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De aquí que siempre que un río encuentra á un puente ú otra obra cualquiera que estreche su corriente ó altere el régimen (véase) las socavaciones aumentan, y que al cabo de más ó menos tiempo se vean socavadas las pilas y estribos de tales obras, cuya ruina tiene lugar si no se acude con tiempo á remediar estos males, recalzando las partes socavadas, rellenando los fondos cubriéndolos con encachados y rastrillos, y haciendo, en una palabra, cuantas obras de defensa son necesarias en semejantes casos, y que no es esta ocasión, no ya de explicarlas, sino de enumerarlas siquiera.

la

Si de importancia son las socavaciones produeidas por las corrientes en marcha ordinaria y regular, mucho más temibles son en los pocos momentos que dura una avenida, no sólo por velocidad de las aguas y por su masa en sí, sino porque esta misma velocidad y esta masa hacen que el agua arrastre piedras de gran calibre, que por la mayor altura que toma el nivel de aquélla arrastre toda clase de objetos y hasta trozos de edificaciones que se habían creído libres del ataque de las aguas, y todos estos objetos producen erosiones imposibles de prever.

Si el agua encuentra a su paso un obstáculo, cualquiera que sea el régimen de la corriente, se producen remolinos horizontales y verticales que se combinan y son causa poderosa de nuevas socavaciones en estos puntos, hasta que acaban, si no se impide, por destruir el estorbo y arrastrarle, aumentando los efectos que venimos estudiando.

Mas todos estos efectos, por terribles que parezcan en algunos casos, son de pequeña importancia en cuanto á los terrenos y las obras afec ta, si se comparan con los que se producen en las costas, no sólo por la fuerza de las corrientes litorales, revesas y resacas de que en artículos especiales, que pueden consultarse, nos hemos ocupado, sino por la marcha de las olas, aun en tiempos de calma; la fuerza inmensa que lleva una ola, y que en un momento dado, al romper contra el fondo ó un objeto cualquiera se anula, no puede hacerlo sin transformarse en trabajo, trabajo que se emplea en su mayor parte en atacar a las costas y al fondo, produciendo socavaciones de importancia dondequiera que encuen tra mayor resistencia; y como lo que sucede en las costas ocurre también cuando se establece cualquier construcción en el mar, de aquí que las obras marítimas exijan construcciones especiales, en su fundación, que las haga más resistentes, y defensas que, sabiendo han de ser atacadas y destruídas por el tiempo bajo la acción de la marejada, sea relativamente fácil y económico reponer siempre que sea necesario; no es este el lugar oportuno de hablar de esta clase de obras, que tienen sitio preferente en diversos artículos de la presente obra; pero desde luego se comprende que los medios, si no de evitar, de atenuar estas socavaciones, sean sumamente costosos y exijan conocimientos completamente especiales y sumamente vastos.

Las cascadas ó caídas de agua producen siempre socavaciones de mucha importancia por el choque de la gran masa que desciende, y á veces de gran altura, con los remolinos que produce, y buen ejemplo de socavaciones de esta clase nos presenta el Niágara, que saliendo dei N. E. del lago Erié para llegar al lago Ontario, arrastrando una masa de agua cuyo peso se calcula en 701250 toneladas, y que unos 2 kilómetros de la isla Nary se arroja de un acantilado á 46 metros según unos y 50 según otros de profundidad, en un sitio que tiene 4 kilómetros de ancho, produciendo un estruendo que se oye á unos 80 kilómetros de distancia, y cuya detallada descripción forma un artículo especial (V. NIÁGARA); esta inmensa caída, la primera del mundo, si no por la altura de caída por la masa que desciende, produce una socavación que se calcula en 20 metros de profundidad, con la circunstancia de que se ha observado que va retrocediendo del lago Ontario hacia el Erié, efecto de que cuando la socavación por debajo del lecho superior de la catarata deja una lengua de roca que ya no pue de soportar su propio peso y el del agua que sobre ella carga, se desprende y cae al fondo, donde, agitada en inmensos torbellinos, se pulveriza y es arrojada, por efecto de la fuerza centrífuga, á la parte de aguas abajo para depositarse en sitios más tranquilos.

No son solamente las aguas las que producen socavaciones en los terrenos, sino también el

viento que arrastra las arenas abandonadas por el mar en las playas, llevándoselas al interior, formando dunas que avanzan y avanzan sin cesar, invadiendo y asolando los terrenos inmediatos si no se trata de contener su empuje (véa se DUNA), y produce, auxiliado de esas mismas arenas ó de otras que coge á su paso, socavaciones en las tierras y en las rocas, aun cuando estas socavaciones no tengan la importancia de las producidas por las aguas, sin duda porque la acción de estas fuerzas combinadas no es tan

constante, ni el viento por sí solo sopla de ordinario con tal fuerza y en dirección tan determinada que sea posible notar sus efectos con la energía que se observan los que nos han ocupado en los párrafos anteriores.

El rayo, por último, es capaz, en determinados casos, con circunstancias favorables para el fenómeno, de dar lugar á socavaciones de más ó menos importancia, pero no alcanzan á las de las producidas por las aguas, ni por fortuna son tan frecuentes. Aguas, ya sean subterráneas ó corran por la superficie exterior de la tierra, ó se presenten bajo forma de nieve, que lenta, pero seguramente, obra sobre las tierras; el viento y el rayo, son las causas del fenómeno que al presente nos ocupa, que no se puede atajar ni prevenir en manera alguna en absoluto, y que tanto preocupan al constructor.

SOCAVAR: a. Cavar debajo de la tierra quedando sobre falso un grueso de superficie, lo cual suele hacer el agua en las orillas.

El gran número de gorriones, vencejos,... que antes subían del bosque á revolotear ó pasearse en las torres ó antepechos, SOCAVAN continuamente sus grietas, etc.

JOVELLANOS.

¿No tenía este partido (el servil) un interés directo en desacreditar, en SOCAVAR, en destruir lo que se habia hecho?

su doble aspecto. Lo sociable se refiere á la realidad primitiva y originaria de que participan todos los individuos congéneres, idénticos dentro del todo á que pertenecen, siguiendo la ley de la unidad de composición. Aplicada la homogeneidad de naturaleza á la vida moral, se llama fraternidad (todos los hombres somos hermanos), á la vida social igualdad (todos somos iguales ante la ley), y á la vida religiosa subordinación (todos somos hijos de Dios). El criterio de la sensibilidad es contradictorio cuando se le exige juicio acerca de la sociabilidad (V. OPTIMISMO, PESIMISMO Y SENSIBILIDAD). La verdad relativa que descarnadamente expresa Hobbes: Homo homini lupus, y que de modo gráfico y en tono amargo comentara el pesimista diciendo: «Los hombres salvajes se matan y cultos se engañan,» se halla contradicha por la observación de que el hombre no puede vivir sin el hombre. Cuando en Filadelfia se aplicó con extremo rigor el régimen celular de las prisiones, prohibiendo por completo toda comunicación del recluído, dió el terrible resultado de que los presos, inhumanamente aislados, se suicidaban, rompiéndose el cráneo contra las paredes de las celdas, ó morían locos. Prueba patente de que el hombre sin vínculos sociales y sin comunicación con sus semejantes parece planta descuajada de sus raíces (V. AMISTAD). Aparte todos los humorismos contra la sociabilidad y las paradojas que declaran hombre superior al que es insociable, es cierto el proverbio inglés: «los hombres son inoportunos, excepto cuando los necesitamos...» La misma predisposición sociable ó insociable del individuo depende de la riqueza de vida interior, pues la individualidad, sobre todo la bien dotada, es una sociedad dentro de sí misma, y de ella puede decirse con el Eclesiastés «que lleva el mundo en su corazón.» Entendimientos, dice Brown, que no piensan ni han aprendido á soportar la soledad, son una prisión para sí mismos si no se hallan en compañía; mientras otros, por el contrario, con numerosas ideas, sienten placer abstrayéndose de la multitud que les rodea. Aun en las individualidades mejor dotadas el aislamiento y la falta de sociedad dan como resultado gentes hurañas, pueriles más que susceptibles, quebradizas hasta llegar á ser vidriosas. Ši nuestro cuerpo, encerrado constantemente en una habitación, alcanza un extremo de sensibilidad, tanto más peligroso cuanto que ligera corriente de aire nos constipa, nuestro humor, ante un aislamiento prolongado, se convierte en excesiinsignificante (nimiedades, palabras sin intenvamente sensible y se ofende por el hecho más ción, faltas leves, etc.). Sensitivas de estufa, somos incapaces de hacer frente á la más pequeña contrariedad, carecemos en nuestro aislamiento de carácter, y personificamos la menor cantidad imaginable de la condición humana en nuestra individualidad egoísta y atrofiada. La gismo moral) puede ser comparada con el frío, carencia de todo trato social (especie de autofaque sólo se combate confortando el individuo sus energías, ateridas en lo insociable, con el calor que presta la sociabilidad. Para resguardarse con su propio calor (dice Schopenhauer en un apólogo) de los efectos de la helada, se amontonaban y estrechaban en crudo día de invierno unos contra otros los puercoespines de un rebaño. Ante la molestia de las picaduras de sus propias púas se alejaron los puercoespines que estaban apiñados, pero el frío volvió á acometerlos, les obligó de nuevo á acercarse, y otra vez apareció la misma dificultad. Siguieron alejándose y acercándose hasta que hallaron una distancia media que por igual evitaba el frío y las molestias de las picaduras. De te fabula narratur. Del mismo modo, el instinto de la sociaden-bilidad, nacido del vacío y de la monotonía del aislamiento, inclina á los hombres á unirse, pero

QUINTANA. SOCAVÓN (de socavar): m. Cueva que se hace horadando un cerro ó monte.

- SOCAVÓN: Min. Galería subterránea hori

zontal que parte directamente de la superficie.

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para remedio de esta tan gran profundidad de minas se inventaron los SOCAVONES, que llaman: que son unas cuevas, que van hechas por bajo desde un lado del cerro, atravesándole hasta llegar á las vetas.

P. JOSÉ DE ACOSTA.

SOCAZ: m. Trozo de cauce que hay debajo

del molino ó batán hasta la madre del río.

SOCCIA, Geog. Cantón del dist. de Ajaccio, dep. é isla de Córcega, Francia; 4 municip. y 2900 habits. Quesos de leche de cabra y oveja.

SOCCORO: Geog. C. cap. de municip., comarca de Braganza, est. de São Paulo, Brasil, situada en la orilla izq. del Peixe. Terreno muy fértil; café, caña de azúcar y tabaco.

SOCIABILIDAD (de sociable): f. Calidad de so

ciable.

La SOCIABILIDAD humana, la familia, el compañerismo,... todo esto se refiere al elevado instinto moral que los frenólogos llaman afeccionividad, etc.

MONLAU.

Sólo así se concibe lo que algunos maridos hacen con sus mujeres. Privarlas del trato de las gentes y exigir que tengan SOCIABILIDAD. CASTRO Y SERRANO.

- SOCIABILIDAD: Fil. La sociabilidad, propia de todo lo vivo, pues el sér vivo comienza por hallarse constituído merced á una agrupación de células que mutuamente se condicionan tro del consensus vital, es en el hombre complemento obligado de su propia naturaleza. Tiene ésta tanto de individual como de social (V INDIVIDUO). Dotado el hombre de una receptividad universal, ya que su conciencia es primero la inmediata, la de su propio cuerpo, y, mediante él, un espejo del Universo; unido el individuo á todos los seres é influído por ellos, recibe su acción y la devuelve más o menos modificada para influir á su vez en la vida universal. Es, pues, un agente condicionado y limitado por los demás, y, en cuanto en ellos influye, solidario con todos y colaborador á la vida general. Individual y social, el hombre no halla ni encuentra condición para desarrollar su naturaleza sin este

sus cualidades repulsivas y sus faltas intolerables les dispersan de nuevo. La cortesía y las buenas maneras, y dentro de ellas la mutua tolerancia, designan la distancia media que facilita la vida en común.

Lo sociable es lo homogéneo; lo individual es lo diferente. Ni lo homogéneo es real sino en relación á lo diferente, ni lo diferente se piensa sino en supuesto de lo homogéneo. Lo genérico diferenciado es la realidad completa. Correlativas, mediante el límite, la sociabilidad y la individualidad, la esencia íntima del sér vivo (juntamente individual y social) reside principalmente en su especie (valladar insuperable para

todo egoísmo), y ésta á su vez no existe (existe sólo en el pensamiento como idea, in abstracto) sino en los individuos, obligados por tanto á revelarla más y mejor en todo momento. Cuando el individuo, guiado por una falsa perspectiva, presume de sí y prescinde de todo con un egoísmo brutal, la lógica inmanente en el mundo le hace ver que los intereses de la especie (en tanto que especie) superan á los individuales. Anuncios bien significativos del instinto de la sociabilidad recoge dentro de sí el joven como argumentos de carne en el tránsito á la pubertad (clavo histérico), en el instinto genesiaco ó de la reproducción, y después en el cuidado y conservación de sus descendientes. Si en lo fisiológico, como dice Celso, seminis emissio est partis ani mi jactura, en lo psicológico la vida individual es un préstamo que hace la especie á calidad de devolución. Diferencia y homogeneidad unidas constituyen la individualidad. El sér que cambia más rápidamente sin perder su individuali. dad es el que posee vida más intensa. Con la multiplicidad orgánica se aumenta el sentimiento de la unidad hiperorgánica. Según los naturalistas, los animales superiores, los de organización más complicada, son los que revelan más sociabilidad. Más rica es la individualidad á medida que más variedad revela dentro de su unidad. Sólo existe lo individual dentro de la sociabilidad, en lo vario unido con lo idéntico, porque no se puede ni mentalmente probar la identidad sino eliminando lo vario ante la constancia de lo idéntico. La individualidad más rudimentaria, la del cristal, cadáver de una vida momentánea, tiene una sola manifestación de su vida endurecida La planta se manifiesta en una serie de desenvolvimientos orgánicos en el tiem. po ό en la repetición prolongada de un mismo acto. En el animal se acentúa más la individualidad. Caracteres tan complejos como Cervantes, Espinosa, Goethe, etc., acusan individualidades cada vez más ricas con vínculos sociales juntamente más complejos. Fisiológicamente, el individuo lleva en sí mismo una sociedad: somos muchos en uno; uno en varios. A la colonia de células de nuestro organismo corresponde la legión de impresiones ligadas y unificadas en el yo, y al grupo del yo con otros la sociabilidad (V. J. Izolet, La Cité Moderne, La Metaphisique de la Sociologie).

SOCIABLE (del lat. sociabilis): adj. Naturalmente inclinado á la sociedad ó que tiene disposición para ella.

... es el español SOCIABLE, y amigo de compañía. FR. JUAN DE La Puente.

Con la comodidad de la vida política y soCIABLE ayuntó (Gargoris) el ejercicio de las artes y de la industria; etc.

MARIANA.

SOCIAL (del lat. sociālis): adj. Perteneciente á los socios ó compañeros, aliados ó confederados.

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- SOCIAL (GUERRA): Hist. Se llamó así en la antigüedad: 1.°, la guerra que Rodas, Chíos, Bizancio y otras sostuvieron contra Atenas, desde 359 á 356 a. de Jesucristo. Chabrias fué muerto delante de Chíos; Chares acusó é hizo llamar á Timoteo y á Ificrates, y lo perdió todo por su incapacidad. Los aliados permanecieron independientes. 2. La guerra que los italianos sostuvieron contra Roma porque se les negaba el derecho de ciudadanos (90 antes de J. C.). La mayor parte de los pueblos del antiguo Samnio y de la Italia meridional se levantó para formar una República Itálica que tuviera á Corfinio por capital, con cónsules, pretores y un Senado. Era una verdadera guerra civil. Pompedio Silo, Judacilio, Ignacio y Poncio Telesino fueron los principales jefes. Opúsoles Roma sus mejores generales, Mario, Sila, Quinto Metelo,

Sertorio, Pompeyo Strabo, César, Catón y Carbón. Al cabo de una guerra encarnizada de dos años, el Senado dió á los vencidos, que se sometían, los derechos de ciudadanos romanos, aunque haciéndolos casi ilusorios. Los restos de las fuerzas aliadas se incorporaron más tarde á las de Mario, y fueron exterminados por Sila á su vuelta á Italia (82)

SOCIALISMO (de social): m. Sistema de organización social que supone derivados de la colectividad los derechos individuales, y atribuye al Estado la potestad de modificar las condicio

nes de la vida civil.

Hemos intercalado aquí esta leccioncita de Filosofia,... para mejor apoyar la teoría del matrimonio, y decir de paso cuatro palabras acerca del sOCIALISMO.

MONLAU.

El SOCIALISMO es como cualquiera otra cosa, como una pistola, por ejemplo: cargada, puede matar; vacía, puede servir hasta para juguete de un niño.

CASTRO Y SERRANO.

- SOCIALISMO: Econ. polit. Conmovidos multitud de escritores, pensadores y publicistas por el espectáculo del pauperismo; impulsados unos por aspiraciones generosas; llevados otros por miras interesadas y egoístas, han creído encontrar las causas de la miseria y de todos los males del género humano en la propiedad y la libertad. Unos, renovando las antiguas utopias comunis tas, han predicado la necesidad de abolirla propiedad individual; y otros, contemporizando con lo presente, sin negar la propiedad, la merman y despojan de sus principales elementos, y pretenden encomendar al Estado la dirección total de las fuerzas productivas. Unos y otros son socialistas, aun cuando suele darse sólo este nombre á los segundos y el de comunistas á los primeros. Dase, por consiguiente, la denominación de socialismo á todas las doctrinas que niegan ó limitan el fin la libertad del individuo, por creerlos opuestos á los fines colectivos, y encomiendan al Estado el establecimiento de una organización de la sociedad que sopreponga el elemento común á las aspiraciones individuales, y le defienda contra los ataques del interés privado.

Con objeto de determinar con la extensión posible los problemas de capital importancia que al socialismo se refieren, se expondrán sucesivamente, según tratadistas tan distinguidos como Madrazo, Duarte, Guerín y Canalejas, las diversas formas que aquél reviste, sus expositores y teorías más notables, las doctrinas que constituyen el socialismo de cátedra y el cristiano, y la situación actual ó importancia que al presente alcanza el socialismo en los diversos pueblos.

I Formas que reviste el socialismo. - Como quiera que el mal es una consecuencia de la limitación de la naturaleza humana, el hombre se empeñará en vano en lograr el bien absoluto. Podrá atenuar el mal, mas será siempre impotente para extinguirlo por completo, sin que logre jamás convertir à todos los pobres en ricos y poderosos. Las teorías socialistas difieren mucho entre sí, pero todas convienen en que debe arrancarse al individuo la dirección de las fuerzas productivas y entregarla á la sociedad entera ó sus representantes, la cual tendría también la facultad de distribuir los productos entre los ciudadanos, con sujeción á unas ú otras reglas. Con estas organizaciones la libertad individual desaparece en lo que tiene de más íntimo, y su régimen, instituído al parecer para destruir las desigualdades sociales, produce como consecuencia necesaria la esclavitud, porque cuando los hombres no producen ni consumen sino cuando y como los mandan, podrá haber igualdad, pero será la igualdad del esclavo.

ros é impotentes para hacer que el trabajador sufra por mucho tiempo la pena de los esfuerzos continuos y permanentes de la industria. El holgazán haría pesar el trabajo sobre el laborioso, y nadie sentiría el estímulo eficacísimo de la libertad. Todos ó la mayor parte murmurarían de lo que no hacían voluntariamente, y la disciplina industrial no podría mantenerse sin el empleo de la fuerza, ó lo que es lo mismo, sin la esclavitud. Los hombres dejarían de ser personas para convertirse en máquinas, y el paraíso soñado por algunos socialistas se convertiría en un infierno, en que el látigo y la mordaza serían los únicos móviles de la actividad humana.

Si absurdo es encomendar al Estado la dirección de las fuerzas productivas, no lo es menos hacerle el distribuidor de los productos. ¿Cual sería la base de la distribución? Si lo era la igualdad, además de cometerse una gran injus ticia retribuyendo lo mismo al perezoso que al trabajador, se haría que cada cual procurara echar la carga más penosa sobre su vecino. ¿Se distribuirán los productos dando á cada uno según su capacidad y á cada capacidad según sus obras, como decía Saint-Simón? ¿Y quien hace entonces la calificación? ¿La hará un hombre solo, ó un corto número de ellos? Si los profesores enseñando á muy pocos alumnos se ven perplejos para calificarlos, y están expuestos à numerosas equivocaciones, ¿cómo se calificarán los habitantes de una población numerosa? Si la operación no se encarga á un hombre solo ó un corto número de personas inteligentes, sino a una asamblea, ¿qué calificación se esperará de una multitud de hombres que por sus varias ocupaciones no tienen tiempo ni interés en apreciar acertadamente las aptitudes de los demás? Para obtener la distribución sansimoniana no hay necesidad de su organización artificial ni de su pontífice, porque esa distribución se verifica naturalmente. Servirán de base de la distribución las necesidades de los partícipes? Esta distribución se funda en un principio al surdo que está en contradicción con la conciencia del género humano. Para los fatalistas que le predican, los hombres carecen de la libertad de albedrío, sus acciones son indiferentes, no hay responsabilidad humana, y los premios y las penas no tienen fundamento ni razón de ser. Las diferentes aptitudes, aunque desiguales, son to das igualmente atendibles, y Descartes y Calderón valen lo mismo que el último peón de albañil estúpido y holgazán. Doctrina semejante está en oposición con el sentido común, y contra ella protestarán siempre, como han protestado en todos tiempos, la conciencia de los hombres, las leyes positivas, la religión y la razón universal. Además, ¿quién apreciará debidamente las necesidades? Esta apreciación es todavía mucho más difícil que la de las aptitudes, porque hay más dificultad en graduar las alteraciones de la sensibilidad que los progresos del talento industrial. ¿Y sería posible una sociedad en que se apreciasen indebidamente las necesidades de sus individuos, y se distribuyeran con equivocaciones continuas los medios de satisfacerlas? El infierno sería preferible á una sociedad semejante. Quejas incesantes harían imposible la paz y el orden. El socialismo, que condena la propiedad porque da ocasión al robo, el hurto y la estafa, ¿podría impedir los continuos ataques de los que quisieran arrebatar á los demás lo adjudicado indebidamente por la comunidad Si en la familia unida por el vínculo del amor hay tantos motivos de envidia entre los hermanos, ¿qué sucedería en una reunión numerosa conpuesta de personas extrañas? Ni aunque se redujera al mayor número á la esclavitud sería posible impedir las insurrecciones contra un ré gimen tan injusto y arbitrario El socialismo, que en último término será siempre el comu nismo, porque quitar al propietario la libre disposición de los productos de su trabajo es matar la propiedad, supone gobiernos imposibles, y destruye la libertad, la familia, la iniciativa industrial y los móviles más poderosos del trabajo.

Si el Estado tuviera á su cargo la dirección de las fuerzas productivas, cada localidad ocuparía en la obra industrial el puesto designado, sus habitantes perderían el derecho de elegir profesión, y el de determinar el objeto, la forma, el tiempo y el lugar del trabajo, y todo se subordinaría á las necesidades comunes, prescindiendo Hay socialistas que sin predicar la abolición completamente de los gustos y aptitudes de los de la propiedad individual quieren despojarla individuos. Con la desaparición de la libertad de sus principales elementos, unos confiriendo desaparecería también el interés personal, móvil desde luego al Estado el derecho de dirigir todas el más eficaz del trabajo humano. En vano se las fuerzas productivas de la sociedad, y otros ha pretendido sustituirle con la atracción de la que, sin destruir las industrias individuales, las novedad, la intriga y el entusiasmo. Estos mó- hacen imposibles por medio del derecho al traviles, eficaces en un momento dado, son pasaje-bajo. Unos y otros conducen la sociedad al co

munismo: los primeros directamente, y los segundos de un modo indirecto. Aquéllos pretenden destruir por un decreto la organización existente de la industria y la sociedad; éstos por medio del impuesto. Los que aspiran á dar desde luego al Estado la dirección de todas las fuerzas productivas, despojan al propietario de la tierra del derecho de utilizarla, al capitalista del de emplear su capital, y al trabajador de determinar el objeto, la forma, el tiempo y las condiciones de su trabajo. La comunidad, es decir, el Estado, es administrador del capital y propiedades de todos, director de los trabajos, distribuidor de los productos y ordenador de los gastos.

Las formas determinantes de las atribuciones del Estado en estos organismos artificiales, son tan varias como los extravagantes conceptos de sus autores. En unos sistemas se da participación al talento en el reparto de los productos; en otros se le niega; en unos se admite la propiedad de la tierra y en otros no; en unos se reconocen la posesión y el arrendamiento, y en otros uno solo de estos derechos; en unos se admite la herencia de un modo absoluto; en otros condicionalmente, y en otros queda proscrita; en unos el poder directivo se confiere á la mayoría de la sociedad; en otros á los más capaces, y en algunos á un pontífice supremo; en unos la distribución se hace entre los socios por igual, dando además una pequeña parte al capitalista; en otros según los méritos y servicios, y en varios según las necesidades de cada ciudadano; en unos tienen grandísima importancia la Ciencia y el Arte; en otros ninguna, y en muchos la instrucción y el gusto artístico se consideran como dones funestos, origen de desigualdad, opresión y despotismo.

Saint-Simón quería que la sociedad se organizara jerárquicamente según los talentos industriales de los asociados, y se diese la distribución de la riqueza á cada uno según su capacidad y á cada capacidad según sus obras. El jefe de esta sociedad jerárquica, sin llamarse señor de vidas y haciendas, sería el regulador de los actos de los ciudadanos, determinando su manera de trabajar y vivir. Fourier aspiraba á convertir la sociedad, dividida en series y grupos, en magníficas orquestas en que los hombres vivirían en armónico acuerdo, movidos por pasiones impulsivas y atractivas. Los productos se distribuirían en 12 partes, de las cuales percibirían: el talento tres, el capital cuatro y el trabajo cinco. Estos orga nismos, sin ser francamente comunistas, lo son en realidad. Todo conspira en ellos contra el derecho de propiedad individual, porque el propietario no posee ni administra, y sólo percibe una pequeña parte de las utilidades, con muchas y onerosas limitaciones. La pendiente de estos sistemas al comunismo es rápida, y, por más que sus autores han protestado de su anior á la propiedad, la lógica ha conducido á sus discípulos a abolirla.

Las teorías socialistas que transigen con la propiedad tienen todos los inconvenientes del comunismo, más los de la transición á él, y los que produce la imaginación cuando se pretende convertir en real lo puramente fantástico. Como el comunismo, matan la libertad individual, impiden los ahorros, esterilizan los más importantes descubrimientos, producen desórdenes y perturbaciones sociales y hacen difíciles ó imposibles los placeres de la familia. Algunos de estos sistemas son encantadores poemas en que aparece la vida pintada con los más bellos y risueños colores. Nada falta en ellos para halagar los sentidos, recrear los ánimos y satisfacer las necesidades de la fantasía; los habitantes de un falansterio no envidiarían los Campos Elíseos del gentilismo ni el Paraíso de Mahoma.

Entre las escuelas socialistas que quieren llegar por rodeos y medios indirectos al comunismo, bello ideal de sus aspiraciones, la más numerosa es la que se contenta con la declaración y establecimiento del derecho al trabajo. Dadme el derecho al trabajo, decía un elocuente escritor, yos abandono la propiedad.

Esta escuela ha creído que, sin producir una perturbación inmediata en los pueblos, podría realizar su deseo partiendo de lo existente, mɔ. dificándolo y descubriéndolo. Según ella, el derecho al trabajo, ó lo que es lo mismo, el derecho á exigir del Estado que dé ocupación á los que lo necesitan y desean trabajar, se funda, no sólo en el derecho, sino también en el deber que

TOMO XIX

el hombre tiene de poner en acción sus facultades. El trabajo es una condición necesaria del mejoramiento humano en todas las esferas de nuestra actividad, y estamos obligados moral y jurídicamente á trabajar para cumplir los fines de la vida. Este deber no puede, sin embargo, cumplirse por el trabajador, cuando no encuentra ocupación, á pesar de su deseo de encontrarla; entonces, dicen los socialistas, la sociedad debe venir en su auxilio, y el Estado que la represen ta hacer posible el trabajo. La obligación del Estado supone el derecho correlativo del individuo para exigir su cumplimiento. Este derecho, necesario para el que lo ejercita, es, dicen los socialistas, útil á la sociedad entera, porque la producción se aumenta y la educación y el bienestar se difunden. Por él se moralizan los pueblos, se disminuyen las causas de la ociosidad, fuente copiosa de vicios y crímenes, y se hace más general el progreso intelectual, moral y es tético. Los hombres, trabajando por derecho propio, fortalecen el sentimiento de su dignidad y tienen más estímulo para hacer el bien común. El trabajador no es víctima ni ludibrio de los empresarios y capitalistas; la concurrencia no le reduce á la miseria, y cesan para siempre las inquietudes y alarmas que le atormentan incesantemente. Queda suprimida la limosna, que degrada y envilece al pobre, y no existe la mendicidad, que da ocasión á tantos males.

Pero ¿existe el derecho al trabajo? ¿Es lo mismo que el derecho de trabajar? ¿Es como éste una condición de la existencia y mejoramiento hu manos, indispensable para el cumplimiento de nuestro destino? No; entre el derecho de trabajar y el llamado derecho al trabajo, hay diferencias esenciales que nos hacen reconocer y respetar el primero y nos obligan á negar el segundo. El derecho de trabajar supone sólo una obligación general negativa, en cuya virtud nadie puede, en justicia, violarle ni ponerle obstáculos, y el derecho al trabajo supone la obligación positiva que tendría el Estado de suministrar al trabajador medios de trabajar. El deber negativo de todos los hombres puede cumplirse sin lesionar el derecho de nadie, y la obligación positiva del Estado supone recursos cuya obtención limita y lastima el derecho de propiedad. Además, el derecho de trabajar es una condición necesaria para que el hombre viva y sea mejor, y el derecho al trabajo no, porque las huelgas forzosas no producen necesariamente la muerte del trabajador, sean permanentes ó pasajeras. En éstas la caridad no deja morir de hambre á los pobres, y en aquellas el trabajador que no halla trabajo en su país debe buscarlo en otro.

hacer el trabajo desagradable primero ó insopor table después. Los talleres nacionales de París de 1848 son un terrible ejemplo de lo que serán siempre los de muchos trabajadores reunidos con el carácter de funcionarios públicos por derecho propio.

Las funestas consecuencias del derecho al trabajo, que al principio se sentirían sólo por los contribuyentes despojados de su propiedad, no tardarían en sentirse por los consumidores, obligados á pagar precios más altos, y por los trabajadores mismos, á quienes llegaría a faltar el capital, mermado por su indolencia y gastos impru dentes. Entonces llorarían amargamente el término de sus locuras, y se lamentarían en vano por la pérdida del capital que consumieron ó que hicieron emigrar á un país en que se respetase el derecho y se amase el trabajo Estos resultados, no sólo serían consecuencia de la indolencia de los trabajadores, sino también de la mala dirección de las fuerzas productoras encomendadas al Estado por el derecho al trabajo. ¿Dirigirían los Ministros las operaciones agrícolas y mercatiles? ¿Las dirigirían los gobernadores y alcaldes bajo la dependencia del gobierno? ¡Pobre industria y pobre producción dirigidas de esa manera! Es posible reunir en esas personas, por muy inteligentes que sean, los conocimientos y la experiencia que supone la dirección acertada de todas las industrias? ¿Es posible en ellas ese discernimiento necesario para apreciar la aptitud especial de cada uno de los trabajadores y para distribuirlos convenientemente encomendandoles la tarea de que son capaces? Es posible que conozcan todos los pormenores de la industria, tan numerosos, variables y desiguales? ¿Es posible reunir en tantas personas, á los conocimientos teóricos y prácticos indispensables, la prudencia y el tacto exquisitos que se necesitan para no establecer preferencias indebidas entre los trabajores é impedir sus desavenencias y contiendas? Estas contiendas, por otra parte, serían inevitables, cualesquiera que fuesen las dotes de gobierno de los directores. Son la consecuencia necesaria de las agrupaciones de personas ignorantes, en que siendo comunes la intolerancia, el fanatismo y la aspiración á ideales imposibles, se desconocen la importancia del cumplimiento de los deberes sociales y la necesidad de respetar la autoridad. Estas desavenencias no serían, sin embargo, el mal más grave; aleccionadas las muchedumbres por perniciosas enseñanzas, y contentándose difícilmente con la vida modesta del taller, se concertarían é insurreccionarían para producir te rribles perturbaciones y renovar las escenas que ensangrentaron en 1848 las calles de París.

No hay derecho contra derecho; por eso no El derecho al trabajo sería además una iniquipuede serlo el supuesto derecho al trabajo, in- dad incalificable si el Estado daba ocupación á compatible con el de propiedad. Son imcompati. unos y se la negaba á otros. Pero es posible bles y contradictorios, porque el derecho al tra- dársela á todos con la condición exigida por la bajo supone un capital público que el Estado capacidad de cada uno? El Estado, luchando con tendría que acumular por medio del impuesto, ó inmensas dificultades, podría establecer fábricas lo que es lo mismo, arrancando sus propiedades de hilados y tejidos, obras de construcción y otros á los particulares. Ese capital crecería con tan trabajos análogos; įmas le sería posible dar trafunesto derecho como una bola de nieve, y llega- bajo lo mismo á los obreros, á los artistas, aboría á ser una exposición general, porque los obre-gados, médicos, doradores, plateros y otros cons ros todos abandonarían más tarde o más temprano las empresas individuales, y sería necesaria, para darles ocupación, la riqueza total de la sociedad. La contribución, que empezaría por un pequeño sacrificio, subiría como la espuma hasta absorber toda la materia imponible. Este hecho tendría que verificarse necesariamente, porque los trabajadores, alentados por sus compañeros con la esperanza de hacer menos penoso su trabajo, se inscribirían en las lislas de los retribuídos por la Administración, y preferirían el servicio público, menos vigilado y más retribuído que el privado, á depender de la voluntad incierta de

un amo.

tructores de artículos de lujo? ¿Obligaría á los que se distinguieran por la delicadeza y flexibilidad de sus manos á que ejecutasen trabajos groseros, á los débiles á que hiciesen obras de fuerza y á los poetas y á los músicos á que removiesen la tierra en una carreta? La justicia y el interés común exigen que todos trabajen, pero libremente en su esfera propia y en la medida de sus fuerzas y aptitudes.

Reglamentarismo. - En los tiempos antiguos, el Estado, cualesquiera que fuesen las formas de gobierno, se creía omnipotente y superior á todas las leyes. Quod principi placet, legis habet vigorem. De aquí nació la idea del dominio emiReconocer el derecho á exigir una ocupación nente, en cuya virtud las propiedades particulasería esterilizar el trabajo, ó, por lo menos, dismi- res estaban á disposición del soberano, el cual nuir su eficacia, porque reunidos los trabajadores podía limitarlas, darles la forma que creía más en vastos talleres trabajarían lo menos posible. conveniente ó destruirlas en provecho público. La vigilancia administrativa, que siempre es poco Los legisladores, en virtud de este derecho, proeficaz, sería difícil y peligrosa en las fábricas na- mulgaron leyes suntuarias, determinaron el ebcionales; peligrosa, porque los directores y so-jeto y forma del trabajo, establecieron numerobrestantes correrían el riesgo de incurrir en los efectos del enojo de los holgazanes; y difícil, porque no pudiendo haber un vigilante en cada pequeño grupo, mientras se fijase la atención en uno no podrían vigilarse los demás y se suspenderían los trabajos. La indolencia inevita ble de unos se comunicaría á los otros, y el amor á la holganza, que es contagioso, llegaría á

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sas servidumbres legales, amortizaron la propiedad inmueble, fijaron el precio de las cosas y limitaron de mil maneras diversas los derechos de los propietarios. El conjunto de las reglas con que el Estado ha entorpecido la acción industrial de los individuos, y lesionado sus derechos naturales, ha recibido en los tiempos modernos el nombre de reglamentarismo.

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La intervención del Estado en la vida industrial de los pueblos y en el ejercicio del derecho de propiedad, es legítima y conveniente cuando se limita á poner de acuerdo los derechos del individuo y los de la sociedad. Negar en absoluto esa intervención es violar los derechos de la sociedad, tan respetables como los del individuo, y poner obstáculos, no sólo á los progresos de las fuerzas sociales, sino también al desenvolvi miento de las facultades individuales. La sociedad y el individuo son inseparables, y no se puede atentar contra aquélla sin atentar contra este, ni perjudicar á éste sin perjudicar á aquélla. Con individuos ignorantes, groseros, viciosos y pobres no es posible una sociedad respetable y próspera, y con una sociedad opresora, inquieta y turbulenta no hay que esperar industrias individuales florecientes. Pero tan injustificable como es la negación de los derechos de la sociedad lo es el reconocimiento de los que no la pertenecen. El individuo tieno derechos naturales que necesita ejercitar libremente para existir, ser mejor, y cumplir los fines de la vida La sociedad que los viola ó limita contra razón y justicia ejerce los suyos con daño de sí misma, y destruyendo á los individuos comete un verdadero suicidio.

inmediatamente sin interrumpirse la produc ción. Este escrito atrajo persecuciones á su antor, mas no le hicieron desistir de su intento. En 1821 publicó el Sistema industrial; en 1821 otro libro continuación del anterior; en 1823 el Catecismo de los industriales, y en 1825 Opiniones literarias, filosóficas é industriales y el Nuevo Cristianismo.

armonismo fuera posible y llegara á realizarse,
la armonía desaparecería pronto, y cada una de
las fuerzas asociadas tornaría á recobrar su modo
propio y exclusivo de ser y desenvolverse. El
hombre ama apasionadamente su libertad, y se
somete por poco tiempo á los mandatos de otro
cuando es libre para no obedecerlos. Ama tam-
bién la propiedad completa de los productos de
su trabajo, y sólo con repugnancia puede estar El principio capital de la doctrina sansimo.
conforme en constituir con ellos una propiedad niana está expresado en su célebre fórmula: á
colectiva. Además, en la asociación integral se cada uno según su capacidad, á cada capacidad
produciría mucho menos que en las sociedades según sus obras. Para realizar esta distribución
actuales, porque el interés común es menos de trabajos y utilidades, Saint-Simón quería or-
enérgico que el individual, y la dirección colec-ganizar la sociedad jerárquicamente según el
tiva es necesariamente floja, inoportuna y des- grado de las capacidades, y colocar á la cabeza
acertada. La prueba de esta verdad la encontra- de la jerarquía á un pontífice supremo que sería
mos en el curso natural de los hechos económi- el más capaz. Sobradamente hemos rebatido an-
cos que se suceden libremente en la actualidad. teriormente tan absurdo sistema, que fué exage
Los capitalistas y obreros se asocian todos los rado por los discípulos de Saint-Simón, decla-
días para la realización de diferentes empresas, rándose enemigos de la herencia y partidarios
pero no se les ocurre el pensamiento de asociarse del amor libre. Sin ser comunistas francos, pues-
integralmente con la extensión y en la forma to que conservaban la propiedad y reconocían
que proclaman los armonistas. Si tal proyecto la necesidad de las desigualdades sociales, con-
se les propusiese y aconsejase, le recibirían como ducían la sociedad lógicamente y de un modo
nacido en una imaginaaión enferma y se compa- necesario al comunismo con sus opiniones sobre
decerían de sus autores.
la familia, el derecho hereditario y la distribu
ción de los trabajos y retribuciones por el Esta-
do. A pesar de estos delirios, los sansimonianos
contaron en sus filas á hombres muy ilustrados
y distinguidos y ejercieron gran influencia en
Francia después de la revolución de 1830. Sus
ataques á la organización social existente, y las
impurezas de la calle de Monsigny, excitaron los
recelos de la autoridad y produjeron la disolu-
ción de sus reuniones y la persecución judicial.
El ensayo que hicieron de sus teorías en Menil-
montán tuvo un éxito tan desgraciado como era
de esperar de tan funesta aberración. Entre los
discípulos de Saint-Simón han llamado la aten-
ción por su entusiasmo Olindo Rodríguez, En-
fantín, Bazard y Decourdemanche.

Por eso el socialismo y el reglamentarismo son absurdos: el primero porque absorbe al individuo en la sociedad, y el segundo porque concede á ésta derechos que no tiene y niega á aquél los que le corresponden por su naturaleza. El regla.gica mentarismo no es el socialismo, pero puede considerarse como su origen y razón de ser, porque concediendo al Estado el derecho de limitar indefinidamente la acción industrial le ha concedido de un modo tácito el de dirigirla, como pretenden los socialistas. No es tampoco enemigo sistemático de la propiedad como los comunistas; pero en virtud del dominio eminente, superior á los dominios particulares, ha limitado á su antojo y ha violado con frecuencia los derechos de los propietarios, confiscando sus bienes por los motivos más livianos.

El armonismo, predicado por algunos escritores que aspiran á establecer la asociación integral de los trabajos y capitales por la libre voluntad de sus propietarios, no es propiamente el socialismo, pero tiene con él estrechas afinidades, y puede considerarse como su base filosófica, ya que no como su punto de partida histórico.

Las leyes universales del trabajo son armónicas, porque el cumplimiento de unas facilita el conocimiento de las demás, y no es posible negar cualquiera de ellas sin hacer por lo menos dudosa la verdad de las otras. Ciertos escritores, sin embargo, afirman que el régimen industrial de las sociedades actuales lo es de abstracción y aislamiento, en que están rotos los vínculos sociales, y no hay en las fuerzas productivas la convergencia necesaria para el cumplimiento de los fines humanos. Hay, según ellos, necesidad de establecer la debila relación entre el capital y el trabajo, fundando sobre bases racionales el organismo económico en armonía con el Estado y los demás organismos humanos. Estas bases han de ser la asociación industrial y la propiedad colectiva, ideal á que la humanidad debe dirigir sus esfuerzos con completa libertad de acción. Todos los hombres deben contribuir á formar esta vasta asociación con su capital y su trabajo, recibiendo por retribución un dividendo correspondiente á su concurso en la producción común. La moral ha de ser la reguladora de la adquisición y distribución de la propiedad. Esta, sin embargo, según los armonistas, se funda en las necesidades humanas.

El armonismo, que tiene la pretensión de poner de acuerdo el orden y la libertad, el socialismo y el individualismo, no es, en realidad, más que la aspiración á un socialismo imposible. La libertad no puede producir la asociación integral de las fuerzas productoras, ni la propiedad colectiva. Los hombres deben asociarse y se asocian pare fines determinados, pero no para constituir una sociedad permanente en que, sometiéndose á una mayoría mudable y caprichosa, pierdan para siempre su libertad de acción. Podrán también asociar sus bienes en una empresa industrial, mas no renunciar á lo exclusivamente propio para hacerlo perpetuamente de la sociedad entera. La asociación, la propiedad y la libertad individuales deben estar y están, por su naturaleza, en armonía, pero no lo estarán nunca en un armonismo irrealizable y contradictorio. Si este

La asociación de todas las fuerzas productivas y la propiedad colectiva no se establecerán nunca libremente, porque la libertad es individualista por naturaleza é incompatible con las asociaciones integrales y perpetuas. Por eso la lóde los hechos ha convertido necesariamente el armonismo y el colectivismo libres en forzosos y legales. La Asociación Internacional de Trabajadores establece también, como los filósofos armonistas, el capital colectivo, pero no formado voluntariamente, sino por la liquidación social, y la expropiación forzosa de todos los propietarios actuales en favor de los trabajadores. Los internacionalistas aspiran, como han manifestado en sus congresos, á la abolición de la herencia y á hacer comunes las tierras, las minas, las substancias naturales y los instrumentos del trabajo, ó lo que es lo mismo, los capitales y todo lo que sirve para la producción, creyendo que todos los medios son legítimos para realizar sus aspiraciones, como lo prueban los incendios de París y los gritos desgarradores de las víctimas que en 1871 ensangrentaron la capital de Francia.

II Socialistas notables y sus teorías. - Hay socialistas que, sin predicar la abolición de la propiedad individual, quieren despojarla de sus principales elementos. Hecha en el respectivo lugar del DICCIONARIO la exposición de las doctrinas comunistas y sus representantes, corresponde hacer aquí la de los socialistas, de los cuales unos pretenden conferir desde luego al Estado el derecho de dirigir todas las fuerzas productivas de la sociedad, y otros quieren hacer imposibles las industrias individuales por medio del derecho al trabajo. Se han distinguido entre los primeros Saint-Simón y Fourier, y entre los segundos Luis Blanc.

El conde de Saint-Simón nació en 1760 y murió en 1825. Nacido en elevada cuna, fué educado con esmero y llegó á poseer una gran fortuna. Después de muchas y extrañas vicisitudes quedó sunido en la más completa indigencia, tanto por sus locuras, como por sus sacrificios para realizar el plan de una nueva organización social. Con este propósito publicó en 1802 una Carta de un habitante de Ginebra á sus contemporáneos; en 1807 su Introducción á los trabajos científicos del siglo XIX; en 1814 su Reorganización de la sociedad europea, y en 1819 La Industria. Estos escritos tuvieron escasa aceptación, y hubieran caído en el olvido, si en el mismo año de 1819 no hubiese publicado la primera entrega de El Organizador, que contiene su cé lebre Parábola. En ella decía, que si desapareciesen súbitamente en Francia sus 50 primeros químicos, sus 50 principales pintores, arquitectos, médicos, en una palabra, sus 30 000 principales artistas, sabios y artesanos, se necesitaría una generación entera para reparar tan lamentable pérdida; pero si conservándose estos hombres de talento muriesen los individuos de la familia de Luis XVIII, los Ministros, los grandes dignatarios, los mariscales, los cardenales, arzobispos, obispos, vicarios generales y canónigos, los magistrados, los prefectos y subprefec. tos, los empleados de los Ministerios, y los 10000 propietarios más ricos, estas pérdidas, aunque producirían una gran pena, podrían repararse

Fourier nació en 1772 y murió en 1837. Sus escritos revelan una orignalidad superior á la de los demás socialistas contemporáneos, mas sus fantásticas concepciones no son menos falsas ni absurdas. Publicó en 1800 su Teoría de los cua tro movimientos; en 1822 La asociación domésti ca y agrícola; en 1829 El nuevo mundo industrial; en 1831 una crítica de Owen y Saint-Simón; en 1832 El Falansterio ó la reforma industrial, y en 1835-36 La falsa industria. En estas obras Fourier proclama como fin del hombre la felicidad, que consiste en satisfacer las pasiones. Según, él los hombres deben seguir sus inclinaciones naturales y prescindir de las reglas arbitrarias de lo que se llama deber. Si siguiendo aquéllas resultan hoy efectos subversi vos, es porque la sociedad está mal organizada. El problema social se resuelve hallando una forma en que todas las atracciones y pasiones estén plenamente satisfechas. Las pasiones son doce: cinco de los sentidos, que excitan el lujo interno y externo; cuatro afectivas, la amistad, la ambición, el amor y el familismo que forman los gru. pos humanos; y tres distributivas ó mecanizan. tes, la cabalista ó amor á la intriga, la mariposa ó amor á la variedad, y la composita ó entu siasmo. La combinación de todas las pasiones forma el unitismo ó amor universal.

Para conseguir que las pasiones produzcan la riqueza y el bienestar se organizará la sociedad del modo siguiente: los trabajadores se organizarán por falanges compuestas de 1 800 personas, poco más o menos, de ambos sexos y de todas clases. Cada falange, organizada por series y grupos, explotará en común una legua cuadrada de terreno. Las series, que serán numerosas, se compondrán de grupos de siete individuos por lo menos, empleados en trabajos análogos. Estos no se harán monótonos por una larga duración. La vida será común. La habitación que ocupará cada falange será un vasto edificio, falansterio, agradable y cómodo, en que puedan combinarse las diferentes clases de industria manufacturera, Se producirá y economizará mucho, y habrá lo bastante para satisfacer el deseo de la comodi. dad y del lujo. El producto total se distribuirá, dando cuatro duodécimas partes al capital, cinco al trabajo y tres al talento. Cada asociado puede ser partícipe por uno, dos ó tres concep tos, y á todos los socios se les garantizará un producto mínimo. Se suprime el cambio interior. Cada una de las falanges se dedicará á la producción para que sea más apta, y cambiará sus productos con otras. El resultado de estas

combinaciones será la armonía universal. Los grupos y las series se organizarán simétricamente con dos alas y un centro; los extremos rivali zarán entre sí, y el centro los pondrá en armonía. La organización social ha de ser integral, de modo que todas las ruedas de este movimiento, impulsado por las pasiones, estén siempre en actividad y no haya ninguna pasión que deje de satisfacerse. Fourier cree indispensables las desigualdades humanas, porque el régimen societario que él propone es tan incompatible con la igualdad de fortunas como con la uniformidad de caracteres.

El sistema societario de Fourier claudica por la base; porque aunque la ociosidad hace la infelicidad del que vive habitualmente en ella, no por eso el trabajo es atractivo. La experiencia nos dice que siempre que está impuesto por la necesidad es penoso é ingrato, sin que haya medios de hacerle agradable. Las pasiones puestas en acción son ineficaces para conseguirlo; porque aunque se lograra ponerlas en acuerdo armónico, no se conseguiría que el hombre trabajase tanto como la producción exige. La satisfacción de los sentidos, lejos de excitarle al trabajo, produce con frecuencia el efecto opuesto; las pasiones afectivas lo mismo pueden ser impulsivas que repulsivas, y las mecanizantes no ejercerían un influjo permanente, porque la cabalística supone como general lo que es especial, la inconstante mariposa haría imposible la división del trabajo, y la composita sería impotente para mover á la mayor parte de los hombres. Fourier olvida además una pasión importante: la pereza, y sin embargo es de las influyentes en la vida humana. Por otra parte, el acuerdo armónico de todas las pasiones, que supone el régimen societario, y que se considera como su condición necesaria, es un sueño delicioso que Fourier afirma, pero que no prueba. Esta teoría admite la propiedad individual, mas de tal manera organiza ei trabajo y desvirtúa y desnaturaliza los derechos del propietario que, si se pudiera realizar por mucho tiempo, el término sería la absorción completa de todas las fuerzas productivas por la sociedad, ólo que es lo mismo, el comunismo.

A pesar de no ser la doctrina de Fourier más que una serie de hipótesis y de concepciones fantásticas, desnudas de pruebas y demostraciones, ha tenido numerosos partidarios, y se han empleado algunos capitales en hacer ensayos, que como era natural y forzoso han tenido un éxito desgraciado. Antes de 1822 Fourier tuvo un solo discípulo, Just Muirón; después reunió algunos, y en 1825 se formó una escuela furierista, que fué aumentándose y llegó á ser muy numerosa en Francia y otras naciones de Europa y América. Los más notables de sus sectarios, además de Muirón, han sido Cantagrel, Forest, Hennequín, Paget, V. Considerant, madama Clarisa Vigoureux, Lemoine, Berbrugger, Harelle, Ch. Pellarín, Bompery y Biancourt, y en España Sixto Cámara.

Luis Blanc, comunista de corazón, no queriendo luchar de frente con la sociedad ni promover una transformación radical en la organización existente, pretende llegar por medio del derecho á la igualdad absoluta y á la comunidad de bienes. Su pensamiento está desenvuelto en el libro Organización del trabajo, y en los discursos que pronunció en el Luxemburgo después de la revolución francesa de 1848. El hombre, según él, no es responsable de sus faltas, sino las instituciones sociales. Los vicios y los crímenes no tienen más causa que la miseria producida por la concurrencia y el individualismo. Con esta palabra ha querido disfrazar su odio á la propiedad individual, como es fácil colegir de sus ataques apasionados contra el orden actual de las sociedades. Luis Blanc quiere que el gobierno, investido de una gran fuerza, sea el regulador supremo de la producción, y establezca, con capitales recibidos á préstamo, talleres nacionales en los ramos más importantes de la industria. Esta producción del Estado hará una concu rrencia mortífera á la industria particular, hasta concluir con ella y absorberla. Los capitalistas que entreguen sus riquezas á los talleres percibirán el interés legal sin participar de las ganancias. Todos los talleres de una misma industria, extendidos por el país, estarán asociados entre sí y unidos como sucursales de un taller central. Todas las industrias se asociarán de la misma manera. Los jefes de taller serán elegidos por los trabajadores y dirigirán los traba

jos bajo la vigilancia del Estado. Los salarios serán iguales. La Agricultura estará sometida al mismo régimen que los talleres. Quedarán abolidas las sucesiones colaterales, y los bienes vacantes serán comunes é inalienables.

El sistema de Luis Blanc, aunque aparentemente respeta la propiedad y la familia, condude una manera lógica y necesaria al comunismo por la absorción de las tierras y capitales en provecho de la comunidad, por la igualdad de los salarios, por la recomendación de la vida común y por el poder concedido al Estado de dirigir los trabajos y de disponer de las cosas y personas. Esta concepción, dice Lamartine, consiste en apoderarse á nombre del Estado de la propiedad y de la soberanía de las industrias y del trabajo; en despojar á los ciudadanos del derecho de poseer, comprar, vender y consumir; en crear y distribuir arbitrariamente los productos; en fijar precios máximos y en determinar los salarios, y en sustituir en todo el Estado, propietario é industrial, á los ciudadanos desposeídos. Anteriormente se ha hecho el examen crítico del derecho al trabajo y de los inconvenientes de la organización forzosa legal. La doctrina de Blanc es, de los sistemas socialistas, la que ha tenido mayor número de defensores, sin duda porque su aplicación inmediata era la que menos perturbaciones producía en el orden social existente. Se conocieron, sin embargo, pronto sus tendencias, y los capitalistas y propietarios opusieron enérgica resistencia a las declaraciones del derecho al trabajo. Desde entonces la lucha no se ha mantenido sólo en la esfera de los principios, sino también en la de los hechos.

Dadme el derecho al trabajo, decía Proudhon, y os abandono la propiedad. Este escritor funesto por su elocuencia y por la fuerza dialéctica de sus errores, es uno de los que más influencia han ejercido sobre las masas obreras. Proudhon publicó en 1848 una Memoria con el título de ¿Qué es la propiedad? A esta pregunta contestó: La propiedad es un robo Esta definición, con que tanto se ha envanecido este escritor, no es original: sesenta años antes había dicho lo mismo Brissot de Warville. Proudhon dice que la propiedad no es justa, porque la justicia es la igualdad y la propiedad contradice el derecho de todos los hombres á la ocupación de las cosas, y el que tienen á vivir trabajando por medio de los instrumentos indispensables para el trabajo. Por eso sostiene que el derecho al trabajo es la negación de la propiedad. Afirma también que esto es imposible, porque por ella la producción cuesta más de lo que vale y la sociedad se devora á sí misma. Conviene con otros socialistas en que los salarios deben ser iguales, porque todas las funciones industriales, aunque varias, son equivalentes. Combate la renta de la tierra, el alquiler y el interés de los préstamos, que considera como causa de rapiñas y extorsiones.

De los asertos precedentes se colegirá quizá que este encarnizado enemigo de la propiedad es comunista; nada nienos que eso. El comunismo, según él, está condenado por el sentido común. Pues entonces, ¿qué se sustituye á la propiedad? El espíritu humano, dice, procede, según Kant y Hegel, formando sucesivamente una idea positiva, la tesis; luego una idea contraria, la antítesis; y por último una idea supérior que concilia á todas, la síntesis. La propiedad es la tesis, el comunismo la antítesis, y la libertad la síntesis. De este modo Proudhon reemplaza á la propiedad con la posesión, que no tiene sus inconvenientes, porque excluye la renta y la usura, ni tampoco los del comunismo, porque es individual. Cada uno trabajará con derecho propio por medio de las tierras é instrumentos que se pondrán á su disposición vitaliciamente y volverán á su muerte á la masa común. El Estado, único propietario, dispondrá de todos los bienes. La pose sión será hereditaria y se capitalizará por medio del ahorro; sin embargo, la abolición de la propiedad será el reino de la igualdad. Y ¿qué forma tendrá el Estado? Proudhon responde: «Ninguna; la anarquía, porque en ella la libertad es esencialmente organizadora. » De lo expuesto se deduce que la fórmula social de este insensato era posesión, igualdad absoluta y anarquía. En 1814 publicó su célebre libro De la creación del orden en la humanidad. Todos creyeron que después de tantas negaciones y demoliciones presentaría Proudhon algún nuevo plan de organización social; mas no hizo otra cosa que repetir sus declamaciones y la de Morus y otros comunistas con

tra la propiedad, y en vez de crear el orden produjo el desorden, como dice Sudre.

La obra más importante de Proudhon fué su Sistema de las contradicciones económicas ó filosofia de la miseria, publicada en 1846. En ella combate alternativamente el comunismo en todas sus formas, y la propiedad. Para Proudhón el socialismo es una logomaquia y el último sueño de una crápula delirante, Palet un soñador, Luis Blanc un hermafrodita y Fourier un visionario; <no se puede, dice, formar idea de cuánta imbecilidad é infamia encierra el sistema falansteriano.» El derecho al trabajo es funesto y absurdo; la distribución del crédito por el Estado la muerte del capital y la esterilidad del ahorro, y el impuesto progresivo una denegación de justicia, una prohibición de producir y una confisca ción. Todos los sistemas socialistas, según Proudhón, son formas hipócritas del comunismo, que es la atonía social y una uniformidad estúpida. Persiste, sin embargo, en afirmar que la propiedad es inmoral é inicua y fuente de todos los males sociales. De esa manera ese hombre, tan independiente de los demás, esclavo de la dialéctica de Hégel, destruye la propiedad y la negación de la propiedad, la tesis y la antítesis, y se esfuerza en vano por hallar una síntesis imposible. Se concibe ésta si en aquéllas no hubiera más que oposición sin contradiccióu; pero Prou. dhón las contradice y anula, y sobre la nada no puede fundarse nada. El término de esas doctrinas negativas tiene que ser lógica y necesaria. mente el escepticismo.

En su última obra, Teoría de la propiedad, Proudhon abandona la dialéctica de Hégel y reconoce que sirve más para obscurecer la verdad que para ilustrarla. Abandona también la posesión, porque recuerda una institución odiosa, pero dice que no se retracta, porque la propiedad es un robo inmoral, en una palabra, la religión de la fuerza; no obstante, aunque inicua en su origen, la legitiman sus fines. El fin justifica los medios Sancta sanctis Necesita, no obstante, para cumplirlos, que la propiedad esté equili brada por garantías sociales; entonces será una

propiedad transformada, humanizada y purificada, no el antiguo dominio quiritario, ni tampoco una posesión otorgada, precaria, provisional, tributaria y subordinada.» Esta obra, por más que su autor diga lo contrario, es una retractación en una gran parte, y en otra no pequeña una continuación de sus errores socialistas y comunistas.

Proudhon fué un hombre tan notable por su elocuencia y vigorosa dialéctica como por sus contradicciones y errores; sarcástico y hasta bru. tal en sus ataques, combatió lo mismo á los socialistas que los economistas; llamó avaros y vampiros á los ricos; se desató en injurias contra los pobres; profesó en Religión, en Metafísica, en Lógica y en Moral las doctrinas más extravagantes y absurdas, y aunque se declaró enemigo del comunismo contribuyó desgraciadamente, más que ningún otro escritor, á la propagación de la doctrina comunista.

Pedro Lerroux no ha ejercido sobre las masas tanta influencia como Proudhón, si bien ha adquirido una gran celebridad por sus numerosas obras y fantásticas y extrañas concepciones. En 1831, siendo sansimoniano, se separó de la escuela por no ser cómplice de sus impurezas. Después ha escrito varios libros; pero su obscu ridad, y á veces la contradicción de sus doctrinas, impidieron conocer con exactitud sus pensamientos políticos y económicos, hasta que en 1848 publicó su proyecto de Constitución democrática y social. Lerroux aspiraba en Política á la igualdad absoluta y á la democracia, hasta llegar á la anarquía, y en Economía al comunismo, organizado según las ideas sansimonianas. Creyó, sin embargo, que la familia, la patria y la propiedad no debían desaparecer, porque el hombre no puede concebirse sin ellas cuando son, no falsas como ahora, sino verdaderas. Y lo serán por la solidaridad humana que se realizará con la libertad, la fraternidad y la igualdad, desapareciendo las castas de familia que existieron en la India y el Egipto, las de patria que hubo en Grecia y en Roma, y las de propiedad que nacieron bajo el régimen feudal y se conservan en las sociedades actuales. Lerroux combate la propiedad existente, como lo han hecho los demás comunistas, y sus doctrinas tienen por término lógico el comunismo. Pero si en sus negaciones de la propiedad, en que no

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