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habíalos que servían al público, y al efecto esta ban en las plazas (castro lecticariórum) de Roma con sus literas, como ahora los cocheros de punto, á merced de quien quisiera alquilar su vehí culo. La lectícula era como una camilla para transportar enfermos ó heridos, y aun parece que las hubo más humildes y semejantes á nuestras camillas. No se conservan representaciones de literas en los monumentos figurativos de la antigüedad clásica; sábese lo que dejamos apunta do solamente por los escritores de entonces.

La litera fué en los siglos medios el vehículo indispensable para viajar; iba sostenida por dos

Silla de manos china

caballos, uno delante y otro detrás, á cuyos arneses se sujetaban las varas. Como entonces no había caminos ni carreteras, una litera de esta clase pasaba fácilmente por cualquier sitio angosto ó quebrado por donde pasara un caballo. Los antiguos cantares de gesta, y algunos autores

Léctica romana

de tiempo anterior, hablan de estas literas, que todavía se usan en Oriente y en ciertas comarcas de Sicilia. En litera eran llevadas casi siempre las princesas en las ceremonias públicas, y de ese modo hizo su entrada en París Isabel de Baviera en 20 de junio de 1389; iba en litera

descubierta, ricamente adornada, según dicen Froissard y Godefroy. La litera en que fué transportada Blanca de Borbón cuando celebró sus bodas con el rey de Castilla fué lujosísima, según una nota de la cantidad de trozos de sedería de oro, guarniciones para los caballos, bronces, pinturas y numerosos accesorios que figuran en cierta nota ó cuenta. En los torneos, fiestas tan apropiadas á lucir armas, monturas, arreos y vehículos, también algunos caballeros ingleses

y franceses lucieron costosas literas.

De la silla de manos propiamente dicha, la referencia más antigua que encontramos data del siglo XIV. Era entonces, y fué durante mucho tiempo, un mueble de que sólo usaban las personas impedidas. El ejemplo á que nos referimos es la visita que en 1377 hizo á Carlos V de Francia el emperador de Alemania, que padecía de gota, por lo cual el rey le hizo preparar un asiento cubierto de tisú de oro, en el que le transportaron entre varios caballeros.

De tiempos más recientes, del siglo XVI, podemos citar la litera de campaña y una silla de manos que pertenecieron á Carlos I de España

y se conservan en la Real Armería. La litera es un vehículo cerrado, forrado de cuero negro con techo abovedado, con ventanillas á los lados y al frente una tapa que caída servía de mesa para escribir; lleva en su interior un sillón, y delante un hueco para extender las piernas. La silla de manos es un sillón con asiento, respaldo y brazos, todo enguatado, que está sobre dos largueros, de los cuales parten otros dos oblicuos, que sin dnda servían para sostener, con los dos extremos del respaldo, un toldillo que protegiese del sol al emperador. A los lados tiene abrazaderas para pasar las varas.

De este género eran las sillas de mano en que, no por achaques de la salud, sino de la moda, durante los siglos XVI y XVII se hacían transportar reyes y magnates. En los días de Quevedo debió llegar entre nosotros al abuso la moda de la litera, pues satirizó el caso diciendo:

«Ya llena de sí solo la litera Matón, que apenas ateyer hacía. >>

Y también escribió un... soneto dedicado á las sillas de manos cuando van en ellas las da

hombres, que dice así:
mas de la corte acompañadas de muchos gentiles

«Ya los pícaros saben en Castilla,
Cuál mujer es pesada, y cuál liviana;
Y los vergantes sirven de romana
Al cuerpo, que con más diamantes brilla.

Ya llegó á tabernáculo la silla,
Y cristalina el hábito profana
De la custodia, y temo que mañana
Añadirá á las hachas campanilla.

Al trono en correones las banderas
Ceden en hacer gente, pues que toda
La juventud ocupan en hileras.

Una silla es pobreza de una boda,
Pues empeñada en oro y vidrieras,
Antes la honra que el chapín se enloda.>>

De todo esto se desprende que el empleo de sillas de manos llegó á generalizarse entre las damas españolas, que no se contentaban por lo visto de dar á dos personas la ocupación de transportarlas cuando iban á fiestas nocturnas, sino que además hacíanse acompañar de servidores con hachas encendidas que, al propio tiempo que alumbraban el camino, hacían visible el adorno y el aparato que acostumbraban á lucir las vanidosas damas de antaño.

El lujo de las sillas de manos degeneró sin duda en disipador abuso, dando lugar á la prag. mática que dictó Felipe V en San Ildefonso á 5 de noviembre de 1723, en la que, después de prohibir que se hicieran en adelante coches, ca. rrozas, estufas, literas, furlones y calesas bordado de oro ni de plata, sino de terciopelos, damascos y sedas, con guarniciones de seda también, sin nada dorado ni plateado, ni pintado con ningún género de pinturas de dibujo, «entendiéndose por tales todo género de historiados, marinas, boscajes, ornatos de flores, mascarones, lazos que llaman de cogollos, escudos de armas, timbres de guerra, perspectivas y otras cualesquier pinturas que no sean de mármoles fingidos ó jaspeados, de un color todo, » dice: «Y así mismo mando, que no se puedan hacer ni traer sillas de manos de brocado, ni tela de oro ó plata, ni de seda alguna que lo lleve, ni puedan ser bordados los forros de ella de cosa alguna de los referidos; y que sólo se puedan hacer de terciopelos, da mascos ú otro cualquier tejido por dentro y fuera de la silla, con flecadura llana de cuatro dedos de ancho, y alamares de la misma seda, no de oro, ni de plata, ni de hilo, ni otra guarnición algu na más que la que queda referida, y sus pilares puedan ser guarnecidos de pasamanos de seda y tachuelas; y para consumir las sillas que hoy dos años, que va concedido para los coches.>> están fabricadas, concedo el mismo término de

De este documento se desprende que las sillas de manos que en España se fabricaban por aquel tiempo no debían tener adornos de talla, como las francesas, sino que estaban todas ellas, por dentro y por fuera, caja y pilares, tapizadas de tela. Alguna se conserva de este género.

En Francia, por el contrario, los refinamientos del lujo y la afeminación de las costumbres mantuvieron en boga la silla de manos durante casi todo el siglo XVII y hasta fines del XVIII, é hicieron de ella un objeto rico y artístico. En 1605 ya poseía María de Médicis una silla de manos ó cho, cuya invención se ha atribuído á la reina de brazos, como decían los franceses, con su teMargot, mujer divorciada de Enrique IV; pero aquélla la empleó porque, como estaba tan gruesa, se fatigaba al andar, y esto justifica que dejara en su testamento una gratificación de 10000 libras á Carlos Guillier, su porte-chaire.

tuvo una silla de manos en la que se hacía pa Sabemos también que Luis XIII, cuando niño, sear por sus habitaciones; y por último, que puesta en moda la silla de manos en 1610 el

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por

marqués de Montbrún, hijo legítimo del duque de Bellegarde, no tardaron tales vehículos en estar á disposición de todo el mundo, merced á una asociación que formaron Juan Doucet, fanegocios, y Pedro Petit, capitán de Guardias, y bricante; Juan Regnault d'Ezanville, hombre de que en virtud de un privilegio establecieron, no sólo en París, sino en otras ciudades, sillas de brazos para transportar por las calles à todo el que las alquilara. Esta industria no tardó en ser implantada en Inglaterra. Por un periódico de Marsella conocemos cierta ordenanza de policía de 25 de junio de 1738, que marca la tarifa de las sillas de manos; esta tarifa marca 4 libras y 4 sueldos por un día entero de servicio, desde por la mañana hasta las nueve de la noche; 1 y 4 por un cuarto de legua y «un buen cuarto de hora de trabajo, » por llevar á bautizar y volver á casa, ó por ir á buscar á la comadre volverla y á su casa; 2 y 12 por medio día de visita de boda, y 2 y por llevar á misa de parida y vol

ver a casa.

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SILLA DE MANOS DE FELIPE V, EXISTENTE EN LAS REALES CABALLERIZAS

(La corona se añadió en uno de los reinados siguientes)

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