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- DAR uno CONSIGO EN EL SUELO: fr. Caerse en tierra.

- DAR EN EL SUELO CON una cosa: fr. fig. Perderla ó malpararla.

ECHARSE UNO POR LOS SUELOS: fr. fig. Humillarse ó rendirse con exceso.

- FALTAR EL SUELO: fr. fig. Tropezar ó caer. - LLEVAR DE SUELO Y PROPIEDAD: fr. fig. Haberse continuado y continuarse una cosa en los de una comunidad ó familia, y ser ya como propiedad inseparable de ella.

- MEDIR EL SUELO: fr. fig. Tender el cuerpo en él para descansar, ó por alguna caída apresurada y violenta.

- NO DEJAR CAER EN EL SUELO, Ó NO LLEGAR

Trataremos sólo del suelo bajo el punto de vista agrológico, es decir, en sus relaciones con la nutrición de las plantas, prescindiendo de su concepto económico ó valor venal del mismo, estudiando el origen, composición, caracteres, análisis y clasificación del suelo vegetal.

La importancia de los estudios geológicos en sus aplicaciones á la Agricultura estriba principalmente en el conocimiento del subsuelo y de las rocas subyacentes, cuya naturaleza suele variar con más frecuencia que la del suelo mismo, y de cuyas propiedades depende muchas veces el caracter de la vegetación. Para convencerse de la importancia de estas dos partes integrantes de la tierra vegetal, basta saber: 1.°, que cuando una tierra descansa sobre rocas duras poco su

AL SUELO, una cosa: fr. fig. Repararla, notarla ceptibles de desagregarse, es en general poco

inmediatamente.

-NO SALIR uno DEL SUELO: fr. fig. y fam. Ser muy pequeño de estatura.

- POR EL SUELO, Ó POR LOS SUELOS: m. adv. fig. con que se explica el desprecio con que se trata una cosa ó el estado abatido en que se halla.

- SIN SUELO: m. adv. fig. Con exceso sumo ó sin término, con descaro.

- TENER SUELO una vasija: fr. fig. y fam. con que uno da á entender que no pide todo lo que parece según la cavidad del vaso en que ha de İlevarlo.

- VENIR, Ó VENIRSE, AL SUELO: fr. VENIR, Ó VENIRSE, Á TIERRA.

¡Válgame Dios, y qué estruendo!
Parece que el primer móvil
Se viene al SUELO, arrastrando
La turba de esotros orbes.

FÉLIX DE ARTEAGA.

- SUELO: Geol. agric. Dase el nombre de suelo vegetal à una capa de menor ó mayor espesor que ocupa gran parte de la superficie de la Tierra, y en la cual prenden las plantas por sus raíces y se verifican muchos fenómenos referentes á la vegetación. Esta definición es una de las muchas que, dada la importancia del asunto, han sido dadas por los diversos agrónomos, siendo tam-, bién bastante exacta la debida al catedrático Abela, que dice que se llama suelo de labor ó laborable á la capa pulverulenta y superficial de nuestro globo que sirve de asiento à las plantas y á la cual alcanza el cultivo mecánico. Es una mezcla de substancias minerales y organicas, resultado de la descomposición de las rocas, de las partes de los vegetales que subsisten en ella como producto de la desorganización de los mismos, y de los restos de animales que han sido allí, acumulados por el hombre ó naturalmente.

Ampliando un tanto el concepto del suelo vegetal, puede afirmarse que se compone éste de varias partes, cuyo nombre varía según los diversos autores, pero que en general son: el suelo ó tierra vegetal propiamente dicha, el subsuelo y las rocas subyacentes. Por suelo debe enten derse, por tanto, la mezcla de restos minerales y orgánicos, que con el agua, el aire y los diversos gases concurren á sostener y alimentar las plantas. Varía el espesor de esta capa de ser superfi cial cuando no pasa de 12 á 14 centímetros, á profunda cuando excede de 25, existiendo un término intermedio que se calcula entre 15 y 20. Todo lo que se halla debajo del suelo pudiera considerarse en rigor como subsuelo: pero siguiendo la terminología debida al célebre agrónomo Thurmann, se da sólo el nombre de subsuelo á los detritus que se encuentran entre el suelo y las rocas que le sirven de fundamento, á que dicho autor denomina subyacentes, y se componen casi exclusivamente de los materiales de la descomposición in situ de estas mismas rocas, siendo éste el principal carácter que le distingue del suelo propiamente dicho, que generalmente es de acarreo.

El conde de Gasparín distingue cuatro diversas capas: la superior ó suelo activo, donde se desarrolla y vive la planta, y que está sujeta más

inmediatamente á la acción de los instrumentos

de labor; el suelo inerte (que es el subsuelo de Thurmann), de igual composición, y á donde no alcanza el cultivo mecánico; el subsuelo, capa de distinta naturaleza mineralógica y que descansa sobre el verdadero suelo ó terreno geológico, y que constituyen las rocas que forman la corteza sólida del globo.

fértil; 2.°, que en los suelos medios ó poco profundos las rocas subyacentes determinan con frecuencia el carácter de la vegetación por la acción que ejercen sobre las raíces; y 3.o, que la permeabilidad ó impermeabilidad del subsuelo y de la roca subyacente determina en gran parte la humedad del suelo.

De lo dicho se infiere que el origen de la tierra vegetal hay que buscarlo en la descomposición de las rocas, ocasionada por los diversos agentes que actúan sobre la superficie, y en la destrucción de restos vegetales y animales que vivieron allí mismo, ó bien fueron llevados por el hombre en forma de abonos ó acarreados por las aguas.

Las rocas cuyos detritus influyen más ó menos directamente en el desarrollo de las plantas son las calizas, las silíceas y las aluminosas; de modo que, bajo el punto de vista fitostático y agrícola, pueden dividirse en las cuatro clases siguientes:

1. Rocas calizas compactas, oolíticas, cretosas, las margas calizas, las dolomías de estruc tura compacta y granosa, etc.

2. Rocas silíceas, compuestas de sílice sin mezcla esencial de alúmina ni de caliza; comprende las cuarcitas, las arenas puras y areniscas y ciertas arkosas.

3. Siliceo-aluminosas, que son aquellas rocas en que se combinan los dos elementos, aunque casi siempre con predominio del primero, como los granitos, el gneis, la sienita, la protogina, los pórfidos, muchas pizarras, las rocas volcánicas, particularmente los basaltos y traquitas, y todas las arcillas.

4.

Rocas mezcladas. Este grupo comprende los depósitos de grava, chinas, brechas, pudingas, conglomerados, el lehm del diluvio, las tobas volcánicas y los materiales de acarreo. Estas rocas tan pronto son silíceocalizas como calizosilíceas ó siliceo-aluminosas.

substancias térreas, resultado de la división, por decirlo así, indefinida; y arenas, producto de una trituración definida y limitada á cierto tamaño. A las de la primera categoría, que suministran por la destrucción de sus elementos descompuestos tierras, margas, arcillas, limos ó légamos, etc., las llama Thurmann pelogenas (de pelos, que en griego significa substancia de aspecto arcilloso ó de marga, y genos, engendrar); á sus detritus les da el nombre de pélicos. Las rocas que en su descomposición suministran arenas permanentes reciben el epiteto de samógenas (de psamos, arena), y sus detritus son sámicos.

Entre las rocas de cada una de estas dos secciones las hay que dan un producto más abundante que otras; esta circunstancia, y la de hal er

rocas mixtas, esto es, que suministran productos arenosos y térreos á la vez, ha servido de base á la siguiente

CLASIFICACIÓN DE LAS ROCAS SEGÚN SU DESAGREGACIÓN

1.o Rocas pelógenas

Superiores ó perfectas (perpélicas). Ejemplos: margas oxfordicas, arcillas del keuper, lehm no mezclado, caolín puro.

Medias (hemipelicas). Ejemplos: calizas margosocompactas, triásicas, del lías, etc.

Inferiores ó imperfectas (oligopélicas). Ejemplos: calizas compactas, portlándicas, ciertos basaltos y algunos pórfidos.

2.° Rocas samógenas

Superiores ó perfectas (persámicas). Ejemplos: arenas cuarzosas, ciertas areniscas de los Vosgos algunas dolomías arenosas.

Medias (hemisámicas). Ejemplos: la molasa, algunas samitas y calizas sacaroideas.

Inferiores ó imperfectas (oligosámicas). Ejemplos: algunos granitos, ciertas pizarras y dolomías.

3. Rocas pelosamógenas

Ejemplos: el cieno arenoso y de guijarros, los pórfidos cuarcíferos, los granitos y pegmatitas caolínicas.

Ciertas rocas suministran más detritus al suelo vegetal que otras, y de aquí su distinción en euge-ógenas (de cu, fácilmente), perpélicas, persámicas, pelosámicas, hemipélicas y hemisamicas, disgcógenas (de dys, difícilmente), oligopélicas y oligosámicas.

Si tratamos de averiguar la relación que exis te entre la composición de las rocas y la naturaleza y estado físico de los detritus que suministra su descomposición, veremos que, en general, los terrenos en que domina la silice bajo la forma cuarzosa son eugeógenos persámicos (que dan mucho detritus arenoso); los terrenos siliceoaluminosos en los que la sílice no está aislada detríticos, pero de productos terrosos); las rocas mezcladas son con frecuencia samógenas ó pelógenas, y más comúnmente mixtas, esto es, pelosamógenas.

Esta clasificación, como se ve, sólo se funda en el predominio que en cada roca ó terreno adquiere su respectivo elemento; pues por lo demás puede asegurarse que hay pocas rocas silíceas que dejen de contener algún principio calizo, y así de las demás. Este hecho es de la mayor im-son ó disgeógenos óeuge-ógenos hemipélicos (poco portancia, pues tiende á probar que las plantas pueden hallar, en casi todos los terrenos, las materias que respectivamente necesitan para su existencia y desarrollo: y de consiguiente que, en igualdad de circunstancias climatológicas, la diferencia de vegetación dependerá más bien del estado físico que de la composición íntima de las

rocas.

Cada especie de roca goza de cierta tenacidad y tiene una marcada tendencia á hendirse, dividirse. fraccionarse, pulverizarse ó separarse en hojas, láminas, etc., de cuyas circunstancias depende el carácter que ofrecen los terrenos, siendo unos terrosos, otros arenosos, cubiertos de guijos ó chinas, etc.

Ciertas plantas, como dice De Candolle, padre, podrán preferir esta ó la otra clase de tierra por su estado fisico; pero la naturaleza íntima de la roca sólo obra de un modo muy directo.

Todas las rocas no se desagregan y descomponen de la misma manera; y como de esta circunstancia depende en parte la dispersión de las plantas por la influencia que ejercen en el suelo y subsuelo, es menester clasificarlas según sus productos. Para que el detritus de una roca pueda

considerarse como elemento constitutivo ó esencial de un suelo, es menester que se presente suelto y que sus fragmentos sean pequeños, en forma de grava, arena, polvo ó tierra.

Las rocas, en su descomposición elemental, suministran dos especies de productos, á saber:

De lo dicho se infiere que el estado de agregación de las rocas subyacentes suministra al suelo productos diferentes, así en cantidad como en composición ó naturaleza; de aquélla depende necesariamente el espesor de la tierra vegetal, mezclándose con el humus ó mantillo; de modo que el suelo que descansa sobre un terreno granítico será más profundo ó de más espesor que el que tiene su asiento sobre rocas calizas. Ade. más las propiedades de la tierra deberán variar también, siendo sueltas y ligeras cuando proceden de detritus sámicos, y, por el contrario, tanto más consistentes cuanto más pélicos son. Este estado debe influir necesariamente en la germinación y en la existencia de las plantas, que preferirán naturalmente tal ó cual terreno, según el estado físico de las tierras. El estado y composición del subsuelo y de la roca viva determina los diferentes grados de permeabilidad y de higroscopicidad de las tierras, ó sea la facultad de absorber y retener las aguas, circunstancia que influye poderosamente en la distribución de las plantas espontáneas y cultivadas. En virtud de estas consideraciones, las plantas se dividen en higrófilas (amantes de la humedad), y en geófilas (ó amantes de terreno seco). Las primeras se subdividen en samófilas (amantes de las are

nas) y pelófilas (amantes de las arcillas, margas, etc.). En la práctica se observa que ninguna planta geófila se encuentra en estaciones humedas, cualquiera que sea su composición, y vice

versa.

Los resultados de la descomposición de las rocas son: 1.° la tierra vegetal, cuya naturaleza ha de hallarse necesariamente relacionada con los materiales terrestres de que procede; 2.° el caolín y las arcillas; 3.o los materiales detríticos de las formaciones de acarreo, tales como las chinas ó guijarros, la grava, arena, etc.; 4.° las formas caprichosas y variadas de las montañas; 5.° mucho ácido carbónico, del que se observa en algunos hervideros; 6.° algunas simas y pozos diversos naturales, y muchos otros accidentes que sería enojoso enumerar.

Cuando los detritus de las rocas subsisten en los mismos puntos donde se verificó la descomposición, en este caso resultan las tierras llamadas locales ó autóctonas, que se reconocen fácilmente por la gran analogía que conserva su naturaleza con las rocas inmediatas, siendo en este caso claras las relaciones que existen entre el suelo geológico y el suelo agrícola; mas si los materiales descompuestos han sido acarreados á mayores ó menores distancias por las aguas, ó por cualquier otro agente, las tierras se llaman de transporte ó acarreo, y también independientes, cuya composición, como es fácil comprender, no armoniza tanto como en el caso anterior con la estructura geológica de la comarca en que los estudiamos, su naturaleza es más variada, alcanza mayor fondo y más acentuada fertilidad.

arcilla y el carbonato de cal. De sus diversas
proporciones resultan los diferentes grados de
fertilidad, notándose, sin embargo, que es indis-
pensable guarden cierto equilibrio, pues de lo
contrario, cuando alguna de estas substancias se
encuentra en exceso, generalmente la tierra es
estéril. Además de estos materiales se encuen-
tran otros que completan la composición mine-
ral de las tierras, tales como el agua, el aire y
otros gases, de cuya naturaleza ó composición, y
modo de obrar sobre las plantas, daremos una
sumaria idea.

Agréganse igualmente, aunque de menor im-
portancia, la magnesia, con los óxidos y sales de
hierro y manganeso, que daremos á conocer La
marga, los sulfatos, fosfatos y nitratos de cal,
sosa, potasa, etc, etc., que algunos autores co-
locan entre los elementos de la tierra vegetal,
deben considerarse en rigor como mejoramientos
ó abonos minerales.

Veamos ahora de dónde procede cada uno de los elementos constitutivos del suelo, y de qué modo actúa en la vegetación.

La sílice, compuesta del silicio y del oxíge. no, y que es conocido también con el nombre de ácido silícico, procede en general de la descomposición de las rocas cuarzosas, pertenecientes la mayor parte á los terrenos cristalinos y á los de sedimento antiguos. Es uno de los elementos más comunes y esparcidos en la naturaleza: se encuentra en casi todas las rocas vegetales en forma de polvo impalpable, de arenas más ó menos finas, de grava, chinas, cantos, guijarros, etc. Las aguas de muchos manantiales y la de muchos ríos suele llevarla con frecuencia en disolución ó suspensión, también la arrastran las corrientes gaseosas de los azufrales ó solfataras, y principalmente las aguas de los géiseres. En estado naciente, ó en el momento que deja de formar parte de una combinación cualquiera, es soluble en los ácidos, en los álcalis y hasta en el agua, siendo el estado en que la absorben las plantas por sus raíces. Liebig dice que en las tierras que carecen de este principio de disolución no se dan bien los trigos por lo común.

Los materiales acarreados por las aguas corrientes se depositan en el álveo de los ríos, arroyos y cañadas, en la vaguada de las llanuras ó valles y en las partes bajas de muchas comarcas formando terreras; otras veces se pierden en los lagos y mares, contribuyendo á rellenar su fondo y á convertir el espacio que ocupan, particularmente el de los primeros, con el transcurso del tiempo, en fértiles y risueñas vegas. Agitados por la fuerza de transporte de las aguas y por la repulsiva de las del mar, se depositan en la desembocadura de los grandes ríos, for-getales es doble; mecánicamente, determina la mando los deltas ó alfaques, y terraplenando las lagunas y marismas inmediatas las convierten en tierras tan fértiles como las de los pólderes de Holanda y las del Bajo Egipto. Otras veces el transporte lo verifican las corrientes atmosféricas, que, como en general, sólo pueden arrastrar las partes más tenues de la superficie, y determinan la formación de los desiertos y los mé. danos que, aunque reputados por estériles, son tierras susceptibles de una rica vegetación desde el momento en que se les suministra el agua que necesitan.

De manera que con facilidad, y en virtud de lo expuesto, pueden señalarse los puntos en que el hombre debe encontrar tierras de transporte, las cuales son tanto mejores cuanto más variados los materiales que la constituyen. El conocimiento de su composición puede suministrarselo perfectamente la Química y también la Geología, con la diferencia de que aquella exige ciertas manipulaciones que no siempre el agricultor está en disposición de practicar, mientras que ésta sólo requiere conocimientos generales de las piedras y una correría por aquellas montañas, de las que, según la dirección de los valles, debe suponerse proceden los materiales de

sus tierras.

Lo dicho hasta aquí se refiere á la parte mineral del suelo; en cuanto á los elementos orgánicos, conocidos con el nombre de humus, y más particularmente en España con el de mantillo, unas veces son resultado de la descomposición local de plantas y animales ó de sus restos, y otras han sido transportados por las corrientes normales ó por las inundaciones, de modo que también hay mantillo local y de transporte, al que muchas veces hay que agregar el que lleva el hombre para suministrar á las plantas, bajo la forma de abonos orgánicos, los elementos que necesitan para su desarrollo Respecto de sus propiedades y del carácter que comunica á las tierras, véase MANTILLO.

Conocidos ya el origen de las tierras vegetales, veamos si podemos dar una idea de su naturaleza ó composición.

Tres son los elementos que, por encontrarse en casi todas, pueden llamarse esenciales á la composición de las tierras, y son la arena ó sílice, la

La acción que la sílice ejerce en las tierras vesoltura y movilidad de los elementos calizo y arcilloso interponiéndose entre sus moléculas y facilitando la penetración del aire y del agua, agentes esenciales á la vegetación químicamente, suministra á las plantas, que la absorben por las raíces, uno de los principios que dau consisten cia á sus tejidos, formando parte muy esencial de los nudos de las gramíneas, en proporción desde 40 hasta 70 en el trigo, centeno y cebada, determinando el lustre y solidez que caracteriza el tallo de estas plantas, y aumentando, en suma, la parte leñosa de todos los órganos y tejidos vegetales.

Aunque no explicado satisfactoriamente hasta ahora el modo cómo actúa la sílice en la vegetación, opinan unos que puede asimilarse á la de la cal, potasa, magnesia y al ácido fosfórico, es decir, como principio nutritivo no elaborado de las plantas. Sin embargo, el eminente botánico, profesor en Wurzburgo, Sachs, da mayor impor tancia à la sílice, opinando, y con él otros varios, que las plantas lo toman directamente á la manera de los principios elaborados, fundándose para ello en experimentos y observaciones muy curiosas; en confirmación de lo cual, he aquí lo que dice este profesor, que tanto ha contribuído, con sus obras de Química aplicada, á dar impulso á la Agricultura científica.

«El ácido silícico, que no se encuentra solamente en las gramíneas y equisetáceas, sino que, según Wicke y Molhl, forma la mayor parte de las cenizas en un gran número de familias, no puede ser considerado como un principio nutritivo en el mismo sentido que la potasa, el ácido fosfórico, etc Su manera de obrar en el interior de las plantas es esencialmente distinto, pues lejos de conducirse en los fenó menos de asimilación y en la formación de la substancia orgánica como un principio nutritivo ordinario, es utilizado directamente por la planta á la manera de un principio elaborado, según la posibilidad, probada en experimentos repetidos, de reducir á mínimo el contenido en silice de una planta sin alterar la nutrición, pa reciendo indicarlo también la tendencia del ácido silicico á depositarse en las membranas y en las capas más exentas de metamorfosis, la escasez que se advierte en las partes jóvenes de creci.

miento rápido, y su abundancia en los órganos más añejos. Si esta teoría es exacta, la sílice se fijará inmediatamente en las membranas del mismo modo que las moléculas de la celulosa, no tomando parte en las reacciones químicas que se verifican en el tejido. Haciendo las veces de substancia plástica, no puede asegurarse que sea indispensable, contribuyendo tan sólo a la forma ción de la estructura molecular de las membra. nas, en cuyo esqueleto, destruída la materia orgánica, figura esta substancia en primera línea. Creíase hasta hace poco que las gramíneas y equisetáceas eran las únicas plantas que en sus membranas ofrecían la sílice; pero decpués de los estudios curiosísimos de Molly Wicke, hay motivos para creer que esta substancia se encuen tra en todo el reino vegetal.>>

De todos modos, y cualquiera que sea la ma nera de obrar de este agente, su presencia en la tierra y en estado de disolución, único en que es asimilable, es de todo punto necesaria para las plantas en general, pero muy especialmente para el trigo, cebada, centeno y otros cereales.

La sílice en estado de arena muy fina, siempre suelta y ligera, si se halla bien seca absorbe, como todo cuerpo poroso, el agua en forma de vapor, pero sin formar masa. Cuando las tierras contienen 70 por 100 de sílice ó de arenas, que es lo mismo, reciben el nombre de silíceas ó are

nosas.

Las arcillas no son rocas formadas de primera intención por la naturaleza, sino resultado de la descomposición de los elementos feldespáticos de los terrenos plutónicos en general, y muy parti cularmente de los granitos, pegmatitas, sienitas, y de todas las rocas volcanicas. Entre sus numerosas propiedades, las más importantes para nuestro objeto son: 1.", la de formar pasta con el agua y apelmazarse, adquiriendo cierta consistencia y trabazón entre sus moléculas, en razón directa de la cantidad de alúmina que contienen. Sin embargo se observa que después de cocidas pierden esta propiedad, obrando en este caso mecánicamente sobre las tierras, de un modo análogo al de la sílice, circunstancia en que se funda el uso del ladrillo molido como mejoramiento en las tierras fuertes. 2.a La gran higroscopicidad de que se halla dotada, pues absorbe el agua hasta la enorme proporción de 70 por 100 de su peso, sin dejarla circular por su seno sino con gran dificultad, por cuya razón se dice que esta roca es impermeable. De esta propiedad resulta, que si bien en los tiempos secos las plan tas encuentran cierta frescura en su masa, cuando las lluvias son abundantes y continuadas las raíces se pudren y perecen con facilidad. 3.* La facultad de retener entre sus moléculas y conser var por mucho tiempo los gases nitrogenados de los abonos animales, resultando de ello que ge neralmente se consumen éstos muy lentamente, tardando más en fertilizar las tierras.

suele

Por otra parte, las arcillas, aunque insolubles en el agua, pueden ser arrastradas y llevadas en suspensión por este agente, sobre todo cuando sus moléculas son muy tenues, dándonos esto razón de lo turbias que se presentan en general las corrientes cuando circulan sobre terrenos de esta naturaleza. Su presencia, por lo común, y sobre todo cuando no se halla en exceso, ser ventajosa para las tierras, gracias á las propiedades que acabamos de indicar. El limo que las corrientes de las aguas y las inundaciones depositan en los bordes de los ríos y arroyos ó en su desembocadura consta en su mayor parte de arcilla en estado de atenuación, y sabido es la fertilidad que lleva en sí.

Cuando la arcilla, y en especial la plástica, que es la que en más alto grado posee la facultad de retener el agua y de apelmazarse, se encuentra en proporción de 50 por 100, la tierra recibe el nombre de arcillosa, fuerte, crasa, fría y húmeda.

Bajo el nombre de cal se comprende un com puesto de metal calcio y de oxígeno, substancia que jamás se encuentra en la naturaleza en es tado puro, pero que combinada con los ácidos carbónico, sulfúrico, nítrico, silívico y fosterico es muy común, dando origen á una porcion de piedras más o menos útiles para la tierra vegetal.

La primera de estas combinaciones constituye los carbonatos de cal é piedras calizas, que se hallan en la tierra, ora disueltas en el agua enando contienen un exceso de ácido, ora en forma de polvo ó en fragmentos de diferentes taniañes. En estado de disolución es más común el bicar

bonato de cal en las aguas que en las tierras, y conviene mucho reconocer su presencia por las malas cualidades que les comunica, siendo perjudiciales para el hombre y para las plantas. Tres son los medios de que podemos servirnos para ello, y son: 1. Dejar las aguas expuestas durante algún tiempo al aire libre, ó hacerlas hervir; en ambos casos dejan un poco de carbonato de cal, que se reconoce por la efervescencia viva que hace al echarle unas gotas de vinagre concentrado. 2.° Tratarlas por el oxalato de amoníaco, que las enturbia de un modo muy notable. 3. Añadir á la disolución unas gotas de amoníaco, el cual absorbe todo el ácido carbónico excedente, mientras el carbonato ya insoluble se deposita en forma de pequeños cristales que se fijan en las paredes de la vasija.

En las tierras vegetales la piedra caliza se encuentra, por el contrario, en fragmentos ó en estado de polvo, resultado de la acción mecánica de los agentes exteriores, comunicándoles, á beneficio de sus propiedades, caracteres preciosos, pues goza de la consistencia de la arcilla y de la permeabilidad de las arenas, sin poseer estas cualidades en tan alto grado. Así es que la cal constituye uno de los más excelentes mejora mientos, comunicando á las tierras arenosas la consistencia que necesitan, y dando soltura á las arcillosas, cuya impermeabilidad corrige en parte.

La cal viva obra en la tierra de tres modos: 1. Estableciendo una separación entre el agua, la sílice y la caliza. 2. Librando á las plantas de un suelo demasiado húmedo y pantanoso; y 3.o Matando los insectos dañinos en virtud de su causticidad. Todas estas propiedades hacen que la cal sea un excelente mejoramiento de las tie

rras.

Según Liebig, la cal ó el óxido de calcio, al combinarse en estado de disolución con la arcilla la hace soluble, poniendo en libertad la ma. yor parte de los álcalis que contiene.

Los terrenos en cuya composición entra una cantidad algo notable de caliza son excelentes, según Gasparín, para el trigo, siendo su acción tan visible que basta añadirla en pequeñas proporciones para obtener cosechas abundantes. Se entiende que las demás condiciones que contribuyen al desarrollo de esta planta han de ayudar. Sin embargo, cuando el carbonato de cal se encuentra puro, sin mezcla de otras substancias, constituye una tierra vegetal estéril, confirmando el principio de que todo suelo formado de un solo elemento es perjudicial á las plantas. Cuando su proporción llega ó excede de un 50 por 100, las tierras se llaman calizas.

La magnesia es el óxido del metal magnesio, resultado de su combinación con el oxígeno, substancia muy análoga á la cal; y como ésta tiene notoria afinidad por todos los ácidos, razón que explica su escasez en estado puro, si bien combinada, en especial con los ácidos carbónico, sulfúrico y fosfórico, es muy abundante. La sal más común de esta base en las tierras vegetales es el carbonato, muy análogo en todos conceptos á las piedras calizas, haciendo como ellas efervescencia en los ácidos aunque lenta, y reduciéndose á óxido por la elevación de la temperatura. Dicha sal procede de la descomposición de las dolomías, de las serpentinas y de la mayor parte de las rocas básicas, y se encuentra en notable proporción en muchas tierras vegetales. Es una substancia blanca, inodora, insípida, insoluble en el agua, soluble con efervescencia en los áci dos, más o menos compacta, que absorbe con facilidad los gases atmosféricos y el agua, aunque no lo retiene mucho.

Esta piedra se resquebraja y cuartea como la creta bajo la influencia de los cambios bruscos de temperatura, conservando por bastante tiempo el calor de los rayos solares.

Por lo visto las tierras en que abunda la magnesia son muy análogas á las calizas, pudiéndose reemplazar estas dos substancias recíprocamente, si bien la mayor afinidad de aquélla por el agua proporciona una tierra vegetal más suelta, fres ca y de mejores cualidades para determinadas plantas. En España las tierras magnésicas son muy abundantes, particularmente en el territorio de la Alcarria, cuya lozanía en la vegetación y exquisito gusto de los frutos son notorios. A pesar de las buenas condiciones que esta substancia comunica á las tierras cuando se halla en proporción conveniente en el suelo, si su cantidad es excesiva les imprime el sello de esterili

TOMO XIX

dad. En cuanto al fosfato de magnesia, que | acompaña muy a menudo al de cal, ejerce como éste una influencia benéfica en el desarrollo de casi todas las plantas, y en especial en la germi nación de los cereales, cuyas semillas suelen presentar dichas sales en proporciones notables. El hierro y el manganeso entran igualmente á formar parte de la tierra vegetal generalmente en estado de óxidos, si bien aquél es mucho más abundante que éste. Los óxidos de hierro comunican á las tierras una coloración diferente, según la cantidad de oxígeno y la presencia ó ausencia del agua en dichas combinaciones; cuando es el peróxidro anhidro el color del suelo es rojo, y, por el contrario, amarillo si es hidratado. Otras veces este metal se presenta combinado con diversos ácidos, siendo el más común el carbonato, que se encuentra en las tierras y en las aguas que circulan por la superficie. También se combina con algunos ácidos orgánicos, y principalmente, según opina Phillips, con el úlmico, que se encuentra en el mantillo, en cuyo caso esta substancia no es perjudicial al cultivo como algunos habían creído.

La presencia de substancias ferruginosas en las tierras se reconoce fácilmente, porque su disolu. ción en los ácidos se ennegrece con sólo echarle unas gotas del cocimiento de cortezas de encina ó de cualquiera otra materia astringente. Estos elementos, cuando no se hallan en exceso, ejercen una influencia saludable en la vegetación, debida indudablemente á la coloración que comunican á las tierras, aumentando la propiedad de absorber la luz y el calor y la facultad de absorber y retener las substancias volátiles, y por último á la especie de estímulo que producen en los tejidos de las plantas.

Algunos creen, y con fundamento, que el hierro forma parte de la descomposición química de la clorófila, que es, según se sabe, la materia colorante que se halla esparcida con profusión en todos los vegetales, y que da á las hojas su color habitual; pero lo que está fuera de toda duda es que, cuando la planta no asimila el hierro, deja de producirse al momento la clorófila; y como la presencia de esta substancia es indispensable para la vida de las plantas, el hierro desempeña un papel importante como principio nutritivo. Muchas observaciones demuestran, con efecto, que cuando un vegetal cesa de producir clorófila, disminuye la fuerza de vegetación y aparece la clorosis, y cuando ésta adquiere alguna intensidad la planta acaba por perecer. Es cierto que continúa creciendo durante algún tiempo después que ha desaparecido el hierro, hasta que ha agotado toda su provisión de principios elaborados; mas entonces cesa la vegetación. La función de este metal no se refiere tan sólo á la transformación de substancias ya existentes: las hojas producidas en semejantes circunstancias no tienen la menor traza de color verde, siendo, por lo tanto, incapaces de asimilar: así, el hierro debe considerarse como un anillo necesario à la vida vegetal; y aunque su proporción sea pequeña, es tan importante su misión que Sachs lo considera como uno de los pilares principales sobre que descansa el edificio de las plantas de clorofila. Las pruebas de la importancia del hierro en la vegetación son tan numerosas como completas, y según el autor que acabamos de citar son las siguientes: 1.a Las plantas cloróticas reverdecen en algunos días cuando absorben sales de hierro por las raíces. 2. Una porción cualquiera de la hoja clorótica lavada exteriormente con una disolución de sal de hierro verdea rápidamente. 3.a Las investigaciones microscópicas de Geis han demostrado en este último caso que el protoplas

ma incoloro é informe se transforma en clorófi. la. 4. Se puede producir la clorosis haciendo vegetar semillas en soluciones exentas de hierro; se empieza á manifestar después del agotamiento completo de la provisión de los principios elaborados; las primeras hojas serán verdes, porque hay hierro en el grano; pero cuando éste falta las hojas tomarán primero un color verde claro, y por último llegarán á ser totalmente blancas. 5. Semejante planta podrá vivir algunos días, pero no tardará mucho en sucumbir por faltarle los órganos asimilantes. 6. Si la clorosis artifi cial no ha ocasionado una desorganización de las hojas, se puede curar la planta haciéndola absorber sales de hierro por las raíces ó por las hojas mismas. 7. El manganeso, que tanta analogía tiene con el hierro, no produce los mismos resul

tados, lo cual significa que no pueden reemplazarse estos dos metales.

Hasta aquí hemos indicado los elementos inorgánicos que entran en la composición de las tierras; pero éstas contienen también materiales orgánicos que conviene conocer, procedentes de la descomposición de las plantas y de los animales. Este elemento orgánico de la tierra es el que designaban también con el nombre de humus los latinos, como dando quizás á entender que en esta parte se hallaba, por decirlo así, concentrada su verdadera fertilidad. El origen del man. tillo hay que buscarle unas veces en la descomposición orgánica en el lugar mismo donde las plantas y animales vivieron y perecieron, en cuyo caso llámase propio ó local; otras veces es de transporte por haber sido conducido por las corrientes desde puntos más ó menos lejanos, como acontece, por ejemplo, en las inundaciones, y se observa también en muchas comarcas, donde el mantillo casi podía decirse que data de la época en que se formó el actual suelo por las aguas diluviales, en todos estos casos llámase el mantillo de transporte ó de acarreo. Por último, en la inmensa mayoría de los casos lo orgánico de la tierra se halla representado por los abonos naturales ó artificiales que el hombre deposita en ella para subvenir á todas las necesidades de las plantas.

En algunas regiones afortunadas la cantidad, y aun la calidad, del mantillo que llevaron las aguas diluviales fué tal, que, á pesar de los siglos transcurridos, no ha tenido el hombre necesidad de añadir abonos orgánicos para obtener pingies cosechas, como sucede en la mayor parte de las grandes cuencas donde la formación llamada lehm ó loess, y en castellano cieno diluvial, se halla muy desarrollada, como se nota en la meseta del Decan, en la India, en la tierra negra ó tzornoizen de Rusia, en las inmen. sas pampas y sabanas de Buenos Aires, ocupadas por el légamo rojo pampero, en el Rhin y en otros muchos puntos.

En la desembocadura de los grandes ríos, y en especial en aquellos que, como el Nilo, se hallan sujetos á inundaciones periódicas, la adición anual de una capa de mantillo transportado desde grandes distancias hace también de todo punto innecesaria la adición de abonos orgánicos para que la tierra conserve su admirable fertilidad, la cual estriba, no tan sólo en la parte orgánica, sino también, y muy especialmente, en la variedad de materias minerales que las aguas arrastran de todos los puntos de la cuenca que las aguas bañan y recorren. Precisamente en estas dos circunstancias se funda el preferente lugar en que Boubé coloca à las tierras bajas que periódicamente se inundan, que con sobrada razón considera como las más feraces por exce lencia.

El grado de alteración, y hasta de verdadera descomposición química del mantillo, depende de muchas y variadas circunstancias, influyendo muy directamente en la mayor ó menor fertilidad de las tierras. El mantillo local suele ofrecer el aspecto de escasa y a veces hasta nula alteración, representado por restos de plantas que vivieron en el campo mismo y de animales que perecieron en él, el de acarreo se presenta, por el contrario, tanto más descompuesto y variado cuanto más largo es el trayecto recorrido; en cuanto al que en forma de abonos naturales ó artificiales que lleva el hombre al campo, sus cua. lidades variarán á tenor de circunstancias muy diversas. Asunto es este de la mayor trascen dencia y que debe preocupar al propietario, pues no debe serle indiferente el obtener abundantes ó pobre frutos de sus afanes y dispendios, para lo cual no estaría de más que mirara la cues. tión con ojos de verdadera inteligencia, organizando algún laboratorio que sirviera de piedra de toque para aquilatar la calidad y cantidad de las materias verdaderamente útiles que los abonos contienen. Falto de este dato, el agricul tor es con sobrada frecuencia víctima de engaños ó fraudes que lastiman profundamente sus intereses, como parece haber ocurrido en la ribera del Júcar en las últimas cosechas de arroz, por efecto sin duda de las malas condiciones del guano, de muy diversas procedencias, con que aquellos propietarios preparan las tierras para tan pingue y rica producción.

El mantillo procedente de la descomposición de plantas ricas en tanino es ácido como éste, pudiendo citar, entre otros, el llamado tierra de

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brezo, el cual conviene principalmente á plantas de estufa, debiendo á veces contrarrestar, ó por lo menos atenuar su acción, mezclándolo con cal viva, que obra como óxido neutralizando su acidez. Pero cuando las plantas que suministran el mantillo no contienen sino pequeñas dosis de tanino, y este es el caso más general, aquél es neutro, dulce ó suave, no goza de las propiedades ácidas indicadas antes, y es útil á la mayor parte de las plantas. El mantillo, resultado de la alteración de las que producen la turba en lugares bajos, pantanosos, ó en el nivel de las nieves perpetuas, goza de propiedades y caracte res particulares, por cuya razón se llama turboso; por regla general no conviene á muchos vegetales.

El mantillo, sobre contener el amoníaco, el ácido carbónico y el nitrógeno, que contribuyen al desarrollo vegetal, obra física y químicamente sobre sus diferentes elementos componentes, determinando acciones por demás ventajosas para las plantas. Física ó mecánicamente contribuye esponjar y dividir el suelo, haciéndole más accesible al calor, á los agentes de la atmósfera y á la humedad que conserva entre sus moléculas.

á

Por su múltiple modo de obrar químico pro duce en primer término calor como resultado de las reacciones que en su seno se verifican, aumentando el que se absorbe en mayor cantidad por las tintas obscuras y hasta completamente negras que en él dominan; en segundo lugar, por la acción del oxígeno de la atmósfera, verifi case una especie de combustión lenta de la materia vegetal, que da por resultado la formación de la ulmina, ácido úlmico ó húmico, y la geína, substancia negruzca muy parecida al azabache, en la cual residen las principales virtudes del mantillo, por cuanto goza de una gran tendencia á combinarse con las substancias amoniacales, y en especial con el amoníaco del carbonato, desalojando el ácido carbónico que queda en libertad, cuya misión principal es hacer solubles las substancias minerales de la tierra ó de los abonos mismos, sin cuya condición no po. drían penetrar en el organismo.

Todas las plantas no necesitan igual cantidad de mantillo; así, por ejemplo, el centeno y la avena prosperan en un suelo que contenga 1 ó 1,5 por 100 de materias orgánicas; las buenas tierras trigueras deben llevar desde 4 ó 5 hasta 8 por 100. También varía la acción de los elementos orgánicos del suelo á tenor de su composión mineral; pues, por ejemplo, los calizos consumen más por la manera enérgica de obrar del ácido carbónico de la cal viva, al paso que el predominio de la arcilla hace que sea más lenta y duradera la influencia orgánica.

Las tierras que llevan una gran proporción de mantillo reciben el nombre de humíferas; en los deltas ó alfaques, sobre todo si se cría turba, llega aquélla hasta el 70 por 100, y se llaman turbo. sas; en la formación del lehm ó cieno diluvial suele a veces alcanzar hasta el 20 ó 25 por 100; pero por lo común la cantidad de materias orgánicas que lleva el suelo arable es mucho más pequeña.

Las propiedades físicas de las tierras estudian los caracteres para cuyo examen no se necesita alterar su naturaleza. Las principales son: densidad, tenacidad, adherencia, higroscopicidad, permeabilidad, capilaridad, absorción de lahumedad atmosférica, desecación, absorción del calor, y absorción de gases, materias salinas y orgánicas.

La determinación del peso especifico de las tierras puede efectuarse por cualquiera de los métodos indicados en Física, si bien el más sencillo consiste en tomar un frasco de boca algo ancha y pesarlo exactamente lleno de agua destilada; se pesa asimismo una pequeña cantidad de tierra y se introduce después en el frasco, con lo que se verterá parte del agua; se seca perfecta mente éste después de haberle agitado para que la tierra desprenda las burbujas de aire que contuviere, y se vuelve á posar, obteniendo un resultado menor que la suma de los dos anteriores; la diferencia representa el peso de un volumen de agua igual al de la tierra empleada; dividien do el peso de aquélla por este último, obtendremos de cociente el peso específico de la misma. Schübler, en sus numerosos experimentos, ha obtenido los resultados siguientes:

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Pudiera creerse, y así debiera suceder, que el peso de un volumen dado de tierra fuera proporcional á su densidad, lo que no siempre tiene efecto, por la diferente agregación de las partículas, según las labores que haya sufrido. Se puede, sin embargo, calcular que el peso de un metro cúbico de tierra oscila entre 1200 y 2000 kilogramos.

Tenacidad. Es la resistencia que oponen los | suelos á los instrumentos de labor. Para apreciar esta propiedad, se han dispuesto diversos medios: Payen construye, con tierra mojada, esferitas de 3 centímetros de diámetro, y después de secas las comprime con los dedos hasta destruirlas, apreciando la tenacidad por el esfuerzo ne. puede ensayarse sometiendo las esferillas á un cesario para conseguir este resultado. También fuego intenso, y depositadas después en vasijas con agua se observa el tiempo que cada una necesita para disgregarse. Schübler hace uso de un aparato que está reducido á dos soportes de madera separados en su parte superior 4 centímetros. Se fabrican ladrillos de las tierras que se quieren ensayar, y se cargan, al hacerlos, con un peso dado, un kilogramo por ejemplo, y después de secos en una estufa se van colocando entre los soportes; suspendiendo de cada ladrillo una correa, que á su vez sostiene en la parte inferior un platillo de peso conocido, se colocan en él pesas ó granalla de plomo hasta producir la fractura: refiriendo después tales pesas y la superficie de fractura á 225 milímetros cuadrados, que el cita

do autor toma como unidad, se obtiene la tenacidad.

Pol último, Gasparín hace uso de la pala dinamométrica, consistente en uno de estos instrumentos de peso y extensión determinados y cuyo hierro tiene una escala dividida en centímetros y milímetros. Dejando caer verticalmente la pala desde un metro de altura, se introducirá el hierro en el suelo hasta una profundidad tanto mayor cuanto más ligero sea aquél, pudiendo así inedir su tenacidad.

Los resultados obtenidos siguiendo el método de Schübler son:

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De estos datos se deduce que la tenacidad de la arena silícea es nula, y en efecto vemos que ésta no forma pasta con el agua; es muy considerable en las arcillas, por cuya razón son llamadas tierras fuertes por los labradores, y es débil en la caliza y humus. Puede variar algún tanto la tenacidad por el estado de división de las partículas, por el influjo de las heladas y por la acción del calor

Adherencia. Esta propiedad se manifiesta por la mayor o menor tendencia que las tierras ofrecen, después de las lluvias, á pegarse en los instrumentos de labor. Para medir esta fuerza se hace uso de una balanza; sustituyendo uno de sus platillos por un disco de madera de haya ó de hierro, de un decímetro cuadrado de extensión, se equilibra con pesas en el otro platillo y se comprime después en el suelo, al que perma necerá adherido; los pesos necesarios para que el disco se desprenda representan la adherencia de

Arena silícea..
Tierra arcillosa.

Tierra calcárca fina.
Humus...

1 la tierra. Los experimentos de Schübler dan los resultados siguientes, operando con tierras hu medecidas y siendo el disco de un centímetro cuadrado:

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De la comparación de los dos estados anterio res, se deduce que la tenacidad de las tierras se corresponde con su adherencia.

Se llama higroscopicidad la cantidad de agua que puede conservar una tierra después de em papada completamente.

Para determinarla se toma un peso dado de tierra perfectamente seca, se echa en un filtro previamente mojado, y se añade agua; cuando cesa la filtración se vuelve a pesar, y el aumento de peso nos dará la cantidad de agua absorbida, que podremos referir fácilmente á 100 partes mediante una sencilla proporción.

Schübler halló para la

Tierra arenoso-silícea el 25 por 100 de su peso
Idem arcillosa..
Idem calcárea fina..
Mantillo..

60 85

190

para el humus, siguiéndole despues las tierras De aquí se deduce la mayor higroscopicidad calcáreas finas, las arcillosas, y por último las arenas silíceas, si bien estos datos pueden alterarse algún tanto según el estado de división de las partículas.

aptitud de las tierras para dar paso al agua. Se La permeabilidad nos da á conocer la diferente determina tomando un kilogramo de cada una, mezclado con un litro de agua; se deposita en tamices de tela fina, de modo que ocupen una capa de igual espesor, y se riegan con 10 litros de aquel líquido; el tiempo que tarda el agua en atravesar cada muestra de tierra determina su permeabilidad relativa.

Efectuando esta experiencia, se observa que la mayor permeabilidad reside en la arena silila y menor en la arcilla.

cea

Por la capilaridad el agua asciende hasta la superficie del suelo y contribuye á mantenerle en conveniente estado de humedad.

La capilaridad se corresponde algún tuto con la permeabilidad, y ambas propiedades son de gran interés por los movimientos de líquidos que determinan, los cuales favorecen el acceso de multitud de principios nutritivos á las raíces de los vegetales.

Las tierras absorben una cantidad variable de humedad atmosférica, que puede fácilmente de terminarse por el procedimiento de Schubler, consistente en colocar muestras de tierra dese cada en platillos sostenidos por un soporte que se cubre por una campana en cuyo fondo hay agua. Se pesan sucesivamente estas muestras con intervalos de uno, dos ó tres días, y el au mento de peso determina la absorción.

Los resultados obtenidos por Schübler con respecto á esta propiedad han sido, para cinco gramos de tierra colocados sobre soportes cua drados de 36 milímetros de lado, los siguientes:

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De estos experimentos se deduce: 1.° Que la absorción es mayor en el humus, disminuyendo sucesivamente en la arcilla, caliza y arena silí cea. 2. Que dicha absorción varía según el tamaño de las partículas terrosas. 3.° Que aumenta con la higroscopicidad. 4. Que es mayor durante la noche que por el día; y 5.° Que siendo considerable al principio, va disminuyendo después.

La aptitud de las tierras para desccarse es un

17.5 60,5

carácter inverso de la higroscopicidad, que se aprecia tomando muestras de tierras completa mente mojadas, que se colocan en vidrios de reloj ó discos de igual extensión; cada muestra sensible, se equilibra con pesos, y se deja en un se pone sobre el platillo de una balanza muy recinto de temperatura constante. Al cabo de cuatro horas se determina la cantidad de agra evaporada por la pérdida de peso que exper menta cada muestra, y se forma la proporción:

cantidad de agua que tenía la tierra, es á la pérdida sufrida como 100 es á x, que representa el tanto por ciento del agua evaporada en el expresado tiempo.

Este carácter es de poco valor, por la influencia que en la evaporación ejercen la extensión de los soportes y la temperatura y humedad del

recinto.

Las tierras que contienen aguas disminuyen de volumen al perderlas. Schübler mide esta contracción sirviéndose de prismas ó ladrillos de iguales dimensiones y con la misma cantidad de agua. Expone dichos prismas á una temperatura constante por espacio de varios días, y midiéndolos después aprecia la disminución de volumen sufrida. Por este procedimiento se observa que el mantillo es el material que experimenta mayor contracción, siguiendo luego la arcilla, tierras arcillosas, calizas, y por último las arenas silíceas, que apenas sufren variación alguna.

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Las tierras absorben una cantidad variable de calor, según las circunstancias siguientes: 1. Color: los suelos absorben tanto más cuanto más obscuros sean. 2. Composición mineral: las tierras silíceas se calientan mucho y las humíferas muy poco. 3. Humedad, que está en razón inversa de la calefacción; y 4. Inclinación, puesto que de ella depende el que los rayos solares hieran los suelos con más o menos oblicuidad.

El poder absorbente de las tierras no se limita á los indicados, sino que se ha demostrado recientemente que también pueden absorber y retener cantidades muy considerables de oxíge. no, amoníaco y otros gases; ácidos como el fosfórico y carbónico, y bases como la potasa, sosa, cal y magnesia, unas veces libres y otras unidas á los ácidos constituyendo sales.

Esta propiedad es de gran importancia en la Agricultura, porque de ella se deduce la influencia que los abonos pueden ejercer en el desarrollo de los vegetales.

Análisis de tierras. Además del estudio de las propiedades físicas, necesita el agricultor acudir al análisis como medio de determinar en concreto los materiales constitutivos de las tierras. El análisis puede ser órganoléptico, mecá nico y químico. El análisis órganoléptico se funda en el examen de las tierras mediante los sentidos, y especialmente valiéndose del de la vista, auxiliada en todo caso de una lente de aumento ó de un microscopio. Por este medio, y con alguna práctica, pueden determinarse la mayoría de los materiales del suelo y aun las cantidades aproximadas de cada uno. El análisis mecánico tiene por base la distinta densidad de los componen tes esenciales del terreno. El análisis químico, por último, nos proporciona el conocimiento exacto de aquéllos, valiéndose de procedimientos puramente químicos.

De tales análisis el único de que trataremos aquí es el mecánico, que, unido à un corto nú mero de operaciones químicas, basta para procurar un verdadero tanteo de tierras: los quími cos, véanse en sus correspondientes palabras. Las operaciones necesarias para el tanteo de todo suelo arable son las siguientes:

1.a Elección de muestras. - La composición mineralógica de un terreno es necesariamente muy heterogénea, puesto que sus materiales fueron aportados por causas exteriores y en muy distintas proporciones. Por eso es preciso, siempre que se trate de recoger muestras de tierra, procurar obtenerlas tales que reunan en sí todos los elementos del suelo. Para conseguirlo debe atenderse á la extensión y disposición del terreno, recogiendo de trecho en trecho unos 100 gramos á la profundidad de 10 á 15 centímetros; se reunen las muestras de las parcelas que por sus caracteres órganolépticos parezcan semejantes, para obtener la muestra media, que es la que necesariamente debemos someter al tanteo. Si la extensión del predio cuyo análisis nos propusiéramos fuera muy considerable y ofre ciese aparente heterogeneidad, debemos recoger tantas muestras medias cuantas fueran precisas, y tomar todos los datos que puedan servir á ilustrarnos en la determinación de sus elementos. 2. Desecación. - Esta operación tiene por objeto privar á la tierra de la humedad que contenga, lo que se consigue exponiendo un peso dado de aquélla á la temperatura de 100 á 150° por espacio de algún tiempo. La pérdida de peso experimentada nos indica la cantidad de agua

que contenía. Este dato es de poco valor, estando como está sujeto á considerables variaciones, según el tiempo que hubiese transcurrido desde la última lluvia y la mayor ó menor higroscopi cidad de la tierra que se ensaye.

3. Marcha general del tanteo. - Una vez de secada la muestra de tierra se toma una cantidad determinada de ella, por ejemplo 100 gramos, y se añade agua destilada, en la que flotarán algunos materiales que, recogidos y pesados después de secos, nos dan los restos orgánicos gruesos; seguidamente haremos hervir el líquido por espacio de quince á veinte minutos, con lo que obtendremos la disolución de todas las materias solubles en el agua; se pasa el residuo por una criba cuyos orificios tengan un milímetro de diámetro, y quedará dividido en dos porciones: una sobre ella, de partículas terrosas superiores en diámetro al indicado; y otra de tamaño inferior, que habrá pasado al través de la criba; secas y pesadas ambas, y añadiendo el peso de los restos orgánicos antes separados, tendremos por diferencia de este peso á los 100 gramos tomados al principio la cantidad de materiales solubles en el agua.

Los restos finos separados se tratan nuevamente por el agua, y añadiendo ácido clorhidri co se disolverán con efervescencia los carbonatos si los hubiere; se lava, filtra y seca el residuo, y restando su peso del que tenía antes de la operación obtendremos el de los carbonatos y otras materias solubles en los ácidos.

Se procede seguidamente á la separación de la arcilla y silice, lo que se consigue teniendo en cuenta la menor densidad de la primera. Este método de separación mecánica recibe el nombre de levigación, y puede ejecutarse de muy diversos modos, siendo uno de los más convenientes el procedimiento ideado por Massure, que consiste en tomar una alargadera de vidrio, cuya parte más delgada se pone en comunicación con un tubo encorvado en U, que tiene una de sus ramas de mayor longitud que la alargadera y está terminada en un embudo. Se coloca la tierra en la alargadera, teniendo cuidado de introducir antes granalla de vidrio; para que el араrato funcione con regularidad se cierra hermé ticamente la boca ancha de aquélla con una tapadera que va atravesada en su centro por un pequeño sifón, y se hace llegar al embudo una corriente de agua procedente de un frasco dispuesto convenientemente; ésta penetrará en la alargadera por la parte inferior, obligando á la arcilla á enturbiar el líquido. Cuando el aparato está lleno se verterá por el sifón el agua sobrante, arrastrando la arcilla que la enturbiaba, que marchará á depositarse en el vaso.

La operación se continúa hasta que el agua salga transparente; entonces se procede à des montar el aparato, secar y pesar la silice que quedó en él, mientras que por reposo del agua empleada se depositará en ella la arcilla La arcilla recogida no es completamente pura, pues á ella van unidos restos orgánicos muy descompuestos, cuya separación conseguiremes calcinando la masa en un crisol de platino y apreciando por diferencia el peso de una y otros. Con los restos gruesos se sigue la misma marcha, haciendo las operaciones con gran cuidado para evitar que por razón del tamaño quede algo de arcilla mezclada con la sílice. En resumen, siguiendo la marcha general expuesta, tendremos: 1.o restos orgánicos gruesos; 2.o materiales solubles en el agua; 3.o materiales inferiores en tamaño á un milimetro; y 4.0 restos superiores á este tamaño. Operando después de igual manera con los materiales tercero y cuarto, investigatemos en cada uno: 1.° carbonatos y otras materias solubles en ácido clorhidrico; 2.o silice: 3.o arcilla; y 4.o humus carbonoso.

Determinada la composición de los suelos arables y todas las demás propiedades, es preciso clasificarlos ú ordenarlos en grupos según las analogías y diferencias que presenten.

La clasificación de los suelos ha sido practicada desde muy antiguo; los agricultores de todas partes aceptaron denominaciones especiales, tomadas del calor, tenacidad, cultivo ó valor de sus tierras. Todavía hoy se conservan tales clasificaciones, si bien su empirismo ha conducido á ilustres agrónomos á fundar divisiones más racionales.

Con este fin se idearon clasificacione: físicas, que como la de Columela están fundadas en propiedades físicas más o menos importantes; qui

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micas, como la de Chaptal, basadas en caracteres químicos; de cultivos, como la de Catón, fundadas en la preferencia que cada suelo tiene para la producción de determinados vegetales; y mixtas, que basadas en todas las propiedades son las que más se acercan á las condiciones de una buena clasificación. A este género pertenecen las de Young, Gasparín, Taës, Massure y otras, que quizás por ser demasiado científicas son de poca aplicación práctica.

El estudio más completo de este asunto se halla en la obra de C. de Gasparín, que partiendo del valor de caracteres que establece forma sus cuatro tipos de terrenos, atendiendo á la na. turaleza dominante: 1.° según que contienen calcáreo y hacen efervescencia con los ácidos; 2.° según que anuncian la falta de calcáreos, por no haber efervescencia, sin presentar tampoco ningún otro carácter dominante; 3.o según que ofrecen propiedades eminentemente plásticas, anunciando un exceso de arcilla; 4.0 que contienen gran cantidad de materias orgánicas, las cuales se reconocen por perder las tierras desecadas, al calcinarlas, más de una quinta parte de su peso. Todavía, para establecer sus ocho clases de tierra, sirven al mismo agrónomo los caracteres deducidos de la composición, ya por la propor cionalidad de sus componentes mineralógicos, por las cualidades sobresalientes de ciertos elementos ó por el predominio discordante de alguno.

Para determinar los géneros, el conde de Gasparín recurre á las propiedades físicas, principalmente á la frescura y á la tenacidad, con relación á sus opuestos la sequedad y la incoherencia; forma 17 géneros.

Por último, los caracteres específicos los establece con relación á la frescura de la tierra en las diversas estaciones, por su guijarrosidad, por la presencia de óxidos de hierro y demás com. ponentes secundarios, ó por las substancias salinas que determine el análisis.

Se comprende por lo expuesto el excelente criterio que sirve da base al plan de esta clasifi cación, y la generalidad de sus aplicaciones al reconocimiento de los más variados terrenos, aunque no pueda considerarse como el desiderátum de la ciencia, que aspira especialmente á una gran facilidad en los reconocimientos.

1.° Terrenos limosos

Se dividen en:

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1. Limos inconsistentes, que ofrecen poca coherencia por su gran proporción de arena. Son buenos cuando disfrutan de cierta frescura, y tienen la ventaja de ser fáciles de cultivar.

2. Limos sueltos, que constituyen las mejo. res tierras cultivadas por la conveniente propor ción de sus componentes. Son el ideal de la ticrra perfecta.

3. Limos tenaces. La gran proporción de arcilla y caliza, así como la finura de sus partículas, los hacen demasiado compactos para algu nos cultivos, pero forman excelentes tierras para cereales, y especialmente para el trigo.

2.° - Terrenos arcillocalcáreos Forman los dos géneros siguientes:

1.

Arcillosos. Cuando contienen al menos el 50 por 100 de arcilla. Son los más tenaces. 2. Calcáreos. Cuando contienen al menos el 50 por 100 de caliza. Son más sueltos si el calcáreo no es demasiado fino.

3.° - Terrenos cretáceos Son generalmente poco fértiles; fríos los húmedos y ardientes los secos. Se distinguen: 1.° Cretáceos frescos. Los que en estío conservan un décimo de humedad á 30 centímetros de profundidad.

2. Cretáceos secos. Los que no conservan dicho grado de humedad.

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