He aquí nuestro terreno. >> Las cuestiones médicolegales relativas al suicidio pueden reducirse á una sola, porque, aunque sean varios los medios con que puede ejecutarse la naturaleza moral del hecho, siempre éste es el mismo. Dicha cuestión puede formularse de este modo (Dr. Mata, loc. cit.): Dado un sujeto muerto violentamente, y determinada la causa inmediata de su muerte, declarar si ha sido un accidente involuntario, una agresión ajena ó la obra de un suicidio. Para resolver con el acierto posible la cuestión, no siempre fácil, hay que atender á dos órdenes de datos, unos generales y otros particulares. Los datos generales son los relativos á la edad del sujeto, á su sexo, condiciones orgánicas, intelectuales y morales, fisiológicas y patológicas, á su estado, condiciones sociales, posición, causas ó motivos impulsivos, causa inmediata de la muerte que es objeto de actuación pericial, á la predisposición hereditaria, á la estación, á la hora del día, á la localidad, á los medios empleados, á otras lesiones producidas por esos medios, á los antecedentes, á las circunstancias del hecho y á la autopsia jurídica. De los datos estadísticos (el Diccion. enciclopédico de Eulenburg trae algunos muy interesantes) resulta que el suicidio es más común de los veinte á los cincuenta años. Es muy raro en los menores de quince años y en los ancianos. Es más frecuente en los hombres que en las mujeres. cial respecto á las profesiones, ni las condiciones sociales, como no sea por los reveses de fortuna y la miseria. Las causas más comunes pueden reducirse: á unas generales, como el estado de un país, las ideas dominantes, las guerras y revoluciones; y otras particulares, la locura en sus diferentes formas, en especial la monomanía suicida, padecimientos físicos prolongados, algunas de las condiciones orgánicas ya indicadas, el fastidio, las pasiones de ánimo tristes, los pesares domésticos, la nostalgia, los reveses de fortuna, la miseria, las desgracias, el juego, la embriaguez, el amor, los celos y todo movimiento pasional violento. No son raros los suicidios en las personas que padecen enfermedades incurables, ó á consecuencia del delirio, la excitación mental, etc. Cuando la causa parezca frívola hay que estu. diarla desde el punto de vista del sujeto y del efecto que puede producirla. La causa inmediata de la muerte es á veces muy diferente de la que se supone. La inmediata puede ser distinta del medio que se supone adop tado, y determinando aquélla á veces facilita distinguir el suicidio del homicidio. La predisposición hereditaria al suicidio tiene gran significación: hay familias de suicidas. La estación más favorable es el semestre de verano, desde el mes de abril al de octubre. Es más común el suicidio durante el día, desde las seis de la mañana á las cuatro de la tarde. En las grandes poblaciones, donde hay mucho movimiento social, es relativamente frecuente el suicidio. Los medios empleados con más frecuencia son, por este orden, la asfixia ó intoxicación por el carbón, la estrangulación, la sumersión, las armas de fuego, la precipitación, las armas cortantes ó perforocortantes y los venenos. No es raro encontrar otras lesiones que no se deben al medio empleado para el suicidio, ó que por lo menos no son causa de la muerte. Los antecedentes consignados en los autos, ó que se recogen respecto del sujeto sirven mucho, tanto para obtener la mayor parte de datos generales como para explicar el caso: lo mismo sucede con las circunstancias que lo han promovido y acompañado. La autopsia jurídica proporciona datos sobre lo accesorio, el local, los vestidos y las lesiones, permitiendo determinar si han sido hechas du rante la vida ó después de muerto el sujeto, y á cuáles se debe su muerte. Combinando estos datos y atendiendo á su conjunto, puesto que ninguno tiene significación absoluta, se puede arrojar mucha luz sobre los casos obscuros. Los medios con que un suicida puede atentar contra su propia vida son los mismos con que uno puede morir accidentalmente ó ser asesinado, a saber: asfixia, lesiones corporales, quema dura y envenenamiento. Es raro que el frío ó la abstinencia den lugar á estas cuestiones; de todos modos, les serían aplicables las reglas generales correspondientes. La asfixia puede ser por sumersión, estrangulación (con ó sin suspensión) ó sofocación. Las lesiones corporales pueden ser debidas á la acción de una ó más armas, ó caídas, ó precipitaciones de lugares altos (esta última forma es relativamente común en las grandes ciudades); si una ó más armas han producido las lesiones, pueden ser blancas, per orantes, cortantes, contundentes, dislacerantes, de doble acción ó de fuego. La quemadura, por elevación de temperatura ó por cáusticos. El envenenamiento puede ser debido á lo que se llama asfixia por el carbón, ó bien á la ingestión de substancias venenosas en el cuerpo del sujeto. Siempre que el caso verse sobre un sujeto que se sospeche suicida por sumersión, lo primero que debe hacerse es determinar cuál ha sido la causa inmediata de la muerte. No porque se ha. lle un cadáver en el agua ha de haber muerto el sujeto ahogado. Puede haber sido arrojado á ella, ya muerto por otra causa, ó morir de diferentes modos. No es común que muera el suicida por síncope al echarse al agua. Para morir congestioLas condiciones orgánicas, como tempera-nado por el frío del agua ó por conmoción, han mento, constitución é idiosincrasia; el mayor ó menor desarrollo de inteligencia; el predominio de ciertos instintos y sentimientos; su exageración y extravío; la exaltación de la sensibilidad; la fuerza de carácter; los hábitos, co-tumbres, vicios y pasiones, etc., se relacionan mucho con el suicidio. Los célibes están en mayor número; luego siguen los mal casados. No hay nada espe de constar en el caso las circunstancias abonadas para ello. El suicidio por sumersión es más frecuente en las personas que no saben nadar. La putrefacción avanzada puede borrar, no sólo los vestigios de la asfixia por sumersión, sino la verdadera causa de la defunción y los efectos propios de la vida ó de la muerte. En los casos dudosos, los acceserios y los datos generales po drán dar más luz que el mismo examen del cadáver. Si se trata de un suicidio por estrangulación, hay que recordar que puede efectuarse estando suspenso el sujeto o sin estarlo. La estrangula ción tiene signos exteriores é interiores; aquéllos son: comunes à todos los medios con que se eje cute, y particulares á cada medio. Los comunes son: la cara tumefacta, violácea y jaspeada; salida de sangre espumosa por la nariz; muchas equimosis pequeñas en la cara, articulaciones y parte anterior del cuello y pecho; en ocasiones pueden faltar. Los vestigios interiores son más característicos y exclusivos, y consisten en extravasaciones sanguíneas en el tejido celular subcutáneo, espesor de los músculos de la región supra é infrahioidea, cara externa de la laringe y trá quea, contrastando á las veces su intensidad con la falta de signos exteriores. Aunque esto es raro, puede haber roturas y desgarros en los cartílagos de la laringe y del hioides. Su cara interna está congestionada, de color rojo uniforme ó violado; hay abundante espuma, fina y sanguinolenta, ó sangre pura en las vías aéreas; el estado de los pulmones es variable, ya congestionado, ya sin congestión, según la rapidez de la muerte, etc. V. ESTRANGULACIÓN. Si el sujeto no presenta vestigios de violencias en su cuerpo ni vestidos, ó no tiene otras lesio nes, ni hay en los alrededores (en el campo ó en el domicilio de la víctima) huellas ó vestigios de agresores, y se ve que ha podido subirse á la altura en que se le encuentra y atarse como está, etc., el suicidio tendrá su fundamento. Si sucediese lo contrario, podría afirmarse el homicidio. Para declarar el suicidio por un lazo, cuerda, pañuelo, etc., ó un aparato, es menester que no haya vestigios de agresiones en las cercanías, vestidos y otras partes del cuerpo, y posibilidad de que el sujeto se haya aplicado esos lazos, cuerdas ó aparatos. Los datos generales acabarán de aclararlo. Conviene advertir que algunos suicidas se hieren, antes de ahorcarse ó estrangularse sin suspensión, ya con armas blancas, ya con armas de fuego. En estos casos siempre ofrecerán dichas lesiones, lo mismo que las de la estrangulación, los caracteres vitales. Respecto á la asfixia por sofocación es forma muy rara de suicidio, casi imposible por lo de mas. El suicidio por armas es más o menos frecuente, según cuáles sean ellas (V. HERIDA), Así, por ejemplo, es rara el arma perforante, y en cambio la cortante resulta muy común entre los suicidas. La navaja de afeitar, las demás navajas, cuchillos, cortaplumas, tijeras, se ven con frecuencia en la práctica. Las regiones esco. gidas en tales casos son el cuello, las ingles, flexura del brazo, pecho ó vientre; en otras ocasiones hay varios y muchos de poca entidad. No es raro ver heridos que se trasladan á puntos algo distantes de aquel en que se han herido, ó que, no muriendo en seguida, se ahorcan, tiran de un balcón ó echan al agua. Si el arma es contundente, en la mayoría de los casos no habrá suicidio. Sólo en cierto conjunto de circunstancias muy accidentales podrá herirse á sí mismo un sujeto con arma contundente ó dándose golpes en la cabeza contra la pared: esto no se ve en la práctica más que en algún loco. Otro tanto puede decirse de las armas dislacerantes. No son escogidas por los que atentan contra sí mismos, y son muy contados los casos de esa especie. Las circunstancias accesorias y los datos generales suplirán lo que no arroje el caso, respecto de los datos relativos á la especie de arma empleada. Los aplastamientos por carruajes y máquinas, y las caidas ó precipitacio nes de lugares más o menos elevados, son los que producen lesiones propias de las armas contundentes y dislacerantes: se ven estos hechos con gran frecuencia, como medio para matarse, sobre todo entre las mujeres y personas pusilánimes; sin embargo, como es posible que el criminal acuda á esos recursos para asesinar, habrá que tener presentes en tales casos las circunstancias accesorias y los datos generales. Mata recuerda á este objeto que los niños, albañiles, carpinteros y pintores están muy expuestos a caídas mortales, y que los vahidos, la embriaguez, una apoplejía, un ataque epiléptico, histérico, etcétera, pueden dar lugar á ellas, como los aplas tamientos. Merccen especial mencion las armas de fuego: después de ingerido, es muy posible el asesinato. De todos modos, se resolverán los casos difíciles aplicando las reglas generales ya indicadas. los Hay casos en que el suicidio, lo mismo que el accidente ó el asesinato, es doble ó triple, y alguno de los suicidas se encarga de matar demás: esto es muy común entre los amantes y familias desgraciadas. El modo de conducirse en esos casos el médico legista no se diferencia, en el fondo, de los casos sencillos, ó en los que no hay más que una víctima. Determinando cuál es la causa inmediata de la muerte de cada uno, luego la naturaleza moral del hecho (accidente, suicidio ó asesinato), y aplicando á esos dobles ó triples las reglas indicadas, se resolverá fácilmente la cuestión. Tanto en unos casos como en otros, si á pesar del examen más completo y minucioso y de la aplicación de todas las reglas no se puede deter minar la naturaleza general del hecho, lo manifestará el perito al tribunal, sin usar frases anfi bológicas ni evasivas. SUIDAS: Biog. Lexicógrafo griego. Vivía en el siglo XI después de J. C. No se sabe nada de su vida, y la obra que se conoce con su nombre es á la vez un diccionario de palabras, de cosas y de hombres, un léxicon, una enciclopedia y una obra de biografía, pero estas tres partes sólo están bosquejadas de una manera imperfecta; el orden alfabético que se sigue también es defectuoso; las citas tomadas de los escritores anti éstas son con frecuencia instrumento del suicidio, pero también lo son del homicidio y de accidentes involuntarios. Determinado que un sujeto ha muerto por la acción de un arma de fuego, se empieza a ver si el tiro ha sido á distancia ó á quemarropa. Si lo primero, puede afirmarse que no es un suicidio, a menos que se pruebe que el infeliz ha dispuesto algún aparato á propósito para ello. Si el tiro es á quemarropa, será difícil resolver si hay accidente, suicidio ó asesinato, por los solos efectos del tiro, si se ha disparado con una pistola. Cuando se trate de fusil ó escopeta, regularmente el suicida se aplica el arma en la barba, boca ó frente. Si es soldado, cazador, etc., y el tiro ha lesionado otras partes, cabe sospechar un accidente, saltando, pasando por un matorral, etc. El tiro descargado dentro de la boca constituye una gran presunción á favor del suicidio. Sigue siendolo en la frente, ojos y sienes; es más raro en el pecho y vientre; el suicida no se hiere nunca los miembros con arma de fuego, como no yerre la dirección al disparar. Si la bala entra por regiones que no se alcance un suicida, es un grave indicio de que no ha habido suicidio. No hay que juzgar en absoluto (dice Mata, loc. cit.), ó de un modo terminante, por los diversos efectos del tiro, sujetos á mil rarezas. Así como hay casos en los que nada se ve al exterior, en otros hasta parece decapitado el cadáver. El arma muy cargada y que revienta, lastimando la mano del sujeto, indica por lo común el suicidio. Manchas de pól-guos parecen puestas al azar, y las biografías vora no quemada en la mano, pueden significar que el sujeto ha cargado el arma. Las de pólvora quemada, si existen, pueden significar que el sujeto se ha disparado el tiro; pero la falta de esas manchas no arguye que no se le haya disparado. No siempre se mancha la mano disparando un arma, sobre todo con las modernas. La posición del cadáver no arguye suicidio ni asesinato; son posibles todas las posiciones. La presencia del arma junto al cadáver, ó en su mano, no demuestra un suicidio. Es más propio de éste, especialmente si el cadáver empuña con fuerza el arma; pero el descuido ó el artificio pueden dejar el arma homicida en el sitio y hasta en la mano, si bien jamás la empuñará con fuerza el cadáver en este último caso. El arma de un solo tiro ó de más de un tiro no descargada que se encuentre junto al cadáver indica que no ha sido el instrumento de muerte: el caso podrá ser un duelo, ó una riña, ó bien un asesisato. Si está descargada, la fecha de la descarga y su relación con las de las lesiones y los demás datos accesorios revelarán la naturaleza moral del hecho. Hay suicidas que después de haberse herido con arma blanca se hieren con arma de fuego, y no muriendo todavía se tiran de una altura ó arrojan al agua. Siempre que el examen del caso ofrezca dudas, se apelará á las circunstancias accesorias y á los datos generales. Es raro que haya asesinatos por medio de que madura; lo es también que haya suicidios por este medio; por lo común, trátase entonces de accidentes involuntarios. Los asesinos emplean el fuego para borrar las huellas de su crimen, perpetrado con otros medios. La intoxicación involuntaria es casi tan frecuente como la voluntaria, y ésta puede ser debida á un asesinato lo mismo que un suicidio. La intoxicación por el tufo del carbón, además de ser una desgracia bastante común en las familias, constituye un medio muy usado para suicidarse, en especial por las mujeres, y más en el extranjero que en España. Determinada la causa de la muerte, si realmente es por el tufo del carbón, se examina con detenimiento el local. todas sus condiciones, todas las circunstancias accesorias, y se aplican los datos generales. Si el sujeto no resulta muerto por ese tufo, ó se le encuentran otras lesiones, y no hay prueba clara de que se las haya hecho él, se presentará el caso como obra de mano ajena. Aunque es frecente el envenenamiento por otras substancias mezcladas con alimentos y bebidas, no son muchas las que se usan con tal objeto. Casi se reducen á los fósforos, ácido sulfúrico, nítrico, ácido arsenioso, sublimado corrosivo, opio, láudano, etc. Cuando el veneno se revela por sus propiedades físicas, estado, olor, sabor, color ó alteración de las bebidas y comi das, no puede ser obra del asesinato; la víctima lo rechaza, porque lo conoce. Sólo un niño ó un loco se envenenará así. Si no se revela hasta contienen cosas muy raras. A pesar de estos defectos, la obra de Suidas es bastante apreciable por contener datos que en vano se buscarían en otra parte. Es una compilación mal hecha, pero preciosa por no existir ya las obras que le sit vieron de base. Se supone que Suidas no hizo más que aumentar un diccionario mucho más antiguo. La obra de Suidas fué publicada por prime ra vez por Demetrio Chalcondyle (Milán, 1499, en fol.); luego por Aldo (Venecia, 1514, en fol.). La primera edición crítica de Suidas es la de L. Küster (Cambridge, 1705, 3 vol. en fol.). A ésta siguió la de Gaisford (Oxford, 1834, 3 volú menes en fol.). SUIDEOS (de sus): m. pl. Zool. Familia de mamíferos del orden de los artidáctilos, cuyos principales caracteres son los siguientes: dientes (en general) i. 3 3 ; c. ;P. 1 4 ; m. 3 4 3 caninos de la mandíbula superior, en los machos, torcidos hacia fuera y arriba y dirigidos así los de la inferior; molares con las coronas rugosas, presentando, cuando están gastados, aéreas ais. ladas profundamente sinuosas; los verdaderos de la mandíbula superior de coronas oblongas, con lóbulos principales subcónicos y otros accesorios más pequeños; calavera con el eje palatino maxilar poco desviado y casi paralelo con el occi pito-esfenoide; basiesfenoides normal y sus cavi. dades bursarias; órbitas dirigidas afuera y ade lante; pómulo prolongado y con una larga apo fisis inferior; occipital con apófisis poroccipitales largas, separadas y estiliformes, enfrente de los cóndilos occipitales y emitiendo protuberancias transversas é internas en las que están los agujeros condiloideos; escamosos con sus apófisis articulares saliendo directamente fuera de sus bases (y por esto fuera de las vesículas anditivas) y con las apófisis cigomáticas cubriendo superficialmente los pómulos; terigoideos dirigi dos hacia afuera; la cresta continuada por arriba y por detrás dentro de la región temporal; su perficie articular para la mandíbula inferior transversalmente cóncava, anteroposteriormente convexa y sin apófisis postglenoidea; cóndilos de la mandíbula triangulares, unguligrados y con los dedos externos reducidos en tamaño y no sirviendo para la progresión; las últimas falanges prolongadas y triedras; mano con el hueso unciforme pequeño ó más ancho que alto y con la segunda falanje no interpuesta entre el trapezoide y el grande; pie con el cuboide más alto que ancho y escotado por detrás; hocico en forma de disco y con las narices abiertas en él por delante; mamas ventrales é inguinales. Fijan su habitual residencia en los grandes bosques húmedos y pantanosos de la llanura y de la montaña, en las espesuras, en los jarales y en los prados de altas hierbas. Todos buscan las inmediaciones del agua; se albergan en los pan tanos y á orillas de los lagos y ríos; se revuelcan en el cieno y reposan en el fango ó en el agua. Una especie se refugia en los agujeros y debajo de las raíces de los árboles. Los más de estos animales son sociables, pero rara vez forman manadas muy numerosas; los individuos de una especie viven apareados. Sus costumbres son generalmente nocturnas, hasta el punto de que donde no temen peligro alguno sólo andan por la noche. No son ciertamente tan pesados y torpes como parecen; muévense relativamente con facilidad; andan con soltura, y su carrera es rápida. Todos nadan muy bien, aunque no largo tiempo, si bien hay una especie que va de una á otra isla á través de los brazos de mar. Su galope consiste en una especie de saltos regulares. De todos sus sentidos, el oído y el olfato son los de más perfecto desarrollo; los ojos pequeños y la expresión estúpida, no deben tener mucho alcance visual; el gusto y el tacto parecen bastante ob. tusos. Todos estos animales son prudentes y hasta tímidos; huyen del peligro, pero cuando se les persigue defiéndense con valor; acometen á su vez al adversario, procurando derribarle ó herirle con sus colmillos, de los cuales se sirven con tanta destreza como vigor. Los machos defienden á la hembra y á su progenie y se sacrifican por ellas. Su inteligencia es limitada; no son susceptibles de aprender, y además no agradan por sus facultades. Su voz consiste en un gruñido particular; no se puede decir que sea aruiónica, pero al menos parece una expresión de contento. ordinario, no sólo por sí, sino por las formas que con ella se relacionan. Partiendo del género Sus, se puede seguir muy directamente la serie de sus forinas precursoras hasta llegar á las más antiguas; no ocurre lo mismo con la babirusa de las islas Célebes y el facóceras africano, que presen tan en su dentadura particularidades que son el resultado de adaptaciones especiales más recien tes, y demuestran la existencia de una serie lateral hasta hoy desconocida. La cabeza del cerdo es notablemente larga, debido indudablemente al género de vida á que se halla sometido, y realizando la comparación entre el jabalí y el cerdo se ve la diferencia de un animal estabulante á otro libre y obligado á buscar su subsistencia; el trabajo realizado por la cabeza del cerdo cuando hoza la tierra, y la consiguiente tracción ejercida por los múscu los de la nuca insertos en la cara occipital de la cabeza, tienen un gran valor, sobre todo en los individuos jovenes, en que esta parte del cuerpo, todavía bastante plástica, se alarga por una acción puramente mecánica. La estructura y la extensión del hocico resultan así en parte de la presión ejercida durante la busca de los alimentos, pero especialmente dependen y están en armonía con el gran número y la serie completa de los dientes, cuya fórmula es: Los incisivos inferiores, colocados casi horizontalmente como en muchos herbívoros, sirven para arrancar la hierba, no contribuyendo para nada la lengua á su introducción en la boca; los Actual. Los suideos son omnívoros en toda la extensión de la palabra: todo cuanto es comestible les conviene. Un reducido número de ellos se alimentan exclusivamente de vegetales, raíces, hierbas, frutos, bulbos y setas; los otros devoran además insectos, orugas, moluscos, gusanos, lagartos, ratones y hasta peces, y sobre todo restos putrefactos. Ninguno puede vivir sin agua; su voracidad es tan conocida, que parece inútil hablar de ella; resume todas las propiedades del animal, exceptuando su desaseo, que ha va- Cuaternario lido á las razas domésticas el desprecio del hombre. Figuran estos animales entre los mamíferos más fecundos; el número de los hijuelos varía de uno á 24, y son pocas las especies que dan á luz una reducida progenie. Son los pequeños unos bonitos animales, graciosos y ágiles, y desde luego agradarían si apenas nacidos no fueran ya tan sucios como sus padres. Habitan estos animales en todas las partes del mundo, excepto Nueva Holanda. Los suideos ocasionan grandes destrozos en los cultivos; su presencia es incompatible con el desarrollo de la agricultura, y por esto han desaparecido casi de Europa y se les persigue activamente doquiera el hombre ha fijado sus dominios. Considérase su caza como uno de los más nobles placeres; ofrece atractivos, porque se trata de animales que saben vender cara su vida. Plioceno. Mioceno superior.. Mioceno medio.. ferior. El hombre es en el N. el enemigo más temible de los suideos salvajes; en el S. de los trópicos le persiguen también activamente los grandes Mioceno infelinos y los perros, los cuales exterminan gran número. Los zorros, los gatos de poca talla y las aves de rapiña no acometen sino á los pequeños, y aun con mucha prudencia, porque la madre los defiende valerosamente. Pocos seres son tan fáciles de domesticar como éstos, pero pocos también vuelven tan pronto al estado salvaje. Un jabalí joven se acostumbra rápidamente á su establo obscuro y sucio; el cerdo pequeño que se deja en libertad se asemeja al cabo de pocos años á un jabalí, y hasta es más maligno y valeroso. Los daños que causan las especies salvajes exceden en mucho á la utilidad que puedan reportarnos su piel y su carne, pero las especies que viven cautivas nos han llegado á ser indispensables, y se cuentan con razón en el número de los animales domesticos más apreciados por lo exquisito de su carne. Comprende esta familia los géneros siguientes: Porcus Wagl. ó Babirusa de F. C., Potamocherus Gray., Sus, y Porcula Hodgs. De las dos formas que actualmente represen tan á los suideos, la del Viejo Mundo, Sis ó cerdo, y la del Nuevo Mundo, pécari ó Dicotyles, tan sólo la primera tiene importancia paleontológica, pero de un valor verdaderamente extraTOMO XIX Mioceno úl timo.. Eoceno superior. premolares tienen un carácter completamente diferente y su importancia es del todo secundaria, tanto para la prehensión como para la masticación de los alimentos; los molares, por el contrario, por su forma y por su función, ocupan un lugar intermedio entre los molares de los carniceros y los de los verdaderos herbívoros; sin embargo, y á pesar de su semejanza con los últimos, la estructura les aproxima más á los carniceros; en una palabra la dentadura corres ponde à un animal de régimen variable, ó sea omnívoro. El género Sus no existe más que en el Antiguo Continente, y llega hasta encontrarse en los estratos del mioceno medio; la tan rica fauna de Pikermi ha dado á conocer una especie de gran talla descubierta por Gaudry, que le ha dado el nombre de Jabalí de Erymantha. La serie de las formas provistas de una dentadura análoga á la de los porcinos, y cuyos pies están cada vez más reducidos, ó son más completos, se une á los suideos de la época eocena por los géneros Paelaochoerus y Charotherium. Ya la especie tipo del primero de estos géneros, procedentes del terreno mioceno inferior de la Francia meridional, presentaba una dentadura de porcino bien diferenciada, pues se componía en cada lado de tres in, cisivos, un canino bastante aparente, cuatro premolares y tres molares. Una forma más antigua aún del grupo de los bunodontes es el género Charotherium, provisto de cuatro dedos casi igualmente desarrollados. La serie precursora de los porcinos en las anteriores épocas geológicas se halla hoy bastante bien conocida, como lo indica el siguiente cuadro genealógico, debido á la gran autoridad de Gaudry: A los más próximos parientes de esta familia, cuya existencia ha sido relativamente corta, pertenecen el Chæropotamus y el potente y grande Anthracotherium, que tenía la talla de un rinoceronte, y cuya exacta colocación puede aparecer hoy día un poco dudosa. Para el exacto conocimiento paleontológico de los suideos, es preciso realizar la comparación de la dentadura del jabalí europeo con el pécari de América; el carácter de los omnívoros resulta de la estructura de los premolares, que di fieren notablemente de los molares por su pequeñez y su forma comprimida; el primer premolar existe aunque se encuentra bastante alejado del segundo, y es tan débil y se reduce hasta el punto que generalmente se cae, lo que indica la tendencia á la desaparición definitiva y completa de este diente. El pécari, por el contrario, no posee generalmente más que tres premolares, y la pérdida del primero es un hecho completamente realizado; por el contrario, los premolares restantes se parecen á los molarcs, y 93 |