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hace más que repetir lo que han dicho muchísimos otros escritores, no podía tener la pretensión de pasar por original, aspiró á serlo é inventó una teoría tan extravagante como ridícula, con la cual creyó encontrar la solución de los problemas sociales. La triada, según él, constituye el gran principio de toda organización política y económica. El hombre es á la vez triple y uno, sensación, sentimiento é inteligencia. Todos tenemos los tres términos en grados diferentes, predominando uno de ellos en cada sér humano. Por eso los hombres se dividen en tres grandes clases: industriales, artistas y sabios, no separados en castas como en la India, sino perfectamente iguales. Un grupo de tres individuos, un industrial, un artista y un sabio, forma la triada, que debe ser el elemento de todo trabajo y de toda función social. Una reunión de triadas constituye un taller Toda función industrial y profesional será desempeñada por tres talleres, á los que se dará el capi tal que necesiten. Cada tres talleres habrá una tríada directiva elegida por ellos. De ese modo se realizan la asociación y la igualdad perfectas, y se destruye el despotismo que existe cuando el poder se ejerce por uno solo.

La teoría de la triada no es más que una concepción socialista, puesto que, según sus defen sores, el capital pertenece a la sociedad, los trabajadores son funcionarios públicos los productos se reparten conforme a los principios sansimonianos. Para demostrar que no hay que temer nunca que la población exceda á las subsistencias, Lerroux expone con la mayor seriedad la ridícula doctrina del circulus. Según ella, el hombre, como todos los seres animados, consume subsistencias, pero en cambio devuelve exhalaciones líquidas y gaseosas, los desperdicios de la digestión y otras materias que, ela. boradas por las fuerzas naturales, reproducen nuevas substancias. La producción renace así del consumo en un círculo perpetuo, y en virtud de él todo hombre es productor y consumidor, y tiene derecho á vivir aunque no trabaje, si bien en este caso no será ciudadano ni funcio

nario.

Las teorías de la triada y del circulus no merecen los honores de la crítica ni de una refutación seria, aunque su autor es un escritor de talento y de una erudición extensa. Sus discípulos le han tenido por un hombre de inspiración y por sabio profundo, y los críticos imparciales, reconociendo su vasta ciencia, han deplorado que se dejase llevar por un espíritu de originalidad extravagante. Los discípulos más notables de la escuela humanitaria de Lerroux fueron Desage y Desmoulíns.

El socialismo de Alemania, cuyo germen se encuentra en las doctrinas de algunas escuelas filosóficas é históricas, tiene en aquel país, no sólo notables y eruditos apóstoles, sino también un número de partidarios superior al de otros países. En ninguno, en efecto, ha contado la Internacional un millón de afiliados como en el pueblo alemán. Los escritores que más se han distinguido entre los socialistas han sido Karl Marx y Lasalle.

Karl Marx nació en Tréveris en 1815, de padres israelistas, y se distinguió desde sus primeros años por su talento y la independencia de su espíritu. Sufrió persecuciones en su patria por sus ideas políticas, y en su emigración contribuyó eficazmente á los progresos de la Internacional. Según él, en los primeros tiempos no existió el capital, y no había sociedades capitalistas. Se formó más adelante, y se constituyeron éstas, subordinándose el trabajo á la riqueza acumulada. A ellas pertenece la en que vivimos, y ha llegado el momento histórico de su desaparición y de recobrar el trabajo los derechos que le corresponden. La organización presente es obra de la violencia, y debe sucederle el imperio de la justicia. El trabajo lo produce todo y el capital nada; es decir, que es por lo tanto necesario dar al primero lo que le roba el segundo, y pagar á éste lo que usurpa indebidamente. Por eso la propiedad de la tierra y de los medios é instrumentos de la producción no debe ser individual, sino colectiva.

Las doctrinas de Karl Marx fueron exageradas por su discípulo Lasalle. Este escritor, muerto desgraciadamente en un duelo, se distinguió por la variedad y extensión de sus conocimientos, y ejerció una gran influencia sobre los trabajadores alemanes con sus numerosas obras. Para él

el capital era sólo una categoría histórica que desaparecerá cuando desaparezcan las circuns tancias que lo produjeron. Su ideal consistía en regimentar á los obreros en una vasta asociación universal en que, suprimida toda concurrencia, el obrero pudiera obtener todo el producto que usurpa ahora el capital. Para realizar sus aspiraciones quería que se empleasen desde luego los fondos del Estado en organizar la corporación obrera transitoriamente hasta llegar á la asociación integral de todos los trabajadores.

Bebel, Liebknecht, Paepe y otros muchos escritores alemanes han defendido también las doctrinas colectivistas y comunistas. Paepe ha combatido las de Marx, y ha seguido las inspiraciones del ruso Bakounine. Hay además en Alemania varios profesores de las Universidades que, aunque no son francamente enemigos de la propiedad, conceden al Estado tanta interven ción en la industria y tienen en tan poco la libertad y los derechos del individuo, que no sin razón se les ha llamado socialistas de cátedra. Figuran entre ellos Hegeld, Vagner, Jacobi, Gensel, Ludwig-Woll, Tiedeman, de Heldorf, Websky, Schmoelles, Roeler, Brentan, Schoemberg y otros. De sus doctrinas nos ocuparemos en breve especialmente.

La Exposición de 1862 reunió en Londres á un gran número de operarios de diferentes naciones, y los ingleses pudieron realizar el pensa miento que les había hecho concebir la ineficacia de las asociaciones nacionales. Este pensamiento halagó á todos, porque con su realización esperaban encontrar la emancipación del trabajo y una etapa para llegar á su ideal, que consistía en dominar el capital y dirigir todas las industrias. Se fundó entonces el Pacto internacional en la taberna de los Francmasones, en que estaban reunidos varios trabajadores para solemnizar la fiesta de la fraternización universal. En 1864 se formó en Londres el reglamento interino de la Asociación internacional, y en 1866 se acordaron en Ginebra sus estatutos y reglamentos definitivos. Se han celebrado después varios congresos á que han asistido obreros de diferentes naciones, los cuales han propagado por toda Europa el pensamiento de la asociación. No predomina, sin embargo, en todas partes el mismo espíritu. En Inglaterra, país positivista y práctico, dominan las tendencias económicas, y en Francia las socialistas. En aquél se pretende principalmente mejorar la condición del obrero con la elevación de los salarios, y en éste destruir la organización social existente y convertir la propiedad individual en colectiva. Estas diferentes tendencias han producido choques entre los sostenedores de unas y otras, con gran contentamiento de cuantos desean el orden y sosiego públicos. La Internacional, reuniendo considerables recursos con las cuotas de sus socios, ha logrado suministrar medios de vivir á los que se declaran en huelga y excitar y mantener el espíritu socialista en los pueblos, siendo con sus secciones, federaciones, congresos, comités federales y consejo general, y con la cohesión y unidad de sus fuerzas, un motivo de alarma y peligro para las naciones cilivizadas. En el curso de su corta historia ha sufrido no pocas vicisitudes, y hoy apenas da señales de vida. Influída unas veces por las doctrinas mutualistas de Proudhon, otras por Marx, y otras por Bakounine, ha producido hechos lamentables y ha sido reprimida por varios gobiernos.

Esta asociación se ha extendido rápidamente por Europa y América y ha llegado á contar millones de afiliados. En cada comarca ha ha bido una ó más secciones que, cuando eran en número bastante, formaban una federación regida por un Consejo federal. Si eran pocas la dirección se confiaba á un comité. Los representantes de las secciones ó federaciones reunidas periódi camente en congresos han ejercido el poder le gislativo, y el Consejo general establecido en Londres el ejecutivo. El primer Congreso se celebró en Ginebra en 1866. En él se manifestaron dos tendencias: una de los mutualistas franceses que seguían las inspiraciones de las doctrinas de Proudhón, y otra de los delegados comunistas de varias naciones. Asistieron Karl Marx y el ruso Bakounine, que se llamaba á sí mismo el Bárbaro del Norte. El segundo Congreso tuvo lugar en Lausana en 1867, y el tercero en Bruselas en 1868. En éste se unió á la Internacional la Alian

za Internacional de la Democracia socialista, que profesaba al ateísmo y aspiraba a la supresión de

la herencia, á la solidaridad universal, á la negación de la patria, á la reducción de las facultades del Estado á simples funciones adminis trativas, y á convertir en colectiva, como la mayor parte de los internacionalistas, la propiedad de la tierra y de los instrumentos del trabajo.

En 1869 se reunió el Congreso en Basilea, y los anarquistas Bakounine y su discípulo Netchaief triunfaron de Karl Marx y de los socia listas autoritarios; en el celebrado después en La Haya obtuvieron éstos la victoria, y consiguie ron la expulsión de Guillaume y Malón, partidarios del moscovita. En 1871 los internaciona listas franceses tomaron una gran parte en los terribles sucesos de la Commune y escandalizaron al mundo con sus devastaciones y crímenes. Sin embargo, como sucede con mucha frecuen cia, la exageración del desorden hizo sentir vi vamente la necesidad de hacerle cesar y debilitó la fuerza de sus promovedores. Desde entonces empezó la decadencia de la Internacional; sus divisiones anteriores se pronunciaron con más energía, y los gérmenes disolventes que encerraba produjeron sus naturales frutos. Esta terrible asociación se dividió en dos fracciones: una dirigida por Marx y por el Consejo general de Londres, compuesta de las federaciones inglesa, alemana, ginebrina y americana, y otra capitaneada por Bakounine y formada por belgas, italianos, españoles y suizos del Jura Bernés. La primera tuvo un Congreso en Nueva York, y en él decretó la disolución de la segunda, que se lla mó Jurasiaca; continuó, sin embargo, ésta, y en 1873 cada una tuvo su Congreso en Ginebra simultáneamente. En 1874 se celebró la séptima reunión en Bruselas. Fueron, como se ha dicho antes, el alma de la disolución de la Internacional, Marx y Bakounine, notables ambos, el uno por su ciencia y el otro por su audacia y condi ciones oratorias. Marx aspiraba al colectivismo por medio de la autoridad y organización social, y

Bakounine por medio de la destrucción y la anarquía. Se dió á los partidarios de aquél el nombre de autoritarios y á los del segundo el de anarquistas. Los brutales atentados de los últi mos han motivado leyes represivas en todos los pueblos.

III El socialismo de cátedra. - Uno de los principales y primeros antecedentes del socialis. mo de cátedra lo encontramos en la obra de Federico List titulada Sistema nacional de Economía política, publicada en 1841, en cuya obra, apartándose de los más culminantes y antiguos errores socialistas, busca en su auxilio el ente jurídico nación, no para encomendarle toda la iniciativa, no para esperar de él la única salvación, matando en absoluto el individualismo, como lo intentaron Fourier, Cavet y Saint-Simón, sino para que, ensanchando la órbita de acción del Derecho, cupiesen dentro de la misma la mayor parte de los fenómenos económicos, los cuales, para ser bien conocidos y juzgados, es preciso que lo sean bajo el doble punto de vista de hechos y fenómenos económicos. A la importante obra de List sigue la del profesor Held, de la Universidad de Bon, la de Rooher y la de Schmoller, que si bien pecan de ciertos ribetes alltocráticos son los verdaderos representantes del socialismo de cátedra. Tanto éstos como Hildebrand Knies y Emilio Laveleye, piden y sostie nen, no la absorción del individuo por el Estado, sino una más extensa y eficaz intervención de éste en materias económicas. Verdad es que en ésta, como en todas las nuevas escuelas, hay que lamentar absurdas exageraciones é inconcebibles utopias; pero ni esto debilita lo que de verdadero y científico tienen los legítimos cátedra-socialistas, ni por esos solos errores y utopias debe condenarse su doctrina, puesto que las simples opiniones, como acertadamente dice Mauricio Bloch, uno de los más apasionados adversarios del socialismo de cátedra, no constituyen jamás escue la ni ciencia, aunque fuesen las opiniones de Aristóteles ó de Platón, de Bacón ó de Montesquieu, en una palabra, de los más ilustres entre los ilustres.

Wagner, Rocher, Schaffle, Brentano y Marlo son la expresión radical del socialismo de cátedra; Wagner da tales atribuciones al Estado, que llega á negar al individuo el derecho de cambiar de residencia, y hasta de casarse sin au torización del gobierno. Pero á pesar de ello todos coinciden en lo esencial, en la afirmación de que las leyes naturales económicas, en cuanto quiera dárseles una aplicación general, son vicio

sas, pues siempre y en todas ocasiones deben sujetarse al Derecho y á la Moral, puesto que el individuo cuando cultiva sus intereses económicos no deja por ello de ser un miembro del organismo político Estado, y por ende sujeto en la condicionalidad de sus relaciones á las leyes, fuera de las cuales no es posible perseguir el bien ni llegar al cumplimiento de los múltiples fines individuales y sociales del hombre.

No es sólo en Alemania en donde ha tenido numerosos secuaces esta doctrina, llamada cátedra-socialista por haber nacido y encontrado valioso concurso entre los más sabios catedráticos alemanes, sino en Inglaterra, en donde se halla representada por Thornton, Cliffe y Leslie; en Italia por Lazzatti, Cusumano, Morelli y Lambertico; en Dinamarca por Petersen, Falve, Hansen y Will, y en Francia por Emilio Leveleyer. He aquí los principales fundamentos de tan importante doctrina, tal como se expresa en las obras de sus principales mantenedores, y principalmente en las de Laveleye y Schaffle. El socialismo de cátedra, que nunca ha negado la propiedad del capital, ni la del producto, ni la familia, ni ninguno de los organismos actuales que se consideran como verdaderas bases de un orden jurídico, trata sólo y exclusivamente de encontrar una base científica, invariable y racional á la economía, base que, lejos de descansar en un mero sentimiento que fácilmenle degenera en pasión, halle su asiento en una verdad inconcusa y axiomática, fija y eterna, como deben serlo los cimientos de toda doctrina científica. Por eso una de las negaciones fundamentales del socialismo de cátedra es la de que el egoísmo y el interés individual no son las únicas bases de la ciencia económica, como pretenden Bastiat y la mayor parte de los individualistas, y sí la aspiración al bienestar individual y social, al Derecho, á la Moral y á la Justicia. Esta negación, sin embargo, no es absoluta; los cátedra-socialistas, que no han llegado á las exageraciones utópicas de Wagner y Marlo, buscan la verdadera armonía entre el interés individual y social, no excluyen el egoísmo en su totalidad, antes bien lo reconocen, lo aplauden y lo respetan hasta cierto punto. «Al lado del egoísmo, dice Laveleye, está el sentimiento de la colectividad ó de la sociabilidad, que tiene sus manifestaciones en la creación de la familia, del pueblo y del Estado. El hombre no es como el sér irracional, que sólo conoce la satisfacción de sus necesidades; es un sér moral que sabe atenerse á sus deberes, y que educado por la Religión ó la Filosofía sacrifica muchas veces sus satisfacciones, su bienestar y su vida, á la patria, á la humanidad, á la verdad y á Dios. He aquí cómo los verdaderos cátedrasocialistas no niegan en absoluto que el egoísmo sea el móvil de las acciones humanas bajo el aspecto económico; niegan, sí, que sea el único, y quieren que para que sus consecuencias puedan caber de lleno dentro del campo científico pasen y se depuren antes en el crisol de la Moral y del Derecho, y, según algunos, hasta en los de la Religión y la Filosofía.

Censuran también los cátedra-socialistas lo ilimitado y absoluto del célebre principio de los fisiócratas franceses laissez faire, laissez passer, pero no por esto niegan la libertad individual, à la que prestan tan fervoroso culto como los mismos individualistas. «La libertad del indivi- | duo, dice otro autor, debe, no sólo ser respetada, sino estimulada; pero es preciso que quede sujeta á las reglas de la equidad, y estas reglas, que son más estrictas á medida que se depuran las ideas del bien y de lo justo, deben imponerse por el Estado.>

En su consecuencia, la intervención del Estado, según los socialistas de cátedra, es necesaria en algunos de los fenómenos económicos. «El Estado no debe permanecer siempre en reposo, como quieren los fisiócratas, ni siempre en movimien to, como lo piden ciertos socialistas; cada caso debe ser examinado aisladamente, teniendo en cuenta las necesidades que hay que satisfacer y los recursos con que cuenta la iniciativa individual. Este es el principio que sienta Laveleye, de acuerdo con Dupont-White, en su libro El individuo y el Estado Siguiendo este mismo criterio, laméntanse los socialistas de cátedra de que por los individualistas se haya descuidado hasta cierto punto la repartición de la riqueza, que se realiza en virtud de contratos con intervención de las leyes y con arreglo á sentimientos morales y de equidad; es, pues, la distribución

de la riqueza una cuestión de Derecho, y más que de Derecho de Código civil, para cuya solución es una verdadera locura invocar tan sólo la libertad y las leyes naturales. En suma, el socia lismo de cátedra se anuncia como una reacción saludable y provechosa, además de necesaria, contra el exagerado individualismo de muchos economistas que se cruzan impasibles de brazos ante los males sociales, apoyados en sus antiguas máximas del laissez faire.

IV El socialismo católico. - Vivamente solicitado por instancias de toda la cristiandad, pu blicó el Papa León XIII la Encíclica de 15 de mayo de 1891, en la cual se inclina á soluciones que no disconforman con las propuestas por los socialistas, resultado de un movimiento de ideas en los fieles, cuya síntesis se expone á continua. ción.

Los católicos no fijan su atención solamente sobre el régimen del trabajo, sino sobre toda la organización social. En la solución de las dificultades con que luchan los modernos Estados, en la realización de las reformas que juzgan necesarias, inspíranse ante todo en las reglas eternas de la ley de Dios, en las decisiones y las enseñanzas de la Iglesia, que, según dicen, son de aquélla eterno comentario, y permanecen y duran, al través de los siglos, en principios que han prevalecido en las épocas de paz social, en tradiciones cuya bondad ha probado la experiencia y en el nacimiento de necesidades nuevas ocurrido en nuestro siglo. Y al consultar á los grandes autores de las épocas en que dominaban los principios cristianos, procuraron aunarlos con los pensadores de la época actual que han lanzado sus miradas sobre los males presentes. A sus ojos hay dos concepciones absolutamente distintas de la sociedad: una materialista y mecánica, y otra viva y orgánica. Para los primeros la sociedad es una agrupación de átomos individuales más o menos ingeniosamente puestos en cohesión por la mano del Estado, un mecanismo de ruedas que engranan unas en otras obedeciendo al impulso del motor central, de quien reciben movimiento y acción; para los segundos la sociedad es lo que Cicerón llamaba con rara perfección Catus ordinatus, un pueblo organizado, una serie de organismos vivos, con su función propia y su autonomía relativa. Una sociedad es, por lo tanto, un inmenso organismo corporativo, á partir de la primera corporación natural y necesaria que es la familia, hasta la gran corporación, el Estado, pasando por corporaciones intermedias, hijas de la primera y origen de la última, las municipalidades, las provincias, sin olvidar las corporaciones profesionales que agrupan á los hombres dedicados á las mismas ocupaciones, y ligados por consiguiente por los mismos intereses. El régimen corporativo es el régimen natural de la sociedad humana.

La familia, y no el individuo, constituyen la unidad social. Dios ha creado la familia, cuya misión obedece al precepto de «creced y multiplicaos.» A ella pertenece por lo tanto el cuidado de grabar en el alma de los niños la primera enseñanza moral que los encaminará al conocimiento de la verdad revelada, que presta su fuerza á la conservación del hogar, que no es tan sólo un lugar, una propiedad, un dominio, sino el santuario de una tradición, la transmisión de una enseñanza, de una aptitud y de una cualidad, que la misma familia establecida perpetúa. Es necesario que la legislación civil no rompa la estabilidad de la familia, y bajo un régimen de libertad absoluta al testar, se destruiría la conservación del patrimonio familiar, resultando que la flaqueza de un individuo comprometería la obra de varias generaciones, destruyendo la cuasi propiedad que ciertas costumbres han atribuído á la familia, en la que debe conservarse la autoridad paterna. Sin la conservación del hogar, en el cual se encarnan las tradiciones de los antepasados, siendo á la vez el centro común de los hijos, la familia no es más que un grano de polvo, y la sociedad entera sufre la repercusión de esta instabilidad.

En nuestros días se invocan los sagrados derechos de la propiedad, en cuya virtud parece como si el propietario se hallase desligado de toda carga, salvo las que voluntariamente se impone, pudiendo comprar, vender, hipotecar, sin que la ley limite este derecho, igual para toda clase de propietarios. Al propio tiempo la propiedad colectiva es mirada con desconfianza, y toda propiedad se moviliza á imagen de la

familia. Ciertamente son sagrados los derechos de la propiedad, mas aquéllos que no poseen tienen también derechos igualmente respetables, y aquélla, no tan sólo debe procurar ventajas á los que la poseen, sino ser el verdadero granero de abundancia de la sociedad. Las antiguas cargas que la costumbre la imponía se restringen de día en día á medida que la propiedad, despojada de su carácter social, pasa de mano en mano asimilada á un valor de Bolsa. La emancipación, tan celebrada como gran conquista de los tiempos modernos, debería llamarse emancipación por parte de los propietarios de las cargas sociales á que antes se hallaban sometidos, concepción agravada por la restricción de la parte hecha á la propiedad colectiva.

La aglomeración de las poblaciones impone la apropiación de los bienes, pero la apropiación colectiva tiene en esta distribución una parte harto pequeña. Dos grandes maestros de economía social, Roscher y Le Play, lo han dicho: «Una buena economía nacional debe comprender una mezcla feliz de la propiedad colectiva, de la grande y pequeña propiedad, ó, para emplear la expresión del segundo, de la propiedad común. Tiene la concentración excesiva de la propiedad no menos inconvenientes que su división exagerada. La primera debilita la clase de los labradores, tan útil al Estado; la segunda lleva consigo el tipo del propietario indigente, que agotándose en esfuerzos estériles sobre una tierra insuficiente para alimentarle tiene que sucumbir en la lucha, y vender una tierra que, pasando á otras manos, no constituirá jamás un lugar estable, dada la partición forzosa de las herencias. Cada una de estas propiedades tiene su misión. Corresponde á la gran propiedad el cuidado de introducir las mejoras agrícolas, vedadas á los pequeños propietarios; sirve de sostén á los pueblos en las épocas de crisis, y forma las clases elevadas que, penetradas de su función social, se preparan al ejercicio de sus funciones políticas. Mas la introducción del arrendamiento como medio de explotación permite al propietario retirarse de la tierra, y descargándole de toda preocupación agrícola le convierte en un simple rentista. La pequeña propiedad es un elemento indispensable en toda sociedad, mas no desempeñará bien el papel que la corresponde sino á condición de formar un hogar asentado sobre tal base que impida la transmisión fuera de la familia, esto es, que se halle al abrigo del crédito. Esta preocupación se halla en todas las constituciones sociales, y la libertad, bien triste para semejante propiedad, la permite sucumbir fácilmente bajo los golpes de la hipoteca y de la usura.

Si los Estados Unidos y Alemania ofrecen un ejemplo de consolidación de esta propiedad, aquéllos con el homestead y ésta con la institución de los bienes de la familia, otras legislaciones han creado á la misma una situación difícil, por las formalidades y los gastos que la imponen, constituyendo una esterilidad sistemática que sólo puede conducir al desfallecimiento de la potencia nacional. Tales reformas tienen un útil complemento con el desarrollo de las asociaciones agrícolas.

Los católicos, cuyas doctrinas analizamos, han prestado atención particular á las condiciones nuevas que la edad del carbón de piedra impone á los obreros de las grandes industrias. Aglomerados en número excesivo junto á los talleres del trabajo, y apartados de la tierra, viven tan sólo de un salario que les hace ser víctimas en las grandes crisis económicas. La máquina, al exigir que en su trabajo se emplee el marido, la mujer y el hijo, desorganiza la familia, y en tanto que el obrero no puede constituir un hogar estable ni amasar una economía, ante sus ojos se forman fortunas inmensas, quizá antes aún más que ahora, dado que una concurrencia desenfrenada ataca al patrón no menos que al asalariado. Falsas teorías han agravado todavía la situación del obrero, haciendo que el trabajo se considere como una mercancía sometida á la ley de la oferta y la demanda, representando el juego de las leyes económicas como fuera de toda intervención, y eficaz seguro por sí mismo de la armonía social. De este error son gemelas la indiferencia de la legislación por la desorganización de la familia obrera durante una parte del actual siglo, el olvido de sus deberes por parte de los patronos, el salario estrictamente ceñido á la cantidad de trabajo y no á las nece.

sidades de la familia, en una palabra, el antagonismo social, agravado todavía por la desaparición de todo sentimiento y todo principio religioso en las leyes é instituciones públicas. ¿Qué remedios pueden llevarse á semejante alteración de la organización social? Desde luego rectificar las ideas viciadas desde hace un siglo por la escuela económica clásica, y arrojar luz sobre el error fundamental en que aquélla se apoya. En un sentido exacto, dice el Padre Literatore, no se puede llamar al trabajo una mercancía; debe llamarse prestación de obra, y por consiguiente el salario no es un precio, sino una retribución. El trabajo es una acción humana, y la acción puede hacer abstracción del dinero y de la cualidad del dinero; de donde se sigue que el trabajo no puede hacer abstracción del hombre ni de lo que al hombre se debe. En el terreno de los hechos la Historia nos muestra cómo se combinan los factores para el mantenimiento de la paz social. Estriba ésta en el patronato, esto es, en el cumplimiento de los deberes por los patronos al tratar á los obreros «como un padre de familia á sus hijos, según la frase del concilio de Trento. La eficacia del patronato, no obstante, se pierde por el gran número de obreros empleados, que impide que se hallen directamente relacionados con el jefe del establecimiento. Además, si la teoría recta no ha sido comprendida por muchos industriales, imbuídos en la falsa teoría del trabajo-mercancía, ha sido quebrantada por una fatal concurrencia que impide á muchos ánimos generosos seguir la buena senda, por no poder sostener la lucha con sus contrarios, ávidos tan sólo de ganancias.

Por consiguiente, la intervención del Estado se impone, siendo su misión servir al interés común, reprimir los abusos y proteger los derechos, como ha dicho el Padre Santo en su célebre Encíclica sobre la condición de los obreros: doquiera que estos derechos se hallen deben ser religiosamente respetados, y el Estado debe asegurarlos á todos los ciudadanos, previendo ó castigando su violación. » Siempre en la protección de los derechos privados debe preocuparse por modo especial de los débiles y de los indigentes. «Los límites de las leyes se determinarán por el fin mismo que las llame en su socorro; es decir, que aquéllas no deben avanzar ni emprender nada más allá de lo necesario para evitar los peligros. Acerca de esta intervención ningún desacuerdo existe entre los católicos, admitiendo estos principios hasta los tildados de no intervencionalistas; la intervención del Estado es legítima, sobre todo si los obreros se hallan obligados á trabajar un número de horas manifies tamente superior al que libremente hubiesen aceptado, y más aún si no son poseedores del derecho de asociación para defenderse en sus intereses violados. La Historia nos muestra que en ninguna época los poderes públicos se han olvidado del trabajo y sus condiciones; la idea de la libertad absoluta, imaginada á fin del siglo XVIII, sólo ha logrado, al aplicarse á la gran industria, bajar á la humanidad hasta la bestia

lidad.

Una legislación social tendrá por primer fin asegurar la familia contra la desorganización que resulta del empleo prematuro ó excesivo del niño, del alejamiento de la madre del hogar doméstico durante la noche, pues sin esta moralización del hogar todos los esfuerzos para aliviar la suerte de los obreros resultarán estériles. La autoridad pública velará por las fuerzas de los obreros, arrancando á los desdichados de las manos de los especuladores que, no diferenciando un hombre de una máquina, abusan sin medida de sus personas para satisfacer insaciables concupiscencias. Exigir una suma de trabajo que, ago. tando todas las fuerzas del alma, aplaste el cuerpo y consuma las fuerzas hasta el agotamiento, es una conducta que no pueden tolerar ni la justicia ni la humanidad. La ley no tendrá que fijar la jornada del trabajo para cada industria especial; este cuidado será de cada una de las asociaciones profesionales, y aquélla deberá limitarse á fijar una duración máxima. Una ley sobre los accidentes pondrá al obrero al abrigo de las torpezas del procedimiento y asegurará la reparación del daño sufrido. El legislador deberá dar plena libertad á las asociaciones, que tan importante papel hacen en la organización del trabajo, sea cualquiera su forma, como la de asociación contra los accidentes, de economía, sociedades de socorros mutuos, de consumo ó de resistencia

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para lograr la elevación de los salarios ó la reducción de las horas de trabajo. Mas las asociaciones más fecundas para lograr la paz social son las mixtas de patronos y obreros, no sólo para unirse en el terreno moral, sino en el terreno profesional, correspondiendo á ellas la solución de cuestiones sobre las cuales el legislador sería peligroso se decidiese, por ejemplo el mínimum de los salarios, insoluble en el estado actual, formando la jurisdicción profesional y teniendo la facultad de nombrar comisiones de arbitraje, que solucionarían las cuestiones surgidas entre obreros y patronos á satisfacción de unos y otros. Los sindicatos mixtos de cada región se unirán á su vez para constituir un sindicato superior, que disponiendo de mayores recursos podría crear cajas para los seguros contra los accidentes, y ser obstáculo á las pretensiones peligrosas del Estado por medio de hechos y no tan sólo de palabras. Semejante régimen supone, además de la libertad de asociación, el derecho de poseer para las asociaciones profesionales, combinando de modo feliz los tres factores esenciales de la organización del trabajo. Por su medio, si no harán desaparecer del todo los inconvenientes de la aglomeración de familias obreras, se ate. nuarán en gran parte. Dicho medio ofrece mayores garantías de éxito que el mismo colectivismo, que dirigiendo al régimen actual críticas justificadas, se resuelve en una teoría burocrática que no tardaría en ahogar toda iniciativa y acre cer por modo desmesurado la acción y los gastos del Estado.

Se ha llamado á nuestro siglo el siglo de la usura, y ciertamente que merece tal nombre si se considera la importancia que en la época actual ha tomado el dinero, la libertad en que se han dejado sus negociaciones, y la importancia que reviste en la sociedad. Las ideas expuestas por Turgot en sus Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas, sirven de base á esta nueva doctrina, considerando al dinero como una mercancía que, como todas, necesita libertad. El régimen se caracteriza por el desarrollo excesivo de las jugadas de Bolsa, mediante las cuales se pierden enormes sumas en provecho de algunos jugadores avisados. Las especulaciones sobre las materias primeras y los objetos más útiles á la existencia son una de sus consecuencias. Se sos tiene tal régimen por las sociedades financieras que detienen una parte importante de la fortuna pública, basándose en el agio para hallar empleo fructuoso á sus capitales, lo cual explica la muer. te súbita de algunas, consideradas por falsas apariencias como firmes y seguras. Mas la fortaleza más importante del sistema son los empréstitos al Estado, que dan un poder singular a la alta banca, sometiendo al gobierno a su yugo, por disponer como soberanos de los mercados donde se realizan las emisiones. Otra consecuencia de semejante régimen consiste en apartar el capital del trabajo, de la tierra, de los negocios productivos, para precipitarlo hacia la Bolsa y sociedades financieras, agravando todavía más las condiciones del trabajo, por las especulaciones hechas en su detrimento, cargándoles con la terrible tarea de subvenir á los gastos públicos. La clase capitalista se hace así dueña de los instrumentos de trabajo y poseedora de un poder absoluto y abusivo, que provoca un movimiento de reacción contra el agio, que es una de las primeras causas del socialismo.

Ocupa el régimen del crédito tal lugar en la sociedad moderna, que una reforma se halla erizada de dificultades. Bajo el punto de vista práctico, la Iglesia ha tolerado el préstamo á interés, dentro del uso lícito en la mayoría de los casos, sin que haya abandonado ninguno de los principios en los cuales ve la regla eterna de las sociedades, mas por lo menos el agio debe ser severamente reprimido cuando cae bajo la ley. Hoy las mayores depredaciones tienen asegurada la impunidad, toda vez que la ley tiene para ellas punible indulgencia. La ley sobre sociedades anónimas reclama serias reformas, hallándose el remedio á las imposiciones del capital en la progresiva sustitución de las sociedades de capitales por las personales. Las sociedades de crédito mutuo, que con tanto éxito funcionan en Alemania, constituyen una utilísima barrera contra la usura, y los empréstitos del Estado disminuirán tan sólo cuando éste se halle confiado á otras manos y se modifique el sistema de la representación política.

El orden político actual tiende á concentrar

todos los poderes en manos del Estado, mirando con disgusto toda asociación y todo cuerpo autónomo, siendo invasor de todos los terrenos, y obligándose por ende al crecimiento de sus funciona. rios, lo cual lleva consigo el desarrollo progresivo del funcionario y de la burocracia, y como consecuencia fatal el aumento de los gastos pú blicos. En realidad, el gobierno pertenece à una asamblea y no es el gobierno del pueblo por el pueblo, sino el de una mayoría comúnmente débil, y minoría de la nación. No conoce otra ley más que su voluntad movible, y no dejándose guiar más que por la preocupación del poder elec toral huella los derechos históricos, que son en Derecho político lo que las costumbres en Derecho civil, la encarnación del genio y de las necesidades de una nación. Desprecia los votos de la minoría aun cuando ésta represente la mitad de la mitad de la nación, hallándose tal poder marcado por un triple carácter: el anónimo, la incompetencia y la irresponsabilidad.

El fracaso de tal concepción se acrece por sus faltas, sus locas prodigalidades, la instabilidad que provoca, las divisiones que mantiene, su oposición á las primeras libertades, su política sin grandeza, su destrucción de las ilusiones orientando el espíritu en nuevas direcciones.

Es necesario, según los católicos del grupo á que nos referimos, sustituir la administración mecanica y burocrática, que ahoga todas las libertades legítimas, por una organización viva, en que cada organismo social goce la relativa autonomía exigida por su fin, y ejerza libremente su función coordinada en el verdadero bien general; reemplazar por el régimen representativo, expresión de los intereses y de los derechos de los diversos grupos organizados que constituyen la nación, el parlamentarismo que agoniza ante nuestra vista, y que no es más que la representación confnsa y tumultuosa de opiniones contradictorias, de pasiones y apetitos. El régimen político de la nación debe basarse en la organización corpora. tiva; pues siendo la profesión lo que caracteriza á cada individuo, tomando esta base en nada contraria al sufragio universal, hállase garantida la representación de todos los intereses, en tanto que hoy los elegidos representan tan sólo una corriente pasajera. La aplicación del sistema puede concebirse de diversos modos, pero siem. pre supone la existencia de asociaciones profesionales ó corporativas autónomas, encargadas de lo que el Estado cumple con grandes gastos y ahogando toda iniciativa. De este modo se detiene la marea ascendente de la burocracia, que extiende cada día sus conquistas, y cuyo poder se agranda bajo el pretexto de fortificar el Esta do, debilitando la sociedad. Este régimen hace de la nación un cuerpo vivo en que cada miem. bro tiene una existencia propia, en vez de reducirlo al estado de muelle inerte esperando el movimiento de un poder central, cuyas pretensiones son tanto más excesivas cuanto su composición, fruto del azar, inspira mayor desconfianza.

Tales son las ideas de los socialistas cristianos, tildados por algunos de soñadores al pretender resucitar un pasado muerto para siempre, y por otros de revolucionarios al abrir con sencilla inconsciencia las puertas á los socialistas destructores y cristianos por ellos tan anatematizados.

V Estado actual del socialismo. - Democracia significa gobierno social, un régimen político en que prevalecen las expansiones del poder, las amplitudes del Derecho, y en el que sin destruir arbitrariamente y con violencia los sedimentos de la Historia, sin enardecer las pasiones de las muchedumbres, sin sustituir la tiranía de los menos por la tiranía de los más, la ley órgano del progreso y de la armonía social, inspirada en la justicia y en la opinión, facilita, sin impa. ciencias peligrosas, pero sin demoras injustificadas, la difusión de la cultura, de la riqueza y del poder entre todos los ciudadanos, no olvi dando que la ascensión de las clases populares engendrará en ellas el vértigo de las alturas si de improviso se realiza, y que la escuela de las disipaciones y de la prodigalidad es la más fre cuentada por los que vivieron ignorando el valor de la riqueza inesperadamente adquirida.

Con este oriente, la democracia contemporá nea, cumpliendo su misión civilizadora y cristiana, no dará en el escollo del cesarismo ni en los extremos de la demagogia, siendo á un tiem. po conservadora y progresiva, respetuosa de lo pasado y educadora de lo porvenir, deducción

lógica y seductora de la ciencia, fecunda en resultados prácticos y en progresos inmediatos para el estado llano que la aclamó entusiasta, y hoy ya comienza á rehuirla esquivo. La Revolu ción francesa otorgó al hombre derechos para combatir libremente por su emancipación y bien estar; pero aquella soñada abolición de la miseria, que fué su primer estímulo, es en los actuales momentos problema abrumador que nos preocupa y nos amenaza.

Crece el bienestar económico, pero crece en desiguales proporciones: en proporción geométrica para aquellas clases acomodadas cuyo porvenir no ofrece peligro; en proporción aritmé. tica y no siempre constante para los condenados á ganar en la lucha de cada día el pan disputado por una competencia sin entrañas; el salario mermado por la huelga, la enfermedad, las crisis ó la codicia del capital, no conserva su relación equitativa con la renta. Cunde, es verdad, la enseñanza; pero mientras la alta instrucción se perfecciona en grados prodigiosos, más de una mitad del censo queda inalfabeta en Europa, sin que la instrucción obligatoria, aun practicada y exigida con rigor, baste, por lo breve de su duración y lo elemental de su contenido, á regenerar con su influjo las esencias viciadas de la incultura humana

El mismo sufragio universal, igualitario é individualista, combinado con las prácticas históricas de la Constitución inglesa (sin tener en cuenta que todos los principios necesitan su complemento, como todas las fuerzas su mecánica), no logra más que despertar el ansia de realidades ofrecidas por tanta fórmula retóricamente profesada, y la desconfianza que crece pone en peligro el prestigio y la autoridad de los principios. Y la inquietud aumenta y el malestar se acentúa en el orden económico, perturbado por la renovación de los métodos de producción, la independencia de las colonias, el descubrimiento de ignoradas materias primeras en inmensos territorios en que se aspira á colocar el producto ya elaborado, la baratura de fletes y transportes, la apertura de nuevas vías, la desamortización, y sobre todo la conquista de la riqueza por una clase media desligada de la aristocracia y del proletariado.

¿Cómo extrañar que clases á quien une ley invencible coloca en tal extremo apele, cual siempre apelaron, á la fuerza como razón última? Ni cómo sorprenderse de que el afán de conservar de unos y el ansia de adquirir de otros pidan su luz y su calor al renacimiento histórico y la utopia impracticable? Un movimiento instintivo y primo, el afán de la mante nencia, que ya consideraba norte de la vida la musa regocijada del Arcipreste de Hita, impulsa al proletario á la conquista y al burgués á la defensa, y, sin la organización de los grandes ejércitos, no es dudoso juzgar que la fuerza intentaría destruir en breve todo lo constituído. No afecta, es cierto, la miseria presente aquellas formas externas y rigurosas de la esclavitud clásica y la servidumbre feudal; pero no son menos duros sus efectos. Falta á nuestro obrero aquella protectora previsión de que le hacía objeto, si no el amor, la codicia del dueño, y hasta la familia, más que de venturas, es para su mente objeto de preocupaciones, cuando no le disputa el puesto ofrecido á su fuerza en el taller ó en la mina. Perdió ya su boga la frase de Thiers de que la miseria es una condición inevitable. La dura sentencia con que Say negaba al hombre un derecho á los socorros sociales, y la misma rigidez individualista de Spencer, repugnan al general sentido; y el espiritualismo moderno y el socialismo científico, expresión el uno de la Filosofía del fuerte, fórmula el segundo de la aspiración de los vencidos, buscan, si no solución para el mal, paliativos eficaces y duraderos para sus efectos devastadores.

Más práctico y más amenazador, el socialismo no cifra su confianza, como el filosofismo, en las previstas armonías de un futuro divino; concreta sus ansias al futuro humano, y pretende caminar hacia lo mejor por venir, siguiendo la senda de lo mejor presente. Abandonó el período clásico de las construcciones ideales de Saint-Simón, Fourier y Owen, y, ya en el límite del ciclo crí tico, se empeña, como afirma Quaglino, en la conquista de los medios prácticos, que ansía con presentimientos de cercanos triunfos. Bakounine, Karl Marx, Malón, Auscele, Guesde y Volders, en forma violenta ó en forma pacífica, guían sus

adeptos hacia un mismo objetivo, y un afán práctico é inmediato se agita en torno de un problema, para el que Gladstone no encontraba soluciones en el campo de sus iniciativas fecundas. La literatura socialista enardece las inteligencias más tenaces, por ser más incultas, y en el taller, en la mina, en todas partes donde la libertad individual se siente menoscabada, ó el trabajo no se remunera con holgura, el cerebro, fatigado por la monotonía de una mecánica subalterna, se abandona complacido á las seducciones de doctrinas que le ofrecen inmediata redención.

Si el amor á la igualdad y el ansia por un colectivismo imposible no son singular afán de nuestros días; si su precedente arranca de los sacerdotes egipcios y griegos, de los profetas de la India los druidas de la Galia; si los pitagóricos, desde Crotona, Ambrosio y Crisóstomo, desde el páramo condenaron la riqueza; si Huss, Zyska, Munzer, Juan de Leyde, Moro, Campanella, Morelli y Meslier predicaron la doctrina, y más tarde Rousseau comulgó en ella, forzoso es convenir en que nunca tal aspiración adquirió la importancia conseguida en los días pre

sentes.

En Rusia, afectando formas ideales y religiosas, impregnada de caracteres genuinamente nacionales, desciende desde la crítica filosófica de Heczen á la teoría de Tchernichewky para inspirar á los sectarios obstinados de Bakounine, y un mundo misterioso se agita en las sombras sin temor á la Siberia, que como amenaza constante abre sus estepas heladas. Para aquella sociedad, donde la separación de las clases es fatal como en los días del paganismo, Bakounine es la humanidad que sufre y desespera, y ante la cual, como el apóstol, asegura que toda institución actual, sin duda la del privilegio, debe caer y derrumbarse, empresa titánica que por ley fatal verá lograda el día en que la miseria aumente el número de los descontentos, de quienes la propaganda hará revolucionarios instintivos, ya que la revolución misma no es otra cosa que el desarrollo de los instintos populares. Templa en la práctica la aspereza de la doctrina la figura majestuosa de Tolstoi, y renovados los tiempos de Platón por el influjo del inmortal literato, una utopia dulcísima, la colonia de Jasnia Poljana, practica un cristianismo romántico que aconseja no combatir con la violencia á la violencia, y ofrecer segunda vez à la mano de sayón la mejilla injustamente golpeada.

El empirismo belga muéstrase menos resignado, pero igualmente activo. El Vooruit de Anseele, tan ampliamente descrito por Wyzerwa, y la Casa del Pueblo, creada en Bruselas por el esfuerzo de Volders y Bertrand, secuaces afortu nados de Malón y de Pepe, constituyen un desafío pacífico al capital y la teocracia, y luchan por sustituir con la industria cooperativa la capitalista individual, y con el sufragio universal el censo restringido, completando un día con el desarme marcial el ciclo de las reformas sociales.

Un espíritu individualista, que tradujo con acierto Spencer en su fórmula «cada uno para sí, es en el proletariado inglés base esencial del carácter, y, más por natural impulso que por esfuerzo de la propaganda, ha buscado en las Trade's Unions un organismo de defensa. Hydmann, su sostenedor más eficaz, es el hombre de acción de aquella idea; William Morris su cantor y su poeta, y el New-from navhers algo semejante á la ideal república platónica.

Grandemente socialistas son las doctrinas de Karl Marx, para quien las formas políticas y religiosas son sólo traducción de los estados económicos; los perturbadores de Liebknecht y Bebel y las exageraciones de Werner, quien, caminando hacia la violencia, se separa de Wolmar, que templa el radicalismo de sus conceptos con la fe y la esperanza en la eficacia de las reformas pacíficas.

La escuela americana, sometida á parecidas influencias, pretende, con Henry Georges, que al trabajo y no al capital corresponde el aumento de la renta, no faltando un eco entre sus obreros para el marxismo representado por Most y para los idealismos de Owen,

En Italia, con Costa, Turati y Cipriani, el movimiento socialista avanza y se gradua, imoniendo su crecimiento, como deber ineludible de los gobiernos, una mirada de atención hacia la amenaza que crece.

Precursora de las audaces iniciativas de Guillermo en Alemania, la libre Confederación helvética, inspirándose en las enseñanzas de una pléyade de escritores, traza con sabias y preciosas leyes el camino que en breve han de recorrer todos los Estados progresivos de Europa

El movimiento jurídico reformador, alboreando en la mente de los filósofos y en la fantasía de los artistas, genera en Francia una vasta literatura que hace gemir á diario las prensas, y el Parlamento de la República francesa es luminosa cátedra de socialismo, enaltecida por el pensamiento y la elocuencia de incansables propagandistas. En España ilustres estadistas han sostenido tesis pertenecientes á opuestas escuelas, acreditando vigor en la doctrina, rectitud en el propósito, gran sentido práctico y plausibles sentimientos de humanidad.

La criminal propaganda de la protesta por los medios violentos determina una legislación represiva, cuya legitimidad nadie puede desconocer; al par que estas medidas de defensa social, inícianse en todas partes saludables reformas jurídicas y económicas que acreditan la serenidad y rectitud de los poderes públicos. De tal suerte, ni el temor apresura el paso ni la ira lo contiene; que por igual al fin se revela la flaque. za, cediendo á los estímulos del temor y negándose á los requerimientos de la justicia. Las concesiones otorgadas bajo la presión de la fuerza resultan ineficaces, y no menos peligroso es también amurallarse tras el egoísmo combatiendo sin razón. Y es que existen principios eternos sociológicos que no pueden desconocerse; y es que á las sociedades corresponde defenderse contra la violencia, pero rindiendo tributo á la justicia y de igual modo que el individuo en los conflictos privados otorga espontáneamente satisfacciones o las concede sin rubor cuando las demanda la mesura, pero las niega á la amenaza aun asistida de derecho, los Estados no pueden, sin menoscabo de su disciplina, rendir su albebrío á las imposiciones tumultuarias.

Sin acoger utopias, sin pretender organizar patrias ideales ni soñar con corregir por eficacias de nuestro deseo la suma copiosa de las imperfecciones humanas, hay mucho que hacer, y para hacerlo mucho que estudiar, en la dirección de la reforma y del progreso; y si á nuestra genera. ción resta tiempo para estudiar sus energías, para convertir su pensamiento en hechos, á tales fines cooperará gustosa la que de cerca nos sucede. No es mengua para el fuerte remediar con su esfuerzo los desmayos del débil y ocurrir á sus justas aspiraciones; bien lo reconocía así, analizando el sentido y el móvil de las leyes de Bismarck, un ilustre estadista español, Cánovas del Castillo, y con perfecta claridad lo expuso hace años el glorioso Cavour, afirmando que, si para combatir el socialismo sólo se ofrecían á su juicio dos remedios, las bayonetas y la libertad, él prefería sin vacilación la libertad á las bayo

netas.

Precisa llevar á la esfera de la vida posibles soluciones. No se explica el quietismo de los políticos, de los demócratas sobre todo, que, juzgando su obra terminada, cierran con mano presurosa el ciclo de las reformas, cuando lo hasta ahora conseguido no es sino el andamiaje que ha de servir para elevar la fábrica. Son las reformas políticas, no fines, sino medios para el mejoramiento de las relaciones sociales y de la riqueza nacional; al arte de gobierno corresponde recoger cuantas lecciones á la mecánica política ofrece la mecánica industrial, acelerar las iniciativas provechosas de todas las disciplinas, dirigir todas las fuerzas para que creen y no destruyan, hacer mucho cuanto más y más pronto pueda, sin malograr la empresa, evitando que un día la impaciencia ó la codicia pretendan realizarlo todo violenta y desconsideradamente. SOCIALISTA: adj. Que profesa la doctrina del socialismo. U. t. c. s.

Todos los sistemas SOCIALISTAS adoptan por divisa la palabra solidaridad, etc. MONLAU. Lee un sistema SOCIALISTA, y si tienes buen sentido te reirás á carcajadas, etc. CASTRO Y SERRANO.

SOCIEDAD (del lat. societas): f. Reunión mayor ó menor de personas, familias, pueblos ó

naciones.

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para el hombre es la sociedad, y la moral reconoce que este hecho natural es obligatorio y se convierte en un deber ó que la sociedad necesa

terial, asegura (la familia) la continuación de ria como institución natural es buena para el

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- SOCIEDAD: Com. La de comerciantes ú hombres de negocios.

SOCIEDAD ACCIDENTAL: Com. La que se verifica sin establecer SOCIEDAD formal, interesándose unos comerciantes en las operaciones de otros.

- SOCIEDAD ANÓNIMA: Com. La que se forma por acciones, no tomando el nombre de ninguno de sus individuos, y encargándose su dirección á administradores o mandatarios.

- SOCIEDAD COMANDITARIA, Ó EN COMANDITA: Com. Aquella en que unas personas prestan fondos, y otras los manejan en su nombre particular.

- SOCIEDAD REGULAR COLECTIVA: Com. La que se ordena bajo pactos comunes á los socios, con el nombre de todos ó algunos de ellos, y participando todos proporcionalmente de los mismos derechos y obligaciones.

BUENA SOCIEDAD: Conjunto de personas de uno y otro sexo que se distinguen por su cultura y finos modales.

- MALA SOCIEDAD: La de gente sin educación y sin delicadeza.

- SOCIEDAD: Fil. La sociedad humana es obra natural (aunque no posea únicamente este carácter) y resultado propio de la doble condición, individual y social, del hombre. Mucho se ha discutido acerca del origen de la sociedad, exa minando si es un bien ó un mal, si es natural ó artificial, establecida por un contrato ó engendrada por la necesidad y por la fuerza. Cuestiones son estas todas ya resueltas al reconocer con perfecta unanimidad que el hombre es un sér naturalmente social y que no puede vivir más que en sociedad. Si las ciencias naturales descubren en el hombre semejanzas con los animales que por instinto constituyen repúblicas y le reconocen necesidades, costumbres y aun condiciones que no pueden satisfacerse en una vida solitaria, los estudios psicológicos ó morales prueban la existencia en él de inclinaciones, aptitudes y facultades inexplicables en el aislamiento. Puede el hombre vivir, alimentarse, crecer, defenderse, hablar, pensar, etc., merced al concurso de sus semejantes. Con ellos es hombre; sin ellos dejaría de serlo, y apenas concibe aun el esfuerzo gigantesco de la abstracción, que sería la condición humana negada por completo á toda comunicación social. Nuestra vida física, intelectual y moral se forma y se nutre de la de nuestros semejantes, á la cual contribuímos también por nuestra parte como individuos. Distintos, que no contrarios y menos contradictorios, son los aspectos individual y social de la condición humana (V. INDIVIDUO Y SOCIABILIDAD). El carácter orgánico de la sociedad, como la unión de individuos y á la vez de grupos sociales (familia, tribus, municipios, regiones, etc.), hace posible el concierto de lo individual con lo social, cuya base y raíz se hallan en la unidad de la naturaleza humana, en la comunidad de origen de todos los individuos, y consiguientemente en la identidad de su fin y destino. De todo ello es expresión plástica el lenguaje (V. LENGUAJE, SIGNIFICACIÓN Y SIGNO). El aislamiento, denominado por algunos (por Rousseau y por todos los que confunden el derecho y el poder y son partidarios de una democracia cesarista) estado primitivo de la naturaleza humana, es situación antinatural y contradictoria de la condición del hombre. Demuestra hoy la ciencia en

y

cumplimiento del destino humano y sagrada para la razón. Apenas si el sentido moral puede bosquejarse en el aislamiento, sintiéndose el hombre ligado con los demás en la relación del deber por una necesidad tan imperiosa como la que arranca de su organización. Al vivir en sociedad no obedecemos sólo á una necesidad ciega, ni sufrimos únicamente la condición que el medio el nacimiento nos imponen, sino que y contraemos además una obligación moral, que implica especie de consentimiento de la voluntad. Presentimos que, aun dada la posibilidad de un aislamiento completo, no debemos llevarlo á cabo; tenemos la intuición de la deuda de gratitud que nos une con nuestros semejantes, que nos han educado, alimentado é instruído, y además el sentimiento de una humanidad común á ellos y á nosotros. Aislarnos equivale á una mutilación, y para vivir sólo es preciso, según dice Aristóteles, ser un Dios ó una bestia. Como no hemos nacido exclusivamente para nosotros solos, nos sentimos obligados con nuestros semejantes.

Aunque Spencer define la sociedad «un agregado de individuos (no accidental), un sér concreto que subsiste durante generaciones y sigios como realidad viva y orgánica,» apenas si atiende después más que á descubrir analogías más ó menos violentas entre el organismo fisiológico y el social. En medio de tales analogías (algunas de ellas muy cuestionables) de la sociedad y el organismo natural, existen diferencias muy dignas de tenerse en cuenta. Primeramente las partes de un animal constituyen un todo concreto (que arranca y procede de la vida desarrollo y de la célula primitiva), y las partes de la sociedad forman un todo discreto (unidades sociales que viven á veces con independencia del todo, por ejemplo el individuo que se aisla ó vive fuera de las corrientes de su tiempo). Además, en el animal el todo es el sér verdaderamente vivo y los órganos sólo viven adheridos al todo, tanto que los que se aislan se atrofian y mueren, mientras que en la sociedad los individuos, que son realidades concretas, viven por sí y aun luchan con el todo social y á él se oponen. En tal sentido, siquiera los términos en que la formula sean más abstractos, se acerca á la verdad la definición que Wundt da de la sociedad, «reducción á unidad de una pluralidad originaria,» como una fuerza y un dinamismo, que plásticamente encarna en la Historia. En el animal la conciencia ó el elemento director está concentrado en su sensorium (centro más ó menos perfeccionado del sistema nervioso), y en la sociedad la conciencia (opinión pública difusa) está esparcida. Un partidario tan resuelto de la llamada sociología científica como Letournau acentúa estas diferencias cuando dice: «entre la estructura de las sociedades y la de los animales no existe similitud real. La comparación entre los elementos histológicos de un animal y los propios de los individuos ó familias humanas es un artificio retórico, que sólo puede dar lugar á metáforas y recursos oratorios. » Existe algo más en la sociedad que las leyes que rigen el determinismo biológico de los seres naturales, y la vida social es mucho más compleja. La sociedad evoluciona; pero en cuanto grupo, formado por unidades sociales ó personas morales, la sociedad humana progresa, siguiendo leyes por demás complejas. No es lícita, por ejemplo, la aplicación de la ley evolutiva á la marcha de las sociedades humanas, señalando inflexiblemente puntos ó etapas que hayan de recorrerse de una manera necesaria, cual acontece en los organismos naturales por la continuidad semimecánica é inalterable de las leyes de la naturaleza (non facit saltum), lo cual supondría que el hombre la sociedad no recogen, merced á su perfectibilidad, las grandes enseñanzas que les ofrece la Historia. Lo que Hæckel denomina heteronomía consiste en la negación completa de lo inflexible de la ley evolutiva. Ejemplos de esta heteronomía ofrecen todos los pueblos (señaladamente hoy el Japón), que, estando fuera de la corriente histórica, llegan á ella por medio de la colonización, asimilándose rápidamente todos los resultados de la civilización humana

sin necesidad de cruzar individual ni socialmen

y

te las etapas recorridas por los pueblos que les traen á participar de los beneficios de la cultura. Y es que la historia (dada su innegable unidad) realizada por un pueblo sirve para todos los demás, sin necesidad de enlazarla en el punto en que la dejó cortada el pueblo más atrasado. La realidad social la suministran el individuo el medio que le rodea. Lo que caracteriza al fenómeno social es la forma espontánea con que se combinan el individuo y el medio en la complejidad de su vida; pues si el individuo es dato para la vida asociada (unidad social, quizás la primera, en cuanto comienza el individuo mismo por ser, dentro de sí, una sociedad) lo mismo que la sociedad (considerada en este sentido orgánico como una individualidad mayor), el objeto y asunto propio de la vida del grupo se refiere, ante todo, á los fenómenos que resultan de las acciones combinadas de una y otra. En la vida asociada lo primordial es la combinación ó forma de tales factores. No se explica de otro modo la importancia absorbente que tiene para la vida social la Política, arte informador de todas las grandes energías sociales para asentar en bases fijas la intervención que legítimamente les corresponde en la colaboración que prestan á la vida universal. Así ha acontecido siempre en el transcurso de la Historia y sigue ocurriendo hoy, que quien representa y personifica el todo social, quien es y sirve de organo y de centro de la vida general, quien finalmente ejerce el poder ó la autoridad (gobierno ó Estado) en la indeterminación caótica con que ha surgido y tomado cuerpo esta institución, ha sido y sigue siendo quien, al asumir legítima ó ilegítimamente toda la vida, ha concedido carta de naturaleza á las energías sociales en el grado y medida en que ha logrado combinarlas con las energías ya exis tentes, sin cesar la lucha de los nuevos elementos, hasta que han hallado, ó artificialmente establecido, su indispensable concierto con los an tiguos. La concepción orgánica de la vida social, que explica la complejidad de todos los fenóme nos como algo superior á una suma ó identificación de fuerzas y elementos, halla la base de su cualidad propia en los dos factores que la constituyen, enlazándose y combinándose entre sí, tejiendo ambos la complejísima labor de la Historia sin confundirse el uno con el otro, aunque sin aislarse en momento ninguno y sin que puedan ser pensados separadamente, á no ser por un esfuerzo de abstracción que carece de reali dad. Podrá á veces ser útil para la discreción del pensamiento aislar abstractamente uno de otro estos dos factores, con el fin preconcebido de que el análisis penetre en la complexión y multipli cidad de resortes con que engranan y enlazan la vida en común, pero jamás será lícito tomar tal análisis abstracto por una realidad, de igual modo que puede el anatómico aislar un hueso, un tejido ó una víscera del organismo corporal para analizar más detenida y detalladamente su contextura y su estructura mecánicas y quími cas, pero sin que le sea lícito convertir este análisis abstracto del hueso, del tejido ó de la víscera en una realidad concreta, sino en cuanto lo restituye y lo devuelve á la síntesis en que lo real se ofrece con toda la complejidad inherente al organismo. Advertencia que nos enseña que si la inteligencia humana puede estudiar el individuo abstractamente separado de la sociedad (el Robinson en isla desierta), tanto más nos aproximaremos á concebir la complejidad orgá nica de la vida social cuanto más restituyamos individuo y sociedad á la síntesis en que siempre se revelan, sin que el individuo sea sólo tal, pues en su naturaleza se halla la raíz de su sociabilidad, y sin que la sociedad sea á su vez un formalismo vacío ó un molde informe, sino un organismo cuyo contenido substancial está cons. tituído por la asociación de los individuos. Es, pues, la sociedad un organismo de individuos con ciertos caracteres comunes, que no niegan su originalidad. Definición es esta que se comprueba ante todo en la forma típica de la sociedad, en la familia, cuyos individuos revelan, hasta en sus caracteres externos, ciertos rasgos comunes (aire de familia, parecido, etc.), que no anulan ni borran su prístina originalidad, pues jamás se confunden unos con otros, ni los hermanos gemelos. No es, por tanto, el individuo una parte que se identifica enteramente con su coparte homogénea dentro de un todo de suma (error en que declina la concepción mecánica de la vida social), sino que el individuo, de natura

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