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jes habitados. Corre un instante sobre la tierra, vuela después y se posa sobre la punta más alta de los arbustos y matorrales, comenzando sus canciones imitativas y variadas, ya fuertes, ya expresivas, reproduciendo el canto de los otros pájaros.

En la época de su nidada es valiente y animoso, defendiendo vigorosamente su prole. En guerra entonces contra todo el pueblo alado, sin respetar el tamaño ni la fuerza de las otras aves, las ataca con osadía y las obliga á alejarse de su nido. Este, colocado en los espesos matorrales y guarnecido de ramas espinosas, contiene cuatro cinco huevos blancos con puntos bermejos, particularmente en el extremo grueso.

Muchos de estos pájaros se llevan domesticados de las Floridas à la Habana, donde son muy estimados. Los campesinos los buscan con el mayor ahinco para venderlos en las ciudades al precio de 7 y 8 pesos fuertes, y si están enseña dos y cantan bien se venden hasta 25 y 30. En un principio creyóse que no era posible tenerlos en jaula, pero la experiencia ha demostrado lo contrario. En el estado salvaje se alimentan de insectos; en el de esclavitud se sostienen con plátano. Para domesticarlos pronto es preciso colocarlos en un paraje donde puedan ver el mayor número posible de gente; así se acostumbran y comienzan sus alegres cantos.

SINTÁCTICO, CA (del gr. ovvTAKTIKÓS): adj. Gram. Perteneciente ó relativo á la sintaxis.

SINTAFOCERO: m. Zool. Género de insectos del orden de los coleópteros, familia de los curculionidos, tribu de los otiorrinquinos. Este género está caracterizado por ofrecer el rostro notablemente más largo que la cabeza, muy robus to, un poco atenuado por delante, muy convexo en su base y ligeramente escotado en su extremidad; sus escrobas superiores profundas, cavernosas, arqueadas, transversales y separadas por encima por un tabique delgado; las antenas anteriores de la longitud de la mitad del cuerpo, muy robustas, escamosas é hispidas; el escapo muy grueso, redondeado, un poco arqueado; el funículo más corto que el escapo, con el primer artejo alargado y algo cónico, el segundo y siguientes cortos, transversales, apretados unos contra otros; la maza antenal pequeña, ovalada y articulada; los ojos pequeños, redondeados, un poco salientes; protórax transversal, cilíndrico, truncado en su base y por delante; el escudo rudimentario; los élitros brevemente ovalados, convexos, atenuados en su extremidad y en su base, que es más ancha que el protórax y lige. ramente escotada; las patas medianas y muy robustas; fémures en maza; tibias rectas; tarsos

cortos y medianamente anchos, esponjosos por debajo; el cuarto artejo se distingue porque es un poco más largo que los otros; los tres segmentos intermedios del abdomen son casi iguales; el mesosternón es muy comprimido y anguloso por delante; el cuerpo ligeramente ovalado. La única especie de este género es el Synta phocerus hispidulus, originario del Gabón, de mediano tamaño, de color verde metálico grisáceo ó de un gris de perla. Sus élitros presentan estrías regulares y claramente limitadas, cuyo fondo es negro; los intervalos de estas estrías son planos y provistos cada uno de una serie de cilos cortos, gruesos y regularmente colocados.

SINTAGMA: f. Mil. Elemento de la falange griega, constituído por un cuadrado de 16 hombres de frente por otros tantos de fondo; tenía, pues, 256 soldados oplites, y era la unidad tác tica fundamental en aquella milicia. Su nombre se formó con los vocablos sim, conjunto, y tag. ma, tropa. Se descomponía la sintagma en cuatro trozos, tetrarquías, dispuestos en cuadrados que tenían ocho hombres en cada lado, y que estaban llenos con ocho filas ó hileras de igual número de infantes. Estos cuadrados seguían subdividiéndose de una manera regular; los números 16, 32, 64, que por estas divisiones sucesivas se formaban, eran todos divisibles por cuatro, y, obedeciendo á estos mismos principios de simetría y regularidad, 16 sintagmas formaron el frente de la falange normal; en alguna ocasión se llegó á aumentar el frente de una falange, pero no la profundidad, que se conservó inalterablemente igual á la de la sintagma. Según dijimos al tratar de la falange, las dimensiones de la sintagma fueron, sin duda, calculadas de tal manera que, dado el alcance de TOMO XIX

los dardos que entonces usaban las tropas armadas á la ligera, cuya colocación correspondía, una vez empeñadas las fuerzas pesadas, á la retaguardia de la línea, pudiesen aquellas armas arrojadizas dañar al enemigo, sin perjuicio de los oplites formados en la masa.

La sintagma es una creación militar tan fundamental que se la encuentra con diversos nombres, constituyendo unidad táctica esencial en todas las épocas de la Historia. Si se pudiese establecer la ficción, dice el coronel Carrión Nisas, de que 256 hombres, que antiguamente formaron una sintagma, atravesaran los siglos, combatiendo siempre juntos, y siguiendo en su orden de formación todas las modificaciones de la táctica, de armamento, etc,, se explicaría de un modo satisfactorio toda la historia del arte elemental y se resolverían muchos problemas.» Con la sintagma aparecieron por forzosa necesidad las primeras tropas ligeras, combinadas con un cuerpo sólido de infantería.

SINTANG: Geog. C. cap. de dist., prov. ó residencia Oeste de Borneo, Indias holandesas, Ar

chipiélago Asiático, sit. en la confl. del Melavi indígena. El dist. comprende, además del reino con el Kapuas. Es residencia de un sultán ó jefe de Sintang y circunscripción del Melavi, los territorios de Sanggou y de Sekadou y del Alto Kapuas, con una sup. de 74250 kms.2 y 150000 habits.

SINTAXIS (del lat. syntäris; del gr. ouvražis, de ouvraσow, coordinar): f. Parte de la Gramática, que enseña á coordinar y unir las palabras para formar las oraciones y expresar conceptos.

Procurará instruir radicalmente á los alumnos en la SINTAXIS de una y otra lengua, etc. JOVELLANOS.

... sabe leer la Gaceta, y redactar con mala SINTAXIS y peor ortografia algún oficio sobrecargado de fórmulas y traslados, etc.

LARRA.

No necesita quemarse
Las pestañas estudiando
La prosodia y la SINTAXIS.

BRETÓN DE LOS HERREROS.

- SINTAXIS: Gram. Así como la Analogía enseña en cuántas clases se dividen y qué denominaciones llevan los vocablos, y cuáles son sus propiedades y accidentes, la Sintaxis enseña á enlazar unos vocablos con otros, ó sea la acertada construcción de las oraciones gramaticales. Divídese en regular y figurada; la regular, cuyo principal objeto es la claridad, pide que no haya lalta ni sobra de palabras en la oración; que tengan todas su natural dependencia, y ocupen respectivamente el lugar que les corresponde; figurada es la que se observa para dar más vigor y elegancia á las oraciones. Según la Academia de la Lengua, de quien son las anteriores definiciones y consideraciones que siguen, no se recomienda la regular como preferente en todo caso á la figurada, que se emplea instintivamente y con menor latitud aun en el lenguaje más familiar y sencillo. En la Sintaxis hay que conside rar principalmente la concordancia, el régimen y la construcción, de las cuales se ha tratado en los respectivos lugares del DICCIONARIO.

Sintaxis figurada es la distribución que hace de las palabras quien al hablar ó escribir, dejándose llevar de los afectos que le dominan, ó queriendo dar mayor elegancia al discurso, altera el orden lógico de las dicciones, omite unas, añade otras, ó no se ciñe á las reglas de la concordancia. Estos varios modos de construir se llaman figuras, porque se han considerado como galas ó adornos de la oración. Cinco son las figuras de construcción gramatical, á saber: hipérbaton, elipsis, pleonasmo, silepsis y traslación. Habiéndose tratado de ellas en el lugar respectivo, y expresadas las reglas para la buena concordancia, régimen y construcción de las palabras, se hará aquí, y como complemento de lo expuesto, compendiado resumen de las observaciones del eminente gramático D. Vicente Salvá acerca del lenguaje actualmente empleado en España, y su comparación con el usado por los hablistas del siglo XVI, ó sea el paralelo de la Sintaxis corriente en unos y en otros tiempos.

La locución consta de palabras y frases; las frases comprenden las imágenes ó metáforas y la estructura de los incisos y períodos. De todo conviene hablar en cuanto dice relación con la lengua española.

Dos vicios deben huirse igualmente en toda lengua viva; incurren en el uno los que están tan aferrados á los escritores clásicos que nos han precedido, que no creen pura y castiza una voz si no está autorizada por ellos; y el otro, que es el más frecuente, como que se hermana mucho con la ignorancia, consiste en adoptar sin discreción nuevos giros y nuevas voces, dando á las cosas que ya conocieron y llamaron por su nombre nuestros antepasados, aquel otro que nuestros vecinos les place designarlos ahora. Para hablar con pureza el castellano conviene evitar uno y otro escollo; y pues nuestra lengua debe á la latina gran parte de su riqueza, de ella pueden tomarse las palabras de que tuviéramos una absoluta necesidad, acomodándolas á la inflexión y genio del español, esto es, parce detorta, según previene Horacio. Con menos recelo pueden adoptarse las palabras que para las Ciencias y Artes se requieran, ó hayan ya empleado los escritores de otras naciones, sacadas de la lengua griega, que es el depósito universal de las nomenclaturas técnicas; pero hemos de ser sumamente cautos en todo lo que recibimos de los franceses, ya porque la índole de la suya es, sin parecerlo, muy diversa de la de nuestra lengua, ya porque el roce de los de esta nación y la continua lectura de sus libros no pueden menos de llenarnos la cabeza de sus idiotismos, hacién donos olvidar los nuestros. En todo hemos de someternos, no obstante, á la ley irresistible del uso, entendiendo por tal la autoridad de los escritores más distinguidos. Con arreglo á estas máximas se asignarán, según el citado autor, las principales diferencias entre las palabras y frases de nuestro lenguaje corriente y el de los autores del siglo XVI, para que se vea que, si bien debemos estudiarlos como dechados de saber y de sonoridad en la locución, no nos es permitido copiarlos tan servilmente que pretendamos oponerlos á las novedades, que en las lenguas como en todo, ha causado el transcurso de dos siglos. Estas diferencias pueden clasificarse del modo siguiente:

1. Voces y frases del siglo XVI que están anticuadas al presente, como ayuntar, cabo (por capitán ó jefe militar), crecer (por aumentar), holganza, magüer, obsequias, pláceme, solaz, topar, tristura, dar á saco, parar mientes, pararse feo, ponerse de hinojos; y muchísimos verbales en miento, como alegramiento, abotamiento, cansamiento, callamiento, cicatrizamiento, corta. miento, matamiento, mudamiento, pleitamiento, etc., etc. A esta misma clase han de referirse muchos verbos que llevaban entonces antepuesta la partícula componente a, la cual se omite ahora, como abajar, abastar, adamar, alimpiar, allenar, amatar, amenguar, asosegar, atapar; y las dicciones que no retienen su antigua acepción, como haber, que ya no significa tener, sino en pocos y determinados casos; ser, que equiva lía muchas veces á vivir; v. gr.: si Homero fuera en estos tiempos, en lugar de si viviera; ir ó andar, que valían en algunas ocasiones tanto como estar; v. gr.: Por ir tan llena de lección y doctrina, dice Cervantes de Salazar, y Velázquez de Velasco en la Lena, De que el corazón anda (por está) lleno; y el verbo necesitar, que era activo y significaba lo mismo que nuestro obligar, en cuyo sentido es para Salvá anticuadísino, si bien la Academia no lo reconoce por tal. Donde, como adverbio de lugar, sólo denota aquel en que está ó se hace algo, mientras en lo antiguo significaba además el que procedía, ó al que se encaminaba alguna cosa; y aun suplía comúnmente á los relativos, v. gr.: Los ejemplos pordonde los hombres deben gobernar su conducta. – Cuyo no lo usamos en las preguntas, y pocas veces como relativo, prefiriendo decir: De quien, del cual, de él, etc. No se entienda que el Sr. Salvá aprueba la calificación de anticuada que se da á las palabras de uso poco frecuente, porque rara vez ocurre hablar de las cosas que significan, y á las que no tienen un equivalente en la actualidad. Son de las primeras bohordar, burdegano, calamorrar, cripta, crismar, crisela, cuaresmar, juletería, judicativo, etc., y de las segundas allende, amblador, aparatoso, aplebeyar, arrufaldado, badajear, cadañal, cadañero, colcedra, condesil, confesante (el que se confiesa), conflatil, consejable, conservero, consumitivo, consuntivo, convocadero, conible, cuartamente, descerebrar, desplumadura, enlabiar, enseñadero, espectable, escomulgamiento (que es el acto de echar la excomunión), eviterno, filancia, grillar (por cantar 31

los grillos), hojecer, insuflar (por inspirar en el ánimo una cosa), misar, orfebrería, y muchas otras que llevan en el diccionario el signo de anticuadas.

2.

Muchas voces que usaron nuestros bue-gla, nos escritores, serían hoy miradas justamente como verdaderos galicismos; tales son, afamado (por hambriento), asaz, atender (por esperar), averar, aviso (por dictamen ó parecer), caporal (por cabo de escuadra), contrada (por país), defender (por prohibir), domaje (por daño), ensamble, entretener (por mantener), habillado (por vestido), hacer el amor (por enamorar), letra (por carta), meter (por poner), nombre (por nú mero), otramente, reprochar, reproche, sujeto (por asunto), tirar (por sacar), etc.

Algunas, aunque no fueron desconocidas á nuestros mayores, eran tan raras entre ellos como frecuentes en el habla moderna, á cuyo número pertenecen alocarse, aliado, atribución, beneficencia, clientela, confederado, chocante, chocar, ensayo, fascinar, incrme, lealtad (por fidelidad), morbidez, municipal, pisaverde, posición (por situación), sociabilidad, veleidad. Algunas que entre ellos no lo eran, son familiares y aun bajas para nosotros, como bacín por bacía ó barreño, oreja por oído. Regoldar fué usado por los mejores escritores del tiempo de Cervantes, si bien éste lo calificó (D. Quijote, Parte Segunda, capítulo XXIII) de uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, y como tal suena, no obstante que la Academia no lo reputa por del estilo bajo ni aun del familiar, y que Garcés en el prólogo al tomo II del Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana, se empeña en vindicarlo de toda nota de bajeza ó malsonancia. Otras han tomado un significado distinto del que antes tenían, como arenga, arengar, auspicio (cuando lo empleamos como recomendación), bolsa (por lonja), cortejar, cortejo, despacho oficial, destino (por el empleo que uno tiene ó la suerte que le ha cabido); encadena miento de los sucesos, entrevista (por conferen cia), época, noticia de oficio, patriota, etc. Algu nas de estas voces, y aun de las verdaderamente anticuadas, están en uso todavía, bajo su significación primitiva, en varios pueblos y entre ciertas gentes de Castilla la Vieja.

3. Hay dicciones y frases enteramente nuevas, las cuales no debemos ya excluir del tesoro de la lengua. Tales son acción (de guerra), bello sexo, bilosar, bilosarse, cenameramiento, desmoralizar, divergencia, exaltado (por acalorado en las opiniones), fraque, función (por fiesta), funcionario, garantía, garantir, inmoral, intriga, organizar (por ordenar), paralizar, patriotismo, pelimetre, presidir (por intervenir como parte principal), quincalla, quinquillero, rango, trasporte (por rapto), y muchas más que sería sobrado largo referir. Otro tanto debe decirse de las frases á propósito, á pesar de, erigirse en, etc. Es cierto que algunos autores repugnan emplear muchas de estas voces y frases, las cuales, habiendo sido prohijadas por otros de primera nota y por el uso general, gozan ya de su indisputable ciudadanía. Y ¿quién sabe si obtendrán algún día del mismo modo carta de naturaleza, asamblea, coqueta, detalle, moción, municipalidad, nacionalizar, etc., palabras que andan hoy como vergonzantes al apoyo de uno que otro escritor, ó si se esparcirán por todo el suelo español ayar, alfarrazar, cenojiles, curiana é infinitas nás que están ahora circunscritas al estrecho ámbito de una provincia?

De este modo hemos visto que panal (por el esponjado ó azucarillo) era años atrás provincial de Andalucía, y no sólo está al presente admitido en Madrid, sino que ha hallado ya cabida en el Diccionario de la Academia. Es también nuevo el uso de las expresiones, ya adverviales, ya conjuncionales, con que se confirma alguna cosa, ó se saca por ilación de la que antecede; por ejemplo, así que, por eso, por lo mismo, por lo tanto, etc., cuyas voces solía hacer la conjunción que, la cual suplía también en muchos casos el por qué causal.

Se ha fijado al presente la significación de cier tas palabras que la tenían muy vaga en lo antiguo. Quien servía para todos los números y para las cosas lo mismo que para las personas, y ahora sólo puede referirse á las personas del singular. Con el adjetivo este señalamos un objeto que está muy cerca de nosotros, y con ese el que se halla más inmediato á la persona á quien dirigimos la palabra que á nosotros; ó bien la

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cosa sobre que recae nuestra conversación con
alguno, distinción que no conocieron nuestros
antepasados, como ni la que hemos puesto entre
estatuto, instituto, ordenamiento, ordenanza, re-
que ellos miraban casi como sinónimas. Usa-
ban muchas veces indistintamente los verbos
ser y estar, cuya diferencia es ya una regla de
que no debemos separarnos. Hacían más, pues
empleaban el verbo ser como auxiliar en lugar
de haber; así es que leemos en ellos: luego que
fueres salido, nosotros somos venidos. Tampoco
se cuidaban del refinamiento de mudar las con-
junciones y, ó, en é, ú, cuando sigue á la prime
ra una y a la segunda otra o. La preposición á
denota la localidad en muchas voces en que se
prefiere ahora la en, puesto que decían: vi á tu
pecho la insignia. La en suplía á la de ó sobre en
las frases hallaba en tu negocio, contendían los
dos hermanos en la herencia, etc., y la por, cau-
sal casi exclusivamente para nosotros, designa-
ba con mucha frecuencia el objeto final en tiem-
po de nuestros mayores. Hay que añadir lo poco
que se paraban en repetir una palabra en seu-
tencias muy cortas, y acaso en un mismo ren-
glón; lo que miramos como un dualismo, y pu-
diera todavía notarse como una falta, atendido
el ancho campo que para la variedad ofrece la
lengua castellana. Este, que puede llamarse
descuido, forma otro de los caracteres de su es-
tilo.

Se han introducido además en la dicción las
siguientes innovaciones: 1° Usamos de la redu-
plicación se en las oraciones en que no aparece
persona alguna agente, y en que la paciente se
expresa solamente por medio del pronombre el
en el caso oblicuo Decimos: se le nombró para
la embajada, en lugar de fué nombrado para la
embajada. Entre los antiguos era muy raro, pero
no desconocido, semejante giro, pues lo usó Cer-
vantes en el prólogo del Quijote: como quien se
engendró en la cárcel; y el Arcipreste de Hita
había dicho antes que él en la copla 593:

Por ante los pescados se toman so las ondas.
2. Muchas veces los verbos hacer ó poner, uni-
dos á algún sustantivo ó adjetivo, suplen á los
verbos simples; v. gr.: hacer distinción por dis-
tinguir, hacer honor por honrar, poner en duda
por dular, poner en ridículo por ridiculizar,
ponerse desesperado por desesperarse, etc. Em-
pleamos más que los antiguos los participios
contractos, sin darles nunca el significado pasi-
vo de los pretéritos regulares; cosa q
que ellos so-
lían practicar, como cuando Hurtado de Men-
doza dice en el libro I de la Guerra de Granada:
murieron rotos por Osmín. Escaseamos más que
ellos, por el contrario, los aumentativos, los di-
minutivos los superlativos;
; pues aunque sea
cierto que la lengua española no hace tanto uso
de los diminutivos como la toscana, según lo
observó Herrera en sus notas á Garcilaso, no de-
jaban de ser frecuentes en aquellos tiempos, y lo
son hoy en la conversación familiar. Somos tam-
bién más parcos en emplear los infinitivos toma-
dos sustantivamente, prefiriendo decir: los gemi-
dos de la desventura traspasaron su corazón, la
abundancia de las riquezas nos estraga, que no
el gemir de la desventura traspasó su corazón, el
abundar en riquezas nos estraga.

4. Las ciencias naturales las exactas, que
tantos progresos han hecho últimamente, han
dado un nuevo colorido al lenguaje, por las me-
táforas, imágenes y símiles que de ellas toma-
mos, en lugar de las que sacaban los antiguos
de las flores, de un riachuelo ó de los animales,
es decir, de la naturaleza misma, ó bien de la
Medicina galénica, única que entonces conocían.
La esfera de los conocimientos, la divergencia de
las opiniones, la parálisis del comercio, una po-
sición poco segura, son metáforas que hemos pe-
dido prestadas á la Astronomía, á la Optica, á
la Medicina y al Arte militar respectivamente.
Meléndez ha cantado más de una vez el cáliz de
las flores, y aludido á sus dos sexos con arreglo
ya á los recientes sistemas de Botánica.

Para los incisos y los períodos debemos seguir la pauta de los antiguos, que abundan en períodos largos y compuestos de muchos miembros, interpolados con otros de menos extensión. Pero cuídese sobre todo de que el pensamiento de cada cláusula tenga unidad y quede bien redondeado, sin saltar de unas ideas en otras con sólo el enlace de un relativo, de una conjunción ó de un participio activo, vicio en que caen á cada paso los malos escritores de nuestros días. La

respiración de un buen lector no ha de fatigarse al recitarlos ó leerlos en alta voz, para lo cual es necesario que las pausas estén en los lugares convenientes y que el final de los miembros á colones, y particularmente el de los períodos, sea musical y grandioso. Ha de procurarse, pues, que no terminen por uno, y menos por muchos monosílabos; y no es lo mejor que acaben por sílaba aguda, à no ser en las oraciones de interrogante. Sale más cadencioso el remate cuando lo forma una palabra aguda en la penúltima, aumentándose mucho su fluidez si la precede una esdrújula, como cándida azucena, intrépido soldado. Nuestros mayores empezaban con más frecuencia que nosotros las cláusulas por una conjunción, ó por la partícula porque, equivalente á la causa de esto es que, en lo cual convendría que los imitásemos, pues vale más emplear una sóla dicción que seis, entre las que se hallan nada menos que cuatro monosílabas.

La diferencia principal entre los incisos y los períodos de los antiguos y de los nuestros consiste en la colocación del verbo, que reservaban aquéllos generalmente para el fin, según la costumbre de los latinos, en particular si esto favorecía á la mejor cadencia, á la cual llegaron á sacrificar en varias ocasiones hasta la claridad y la exactitud de la sentencia. En todos los escritores de aquella época es muy familiar la sintaxis de los siguientes pasajes del Don Quijote: ni el canto de las aves, que muchas y muy regocijadamente la venida del nuevo día saludaban (Parte Primera; cap. VIII); las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían (cap. XI); se puso algún tanto á mirar á la que por esposo le pedia (Parte Segunda, cap. XLVI). Los genitivos y tivos iban también muy de ordinario delante de los nombres ó de los participios pasivos que los regían, como sucede en el cap. XLVIII de la Parte Segunda de dicha obra: Las guirnaldas de verde laurel y de rojo amaranto tejidas. No es decir que al presente no ocurra ni deba usarse nada de esto, sino que semejante colocación era mucho más común en lo antiguo, pues ahora solamente la emplean los buenos escritores para variar la dicción, ó por pedirlo así la eufonía del período.

da

Nuestros mayores eran poco escrupulosos en punto á la exactitud gramatical; empleaban indistintamente el le y el lo, les y los, le y la para los acusativos masculinos, y el dativo femenino singular del pronombre él, la, lo, y no guardaban una norma constante en las frases de negación. Hay otros casos en que vacilaba su dicción, sin que se crea que son los únicos en que no estaba fijada, ó que eran á lo menos rígidos observadores de las reglas comunes del lenguaje, pues se olvidaban á veces de las usuales de su siglo. Sin salir del Don Quijote, ni del cap. XI, antes citado, de la Parte Primera, leemos: no había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llancza; debiendo decirse: no se había mezclado la fraude, etc., ó bien la fraude, el engaño y la malicia no se habían mezclado. En el cap. IX, no nada apasionados; en el XL, como ninguno de nosotros no entendía el arábigo; en el LVI de la Parte Segunda, que nunca otra tal no habían visto; y en el LIX, ni Sancho no osaba tocar á los manjares, en cuyos cuatro lugares sobra la negación no. En el cap. VIII de la Primera Parte dice: contra el primero fraile; y en el X: el grande marqués de Mantua, sin que primero y grande pierdan sílaba alguna. En el cap. XXII de esta misma parte hallamos: opresor de los mayores, no muy de acuerdo con la sintaxis que guardan los participios contractos. Hay á veces preposiciones empleadas fuera de todos sus significados usuales, como cuando en el cap. XIII dice: comemos el pan en el sudor de nuestros rostros, en lugar de con, y en el XIV: los que me solicitan de su particular provecho, en lugar de por su particular provecho. En ciertos casos se notan hasta partes de la oración del todo redundantes, según se advierte en este pasaje del cap. II de la Parte Primera: ¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga á luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga; donde hay de más un sino, un que y un no, como sobra la preposición en cuando dice en el cap. XV: para darte á entender, Panza, en el error en que estás. Está repetida inútilmente la conjunción si en el cap. XXV de la Parte Segunda, donde se lee: de una señora sé yo que preguntó á uno de estos figureros, que si una perrilla de falda pequeña que tenía, si se empreñaría y pariría

Poco más adelante, en el cap. XXXII, es imper. fecto el sentido de este período: llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de Don Quijote, el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante cere monia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas; y así tendió la suya, etc.; por no haber puesto, admiróse de semejante ceremonia, ó bien, admirado de semejante ceremonia, creyó que, etc. En el siguiente lugar del cap. XXIII de la Parte Primera, los muslos cubrían unos calzones al parecer de terciopelo leonado, hay anfibología, que se desvanecería colocando el supuesto antes del verbo, y después el caso objetivo de esta manera: unos calzones, al parecer de terciopelo leonado, cubrían los muslos. Son frecuentes las inadvertencias de esta clase que ocurren en el Quijote, y se hallan anotadas en el Comentario que ha publicado Clemencín Semejantes descuidos, que en nuestros mejores clásicos ocurren á cada paso, prueban que, si bien deben servir como objetos de imitación en su fluido y ordinario modo de escribir, no pueden serlo en aquellos pocos pasajes en que conocidamente dormitaron, separándose de su misma sintaxis y de la de todos sus contemporáneos. En ellos, como en los mejores modernos, ocurren lunares, y si los disimulamos en un rostro hermoso, cuando son obra de la naturaleza nunca manifestará el me. jor gusto la belleza que se desfigure con semejante artificio, y menos la que lo prodigue hasta el punto de afearse. Es, no obstante, conveniente advertir que, si bien hemos de evitar cuidadosamente algunas voces y frases de nuestros clásicos, de ellos y no de otros hemos de aprender el giro, la medida y el número de los períodos que tan lastimosamente cortan los que han acostumbrado su oído y gusto á los autores franceses de mitad del siglo último, los cuales parece que elausulaban con grillos, según son extremados su compás y monotonía. Algo más noble y ca. dencioso es el giro que van adoptando los escritores actuales de aquella nación, pero todavía ha de pasar algún tiempo hasta que lleguen á olvidar el estilo que hicieron como de moda Montesquieu y sus contemporáneos.

3. Suprimían frecuentemente la c que termina sílaba en medio de dicción, para evitar esta pronunciación cacofónica, y casi siempre escribían: conduta, conduto, defeto, ditado, efeto, invito (por invicto), letor, lición, perfeto, reduto, tradutor, vitoria. En razón de la eufonía, decían también: aceto, auto, conceto, eceto, Egito, dino, indinación, preceto y repuna, en lugar de acepto, acto, concepto, excepto, Egipto, digno, indignación, precepto y repugna; y coluna y oscuro por columna y obscuro. Eran, por el contrario, más duros en la pronunciación de unas pocas dicciones, pues decían cobdicioso, cobdo, dubda, fructa, judgar.

4.° Quien era por lo común indeclinable, sirviendo para todos los géneros y números y para las cosas, igualmente que para las personas, circunstancia que parece ignoraba Munarriz, cuando en su traducción de las Lecciones de Blair lo notó en Cervantes como una falta, y también lo reparó Martínez de la Rosa en Juan de la Cueva.

5. Desde la infancia del romance castellano hasta los años de 1500 se empleó mucho la reduplicación ge en lugar de nuestra se, y la conserva aún Cervantes en aquel proverbio: castigame mi madre y yo trompógelas. Juan Lorenzo Segura, poeta que floreció en la mitad última del siglo XIII, es el único de los antiguos que ha usado del ge por el oblicuo le, según se advierte en muchas coplas de su Poema de Alejandro, siendo una de ellas la 816, donde dice:

<<Iban sobre el rey por temprage la calor.» Más notables son las diferencias que se advierten en la conjugación de los verbos, tanto regulares como irregulares, siendo éstas las más dignas de observarse:

1. Los anteriores al siglo XVI terminaban la segunda persona del plural de todos los tiempos y modos en des en lugar de is, diciendo: cantades, cantabades, cantástedes, cantaredes, cantariades, cantedes, cantáredes, cantárades, cantásedes, por cantáis, cantabais, cantasteis, cantareis, cantaríais, cantéis, cantaréis, cantarais, cantaseis. Por esta analogía decían sodes en lugar de sois.

A más de los puntos en que según lo expuesto se distingue nuestro lenguaje del que era usual en el siglo XVI y en la primera mitad del XVII, hay otras diferencias palpables y más peculiaresh, de la Gramática, referentes á los arcaísmos en los nombres y en la conjugación de los verbos. Las singularidades principales respecto del nombre están reducidas á que:

1. Evitaban los antiguos cuanto podían que el artículo femenino la precediese á la voz que principiase por a, tomando en su lugar el masculino, aunque la dicción siguiente no fuese un nombre sustantivo ni la á la sílaba acentuada, unicos casos en que hacemos ahora este cambio. A cada paso hallamos en sus obras el acémila, el afición, el alegría, el amistad, el antigüedad, el aspereza, el autoridad, el azucena, el alta sierra, y Hurtado de Mendoza repite mucho el Alpujarra y el Andalucía. Algunos observan esta práctica, aun cuando el nombre empezaba por vocal distinta de a, según se ve en Lebrija, que pone el ortografia, y el autor ó autora del Palmerin de Oliva dice el espada. También su. primían antes de otra a la del artículo indefinido una, cosa que ahora no todos practican, un alma, un ave; y el P. Sigüenza, en la Vida de San Jerónimo, hizo más, pues dice: aquel alma por aquella alma, lo cual imitó Iriarte en el Nuevo Robinson: aquel agua tiene un sabor amargo, por aquella agua; y Lista

Aquel alma noble y sabia. Y en aquel alma divina. Gustaban además en extremo de amalgamar la preposición de con el adjetivo este, diciendo deste, desta, etc. Les placía, por la inversa, el concurso de vocales, si la misma preposición de ó la á se unían con el artículo el, v. gr., de el señor, ó á el señor, en lugar de del señor, y al señor, como nosotros decimos.

2. Muchos nombres, ahora de un solo género, gozaban de los dos antiguamente; tales son: calor, cisma, clima, color, chisme, desorden, diadema, enigma, enjambre, estratagema, fénix, fin, fraude, honor, linde, loor, maná, mapa, maravedi, margen, metamorfosis, método, olor, orden (en el sentido de coordinación), origen, prespuente, reuma, rebelión, zalá, etc.

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2. Cuando iba algún pronombre unido al futuro ó al condicional del indicativo, y á veces aunque no hubiese pronombre alguno, separaban la terminación del verbo, á la que añadian una é interponían el pronombre, si lo había, entre el infinitivo del verbo y la terminación de aquellos tiempos diciendo; verlohe, verlohia, en lugar de lo vere, lo vería, lo cual equivale exactamente á nuestro he de verlo, había de verlo. En la segunda persona del plural decían verlohedes, por lo que arriba se ha explicado; pero en los verbos, cuyo futuro ó condicional eran anómalos en la conjugación, se desentendían siempre de la irregularidad y apelaban al infinitivo, añadiendo he, has ó hía, hias: no decían harlohe, dirtehía, sino hacerlohé, decirtchía.

3. Sustituían á menudo la e á la a de la terminación del coexistente y del futuro ó condicional de indicativo, por lo que hallamos ha bies, serie y podriemos, en vez de habías, sería y podríamos; y terminaban la tercera persona del plural del pretérito absoluto de indicativo en orón en todas las conjugaciones, así es que leemos en Juan de Mena llevorón, vimorón.

4. Omitían la d de la segunda persona del plural del imperativo, v. gr decí, hacé, mirá, esto es, decid, haced, mirad, ó bien convertían la den, conforme la pronuncian todavía los castellanos viejos, que dicen escribiz por escribid. Y si seguía el afijo le, la, lo, anteponían la á la d final del verbo para evitar esta terminación dura de la sílaba, escribiendo contalda, haceldo, bendecilde.

5. Tenían muchos participios activos que han caído ahora malamente en desuso, como afligente, catante, cayente, colante, consumiente, desplaciente, hallante, matante, mirante, pediente, principiante, quebrante, riente, usante, validante, velante, veyente, etc., y no pocos pasivos en udo, como prometudo, convertido.

6. Ciertos verbos eran conjugados por ellos de muy diverso modo que por nosotros, y así leemos: diz, como apócope de dicen; converná y verná, por convendrá, vendrá; imos, por vamos; pornia, por pondría; quesido, por querido, quies, por quieres; satisfiz, por satisfice, y sei por sé, segunda persona singular del comparativo del verbo ser. Muchos verbos irregulares ahora no lo fueron en lo antiguo, pues se decía:do, estó, so, vo,

por doy, estoy, soy, voy; yo cayo, yo caya, por yo caigo, yo caiga; moriendo, por muriendo; yo oyo, yo oya, por yo oigo, yo oiga; podimos, por pudimos; yo trayo, yo traya, por yo traigo, yo traiga; yo valo, yo vala, por yo valgo, yo valga; tradució, por tradujo, y yo vía por yo veía. Por el contrario, el pretérito absoluto de este verbo era yo vide, él vido, irregular, y ahora yo vi, él vió, regular. Era también irregular derrocar, pues hallamos derrueque; y algunos pretéritos absolutos de indicativo que llevan al presente una u en la penúltima, tenían entonces una o, como copo, hobo (que se escribía ovo), morió, sopo, tovo, por cupo, hubo, murió, supo, tuvo.

6. Los escritores del siglo XVI retuvieron una que otra vez alguna de estas singularidades, como la segunda, la parte última de la cuarta, la de omitir la g en algunos de los verbos que se expresan en la sexta, el via imperfecto del verbo ver, y el pretérito absoluto irregular con todos los tiempos que de él se derivan del verbo traer: truie, trujere, trujera, trujese. Fuera de lo cual añadían muchas veces una s á la segunda persona del singular del pretérito absoluto de indicativo, ó bien omitían la i de la segunda persona del plural, diciendo vistes, entendistes, por viste, visteis, entendiste, entendisteis. En los siglos anteriores se extendió esta terminación á los demás tiempos, por lo que leemos verés por veréis. También convertían con mucha frecuencia, como sus predeceseres, lar de los infinitivos en I cuando seguía el pronombre él, la, lo en sus casos oblicuos: amalle, velle, oille, referilles, en lugar de amarle, verle, oirle, referirles.

Por tales transformaciones ha pasado la Sintaxis castellana hasta llegar al lenguaje usado en el día.

SINTERISMA (del gr. σúv, con, y lepiouós, cosecha): f. Bot. Género de plantas (Synterisma) perteneciente á la familia de las Gramíneas, tribu de las paniceas, cuyas especies habitan en las regiones tropicales, y son plantas herbáceas, á veces de bastante talla, con las hojas planas, estrechas, enteras y rectinervias, y las flores dispuestas en espigas ó panojas no articuladas con el raquis; espiguillas bifloras, con la flor inferior femenina ó neutra y la superior hermafrodita; flores masculinas tienen dos glumillas y tres esdos glumas desiguales, cóncavas y mochas; las tambres, alguna vez juntos á la gluma superior, estambres abortados y neutros; las hermafroditas tienen dos glumas casi iguales, cóncavas, ambas abrazadoras y nerviadas de igual manera, y dos glumillas colaterales, dolabriformes ó truncadas y bi ó trilobuladas; tres estambres; un ovario sentado, con dos estilos terminales y alargados; estigmas apincelados, con pelos sencillos y denticulados.

SINTESIS (del gr. ovv0eois; de oúv, con, y Oéois, colocación): f. Composición de un todo por la reunión de sus partes.

... es constante en buena filosofía la mutua correspondencia de la SÍNTESIS, y análisi. P. TOMÁS VICENTE TOSCA.

- SÍNTESIS: Suma y compendio de una materia ó cosa.

- SÍNTESIS: Fil. La síntesis, que significa etimológicamente composición, es tan natural al espíritu y tan necesaria para la Ciencia como el análisis (V ANÁLISIS Y MÉTODO). Por instinto reconstruímos lo que hemos descompuesto; espontáneamente referimos á la unidad en generalizaciones más o menos precipitadas las ideas que hemos distinguido Si en una perspectiva ó en la contemplación de un cuadro vemos detalles y más detalles, pormenores de aquí y de allí, la vista parcial de cada detalle no dará la menor idea del cuadro, que es un conjunto y una armonía. Para ello es preciso reunir en una vista ó percepción de conjunto la diversidad de sus aspectos. Cuando el químico analiza el agua, no puede detener su pensamiento en la declaración de que se compone de dos gases; determina sus relaciones en el todo primitivo y ensaya combinarles en la misma proporción. Luego que el psicólogo ha distinguido la razón de la experiencia, formaría una idea inexacta del espíritu si no notara á la vez que lo racional y lo empírico se combinan en todas las operaciones intelectuales. El matemático, aunque descomponga los elementos de un problema, no lo resuelve interin no considera sus relaciones. Siempre resulta lo mismo: la Ciencia, que aspira al cono.

cimiento de la realidad, es un análisis, pero la realidad, como dice Lange, es una síntesis; luego la Ciencia ha de ir necesariamente á la síntesis. Nos enseña el análisis de qué están hechas las cosas, nos dice los elementos de que se compone un todo, pero nos resta por saber cómo son, en qué proporciones y qué relación guardan entre sí. De suerte que el análisis es el medio, pero la síntesis es el fin de la Ciencia, el punto de parada y de descanso (siempre relativo) del pensamiento, que, siguiendo su ley Plus ultra, luego que llega á la síntesis requiere nuevo análisis, como preparación de nuevas y más com. prensivas síntesis.

No se debe, por tanto, extremar la oposición entre el análisis y la síntesis, máxime si se observa que ambos significan á veces respectivamente, cada uno de por sí, idea que se halla implícita en el otro (V. Fonssegrive, Sur le sens equivoque des mots analyse et syntèse). La síntesis sigue al análisis y es la razón explicativa de éste, por lo cual se unen y se combinan en la serie continua del pensamiento. Es muy difícil desmontar las piezas de un reloj sin ver á la vez cómo se hallan engarzadas, ó analizar varios cuerpos compuestos sin percibir que difieren en cantidad. Se combinan, lo mismo in re que in mente, ambos procedimientos, al límite que ni la observación más perspicaz puede precisar su alcance en muchas operaciones intelectuales, que deben sus resultados á la vez al análisis y á la síntesis. Parece evidente que, implícita la síntesis en todo análisis (en lo dado para ser objeto del análisis), éste ha de preceder á aquélla, pues la realidad no se adivina, sino que se investiga. Si precediera la síntesis al análisis (error del dogmatismo), se pretendería irracionalmente deducir sin premisas; equivaldría al intento de comprender una frase escrita en lengua extraña sin el conocimiento previo de las palabras que componen la frase. Percibe el pensamiento las cosas en sus detalles (análisis), pero aspira espontánea y reflexivamente á conocerlas también en su conjunto, de donde se infiere que el análisis y la síntesis son solidarios; indican momentos sucesivos de la continuidad del pensamiento. Cuando el análisis no puede ser completado por la sínte sis correspondiente, aun cuando aquél se haya desarrollado hasta su último límite, persiste sin embargo la exigencia de la síntesis (síntesis prematuras, hipótesis, teorías, etc.), que no llega á ser completa mientras no se percibe cómo los principios de un todo complejo (descubiertos por el análisis) influyen recíprocamente los unos sobre los otros, supeditados todos á un principio superior que se idea, concibe ó imagina. Lo difícil y casi imposible de las síntesis intentadas en la Química orgánica son ejemplo de lo que indicamos; pero en medio de que el empeño se malogra una y otra vez, á toda hora persiste la exigencia de la síntesis y cada paso de avance del análisis requiere con superior urgencia la sínte. sis correspondiente.

Reconocida la coexistencia del análisis y de la síntesis como momentos correlativos de la continuidad del pensamiento, se concibe fácilmente el relativo predominio de cada uno en determinados espíritus. Hay gentes que sienten inclinaciones muy acentuadas á investigar y percibir relaciones generales abrazando una serie de fenómenos, y otras que se detienen en los detalles y en la observación de lo infinitamente pequeño. El intelecto, como la vista, tiene sus adaptaciones nativas. Lo mismo que el astrónomo adapta bien su ojo al telescopio, el bacteriólogo lo acomoda al microscopio El espíritu observador y crítico del experimentador ó del erudito se opone al generalizador y comprensivo del pensador y del filósofo. La tendencia predominante del espíritu sintético es propia del genio filosófico, que ya apellidaban los griegos ouvоTTIKOS (sinóptico). Lange descubre el genio metafísico en el predominio de un espíritu de libre síntesis, en el poder intelectual, que tiende á generalizar y unificar. Y no es sólo verdad recogida por la observación, en lo que toca á los individuos, la del relativo predominio de la síntesis ó del análisis, sino que lo es también para determinadas épocas y aun estados del espíritu general ó colectivo. Hay épocas con determinadas predisposiciones intelectuales; siglos que construyen y siglos de moledores. La Enciclopedia de fines del siglo pasado es filosofía de una crítica demoledora, de un análisis extremado y de un libre examen. El movimiento asombroso del idealismo alemán á

comienzos del siglo actual es una filosofía sintética y de reconstrucción. Lo mismo en el individuo que en la colectividad acusa el predominio relativo del análisis ó de la síntesis momentos que se suceden con cierto ritmo, que se determinan según ley propia, y que obedecen á necesidades impuestas por la continuidad del pensamiento como expresión formal de su racionalidad. De todo ello se infiere que los predominios relativos del análisis no aparecen sino para destruir síntesis prematuras (teorías reconocidas como infundadas é ilegítimas), sustituyéndolas por otras más compresivas. A la vez el predominio de la tendencia sintética reclama, luego que se ha realizado, nuevos más minuciosos análisis, como preparación y bosquejo de síntesis más complejas.

- SINTESIS: Quim. Operación contraria del análisis, y en virtud de la cual se reproduce artificialmente un cuerpo compuesto, dotado de todos sus caracteres esenciales, partiendo de sus clementos. Bajo este concepto definida, preséntase la síntesis como una serie de casos aislados y desprovistos de enlace, pero considerándola como un método general destinado á reproducir las especies químicas en las condiciones dichas, no ya para satisfacer la vanidad de los sabios, sino tanto para adquirir algunas nociones acerca de su constitución y estructura íntimas, como para formarse una idea lo más aproximada posible de los medios por los que los cuerpos se forman en la naturaleza, tiene la síntesis importancia capital, y á ellas se deben gran número de descubrimientos. Establecida en la ciencia la división de los cuerpos en orgánicos é inorgánicos, y no siendo en un todo iguales los medios que es necesario poner en práctica para obtener unos y otros, hay que considerar en la síntesis esta división estudiándola bajo ambos aspectos; en cierto modo sencilla y fácil en los cuerpos inorgánicos, por la facilidad con que los elementos desarrollan sus afinidades y se combinan entre sí para formar los compuestos, e conocida de muy antiguo, especialmente desde el momento en que saliendo la Química del estado caótico en que se encontró hasta mediados del siglo XVIII, y que precisándose las nociones que se tenían acerca de la naturaleza, tanto de dichos elementos como de sus compuestos, se comprobó la identidad de algunos de éstos, ya se obtuviesen directamente partiendo de aquéllos, ya se encontrasen formados por causas independientes de la voluntad del hombre; una vez conocidas las propiedades del hidrógeno, no costó mucho trabajo demostrar que el resultado de su combinación con el oxígeno ó de su combustión en el aire era un líquido cuyas propiedades coincidían en absoluto con las del agua, privada de sus principios fijos por la destilación; y conocidos también el carbono y el oxígeno, se comprobó fácilmente que al combinarse uno con otro originaban un gas idéntico al aire fijo de los antiguos alquimistas, desprendido en el acto de la respiración ó en el complejo fenómeno de la fermentación alcohólica. De igual modo que estos cuerpos se sintetizaron la mayor parte de los binarios, sin más que conocer sus propiedades y las de sus componentes, resultando el trabajo sintético en estas condiciones más sencillo aún que el analítico; pero tratándose de especies de composición más compleja, como las ternarias y cuaternarias, aumentaban las dificultades del problema, hasta el extremo de ser imposible en la mayoría de los casos el formarlas por la combinación directa de sus elementos constitutivos, y fué necesario buscar otros caminos, en los que marchando de lo sencillo á lo complicado por gradaciones sucesivas se lograse el objeto propuesto: si en las condiciones ordinarias se encierran en un matraz el azufre, el potasio y el oxígeno, en las proporciones en que estos cuerpos componen el sulfato potásico, ó no se logra que se combinen entre sí, ó el cuerpo resultante de su unión es muy diferente de la sal citada, y, sin embargo, esta misma se sintetiza con relativa facilidad, formando primero, directamente y por medios que no son de este lugar, óxido potásico y anhidrido sulfúrico, y combinando después éstos en presencia del agua; aquí se ha soguido esta marcha, en la que, partiendo de lo sencillo á lo complejo, se han combinado primero los elementos para formar cuerpos binarios, de cuya unión ha resultado el sulfato potásico, y este ejemplo basta para dar idea del mecanis

mo que se sigue en la síntesis de la mayor parte de los cuerpos.

Por lo que precede pudiera conjeturarse que, una vez establecida la marcha indicada, la síntesis inorgánica está en un todo exenta de escollos; y sin embargo, lejos de suceder esto, se presentan multitud de casos en que la inercia de los cuerpos que se han de combinar es causa de tener que recurrir á métodos indirectos y apelar á poderosas y múltiples energías cuya acción mutua determina la combinación: si se tiene en cuenta la afinidad del cloro por la casi totalidad de los cuerpos simples, parecerá problema resuelto en principio el de la síntesis de los cloruros, y no obstante hay algunos cuya formación no se consigue en virtud de esta afinidad, á no auxiliarla por la elevación de temperatura, ó por la demostrada en ese estado denominado naciente, en que con tanta energía se manifiesta. Pero dejando aparte estos casos particulares, que no son más que excepciones que ponen á prueba la sagacidad de los químicos, existen otros de mayor generalidad, referentes á la reproducción artificial de las especies mineralógicas, partiendo, ya directamente de los elementos, ó ya de cuerpos á su vez formados por síntesis: problema es este que, si bien aparece comprendido en el anterior, se diferencia bastante de él, pues no siempre los cuerpos obtenidos en los laboratorios son idénticos á los encontrados en la naturaleza, estando dotados los últimos de caracteres, como la densidad, la dureza, y sobre todo la forma cristalina, que dependen de las condiciones desarroHadas durante su formación mediante las poderosas energías acumuladas en el globo, y con respecto á las cuales resultan insignificantes aquellas de que el hombre dispone; como ejemplo de ello pudiera citarse el óxido férrico, que, preparado desde hace largo tiempo por combinación directa del hierro y del oxigeno, ó por precipitación de las sales al máximum de este metal, se diferencia tanto por sus propiedades del mineral denominado hierro oligisto, que sólo el análisis y determinadas reacciones demuestran la identidad de ambos, habiendo sido preciso que Sain te-Claire Deville ideara sus procedimientos de sublimación indirecta para conseguir la conversión del primero en el segundo, y conocidos son los trabajos referentes á la reproducción artificial de las gemas más apreciadas, basada en el método mixto de cristalización inventado por Ebelmen, y en el que se hace intervenir, no sólo la acción disolvente, sino las más elevadas temperaturas. Buena prueba es de las dificultades del problema de que se trata el gran número de especies mineralógicas que aún no se han logrado reproducir, sin que por ello deba renunciarse á su resolución, mucho más cuando se tiene el ejemplo de lo ocurrido con el carbono, cuya cristalización, tantas veces intentada sin éxito, parece haberse logrado merced á los trabajos recientes de Moissán, cuyo resultado ha sido obtener cristales que no por ser casi microscópicos dejan de presentar las propiedades características del diamante. Y conseguida la síntesis artificial de los minerales por medios puramente químicos, cabe preguntarse si estos medios serán los mismos que los empleados por la naturaleza en su producción directa, pregunta cuya respuesta no puede menos de ofrecer un carácter de vaguedad perfectamente conforme con la ignorancia en que el hombre se halla acerca de las condiciones en que se encontraron los cuerpos al formarse en el seno de la tierra, siendo en cambio lícito en muchas ocasiones suponer, en vista de datos casi irrefutables, que no obstante la identidad de los cuerpos naturales y artificiales, debieron ser totalmente distintos los procedimientos por los que unos y otros se originaron.

Terminadas estas indicaciones generales acerca de la síntesis inorgánica, cumple hablar ahora de la más compleja de los compuestos orgánicos, y que, no obstante ser sumamente reciente, ha adquirido extraordinario desarrollo, no sólo por el número de cuerpos sintetizados, sino por la creación de métodos generales destinados á reproducir artificialmente los distintos términos comprendidos dentro de una misma función; esta síntesis tiene además excepcional importancia por haber destruído la barrera que separaba los compuestos minerales de los orgáni cos, por suponerse que los segundos sólo podían ser producidos en los organismos animal ó vegetal y nunca en los laboratorios, donde con tanta facilidad se preparaban los primeros. Al

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