Se distinguen tres géneros por su relativa aquí hemos de hacer algunas indicaciones para consistencia: 1.° Gredosos inconsistentes. Cuando la arena abunda asemejándose á la clase anterior. 2.° Gredosos sueltos. Pueden ser: esquistosos, micáceos, volcánicos y arenosos, llamándose sueltos por entrar la arcilla en proporción conveniente. Los volcánicos especialmente suelen ser fértiles por su riqueza en álcalis. 3.o Gredosos tenaces. Son los más infértiles en esta clase, por su excesiva tenacidad y malas condiciones físicas, dependientes de un exceso de arcilla. 7.o Terrenos arcillosos Los terrenos arciliosos de esta clase son impropios completamente para el cultivo por su tenacidad excesiva, y sólo se utilizan para la alfarería. 8.° Terrenos mantillosos Que pueden ser: 1.0 Mantillosos dulces. Son los mantillosos que no ofrecen reacción ácida, y formados por la descomposición de los restos de las plantas cultivadas. 2.o Mantillosos ácidos. Son los que manifiestan reacción ácida por el exceso de ácido tánico de las plantas que lo originan. Se dividen en tierras de brezo, tierras de bosque y turbas. Moll, profesor en el Conservatorio de Artes y Manufacturas, ha basado su sistema de clasificación en la productividad de forrajes que tienen las tierras, y establece el siguiente cuadro: Primera clase. - Tierra de alfalfa de primera clase. a) Suelo de aluvión profundo, arcillocalizo y muy mantilloso y rico. b) Tierra franca menos arcillosa que la precedente, profunda, rica, pero expuesta á los arrastres; la alfalfa produce 10 000 kilogs. de heno por hectárea. Segunda clase. - Tierra de trébol de primera clase: Arcillocalizas con suficiente cantidad de mantillo y con el suelo un poco húmedo. La alfalfa dura poco y el trébol da 7500 kilogs. de hectárea. heno por Tercera clase. - Tierra de alfalfa de segunda clase: Terreno ligero profundo con subsuelo seco. La producción de alfalfa es de 6 000 kilogs. por hectárea. Cuarta clase. - Tierra de esparceta de primera clase: Tierra caliza ligera con subsuelo menos compacto y que llega á producir 5 000 kilogs. de heno por hectárea. Quinta clase. - Tierra de trébol de segunda clase: Arcilla compacta de poco mantillo y subsuelo impermeable. Da un rendimiento de 5 000 kilogs. de heno por hectárea. Sexta clase. - Tierra de alfalfa de tercera clase: Terreno arenoso y subsuelo de arena y grava. Produce 3 000 kilogs. Séptima clase. Tierra de trébol blanco de primera clase. a) Suelo arcilloso poco profundo y subsuelo impermeable. Terreno cuarzoso y subsuelo impermea ble. No conviene más que al trébol blanco y la avena, pues el trigo no da buenas recolecciones más que con excesivos abonos y entarquinados. Octava clase. - Tierras de esparceta de segunda clase. a) Arena caliza y subsuelo rocoso. b) Marga arenosa. c) Tierra pedregosa reposando sobre grava menuda. d) Suelo gredoso y subsuelo de creta pura. La esparceta produce 2000 kilogs. por hectá completar las ideas acerca de esta clase de construcciones. Los suelos pueden ser de madera, de madera y mampostería, de hierro y mampostería, y de hierro y cerámica; nada diremos de los suelos de madera, que son los que ya nos han ocupado, sino que en el entramado pueden adoptarse diferentes relaciones, pues tan pronto se hacen de viguetas, todas de la misma escuadría, que se apoyan sobre dos muros opuestos directamente, lo que es malo y poco usado, como sobre soleras, tan pronto de viguetas que toman sus puntos de apoyo, no sólo en los muros, sino en un sistema de vigas que descansan sobre los muros longitudinales, siendo paralelas entre sí y á los transversales, las que dividen el espacio en una serie de rectángulos más fáciles de cubrir que el primitivo, y por último los suelos de maderos cojos, de que también hemos hablado. En los pisos sencillos hay que tener en cuenta los huecos que deben dejarse para la colocación de los hogares y paso de los tubos de chimeneas, para prevenir los incendios, y pueden hacerse tolvas ó brochales según la clase del piso; para formar un brochal ó hacer un embrochalado se comienza por establecer paralelamente al muro A (fig. siguiente), una pieza D, de mayor escua dría que las demás, porque está destinada á resistir más carga, y que recibe el nombre de encabestradura; sobre ésta y sobre el muro cargan otras dos, By C, normales á ella y que dejan entre sí un hueco suficiente para el asiento del hogar sin que se coloque sobre el área de la madera ó para el paso de la chimenea, á cuyas piezas se las llama soleras, y sobre éstas y sobre los muros cabestradura y el muro. cargan las viguetas E comprendidas entre la en Cualquiera que sea el sistema seguido para los suelos, conviene colocar virotillos que entran á viva fuerza entre las viguetas, y son pequeños tacos que se colocan á mazo, destinados à impedir que se alabeen los maderos de piso. Las tolvas no se diferencian de los embrochalados más que en que se hacen en los suelos de maderos cojos y á la Serlio, no resultando por tanto en esta clase de pisos alteración del sistema de cons La resistencia de un suelo cualquiera es evidentemente igual á la suma de las resistencias de las vigas o cuartones principales que sufren la carga, así como la de cada uno de éstos debe ser por lo menos igual á la de los que sobre ellos insisten, y estos cálculos se hacen fácilmente por los procedimientos ordinarios explicados en otro lugar (V. RESISTENCIA); de esto se deduce que las cargas que pueden sufrir dos pisos de las mismas dimensiones, formados con piezas de la misma escuadría, serán proporcionales al núme ro de piezas que entran en cada uno, y se halla en razón inversa de los espacios que entre sí hayan dejado los maderos de piso; cuando sólo se diferencian los pisos en la altura de las viguetas las resistencias son proporcionales á los cuadrados de dichas alturas, advertencia muy im portante, porque un pequeño aumento de altura en las maderas da un aumento de resistencia considerable; así, si las alturas están en la relación de dos á tres, las resistencias se hallan en la de cuatro á nueve, es decir, que sólo con aumentar el tercio de la madera se ha hecho más que duplicar la resistencia del piso, y no habrá, teniendo esto presente, más que calcular que convendrá más, para tener una resistencia de terminada: si aumentar el número de maderos, ó disminuirle, aumentando el espesor ó altura, comparando los precios á que resultaría el suelo de una y otra manera, y si eran posibles las dos soluciones, dadas las condiciones de la obra. Los pisos exclusivamente de madera se cubren con un entarimado, de los que en otros artículos se ha ocupado la presente obra. Los suelos de madera y fábrica no difieren, en cuanto à la disposición del entramado, de los que acabamos de explicar, y la fábrica sólo entra como parte accesoria, por más que sea esencial, en la construcción; son los suelos más en uso en Madrid, París y otras grandes capitales: se comienza por rellenar el espacio comprendido entre los maderos de piso, entomizando éste, es decir, entretejiendo los maderos con tomiza, rellenando después las mallas con yeso, cascote con mortero de yeso ó con botes de barro cocido unidos con dicho mortero en la forma ya explicada, pudiendo también construirse con bovedillas de yeso. Los suelos de hierro y fábrica se asemejan, así como los de hierro y productos cerámicos, á los que hemos indicado antes, á diferencia de hallarse más separadas las vigas por la mayor resistencia que tiene el material. También se hacen suelos de hierro, en los que se suele formar un encasetonado de modo que deje espacios cuadrados varios, los que se recubren con láminas de palastro curvadas en forma de bóvedas en rincón de claustro, las que se cosen con roblones á los brazos de las T del encasetona. do, resultando un suelo muy económico y resis tente, sobre el que se pone un relleno de cascote, arena, etc.; difieren de los suelos de madera en que para colocar el pavimento la capa de yesones ó cascotes de relleno ha de cubrir las cabezas de las vigas en algunos centímetros, para que no haya choques entre aquéllas y las piezas que componen el solado, y que se partirían con sura facilidad, y si el pavimiento hubiera de ser de mica hay que ajustarlos por bastidores de hierro á las cabezas de las jácenas ó vigas de suelo pue de también, en todos los casos en que se emplee el hierro, hacerse lo propio, dejando en el pavimento el hierro al descubierto y apoyándose el solado en las cabezas inferiores de las jácenas y en los botes del cuajado, con lo que resulta un piso y pavimento mixtos muy ligeros, y que si esta bien ejecutado es bastante agradable. el También hay suelos de fabrica en los que suelo es una bóveda, cuyos tímpanos se rellenan hasta la altura ó nivel de todas las claves, las tando después, para sentar el pavimiento, cubrir con cascote acribado, en una capa de 20 centíme. tros, el plano de enrase, formando otro perfectamente nivelado y procediendo después para for mar el pavimento según convenga, siendo lo más frecuente entonces que los pavimentos se hagan de losas y losetas, que es lo que se aplica a los pisos de las catedrales, apoyando el suelo sobre la bóveda de la vigueta, y entonces se sientan las losas sobre el suelo así formado como si fuera un suelo natural, haciendo lo mismo con las losetas ó mosaicos, si el pavimiento ha de ser de esta clase, siendo éstos los únicos materiales pe treos en uso en esta clase de suelos. Entre los muchos materiales que se emplean para rellenar los huecos, merecen citarse el corcho y el asfalto, empleando para ello recortes de corcho que se amasan con asfalto, rellenando el encasetonado que forma el suelo, y entonces se pone encima un pavimento de lo mismo, pero en que la masa formada se vacia en moldes de hierro para moldear losetas con las que se hace el pavi mento, uniéndolas con mortero, o mejor con asfalto, en caliente, resultando un piso sumamente ligero é impermeable, mal conductor del sonido, circunstancia no de despreciar, elástico y atérmano, que resiste perfectamente a los cambios atmosféricos y que puede emplearse ventajo samente en países en que dichos cambios son fre cuentes. También se hacen suelos de caña, que solomente se emplean en pisos elevados, en construc agua se renueva constantemente, desaparece poco ciones rústicas, como por ejemplo un pabellón recido todas las aguas transportadas por la obra, Al constructor le es de sumo interés, hemos dicho, el conocimiento de la composición y propiedades del suelo, así como la época geológica de su formación, y por el desconocimiento de él se producen á veces grandes catástrofes con las pérdidas que llevan consigo; en una obra de cualquier clase, lo primero es asegurarse de la solidez de la cimentación; y si el suelo es flojo ó compresible, si está encharcado ó muy cubierto de humedad, si es poco resistente, no es posible una segura cimentación si no se siguen procedimientos especiales aplicables á estos casos, y aun así no tendrá las garantías que una cimentación más sencilla en suelo saneado, duro y resistente; y si esto sucede en cualquier obra, cuando se trata de las hidráulicas la importancia sube de punto: hay suelos compuestos por rocas caver nosas, otros atacables por el agua, en la que son más o menos solubles, y que por lo tanto, si el bre de 1854, en la margen derecha del río y á comprenda la importancia que tiene en tales obras la naturaleza del suelo. En los ríos también conviene estudiar bien el suelo del fondo cuando se trate de levantar las pilas y estribos de un puente, no bastando que no se presenten socavaciones en el lecho, porque al construir la obra se produce un estrechamiento de la sección; pues aun cuando en tiempos normales tal estrechamiento pueda no producirse si no se ha elevado ninguna pila, al llegar una crecida siempre se presentará el estrechamiento, al que sigue un aumento de velocidad en la corriente con erosiones del fondo, que se aumentan con el rozamiento de los arrastres, que en tales casos son de importancia, y si hay pilas intermedias el estrechamiento se produce por las pilas, aun cuando esto se tenga en cuenta en el desagüe de los arcos. En las obras de tierra tampoco es indiferente la naturaleza del suelo sobre que descansan, aun cuando revista entonces el problema mucha menos importancia en determinados casos; así, un suelo de arena seca, cuando en él se va á abrir un desmonte, si la arena es de la que se llama muerta, es decir, suelta, empolvada, sin enlace alguno, no podrá abrirse el desmonte sin precauciones especiales, pues la arena de los costados caería constantemente inutilizando el trabajo, y aun cuando se consiguiera á fuerza de remover un volumen muy superior al necesario, la menor ventisca inundaría la trinchera abierta, de donde nace la necesidad de revestimientos de tablas ó con muros, ó con arcilla, ó con tepes, céspedes y plantaciones que contengan las arenas; si se trata de un terraplén, un suelo fangoso hará que el terraplén se vaya hundiendo, y se verá tragado, como se dice, por el suelo mismo, no consiguiendo jamás ver hecho el asiento del terraplén. El suelo da también indicaciones suficientes acerca de los materiales de construcción que en él podrán encontrarse, ya por su aspecto exterior muchas veces, ya por su estudio geológico, primero que debe hacer todo ingeniero, cualquiera que sea la construcción que proyecte, analizando por los cortes naturales de los valles, por los pozos abiertos en una zona más ó menos extensa alre dedor del emplazamiento de la obra, y si es preciso por sondeos, recogiendo trozos de roca de diversos sitios, para analizarlos química y mineralógicamente en el gabinete, y principalmente fósiles si los encuentra, pues éstos son un dato de primera importancia para el estudio geológico del suelo; hecho esto, analizar la orografía ó configuración exterior y la vegetación, estudiar si hay tollos ó sitios de excesiva humedad (V. ToLLO) en que se sumerge cuanto en ellos cargue, si hay arenales, navazos ú hoyos en que el agua no tiene salida; en una palabra, todo cuanto pueda dar indicios de la resistencia del suelo, tanto por la que en sí tenga, cuanto por la que le presten las capas inferiores ó subsuelo, y ver si con todos estos datos puede deducir los materiales á que podrá recurrir sobre la zona misma, pues si las tierras son arcillosas deducirá que los ladrillos y demás productos cerámicos se obtendrán sin gran coste, ya porque haya establecidos tejares á no muy grandes distancias, ya porque sea posible montar por cuenta de las otras la fabricación; las calizas, las areniscas, los yesos, le podrán proporcionar cales, yeso, filtros, etc.; la disposición de las rocas le indicará si podrán abrirse canteras para mampostería ó sillería, y si están en bancos ó en masa el medio mejor de explotarlas; los areneros le proporcionarán buenos recebos, etc., pues es tan complejo este estudio y tan variadas las consecuencios que del mismo pueden deducirse que no es posible enumerarlas todas, ni tendría tampoco objeto alguno hacerlo; baste saber que el estudio del suelo es muy importante, para cualquier aprovechamiento que de él se espere, no siendo posible entrar aquí en el estudio de las diversas clases de suelos que pueden presentarse y caracteres especiales que distinguen á cada uno. SUELTA: f. Acción de soltar. - SUELTA: Traba ó maniota con que se atan las manos de las caballerías. No se había curado Sancho de echar SUELTAS á Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso, que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. CERVANTES. cuando aquella mora oia aquel SUENO, que facía aquel agua en aquella terrezuela. Conde Lucanor. SUENÓN I (OTÓN SVEN): Biog. Rey de Dinamarca é Inglaterra, apellidado Preskiceg (de la Barba Hendida). M. en Gainsboruj (Inglaterra) á 3 de febrero de 1014. Fué hijo del rey Haroldo II, y se bautizó con su padre cuando Otón I conquistó á Dinamarca hacia 965. Se educó con su tío Palnatoke, que vivía en una isla de la desembocadura del Oder, y después de crearse un partido se sublevó contra su padre. Este logró sofocar la rebelión con ayuda de Ricardo II, duque de Normandía, y perdonó á su hijo. Lejos de quedar agradecido, Suenón tramó nuevas conspiraciones, en una de las cuales fué asesinado el autor de sus días. Entonces sucedió á Haroldo por elección, y al momento restableció el culto de los antiguos dioses, persiguiendo á los cristianos. Después de asolar las costas de Inglaterra penetró en el interior, obligando al rey Etelredo a pagarle una contribución anual de 30 000 libras, que se llamó Danegeld (dinero dinamarqués). Luego volvió sus armas contra el rey de Noruega, á quien logró arrebatar parte de sus territorios. La muerte de los dinamarqueses que habían quedado en Inglaterra, ordenada por Etelredo, hizo que Suenón acudiera con un grueso ejército, que asoló el país. En 1013 penetró en Londres y se hizo coronar rey de Inglaterra. No está probado que volviera al cristianismo. - SUENÓN II: Biog. Rey de Dinamarca, apelidado Estrithson. N. hacia 1025. M. en Sudetorp (Jutlandia) á 28 de abril de 1076. Fué hijo del conde Ulf, regente de Dinamarca, y nieto de Suenón I. Cuando su padre fué asesinado se refugió en Suecia y luego en Inglaterra, en la corte de su primo Canuto III. Elegido rey de Dinamarca el que ya lo era de Noruega, Magno I, Suenón le juró fidelidad, pero luego hizo armas contra él, apoyado por los numerosos partidarios que contaba entre los suecos y dinamarqueses. En esta lucha murió Magno, que designó á Suenón por su sucesor. Haroldo III, rey de Noruega, que pretendía la corona de Dinamarca, le declaró la guerra, que terminó por una paz firmada en 1064. En 1069 envió Suenón una escuadra contra Guillermo I para librar á los ingleses de la tiranía del conquistador normando; pero esta expedición no tuvo resultado favorable, como igualmente otra que envió en 1073 contra Otón, duque de Sajonia. Sostuvo graves cuestiones con la Iglesia á causa del asesinato de varios señores y de las relaciones ilícitas que tenía con una parienta, y cediendo á las observaciones del arzobispo de Brema, pasó el resto de su vida dedicado á ejercicios de devoción. -SUENON III (PEDRO): Biog. Rey de Dinamarca, apellidado Grathe. N. hacia 1125. M. en Grathe (Jutlandia) á 23 de octubre de 1157. Era hijo natural de Erico II. A la muerte de Erico III, ocurrida en 1147, fué elegido rey por los habitantes de la Escania, mientras que la Jutlandia proclamó á Canuto V. Con este motivo estalló una guerra entre ambos rivales, acordándose por fin dejar la cuestión al arbitraje del emperador Federico I. Este adjudicó la corona á Suenón, y la isla de Seeland á Canuto. Suenón dió rienda suelta á sus malas pasiones y agobió al pueblo con impuestos. En 1153 tuvo que sofocar una rebelión de sus súbditos, á los cuales trató con todo rigor, y queriendo deshacerse de Uladomar, que siempre le había sido fiel, el ejér - SUEÑO: Estos mismos sucesos ó especies que se representan. - SUEÑO: Gana de dormir. Me estoy cayendo de SUEÑO. Diccionario de la Academia. - SUEÑO: fig. Cosa fantástica y sin funda. mento ó razón. - SUEÑO LIGERO: fig. El que se disipa ó ahuyenta con facilidad. - SUEÑO PESADO: fig. El que es muy pro fundo, dificultoso de desechar, ó melancólico y triste. - SUEÑOS DORADOS: fig. Ilusiones halagueñas. Catalina Howar es una joven de extraordi naria belleza, de baja extracción, ligera y su perficial, mal educada y cuya imaginación mal dirigida se alimenta de SUEÑOS dorados.... etc. LAKRA. - CAERSE DE SUEÑO uno: fr. fig. y fam. Estar acometido del SUEÑO sin poderlo resistir. - COGER EL SUEÑO: fr. DORMIRSE. - CONCILIAR EL SUEÑO: fr. Procurar dormir, recogiéndose ó tomando algunos remedios que lo faciliten. - CUAJAR EL SUEÑO: fr. fig. y fam. Conciliar el sueño, conseguir quedarse dormido. Con el rastro del enojo no podía tener sosiego, ni CUAJAR sueño, MATEO ALEMÁN, Jamás pensé, vida mia, - DECIR uno EL SUEÑO Y LA SOLTURA: fr. fig. y fam. Referir con libertad y sin reserva todo lo que se ofrece, aun en las cosas inmodestas. - DESCABEZAR EL SUEÑO: fr. fig. y fam. Quedarse dormido un breve rato el que está molestado del SUEÑO. no falta en casa alguna abuela devota que mientras descabeza el SUEÑO quiera oir lectu ras piadosas, etc. ANTONIO FLORES. - ENTRE SUEÑOS: m. adv. Dormitando. - ENTRE SUEÑOS: EN SUEÑOS. - ESPANTAR EL SUEÑO: fr. fig. y fam. Estorbarlo, impedir ó no dejar dormir. - NI POR SUEÑO: loc. adv. fig. y fam. con que se pondera que una cosa ha estado tan lejos de suceder ó ejecutarse, que ni aun se ha ofrecido soñando. sueño ese cambio necesariamente gradual en la función nutritiva? La necesidad de dormir (dice el Dr. Monlau en sus Elem. de Hig. privada) es tanto y más imperiosa que la de comer. Después de unas - GUARDAR EL SUEÑO á uno: fr. Cuidar de quince ó dieciséis horas de vigilia, se anuncia la necesidad del sueño por un sentimiento general que no le despierten. de debilidad y laxitud, bostezos, pandiculaciones, pesadez de cabeza, falta de percepción y de inteligencia, dificultad de moverse, etc. Muy luego cesa el individuo de percibir con claridad los objetos exteriores; los párpados se cierran; el gusto, el olfato, el oído, y por último el tacto, dejan de hacerse sensibles á sus excitantes natugua castellana... y promete no tocar el griego rales; los músculos de los miembros se aflojan, se relajan; los del cuello y del espinazo cesan de mantener la cabeza y el tronco en su rectitud ordinaria. «Entonces la naturaleza nos manda que durmamos; si obedecemos encontramos un suavísimo placer en el sueño; si nos resistimos, la vigilia se hace incómoda y dolorosa. >> ... un poeta, convaleciente de ciertos causones cultos, está con notable hastio de la len ni por SUEÑO. GABRIEL DEL CORRAL. - NO DORMIR SUEÑO: fr. Desvelarse, no poder coger el SUEÑO. - QUEBRANTAR EL SUEÑO: fr. fig. DESCABE ZAR EL SUEÑO. - TORNARSE, Ó VOLVERSE, EL SUEÑO AL REVÉS, Ó EL SUEÑO DEL PERRO: fr. fig. y fam. con que se da á entender haberse descompuesto el logro de una pretensión ó utilidad, el cual se tenía ya consentido según los medios estaban puestos. -SUEÑO: Fisiol., Hig. y Patol. Es tan difícil separar el sueño como función, del sueño como pesadilla (puesto que no resulta frecuente soñar despierto, aunque otra cosa se crea, ni es común dormir sin soñar), que habrá que estudiar aquí, en el mismo artículo, una y otra acepción del sueño, tal como las define la Academia. I Todo órgano, además del trabajo nutritivo, químico, propio de los elementos de su composición anatónica, posee una actividad especial, en relación con la naturaleza de estos elementos y de la cual procede la función. Ciertas actividades secretorias, que son condiciones indispensables de la vida nutritiva misma, y por lo tanto de la conservación del individuo, se ejercen de un modo continuo; p. ej., la actividad secretoria. Otras, como la actividad contráctil de los músculos, sufren reposos necesarios. A esa segunda categoría pertenece el modo de actividad cerebral por el que sentimos, pensamos y dirigimos voluntarianiente nuestros movimientos musculares; la suspensión temporal de esa actividad constituye el sueño. El sueño, ¿puede ser completo, absoluto? Para los psicólogos el sueño completo sería un sueño sin pesadillas; pero el sueño normal va siempre, acompañado de éstas, y si sucede, al parecer, lo contrario, es porque el que se despierta olvida muchas veces lo que ha soñado. La teoría fisiológica del sueño es bastante obscura. Unos creen en la existencia de un estado congestivo del encéfalo; otros, por el contrario, en un estado anémico. Lo que más importa saber al fisiólogo es cómo se verifica durante el sueño la renovación molecular del cerebro, á la cual está ligada su actividad funcional. Hay acúmulo de los restos de la combustión en el seno de la substancia gris y supresión consecutiva de la actividad funcional? O'bien, la oxidación se hace insuficiente para sostener esa actividad en el grado necesario para la vigilia, y entonces el oxígeno queda almacenado en el tejido cerebral esperando el sueño para volver a emprender su obra química? O bien, por último, ¿la nutrición es más activa, pero de tal suerte que resulte desproporción entre la actividad nutritiva y la actividad muscular, disminuyendo ó suspendien dose ésta, mientras que la otra aumenta? Nin guna de estas hipótesis parece conforme (según muchos fisiólogos contemporáneos), ni con los hechos ni con la doctrina fisiológica de donde emanan. En la última, colocando esa mayor actividad de la nutrición cerebral al mismo nivel que la lentitud de la circulación, la disminución del ácido carbónico exhalado, el descenso de la temperatura, fenómenas todos observados en el animal dormido, se admite, desde el punto de vista de la actividad vital, una especie de balanceo entre los aparatos de la vida de relación y de la vida orgánica. Pero no puede menos de preguntarse: si el cerebro está anémico, ¿dónde busca y recoge los materiales de una nutrición más activa? si está más rico en sangre venosa, ¿cómo aumenta la oxidación? si lo está en sangre arterial, ¿por qué el sueño? si no sucede lo uno ni lo otro, ¿cómo se concilia con lo repentino del | La necesidad de dormir, lo mismo la de que comer, se hace menos imperiosa después que ha pasado la hora acostumbrada de entregarse al sueño. Si la vigilia se prolonga por medio de excitantes, sensoriales ú orgánicos, los sentidos y los órganos interiores hacen un esfuerzo para continuar en ejercicio; pero al fin esa excitación artificial se hace morbosa, los órganos se inflaman, y en último extremo puede sobrevenir la muerte. Los efectos del sueño son bien conocidos. El sueño renueva en los órganos de los sentidos, del pensamiento y de los movimientos la excitabilidad agotada por la vigilia; disipa su cansancio, favorece su restauración, y les devuelve toda su energía. Así es que, al levantarse, se halla el hombre tranquilo, satisfecho y más dispuesto que en ninguna otra hora para recibir con placer las impresiones de los objetos, para entregarse al ejercicio ó para sentarse en el bufete. «El sueño, suspendiendo la acción del cerebro, suspende también (Monlau, loc. cit.) los dolores fisicos y las penas del alma; es, desde ese punto de vista, el consuelo de los desgraciados.» Así como el ejercicio acelera hasta cierto punto todas las funciones orgánicas, el sueño las retarda ó les comunica cierta lentitud. La circulación y la respiración se verifican mucho más lentamente en estado de sueño que en el de vigilia. La digestión es mucho menos activa durante el sueño; el hombre, al levantarse, no tiene más apetito que cuando se acostó. La calorificación es también menos activa; así es que el hombre dormido necesita más abrigo que en estado de vigilia, y si se duerme en cualquiera parte sin más abrigo que los vestidos siempre siente frío. La asimilación es también menos enérgica, y si en algunos casos los dormilones engordan no es porque asimilen más, sino porque tienen menos pérdidas. Se ve, pues, que el sueño natural, tranquilo y de duración conveniente, produce todos los efectos del reposo. Disminuyendo la rapidez de la vida, restaura las fuerzas consumidas. Por sí no es activo: el sueño, dice Monlau, no es una función, como pensaba Cabanis; pero la suspensión de funciones que lo constituye hace que los órganos, principalmente los nerviosos, tengan tiempo de reparar las pérdidas que han sufrido en los movimientos moleculares ó de masa efectuados durante la vigilia. Si el sueño no es tan largo como corresponde, la reparación de fuerzas que produce es incompleta. Los órganos quedan irritables, se gastan prematuramente, y el individuo se pone flaco y descolorido. Nada envejece tanto como un sueño insuficiente. No hay enfermedad alguna que no pueda reconocer por causa las vigilias prolongadas; y las enfermedades con más frecuencia ocasionadas por esta causa son las nerviosas, como la hipocondría, el histerismo, la epilepsia, la neurastenia, las inflamaciones cerebrales, etcétera. Es una locura pensar, como dicen algunos, que robando horas al sueño se duplica la existencia: ni se vive más tiempo ni se vive mejor; y aun cuando se viva más tiempo con los ojos abiertos nunca se vive tan cómodamente, y lo que importa, no tanto es vivir, como vivir sano y robusto: non vivere, sed valere vita. Si el sueño se prolonga más de lo que corres ponde, entonces aparecen todos los efectos de la falta de ejercicio de los sentidos. El cerebro pierde su aptitud para funcionar. Así, el que duerme con exceso se vuelve como tonto; sus percepciones son lentas y difíciles; pierde la memoria; su imaginación se apaga; la sensibilidad general es más obtusa; sus pasiones se extinguen; la contractilidad muscular se debilita; los movimientos se verifican con poca soltura, etc. Los grandes dormilones se fatigan extraor dinariamente al menor ejercicio que hagan. Toda la existencia del dormilón se reduce à las funcio nes asimiladoras: como pierde poco, engorda mucho: suele vivir bastante tiempo, pero su vida no es más que una vegetación vergonzosa. La hora de dormir es incontestablemente la noche. De noche descansa la naturaleza; de noche duermen las plantas y los animales, y de noche es cuando la obscuridad, el silencio y la falta de excitantes convidan naturalmente al sueño. Nunca se repara bien durmiendo de día lo que se ha perdido de sueño en la noche. Los que hacen de la noche día y del día noche, sea por deber de profesión, como los serenos, los vigilantes nocturnos, los tahoneros, etc., sea por una mala costumbre, como las personas del gran tono, están generalmente pálidos, marchitos é irritables; gastan prematuramente su vista, y se exponen á multitud de incomodidades y dolencias. La escuela de Salerno comprendió muy bien en los siguientes versos los inconvenientes del sueño diurno: Sit brevis, aut nullus, tibi somnus meridianus. Febres, pigrities, capitis dolor atque cathanus, Hæc tibi provenient ex somno meridiano. La ley general de la naturaleza es dormir de noche y velar de día. Si durante el día se halla el hombre sometido á una viva estimulación, ó recibe alguna sensación penosa, como una mala noticia, o acaba de entregarse á algún ejercicio fatigoso en demasía, ó el calor de la estación le tiene como extenuado, será bueno que se acueste un rato para descansar, pero casi nunca le será útil dormir. Tampoco es útil la siesta ó el sueño después de comer, por más generalizada que esté tal costumbre en los países cálidos y en los meses que no tienen r. Durante el sueño se digiere mal; siempre se despierta uno con la boca pastosa; y por último, el sueño diurno siempre dificulta más ó menos la conciliación del sueño de noche, que es el más reficiente. Somnum fuge meridianum. Ninguna de las personas nota. bles por su longevidad trasnochan; todas se acuestan temprano y madrugan. Este ejemplo debe servir de norma a los que deseen conservar su salud y lozanía. Wesley (citado por Monlau en su Hig. priv. y púb.), que fundó una secta de metodistas sujetos á prácticas particulares, estaba tan convencido de la necesidad de habituarse á madrugar, que hizo de ella un artículo de religión, cuya observancia le condujo á él mismo á la edad de ochenta y dos años. Tenía por máxima que el acostarse temprano y madru gar proporcionan al hombre salud, riqueza y sa biduría. ¿Quién ignora la máxima proverbial de al que madruga Dios le ayuda? que El sueño es más necesario después del ejercicio mental que después del ejercicio ó trabajo corporal ó muscular. Por esto, entre otras causas, los labradores y artesanos, durmiendo menos, conservan su salud más robusta que los literatos y demás clases profesionales que ejercitan mucho el cerebro. También se hace muy necesario el sueño después de un exceso cualquiera en los placeres genésicos. La duración del sueño no tiene límites fijos ó absolutos. Cuanto más excitados han estado los órganos sensoriales, cuanto más activa haya sido la vigilia, más necesidad hay de sueño y más prolongado debe ser éste. En la duración del sueño influye mucho el hábito. Por un efecto de éste, la necesidad de dormir y la de despertarse se hacen sentir á horas casi fijas y siempre las mismas. Así es que por costumbre puede uno hacerse más o menos dormilón. Tambien influye en este sentido el temperamento: los linfáticos, por ejemplo, no tienen necesidad de dormir tanto como los nerviosos y excitables. Influyen, por último, la estación, el sexo, la edad, etc. La escuela de Salerno decía que los jóvenes y los viejos tienen bastante con seis horas de dormir; con siete los perezosos, y que á nadie convienen ocho horas de sueño. Según Monlau, este precepto absoluto es evidentemente exagerado; la regla general es más bien de siete á nueve horas de sueño para las personas débiles y de scis á ocho para las robustas. Los dormitorios deben ser piezas ó cuartos de proporcionada extensión, recibir luz directa, estar apartados del ruido y libres de toda humedad. En las alcobas no debe haber de noche cortinas espesas, ni puertas vidrie: as corridas, ni lamparillas, ni lumbre, ni animales, ni flores, ni nada que pueda consumir ó alterar el aire respirable. Los cuartos ó gabinetes obscuros y redu cidos, que á veces suelen lastimosamente destinarse para dormitorios de los niños ó criados de la casa, deben quedar con la puerta abierta, á fin de que se pueda respirar cómodamente en ellos. En todos los cuartos donde se duerme con. vendría que hubiese una chimenea destapada ó sin delantera, con objeto de mantener la libre circulación del aire. A falta de chimenea se puede establecer un pequeño ventilador en uno de los cristales del balcón ó ventana del dormito rio. Las ventanas del cuarto donde se duerme, abiertas durante el día, deben cerrarse bien desde el anochecer; pues el aire de noche, frío, húmedo y poco oxigenado, es mucho más nocivo para el hombre dormido que para el que está despierto. De noche, y durante el sueño, es cuando con más facilidad se contraen los catarros, los reumatismos y demás enfermedades que reconocen por causa especial el frío húmedo. Las camas han de estar un metro próxima. mente levantadas del suelo. Son preferibles las de hierro niquelado, las de bronce, y las de maderas pintadas al óleo ó barnizadas, tanto para la mayor limpieza, como porque se impregnan menos de emanaciones animales. Han de tener una longitud proporcionada á la del cuerpo, y ni han de ser muy anchas ni demasiado estrechas, ni muy duras ni muy blandas: un jergón de paja de cereales, ó un colchón de viento ó de muelles y uno ó dos colchones de cerda ó crin en verano y de lana bien cardada en invierno, constituirán la cama más conveniente en la generalidad de los casos. Los colchones de pluma, y aun los de lana, acostumbran al cuerpo á la molicie; sólo debieran servir en ciertas enfermedades en que conviene mantener en un alto gra do la acción perspiratoria de la piel. La almoha da debe ser de paja ó de cerda. Las almohadas de lana ó de pluma calientan demasiado la cabeza, retienen el sudor y pueden ocasionar varias dolencias. Las sábanas, invención feliz que nos deja pasar una tercera parte del día libres de toda compresión, deben ser blancas, limpias, de lienzo en verano y de algodón en invierno, y estar muy secas ó enjutas. La ropa de abrigo no debe ser muy pesada: puede consistir en una simple colcha ó cubrecama en estío, y en una o dos mantas gruesas de lana en invierno. Cada cama debe estar ocupada más que por una sola persona, y es lo más higiénico que los matrimonios duerman en dos camas separadas, aunque próximas. En caso de necesidad absoluta pueden dormir juntas dos personas de edad, sexo, robustez, etc., iguales o próximamente iguales; pero es sumamente nocivo que un indi viduo sano duerma en una misma cama con otro valetudinario, un niño con un viejo, etc. «Las emanaciones respectivas de los cuerpos (dice Moulau, loc. cit) se entrecomunican, y esta comunicación tiene consecuencias funestas que es bien fácil calcular.» En la cama el hombre sano no debe usar más vestido que una camisa ancha larga y un gorro de lienzo, si desde niño no le han acostumbrado á dormir con la cabeza descubierta, que es lo mejor. En Oriente no son conocidas las sábanas, y es costumbre acostarse sin desnudarse más que parcialmente. En invierno y en ciertos casos particulares podrá convenir el uso de unos escarpines de lana para mantener el calor en los pies. Es necesario tener la cama muy limpia en todas sus partes. Los banquillos y las tablas deben sacarse á menudo al aire libre y evitar que se críen insectos en las junturas. Los colchones y almohadas deben sacudirse diariamente y rehacerse cada año á lo menos, y con frecuen cia si han servido durante alguna enferme dad. La paja de los jergones se debe mudar todos los años; las sábanas cada quince ó veinte días, etc. Nada absoluto puede decirse respecto á la posición para dormir. La mejor posición es la más cómoda; la que no exige ningún esfuerzo para mantenerse en ella. La posición horizontal sobre la cama, con la cabeza un poco más elevada que el cuerpo y los miembros en semiflexión, suele ser la que reune dichas circunstancias. Los que tienen las espaldas rectas y lisas y las clavículas largas suelen acostarse boca arriba, y los que tienen el dorso más o menos convexo y las clavículas cortas acostumbran á dormir de lado. El lado derecho suele ser el preferido. Aristóteles escribía á su discípulo Alejandro Magno que empezase durmiendo una hora sobre el lado derecho y que terminase el sueño sobre el lado izquierdo. drán acostarse temprano y conciliar sin dilación el sueño. La costumbre, tan generalizada en las grandes ciudades, de retirarse tarde y hacer del día noche, es la más antihigiénica y antieconó mica que puede darse: el filántropo é ingenioso Benjamin Franklin demostró de una manera irrecusable, y desde muchos puntos de vista, sus inconvenientes y perjuicios. II Durante el reposo nocturno se observa con frecuencia el curioso fenómeno de los sueños, cuya causa (como la causa próxima de todos los fenómenos de la vida) es muy difícil determinar. Partiendo, no obstante, de la multiformidad de órganos en el cerebro, han creído muchos fisiólogos que si una de las partes cerebrales, menos fatigada que las otras, la descansado más pronto en el sueño, conserva la tendencia á entrar en acción, y, si entra, entonces el individuo dormido sueña. Lo mismo sucede si una parte cerebral conserva, desde el estado de vigilia, algunos restos de excitación, ó esa excitación le es transmitida durante el sueño por un órgano excitado, como por el estómago demasiado repleto, ó por fluidos estimulantes mezclados con la sangre, etc. De todos modos, si una parte cerebral entra en acción mientras las demás descansan no hay sueño completo y profundo, sino que se sueña. Las demás causas de los sueños dependen de la susceptibilidad del individuo. Durante el sueño, sobre todo si no es muy profundo, toma el hombre diversas posiciones. Huffeland dice que nada perjudica tanto á la salud como dormir medio sentado en la cama, pues en tal posición, hallándose en flexión el tronco, la sangre circula con dificultad en el bajo vientre y en las extremidades, y la columna vertebral experimenta una compresión continua. Por eso es tan poco reparador dormir sentado, en un ferrocarril, etc. El estar acostado boca arriba en una cama dura tiene el inconveniente de provocar erecciones y favorecer las poluciones nocturnas. Los individuos pletóricos y los predis. puestos á las congestiones cerebrales deben tener la cabeza un poco elevada. En los viejos es muy notable el imperio de la gravedad ó del peso sobre la circulación; sus pulmones se infartan rápidamente por hipóstasis, otro tanto sucede en los convalecientes, debilitados por enfermedades muy agudas ó muy largas, y de ahí el precepto higiénico de no dejar nunca situadas en Los sueños versan ordinariamente sobre los declive las partes amenazadas de esas acumula-objetos que más nos ocupan ó que más estrecha ciones pasivas de la sangre. relación guardan con nuestro organismo. Las partes cerebrales más desarrolladas y más excitadas son, pues, las que comúnmente producen los sueños. La infancia sueña juegos, flores, jardines y otras cosas risueñas; la juventud sue ña placeres, amores y combates; la virilidad sueña viajes, empleos, honores y negocios, y la vejez tesoros, angustias, amigos difuntos, etcé tera. Si, mientras se sueña, la porción cerebral que está de vigilia y en acción manda y pone en juego á otros órganos, entonces hay lo que se llama somnambulismo. V. SOMNAMBULISMO, Por lo que hace al modo de conciliar el sueño nocturno, conviene recordar que la acción demasiado prolongada de los sentidos, la presencia de los excitantes externos é internos del sistema nervioso, como la luz, el ruido, etc., los excesivos trabajos mentales, el cansancio corporal desmedido, las pasiones de ánimo, la acción difícil ó la necesidad de un órgano interior cualquiera no satisfecha, como una digestión laboriosa, el hambre, la sed, etc.; la acción aumentada de las vísceras, y particularmente del estómago; las bebidas aromáticas, las alcohólicas, el frío ó el calor excesivos, los baños fríos, el mudar de habitación, el mudar de cama, el haber dormido parte del día, el acostarse demasiado tarde ó demasiado temprano, etc., son las causas más frecuentes de insomnio. Para conciliar el sueño no hay más que evitar todas esas causas. Así, pues, hay que acostarse de noche y temprano, después de haber empleado el día en ejercicios mentales ó corporales proporcionados, después de verificada la última digestión estomacal, en dormitorios adecuados y en camas que reunan las condiciones necesarias, despojados de todo vestido ó ligadura, libres los órganos de toda compresión y satisfechas las necesidades excretorias. Tanto los sueños como el somnambulismo influyen más o menos en la salud, pues cuando existen el descansar nocturno no es completo, y cuanto menos completo es el descanso nocturno menos reparador se hace. Los sueños ligeros, alegres; los que dependen de hal er descansado ya bastante tal ó cual órgano cerebral, como suelen ser los de la madrugada, no traen inconveniente alguno. Para evitar los sueños pesados, tristes y fatigosos (pesadillas), conviene, segun sea su naturaleza, abstenerse de ciertos trabajos mentales habituales, reprimir ciertas inclinaciones dominantes, satisfacer oportunamente las necesidades viscerales, la sed, la exoneración del vientre ó de la vejiga, no sobrecargar el estóma go de alimentos, abstenerse de los demasiado Un rato antes de acostarse debe el hombre de excitantes, de las bebidas alcohólicas, etc., libufete suspender todo trabajo que excite dema- brar el cuerpo de todo peso ó compresión, corre siado el cerebro. Es pésima costumbre la de tragir ciertas predisposiciones morbosas si las hay, bajar en la cama y dormirse con un libro en la mano. Cuando no se puede conciliar el sueño á causa de una fuerte excitación cerebral, de algu na concepción intelectual dominante, de algún pesar ó disgusto, etc., lo mejor será quizás levantarse y vestirse, pues nada más incómodo y perjudicial que la excitación que se experimenta en la cama de noche cuando no se puede dormir. La posición vertical distrae la cabeza, cansa el cuerpo y hace que luego se pueda conciliar más fácilmente el sueño. En los casos de insomnio sin causa apreciable surte á veces buen efecto contar mentalmente uno, dos, tres, cuatro... hasta mil. Esta distracción monótona acaba por hacer conciliar el sueño. Hay otros casos de insomnio dependientes del estado nervioso del individuo ó de la electricidad atmosférica. Entonces puede cambiarse la orientación de la cama, haciendo coincidir ésta con la línea Norte á Sur si está en la línea de Este ó Oeste, ó viceversa. Los alimentos lacticinosos, las lechugas, la carne de pluma, la verdolaga, el azahar, etc., tomados inmediatamente antes de acostarse, pasan por suaves somníferos. Una ligera colación en los que no están acos. tumbrados á cenar convida muchas veces al sueño. Los que quieran dejar la pésima costumbre de acostarse tarde, y desistan de ello so pretexto de que no pueden conciliar el sueño cuando se acuestan temprano, no tienen más que hacerse, dispertar dos ó tres días seguidos á las cuatro de la mañana, no dormir entre día, y de seguro po tomar algún baño tibio, ejercitar moderadamente el cuerpo; en una palabra, seguir con toda escrupolosidad y en todas sus partes las reglas de la Higiene. Nada más extraordinario y misterioso que los sueños, especie de impresiones unilaterales, como dice Brillat-Savarín, que llegan al alma sin ne cesidad de objetos exteriores intermedios. Hay en los sueños la singularidad de que las sensa. ciones que se experimentan rarísima vez se refie ren al gusto ni al olfato. «Soñamos asistir á un banquete, dice Monlau, vemos manjares, pero no los saboreamos; soñamos estar en un jardín, vemos flores, mas no percibimos su olor. Curioso fuera averiguar el por qué en sueños no impre sionan el alma el gusto y el olfato, mientras que la vista, el oído y el tacto están como en toda la plenitud de sus funciones.» Por otra parte, ya observó Aristóteles que en sueños las imáge nes sensibles prevalecen sobre las ideas abstrac tas. Las alucinaciones sensoriales son, pues, dice Virey, más frecuentes que las de la inteli gencia, ó las de la vista más que las del oído: probablemente, añade, los pintores deben soñar más que los músicos. Los sueños son con frecuencia extravagantes, incoherentes, absurdos; vienen á ser, como se ha dicho, un drama sin unidad de acción, de lugar, ni de tiempo; pero en definitiva, constan siempre de recuerdos ó de combinaciones de te cuerdos. Los sueños no son más que la memoriu de los sentidos, ha dicho un ilustre higienista contemporaneo. Su extravagancia depende de la |