su respaldo está adornado con una arquería calada y coronado con un friso esculpido, en el que se ven figuras de animales, hombres y centauros, con un frontón, todo ello chapeado de madera de acacia; faltan los brazos, y á los lados tiene fijas unas anillas de hierro que servían para pasar las varas necesarias para su transporte á hombros. Hállase expuesta á la veneración pública esta silla al fondo del ábside de San Pedro en el Vaticano, encima del trono del Soberano Pontífice, que sustentan las estatuas de les cuatro grandes Doctores de la Iglesia, obra de Bermini. En 1867 fué expuesta la cátedra de Cátedra de San Pedro San Pedro en sitio que permitía examinarla más de cerca, y uno de los que la examinaron, que fué el arqueólogo italiano De Rossi, escribió una monografía de ella, en la que consideran dichos adornos como posteriores al alma de la silla. El friso figurativo, groseramente esculpido, le parece anterior al siglo v, y las placas de marfil con asuntos mitológicos, aunque más antiguos, le parecen posteriores al siglo de Augusto. Foggini y Cortesii han creído, sin embargo, que si aquello no fué un sillón gestatorio que usara Pudente antes de ofrecérselo al príncipe de los Apóstoles, dichas representaciones de los trabajos de Hércules pudieron colocarse allí con un sentido simbólico, aludiendo á los trabajos de San Pedro y á sus numerosas victorias sobre las divinidades paganas. Pero en estos últimos tiempos se ha modificado algo la opinión sobre este interesante trono. Champeaux dice que es evidente que semejante mueble no puede haber pertenecido á San Pedro, que fué martirizado bajo el emperador Nerón, y que es obra de alguno de los Papas que le sucedieron hacia fines del siglo III ó principios del Iv; que además el monumento ha sufrido numerosas transformaciones, por lo cual es difícil separar la parte primitiva de las adiciones posteriores; que lo que actualmente se ve recuerda por sus adornos el carácter de los edificios italianos conocidos con el nombre de lombardos. De todos modos, esta es una silla gestatoria primitiva que debieron usar muchos Papas. Estos han usado siempre la silla gestatoria para ciertas ceremonias, por ejemplo para dar la solemne bendición Urbi et Orbi en las fiestas de Jueves Santo, de Pascua, de la Ascensión y de la Asunción. La silla va sobre unas andas, lo cual permite al Papa ponerse de pie cuando tiene que bendecir. La silla gestatoria es hoy, por lo tanto, un trono portátil del Soberano Pontífice, en el cual es conducido á través de las naves de la basílica y de las estancias del Vaticano en ocasiones solemnes. II Toda silla se compone de tres partes dife rentes: la armadura ó apoyo, el asiento y el res Fig. 2 b 32 centímetros; la base mayor do su deformación. El asiento la forma curva hacia el exte- el asiento hacia su mitad. El Sillas de paja 6 anca. - Constituyen la prin- teros torneados A, A B A Ch A Fig. 1 B Las sillas de Viena (fig. 4) son de madera curvada y enteriza, es decir, que se buscan ramas largas de castaño de igual espesor en su tallo, que debe tener el grueso con que haya de quedar, y que se cortan verdes, dándolas la curvatura en máquinas especiales y dejándolas secar perfectamente sujetas y bajo la acción del vapor; una vez secas se cortan á las dimensiones que han de tener y se unen con espigas de madera las del respaldo y con tornillos de tuerca interior las del asiento, que es circular; la chambrana A también es un círculo perfectamente cerrado que se une con tornillos embutidos á los pies; el asiento suele ser de rejilla formada con cañas de centeno partidas y trenzadas en cuatro sentidos, formando cuadrados de lados dobles cruzados por otros de pajas sencillas; las pajas entran en taladros practicados en el aro del asiento. Otras veces éste se reduce á un tablero circular formado por dos tablas de chapa con las fibras de una en sentido normal á las de la otra, perfectamente encoladas, que se clavan al aro del asiento; generalmente llevan entonces dibujos calados hechos con taladros circulares. También los respaldos se cubren algunas veces con rejillas como las del asiento, ó con tablas de la misma clase y dibujos que éste. Sillas de tapicería. - Son las que ya el asiento, ó éste y el respaldo, están cubiertos de telas ó paño, y su construcción difiere esencialmente de las hasta aquí explicadas: pueden ser de sillero ó de tapicero. Las sillas de sillero se llaman de tapicería cuando asiento y respaldo están vestidos, y cuando sólo el asiento se conocen con el nombre de media tapicería; son sillas económicas en que pocas veces se emplean maderas finas, pero se las imita con buenos tintes y barniz de puño ó de muñeca; tampoco se suelen usar las telas ricas, por más que algunas veces se empleen, destinándose á este uso, buenos percales é indianas, cretonas, y las más de las veces reps ó damascos de lana; la armadura de la silla y respaldo presentan formas curvas, haciéndose con maderas cortadas y unidas con cola á juntas planas ó con caja y espiga; pies abiertos para mayor seguridad y dar elegancia al mueble; no llevan asiento alguno; cuando están en blanco ó preparadas para forrarlas llevan una sola chambrana de listón en cada costado, pudiendo faltar la del frente. Para vestirlas se comienza por hacer el asiento, clavando con tachuelas, primero por el frente, después atirantando todo lo posible por la parte de atrás, y luego por los costados, una tela de jerga de sacos o de lona, vestida inferiormente de percalina lisa de color; después se coloca una capa de pelote bien mullido ó de crin vegetal, de unos 3 á 4 centímetros de espesor en el centro, disminuyendo hacia las orillas de modo que forme bombeo hacia arriba, y se sujeta clavando, en igual forma que antes se ha hecho, la llamada tela cruda, de poco cuerpo y resistencia escasa, de algodón de tejido claro, y después se clava del mismo modo la tela ó vestido exterior; si ha de forrarse el respaldo se procede en igual forma, empezando por clavar la parte recta ó curva que está más cerca del asiento, atirantando después hacia el copete ó parte superior, y por último alternativamente à uno y otro costado; se termina después poniendo un agremán de lana, ó seda, llamado espiguilla, empleando para ello alfileres de cabeza dorada esféricos ó cónicos, ó bien los llamados clavos de tapicero, que son pequeños alfileres negros de cabeza muy pequeña en forma de gota de sebo. Las sillas de tapicero son ya sillas de lujo y comodidad, en que entran las maderas finas y las ricas telas de seda, como damascos, rasos fuertes, brocateles, terciopelos (el llamado de Utrech es el más á propósito), tapices y paños. La silla se hace con gran solidez para que no necesite chambranas, que quitan valor al mueble, cuya parte vista lleva con frecuencia ricos tallados; son de tapicería completa; el asiento se forma primero con lona vestida de seda de poco valor por la parte inferior; después se fijan con gran fuerza las barras de resistencia, que son tiras estrechas de lona en tres ó cuatro dobleces, bien aseguradas á la caja que ha formado la primera tela con los barrotes que limitan el asiento, y que tienen regular altura, y hecho esto se colocan tres, cuatro, cinco ó siete muelles de alambre en espiral, de modo que cada uno forma un cuerpo de revolución ancho arriba y abajo y estrecho en el medio, cosiéndolos por la espira inferior con bramante de cáñamo á las tiras de resistencia, de modo que formen un triángulo equilátero si son tres, un cuadrado si cuatro, éste con un muelle central si hay cinco, y si hay siete un hexágono con muelle central; después se clavan fuertes cordeles por la parte interior de las maderas del asiento, los que con gran fuerza se van cosiendo á las cabezas de los muelles, haciéndoles bajar todo lo posible hasta clavarse de nuevo los cordeles en las barras opuestas; este cosido tiene por objeto unir los muelles de modo que no se separen ni se inclinen; se rellenan ligeramente con pelote los espacios comprendidos en la caja que ocupan los muelles y se cubre todo con una lona bien atirantada; encima de ésta se coloca nna espesa capa de pelote bien mullido y más gruesa en el centro que en las orillas, cubriendola con la tela cruda; encima se van cubriendo con pequeñas vedijas de pelote las desigualdades que se observan en la forma general redondeada del asiento, poniendo la tela en blanco, tela de algodón bastante tupida, que se atiranta bien; por último el vestido de la tela exterior y el agremán, y á veces en lugar de éste un fleco todo alrededor del asiento. En cuanto al respaldo, si no va vestida más que la cara exterior dejando la madera al descubierto, como se usa en los sa lones, se hace el respaldo como dijimos le llevan las sillas de sillero, sin más diferencia que los mejores materiales; si ha de llevar botones se cuida antes de atirantar la tela, hacer los cosidos y dobleces poniendo en el encuentro el botón formado con una hormilla de madera "estida de la misma tela que lleva la silla, cuyo botón se cose con bramante de cáñamo, rellenando los espacios entre botón y botón con estopa para hacer el almohadillado. Si el respaldo va vestido por completo, después de clavar la tela de frente á la parte posterior de aquél se cubre, bien con la misma tela, bien con otra lisa, cubriendo las tachuelas con la espiguilla en la forma que hemos indicado. A esta clase de muebles corresponden las banquetas para piano, en que va montado el asiento sobre un eje de tornillo para que pueda elevarse, y que no tienen respaldo. También es digno de hacerse notar aquí otro mueble ó silla que construyen los tapiceros, llamado puf, bastante moderno, que se coloca en el centro de un salón debajo de la araña si la hay, y que consiste en un asiento á modo de diván, circular ú ovalado, con respaldo de forma cónica y revestido todo él con terciopelo ú otras telas de lujo, y con buenos muelles y relleno en el asiento, que es de poca altura; es mueble más propio para casinos, salas de espera para consultas particulares, comercios y dondequiera que hayan de reunirse varias personas desconocidas y sea forzoso aprovechar el terreno; también se colocan en los vestíbulos de las estaciones unas especies de puf cuya forma es la misma, pero de madera barnizada y sin vestir: en la estación del ferrocarril del Norte de Madrid hay uno rodeando una columna, cuyo asiento es de listones y de forma poligonal; muchas veces el puf no tiene respaldo y se asemeja á una banqueta, pero de mayores dimensiones. El puf termina de ordinario en su parte superior, á metro y medio sobre el suelo, en un plano, sobre el que se suelen colocar macetas, ó un jarrón, una estatua ó una lámpara, según sea la decoración y el objeto de la habitación en que se encuentra. Al tapicero corresponden también las sillas de tijera formadas por dos bastidores que se cruzan hacia su mitad o un poco más arriba, uniéndose por un balaustre que los cruza y sirve de eje de giro de los bastidores, los que van unidos por el asiento de tela fuerte ó alfombra, consistente en una tira con orillas que se clavan á los traveseros de los bastidores; también hay sillas de tijera de rejilla, en que el asiento es un bastidor con la rejilla que gira alrededor de uno de los traveseros, y tienen en el otro lado unas muescas los largueros, para que en ellos ajusten las cabezas de los bastidores de la tijera. Sillas de ebanistería. - Muy poco tenemos que decir de ellas, sino que son de asiento de madera, que llevan grandes tallados, etc.; son más bien sillas de coro, muebles de iglesia. Hoy se hacen para despacho sillas imitando las antiguas, que son de nogal ó roble, de respaldo corto y recto, y que tanto éste como el asiento van vestidos con cueros labrados por presión y sujetos con clavos historiados de cabeza dorada, plateada ó niquelada, por más que los niquelados hacen perder su aspecto antiguo al mueble. Las sillas escaleras de biblioteca son sillas de roble ó nogal, cuyo asiento lleva en su respaldo, en que se halla partida, un eje formado por bisagras; la armadura de la silla la forman dos prismas triangulares, que al girar aquélla sobre su asiento y volverla para que el extremo del respaldo se apoye sobre el suelo presenta la forma de una escalera, que permite alcanzar las tablas superiores de los estantes; es un mueble muy cómodo para uso de los despachos. Sillas de blanco ó de carpintero. V. TABURETE. Sillas de hierro. - Se emplean en los jardines y en los paseos públicos sillas de hierro, que generalmente están armadas con canutillo de hierro, formando la armadura de pies y respaldo, y éste y el asiento son, bien de hierros planos, bien de tejido de red de alambre, bien de rejilla formada por platinas, ó bien, y es mejor, el asiento le forman una serie de palastros que, partiendo de los límites del asiento, que es circular, se vuelven en arco hacia el centro, en que se reunen en un botón soldado, formando los radios de la circunferencia, pero que, bastante mayores que aquéllos, forman una superficie curva convexa y flexible, produciendo un sistema de muelles sumamente cómodo. Pueden las sillas recogerse y resultan de fácil transporte, y de esta clase son las que se usan en los paseos públicos generalmente, siendo fácil acomodar los brazos, de hierro también y giratorios. Sillas de mimbres. - Muy usadas en Portugal, se importaron primero á Extremadura y después al resto de España, y están formadas por un tejido de mimbres que, encerrado en una especie de salchichones, las dan fuerza; tienen la forma de butacas, y parece que en nuestro país han conservado el nombre portugués de cadeiras que las sillas tienen en aquél; si se visten de terciopelo con rellenos de estopa los salchichones de brazos y respaldo y se les pone un almohadon resultan muy cómodas, y se hacen elegantes pintándolas con metal líquido ó purpurina. - SILLA DE MANOS: Arqueol. Juzgando en general los muebles inventados para el transporte de las personas por dos ó más servidores, re sulta que el palanquín es el medio de transporte de los orientales, la litera el de los romanos y de los nobles europeos de la Edad Media y del Renacimiento, y la silla de manos el empleado en los siglos XVII y XVIII. Pero si hemos de / dar á estas distintas voces ó términos aplicación exacta, esto es, que palanquín ha de ser sinónimo de andas, litera de camilla ó cama portátil, y silla de manos la caja de coche con Silla de manos egipcia asiento y cristales, resulta rá que ésta es de uso antiquísimo y universal. Veamos la variedad que de ellas pueden registrarse. Las pinturas egipcias, tan detalladas siempre, nos autorizan para asegurar que los faraones empleaban sillas de manos, pues no son otra cosa más que cajas de vehículos sin techo, con un sillón que ocupa la persona real y un abanico sujeto á una caña encorvada que parte del respaldo, y con sus dos varas laterales y bajas para el transporte. Como todos los muebles egipcios, estas sillas de manos están profusamente decoradas con emblemas y adornos pintados. En Asia no encontramos representada silla de manos ni palanquín en los antiguos monumentos, pero encontramos hoy en el Japón dos clases de palanquines: el norimon ó norimono (literalmente máquina de transporte) y el cango. Este no es más que un cesto abierto por los lados, en el cual hay que sentarse sobre los talones, á la manera japonesa, y que va suspendido de un bambú que los portadores (los cuales son dos y se colocan uno delante y otro detrás) apoyan sobre sus hombros; lo usa la gente modesta y para viajar suele usarlo hasta la gente adinerada, por lo poco que pesa. El norimon es más bien una silla de manos, cuya caja, como la de un coche, es de madera y está laqueada y decorada; su asiento, que permite ir recostado, está tapizado de terciopelo; tiene dos ventanillas laterales que pueden cerrarse con cortinillas, y delante del asiento una tablilla con recado de escribir. Este vehículo va suspendido de un balancín de madera arqueado, que llevan al hombro los portadores. Estos, en los norimonos un poco importantes, son cuatro, y suelen emplear se más. En China los negociantes, enemigos de la locomoción, se hacen transportar de un punto á otro de las ciudades en sillas de manos de un tipo harto sencillo, pues consiste en una silla de bambú con brazos, quitasol sujeto al respaldo, tabla para apoyar los pies y dos largos bambúes horizontales y paralelos que permiten el transporte á hombros de dos criados. El doli, palanquín de que usan las mujeres ricas en la India, es una litera, pues permite á la persona ir echada. Ya se comprende que todos estos tipos y variedades del palanquin oriental no son invenciones modernas, y por lo tanto su origen debe esconderse en los tiempos remotos de las grandes civilizaciones asiáticas. El palanquín de Oriente fué introducido en Grecia y en Italia, donde encontramos la lectica de los romanos, que propiamente es un lecho transportable con su caja de madera, techo sobre cuatro columnillas como en las camas colgadas, cortinas que podían correrse ó descorrerse, que según Suetonio y Séneca permitían ocultarse la persona que ocupaba la litera, y dos varas para el transporte. En un principio la lectica fué un objeto de lujo de que sólo usaban las mujeres; pero luego se generalizó, usándolo también los hombres. La lectica clausa era una litera cerrada por medio de tablas ligeras, con ventanas, que según Juvenal se abrían ó cerraban á voluntad. La persona que ocupaba la litera descansaba sobre un colchón, que solía ser de plumas, y un almohadón, cervical, de modo que podía leer, escribir ó dormir mientras era transportada en la litera. Los portadores de ésta eran dos, cuatro ó seis esclavos (lecticarii), según la riqueza del propietario, y además de los que pertenecían a particulares Norimon japonés habíalos que servían al público, y al efecto estaban en las plazas (castro lecticariórum) de Roma con sus literas, como ahora los cocheros de punto, á merced de quien quisiera alquilar su vehículo. La lectícula era como una camilla para transportar enfermos ó heridos, y aun parece que las hubo más humildes y semejantes á nuestras camillas. No se conservan representaciones de literas en los monumentos figurativos de la antigüedad clásica; sábese lo que dejamos apuntado solamente por los escritores de entonces. La litera fué en los siglos medios el vehículo indispensable para viajar; iba sostenida por dos Silla de manos china caballos, uno delante y otro detrás, á cuyos arneses se sujetaban las varas. Como entonces no había caminos ni carreteras, una litera de esta clase pasaba fácilmente por cualquier sitio angosto ó quebrado por donde pasara un caballo. Los antiguos cantares de gesta, y algunos autores Léctica romana de tiempo anterior, hablan de estas literas, que todavía se usan en Oriente y en ciertas comarcas de Sicilia. En litera eran llevadas casi siempre las princesas en las ceremonias públicas, y de cse modo hizo su entrada en París Isabel de Baviera en 20 de junio de 1389; iba en litera descubierta, ricamente adornada, según dicen Froissard y Godefroy. La litera en que fué transportada Blanca de Borbón cuando celebró sus bodas con el rey de Castilla fué lujosísima, según una nota de la cantidad de trozos de sedería de oro, guarniciones para los caballos, bronces, pinturas y numerosos accesorios que figuran en cierta nota ó cuenta. En los torneos, fiestas tan apropiadas á lucir armas, monturas, arreos y vehículos, también algunos caballeros ingleses y franceses lucieron costosas literas. De la silla de manos propiamente dicha, la referencia más antigua que encontramos data del siglo XIV. Era entonces, y fué durante mucho tiempo, un mueble de que sólo usaban las personas impedidas. El ejemplo á que nos referimos es la visita que en 1377 hizo á Carlos V de Francia el emperador de Alemania, que padecía de gota, por lo cual el rey le hizo preparar un asiento cubierto de tisú de oro, en el que le transportaron entre varios caballeros. De tiempos más recientes, del siglo XVI, podemos citar la litera de campaña y una silla de manos que pertenecieron á Carlos I de España y se conservan en la Real Armería. La litera es un vehículo cerrado, forrado de cuero negro con techo abovedado, con ventanillas á los lados y al frente una tapa que caída servía de mesa para escribir; lleva en su interior un sillón, y delante un hueco para extender las piernas. La silla de manos es un sillón con asiento, respaldo y brazos, todo enguatado, que está sobre dos largueros, de los cuales parten otros dos oblicuos, que sin dnda servían para sostener, con los dos extremos del respaldo, un toldillo que protegiese del sol al emperador. A los lados tiene abrazaderas para pasar las varas. De este género eran las sillas de mano en que, no por achaques de la salud, sino de la moda, durante los siglos XVI y XVII se hacían transportar reyes y magnates. En los días de Quevedo debió llegar entre nosotros al abuso la moda de la litera, pues satirizó el caso diciendo: «Ya llena de sí solo la litera Matón, que apenas ateyer hacía. » Y también escribió un... soneto dedicado á las sillas de manos cuando van en ellas las da Ya llegó á tabernáculo la silla, Al trono en correones las banderas Una silla es pobreza de una boda, Pues empeñada en oro y vidrieras, Antes la honra que el chapín se enloda. >> De todo esto se desprende que el empleo de sillas de manos llegó á generalizarse entre las damas españolas, que no se contentaban por lo visto de dar á dos personas la ocupación de transportarlas cuando iban á fiestas nocturnas, sino que además hacíanse acompañar de servidores con hachas encendidas que, al propio tiempo que alumbraban el camino, hacían visible el adorno y el aparato que acostumbraban á lucir las vanidosas damas de antaño. El lujo de las sillas de manos degeneró sin duda en disipador abuso, dando lugar á la pragmática que dictó Felipe V en San Ildefonso á 5 de noviembre de 1723, en la que, después de prohibir que se hicieran en adelante coches, ca. rrozas, estufas, literas, furlones y calesas bordado de oro ni de plata, sino de terciopelos, damascos y sedas, con guarniciones de seda también, sin nada dorado ni plateado, ni pintado con ningún género de pinturas de dibujo, «entendiéndose por tales todo género de historiados, marinas, boscajes, ornatos de flores, mascarones, lazos que llaman de cogollos, escudos de armas, timbres de guerra, perspectivas y otras cualesquier pinturas que no sean de mármoles fingidos ó jaspeados, de un color todo,» dice: «Y así mismo mando, que no se puedan hacer ni traer sillas de manos de brocado, ni tela de oro ó plata, ni de seda alguna que lo lleve, ni puedan ser bordados los forros de ella de cosa alguna de los referidos; y que sólo se puedan hacer de terciopelos, damascos ú otro cualquier tejido por dentro y fuera de la silla, con flecadura llana de cuatro dedos de ancho, y alamares de la misma seda, no de oro, ni de plata, ni de hilo, ni otra guarnición alguna más que la que queda referida, y sus pilares puedan ser guarnecidos de pasamanos de seda y tachuelas; y para consumir las sillas que hoy están fabricadas, concedo el mismo término de dos años, que va concedido para los coches.> De este documento se desprende que las sillas de manos que en España se fabricaban por aquel tiempo no debían tener adornos de talla, como las francesas, sino que estaban todas ellas, por dentro y por fuera, caja y pilares, tapizadas de tela. Alguna se conserva de este género. En Francia, por el contrario, los refinamientos del lujo y la afeminación de las costumbres mantuvieron en boga la silla de manos durante casi todo el siglo XVII y hasta fines del XVIII, é hicieron de ella un objeto rico y artístico. En 1605 ya poseía María de Médicis una silla de manos ó de brazos, como decían los franceses, con su techo, cuya invención se ha atribuído á la reina Margot, mujer divorciada de Enrique IV; pero aquélla la empleó porque, como estaba tan gruesa, se fatigaba al andar, y esto justifica que delibras á Carlos Guillier, su porte-chaire. jara en su testamento una gratificación de 10000 Sabemos también que Luis XIII, cuando niño, tuvo una silla de manos en la que se hacía pasear por sus habitaciones; y por último, que puesta en moda la silla de manos en 1610 por el de Bellegarde, no tardaron tales vehículos en marqués de Montbrún, hijo legítimo del duque estar á disposición de todo el mundo, merced á una asociación que formaron Juan Doucet, fabricante; Juan Regnault d'Ezanville, hombre de negocios, y Pedro Petit, capitán de Guardias, y sólo en París, sino en otras ciudades, sillas de que en virtud de un privilegio establecieron, no brazos para transportar por las calles á todo el que las alquilara. Esta industria no tardó en ser implantada en Inglaterra. Por un periódico de Marsella conocemos cierta ordenanza de policía de 25 de junio de 1738, que marca la tarifa de las sillas de manos; esta tarifa marca 4 libras y 4 sueldos por un día entero de servicio, desde hombres, que dice así: «Ya los pícaros saben en Castilla, Cuál mujer es pesada, y cuál liviana; Y los vergantes sirven de romana Al cuerpo, que con más diamantes brilla. y 4 por un cuarto de legua y «un buen cuarto de hora de trabajo,» por llevar á bautizar y volver á casa, ó por ir á buscar á la comadre y volverla á su casa; 2 y 12 por medio día de visita de boda, y 2 y 8 por llevar á misa de parida y vol ver à casa. Las sillas de manos de los particulares en Francia eran magníficas. Por inventario fechado en 1653 sabemos que el cardenal Mazarino usó una con cristales á los lados, que estaba forrada por fuera de tafilete negro con galones de oro y clavos dorados, y por dentro de damasco carmesí galoneado de oro. De damasco rojo estaba tamıbien tapizada la de Molière (Invent., 1673). La del arzobispo de Burdeos, Enrique de Béthune, estaba realzada por barniz de la China y decora da con el escudo de Su Eminencia y cruces epis. copales. No sólo se empleaban las sillas de manos para salir á la calle, sino para ser transportado dentro de los palacios. En ella se hacía llevar Luis XIV en Versalles cuando padeció de gota; pero él mismo la hizo sustituir por la silla de ruedas, que imitaron las damas de la corte. En aquella época cortesana la silla de manos tuvo mucha importancia. Las damas elegantes apreciabanla mucho y solían conservarla en su salón; cuando viajaban en ellas llevaban suficiente número de criados (40 llevaba la duquesa de Nemours para hacer su viaje de París á Neufchatel, Suiza, todos los años), que se renovaban por parejas. En el arte suntuario las sillas de manos tienen tanta importancia como en las costumbres cortesanas y galantes del mundo de Luis XIV y de Luis XV. En los palacios reales de abolengo y en los Museos todavía se conservan sillas de manos que demuestran, mejor que las citadas refe rencias, hasta dónde llegaron el lujo y el arte en los muebles. En las caballerizas del Real Palacio de Madrid hay sillas de manos, entre ellas una de lo más exquisito del gusto Luis XV. Toda su armadura es de talla delicadísima, dorada; sus tableros están adornados con composiciones pintadas, y sobre el techo, por remate, lleva la corona real. Del mismo estilo es otra silla de manos que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional: su talla, dorada, es muy fina; sus pinturas, de asuntos mitológicos, son excelentes y se atribuyen á Paret, y el interior está forrado de tisú de oro y seda, de lo que son también las cortinillas de las vidrieras. En algunos de los palacios de nuestros grandes, como en el de Villahermosa y Denia, se conservan sillas de manos del siglo pasado, más sencillas que las descritas, y por lo común adornadas con los blasones correspondientes. El Museo de Cluny, en París, posee tres sillas de manos, una de ellas de dos asientos, para niños, con tallas doradas y pin turas. - SILLA DE MONTAR: Art. y Of. Parece á primera vista que el origen de la silla para cabalgar había de ser tan remoto como el del caballo destinado á este objeto, pues para ello y marchar con comodidad había de procurar el hombre la manera de cubrir el lomo del animal, buscando los medios más comodos y apropiados para conseguirlo; sin embargo no fué así, pues se sabe que hacia el año 400 antes de J. C. fué cuando empezó á haber jinetes en Grecia, pero que montaban sin silla y sin estribos, sosteniéndose sólo por una fuerte presión de las piernas contra la montura, si bien desde luego hicieron uso de las espuelas, pues se han encontrado algunas de esta época en Italia; los asirios y babilonios conocieron desde más antiguo el uso de la silla, si así puede llamarse el vestido con que en el siglo XIII antes de J. C. cubrían sus caballos, formando un artístico atavío de pasamanería, cordones, bordados, franjas y borlas, pero no se sabe si lo hacían sólo como adorno ó si empleaban esto como melio de comodidad para cabalgar. Los árabes primitivos montaban en los camellos sin silla, y sin embargo se ven en las esculturas asirias sillas para los camellos, muy semejantes á algunas de las que hoy se usan, por más que parece que su objeto era resguardar la piel del animal del roce de la carga que sobre la silla se amontonaba. Los etruscos montaban en pelo. Parece lo natural que, como hicieron los griegos después de algún tiempo de hacer uso del caballo, le habían de cubrir primero con una manta y después con una colchoneta, que entre los griegos estaba rehenchida de bastos, para que ni el animal ni el jinete se lastimasen en sus movimientos, colchoneta á la que los griegos dieron el nombre de ephip. pion; esta montura se adoptó más tarde por los egipcios, pero le agregaban unas caídas laterales a manera de reposteros, y de esta clase de monturas son las que aparecen, tan pronto pintadas como talladas, en las ruinas de Herculano. Entre los romanos el arnés del caballo era completo: filete con barra ó sin ella, correas para el collar, pero no usaban silla los soldados, que montaban sobre una manta de lana, con pretal, gruperas guarnecidas de plata muchas veces y phaleras como adorno del pretal y del frontal. Mas pasando à épocas más recientes, vemos que entre los bizantinos era ya en el siglo IV conocida la silla de montar y acaso el estribo, y que en el siglo VIII se le agregó un fuste trasero ó respaldo; durante la época gótica, entre los siglos VII y X, la silla se componía de una armadura de madera muy semejante á las jamugas que entre nosotros usan en algunos puntos las mujeres, parecida á un sofá de brazos y sin respaldo, con una colchoneta embastada por asiento y con la forma por la parte inferior á propósito para adaptarse al lomo del caballo (fig. siguiente); del medio del asiento partían hebillas á las que se sujetaba la cincha ó barriguera, y Silla de montar otras que partían de los pies delanteros y traseros servían para unir á ellas el pretal y la grupera; una rica mantilla cubría esta armadura, de la que salían los estribos; en la época merovingia estaba en uso la silla de montar, muy semejante á la que hemos descrito. En el siglo XII desaparecieron los arzones, quedando la silla rasa muy parecida á la que hoy se conoce con el nombre de royal por su batalla ó caballería; el jinete montaba de pie sobre sus estribos, calzando éstos muy largos por lo tanto; en el siglo siguiente la silla de paseo llevaba una especie de gualdrapa ó sudadero de colores obscuros, grana, azul, marrón, etc., que caía por los costados; en el siglo XIV tomaron los arzones formas exageradas en altura, hallándose muy próximos, de modo tal que dejaban al jinete como encajonado y sin permitirle apenas ningún mo vimiento: la silla, que hasta aquella época había presentado unos faldones cortos, los sustituyó por otros muy largos, de forma cuadrada, que cubrían por los costados el vientre del caballo, más tarde se fueron redondeado dichos faldones, recortándoles las puntas, hasta dejarlos en una forma muy semejante al galápago actual, que debe su aparición al siglo xv en España, Francia, Inglaterra y Alemania, época en que tuvo su origen la silla de montar para las señoras, muy semejante á la nuestra. Los árabes, entre otras muchas cosas, se distinguieron por el modo de embridar y ensillar sus caballos, usando sillas sin faldones ó con faldón muy corto, de arzones iguales y elevados y una especie de manta ó gualdrapa á la grupa, cubriendo el asiento de la silla una pequeña y rica manta bordada, y pusieron en la silla, junto al arzón delantero y a ambos lados, pistoleras cubiertas todas de vaqueta fuerte y á veces recubiertas con terciopelo ó seda cuajada de bordados; las sillas de los turcos son bastante diferentes de las de los árabes, cortas y con arzones poco marcados, especialmente el posterior, que casi ha desaparecido; los indochinos tienen sus sillas muy semejantes á las de los turcos, pero más desarrollado el arzón delantero que el de grupa. En los pueblos germanos, esto es, entre los escandinavos, anglosajones, normandos é ingleses la civilización comenzó á figurar en la historia muchos siglos más tarde que entre otros pueblos de Europa, hasta el extremo de que los escandínavos no aparecen en aquélla hasta fines del siglo VIII; los irlandeses eran muy diestros en arrojar piedras como si fueran granizo y en lanzar dardos y flechas; pero en el siglo XIII todavía montaban á caballo sin silla y sin estribos. Anuerin, bardo celta, al hablar de la batalla de Cattraeth, en que se batió con los anglosajones, dice que había trescientos guerreros con arma. duras doradas y tres caballos acorazados, con tres jefes que llevaban aros de oro en el cuello, >> lo que parece indicar que ya usaban sillas en sus caballos, que de otro modo hubieran sucumbido bien pronto con el roce de la coraza, cuyo peso se aumentaba en el lomo con el jinete; y con efecto, según se ha comprobado por varios documentos, conocían la silla de montar, las espuelas y los estribos. Los normandos usaban silla de montar con arzones muy altos, en forma de volutas, que protegían los riñones y la parte baja del pecho del jinete. Los alemanes del siglo XII tenían la silla de arzón elevado, y de él salían los guerreros, cuyo cuerpo cubría pesada cota de malla: el casco en forma de puchero, inmediatamente debajo del cual iba un casquete de hierro para la frente, al que los franceses llamaron cerviliere, debajo de la capucha de cota de malla, que se sujetaba con correas á una gorra de tela guatada, con que cubrían su cabeza; muchos montaban con espuelas, ó mejor dicho acicates de una sola punta, pero sin estribos, colocada la primera sobre una manta y con arzones muy bajos, pero éstos fueron aumentando en tal proporción en los dos siglos siguien tes, que tanto en la de los franceses como en la de los normandos del siglo XI cubrían los arzones de las monturas, los riñones y el bajo vientre del jinete, moda que tardó en generalizarse entre los alemanes, y al hacerlo dieron á los arzones la forma de respaldos semicilíndricos, en que encajaba el cuerpo del jinete; al estribo, que en tiempo de los carlovingios se reducía á una correa en que entraba el pie, se le agregó una barra en la parte que formaba el lazo; con el mismo objeto y en el siglo x se le dió la forma triangular; además, se cubría el cuerpo del caballero con una gualdrapa para resguardarle de los golpes, se la llamaba kuverture, y era más corta por delante que por detrás, para no dificultar el paso de la cabalgadura, convirtiéndola en el siglo XII en verdadera armadura, formada de dos piezas, delantera la una y trasera la otra, las que se ataban á la silla; en este mismo siglo los alemanes volvieron á usar sillas de altos arzones, como medio de protección del jinete, y el arzón de detrás tenía por ambos lados unas piezas destinadas á guardar los costados de aquél, conservando el estribo su forma triangular; las cinchas con que se sujetaba la silla se adornaban mucho, cubriéndolas de terciopelo y ribeteandolas con flecos, de los que colgaban cascabeles y campanillas; vestían al caballo con armadura de hierro, que cubrían con rica gualdrapa de telas de seda ó terciopelo, guarnecida de latón y con rosetas de metal; en el siglo XIV no sufrió la silla alemana modificación especial, y seguía protegiendo los costados del jinete, pero sus arzones se volvieron algo para proteger las piernas; los estribos se fueron redondeando en su ángulo, para volver poco después á hacerse de ángulo agudo. Los musulmanes trajeron á España la silla de jineta, de grandes y elevados arzones, que aún se usa entre los pueblos orientales, y que son ligeras modificaciones de éstos; se emplea hoy por los picadores de toros en muchas plazas, siendo el arzón de grupa más elevado que el anterior, para dar firmeza al cuerpo y que el jinete pueda resistir, sin ser botado de la silla, el empuje de embestida del toro cuando, afianzando la pica sobre los rubios, le hace hocicar, librando á la cabalgadura, que es como antiguamente se picaban ó rejoneaban los toros sobre caballos briosos, y antes de que al mal instinto y peor gusto de este siglo no le bastase para su recreo contemplar los sufrimientos y la sangre de la víctima que, más noble que el espectador, se defiende contra numerosa prole de individuos, de los que el hombre, con su orgullo, dice que se hallan dotatados de inteligencia superior, y no bastándole aquellas víctimas se divierte viendo inmolar al caballo caduco que tal vez haya salvado de una muerte segura á alguno de los espectadores cuando él aún tenía la belleza y energía propias de la juventud; entre las sillas de jineta las había que se llamaban enteras para caballos anchos de lomos, y mediasjuntas para los estrechos; el carácter distintivo de dichas sillas, y opuesto al de las toreras nuestras, era tener el arzón delantero más alto que el trasero, recto y tan elevado que, puesto de pie el jinete sobre los estribos, no podía salir por encima, porque resultaba el extremo del arzón más alto que la horcajadura del jinete; estas sillas se empleaban en las fiestas de toros para picar y rejonear, en torneos, jue. gos de cañas de cintas, y en todos cuantos ejercicios públicos necesitase el jinete una gran seguridad en su cabalgadura. Tres eran las clases de arreos ó monturas que se empleaban para las fiestas de que hemos hablado; se hacía uso de una de mucho lujo adornada con labores bordadas y realces de terciopelo, oro y plata, con estribos de plata ú oro tambien, cubiertos de cincelados y repujados de gran trabajo y del mejor gusto; la silla para caballeros era muy seria, tenía negro el caparazón, así como las cabezadas, los estribos barnizados, las riendas y arzones de cuero berberisco, caparazones, cabezadas, pretal y reata de cordobán negro ó de terciopelo, el resto de las correas de vaqueta, y el freno dorado ó bruñido; por último, la montura de campo era menos rica, pero mucho más vistosa y llamativa; hecha algunas veces con telas de seda bordadas y labradas, de gran ostentación, lo ordinario, sin embargo, era hacerlas de paño superior con correaje berberisco, y siempre de varios colores hábilmente combinados. En la actualidad se usan varias clases de sillas que difieren notablemente entre sí, y que puede decirse que en su conjunto comprenden toda la historia de la silla. En primer lugar la española, de caparazón ancho y cómodo, con armadura de madera en la grupa y arzón delantero, ó sólo en éste, cubierto de cuero, con bastos bien hundidos y faldones cuadrados de puntas redondeadas, sujeta con dos cinchas que parten de hebillas bajo los faldones, pasan de una á otra parte bajo el vientre del animal, en el que por el medio de aquéllas hay una correa formando lazo, por el que pasan ambas para unirse; las cinchas son de tejido muy fuerte, y el objeto de llevar dos es que, estando una apretada, puede más fácilmente vencerse la resistencia del caballo para apretar la segunda y dar seguridad al jinete afianzando la montura; esta silla lleva pretal, formado de tres correas que, reuniéndose en un botón ó estrella en el pecho del caballo, van dos, una por cada lado, á unirse á la silla en hebillas correspondientes; la tercera correa pasa por entre los brazos del caballo y termina en una lazada por la que pasa la cincha á que el pretal se sujeta; tiene por objeto el pretal impedir que á la subida de grandes rampas y con los movimientos del caballo la silla se corra hacia la grupa de aquél ó se haga trasera; además lleva la silla baticola, correa que se une por la grupa á la silla por el intermedio de una hebilla, y que después se abre formando un lazo muy alargado constituído por la correa formando chorizo para que no lastime al animal, cuya cola pasa de abajo á arriba por el lazo y completa el encaje de la silla; el objeto de la baticola es impedir que al bajar las pendientes la silla se corra hacia la cabeza del caballo ó se haga delantera; por delante de las cinchas y de dos pasadores colocados bajo una pequeña faldeta sobre les faldones pasan las acciones de estribos, que cogen á éstos de cualquier forma que sean y se reunen los extremos de la acción ó correa en una hebilla; las acciones llevan agujeros numerados para el enganche de la hebilla á la altura conveniente, igual en los dos estribos; éstos pueden ser vaqueros, que forman un prisma triangular suspendido de la acción correspondiente por una de sus aristas laterales, faltando las caras laterales del prisma que terminan en dicha arista; de zapato, en que cada estribo es medio zapato con suela de hierro; semicirculares, que son los más en uso; y de muelle á lo Amadeo, por deberse su invención á Amadeo I de Saboya, que son un doble estribo, apoyándose el jinete en el interior, que está suspendido del exterior por un muelle que resiste á los esfuerzos ordinarios que tiene que desarrollar el jinete á caballo, pero que si éste cae, y queda el estribo engargantado, por la posición que toma y por el peso del hombre cede el muelle, se abre, y deja en tierra al jinete; su objeto, como se comprende, así como su utilidad, son bien patentes: en caso de una caída, que no pueda verse arrastrado el hombre por la carrera del bruto; la silla lleva además una almohadilla en la grupa, sujeta por hebillas á aquélla, y por encima de la que, entre pasadores, cruza la baticola; dos correas que cruzan por pasadores ambos lados de la grupa, con taladros y una hebilla cada una, sirven para sujetar á la grupa un maletín de equipaje que descansa sobre la almohadilla de grupa, para no molestar al animal; á los costados y en el medio del arzón delantero van otras tres correas semejantes, á las que se puede unir el capote ó abrigo del jinete conve nientemente recogido, y á veces enfundado en á | una tela impermeable; la silla no reposa inmediatamente sobre el lomo del caballo, ya para que no le lastime, ya para que no se manchen sus bastos con el sudor de aquél, sino sobre un trozo de tela de lona en cuatro dobleces, llamado sudadera, y muchas veces entre la sudadera y la silla se coloca la mantilla, que puede ser de paño, de seda, de gamuza, etc., forrada de lienzo por debajo, de puntas redondeadas por el delantero y muy agudas por la grupa, con franjas y bordados al exterior; pueden además colocarse á uno y otro lado del arzón delantero, cruzando por pasadores, las pistoleras, cajas de vaqueta con su tapa á charnela, en que se colocan las pistolas que pueda necesitar el jinete: esto sólo se emplea en las sillas de los jefes militares. El galápago es una silla pequeña que sirve para pasco, no lleva de ordinario pretal ni baticola, apenas tiene marcado el arzón delantero y menos aún el de grupa; tiene dos faldones por cada lado, uno largo, estrecho (como la mitad del caparazón) y redondeado, y el otro mucho más corto, para cubrir las hebillas de las acciones y que no lastimen la pierna del jinete. La silla á la royal, de origen francés, es un intermedio entre las dos citadas; suele llevar pretal, pero no baticola; asiento ancho y cómodo, faldones regulares y redondeados y correas para manta en el arzón delantero, algo elevado; el trasero también se marca bien, aunque menos que el anterior. La silla de carrera, usada en las carreras de caballos, debe ser á la vez muy sólida y ligera, con un peso que no es posible hacerle bajar de dos libras, y de dos media para carreras de obstáculos, porque la sacudida sufrida por el jinete en el salto le impide usar sillas más ligeras, con las que no tendría seguridad alguna; no tienen pretal ni baticola. La silla de torear y rejoncar, de arzones muy altos, pretal y baticola y estribos vaqueros. La silla para señoras, con sólo el estribo izquierdo y un gancho espacioso en el mismo lado, forrado de vaqueta con bastos, y encima una gamuza en que la amazona encaja el muslo derecho, yendo sentada con las dos piernas del mismo lado; el faldón de este lado con una henchida almohadilla exterior para apoyar la rodilla derecha sin lastimarse, completan esta silla, de forma completamente especial, y distinta de todas las demás. Las sillas se forran con pieles diversas, según el gusto. - SILLA: Geog. V. con ayunt., al que está agregado el barrio de Formosa, p. j. de Torrente, prov. y dióc. de Valencia; 4057 habitantes. Sit. cerca de la orilla occidental de la Albufera de Valencia, en el f. c. de Madrid á Valencia, con estación intermedia entre las de Benifayó y Catarroja, y punto de partida del f. c. que va á Cullera por Sollana y Sueca. Terreno llano; trigo maíz, arroz, naranja, cacahuete, algarrobas, hortalizas, frutas y seda; talleres de carpintería mecánica. La Albufera produce gran beneficio á este pueblo, que poco a poco va aprovechando los terrenos laborables, antes cubiertos por las aguas, convirtiéndolos en huertas muy productivas. Ancha zona, cubierta de braza y cañaverales, rodea el lago, y en ella anidan multitud de ána des, gallos marinos, gansos, gallinas ciegas y otras aves, que vuelan sobre el lago formando grandes bandadas. Haití, isla de Santo Domingo, Antillas, sit. al - SILLA (LA): Geog. Montaña de la Rep. de E.S. E. de Puerto Príncipe; 2 712 m. de altura. Hay otro monte de igual nombre al N. de Puerto Príncipe. los marinos al conjunto de alturas que se elevan - SILLA DE JIBARO: Geog. Nombre que dan cerca del puerto de Jibaro, Cuba. SILLAPATA: Geog. Pueblo del dist. de Pachas, prov. Dos de Mayo, dep. Huánuco, Perú; 800 habits. SILLAR (de silla): m. Cada una de las piedras labradas, por lo común, en figura de paralelepípedo rectángulo, que forman parte de una construcción de sillería. Trátase en ella (en la obra) de unos muros de enormes piedras & SILLARES de berroqueña labrada, etc. JOVELLANOS. ...al (ruido) del picapedrero que labra los SILLARES, añadis los gritos del carretero que canta los pares de ladrillos que entrega, etc. ANTONIO FLORES. - SILLAR: Parte del lomo de la caballería, donde sienta la silla, el albardón, etc. - SILLAR: Const. y Cant. En el artículo PIEDRA (véase) nos hemos ocupado en general de toda clase de bloques de piedra; mas en la parte que se refiere á los sillares ó grandes bloques paralelepipédicos de este material, hemos de hacer algunas indicaciones que no tuvieron cabida en el punto citado. La extracción de la piedra para sillares, ya sea la explotación subterránea ó a cielo abierto, se hace con perpales, cuñas ó pistoletes, según las condiciones en que la cantera se encuentre, comenzando por elegir los bancos más á propósito que presente aquélla, y señalando en el lecho ó cara guperior un rectángulo que exceda á los lechos que ha de tener el sillar ya labrado, 4 ó 5 centímetros de cada lado, como creces de cantera, abriendo una roza según el contorno señalado, haciendo por el frente del banco un trazado semejante que corresponda á una de las caras de junta; obtenida la piedra se la saca de la cantera empleando rodillos de madera para su transporte, siendo necesarios tres rodillos iguales, de un decímetro de diámetro; pues aunque son bastantes dos, es más cómodo el empleo de uno más, que se va colocando delante del sillar para que esté sienpre apoyado en dos líneas y no cabecee; esto cuando la cantera está á cielo abierto y se puede establecer una rampa de acceso, que se dispone sin desigualdad alguna y no gran pendiente, conviniendo rodear la piedra por el costado con un cable de cáñamo unido á una percha de tiro, en la que se engancha una caballería que favorezca la extracción; mejor es aún hacer uso de una pequeña diabla ó carretón de cuatro ruedas, en que se coloca la piedra rodeada de esteras para que la cuerda no la lastime; para que descansen las caballerías se acuñan las ruedas cuando hay que hacer alto en la subida, colocando aquéllas del lado inferior bajo las ruedas ó rodillos: si la cantera es subterránea hay que subir el sillar en una cabria hasta llevarla á la superficie en que está el taller de desbaste, en el que se hace este trabajo, dejando aquél con la forma que próximamente ha de tener, para terminarle en el de la obra. Sin entrar aquí á ocuparnos de los medios prácticos de labrar los sillares, de que ya hemos tratado de una manera general al ocuparnos de las piedras, debemos decir que se conocen varias clases de labra. La común ú ordinaria, en que los sillares dejan ver el grano de la piedra, que presenta una superficie más o menos áspera, según la finura de aquél, pero siempre igual en toda la cara que ha de quedar al exterior, sin que la vista aprecie dibujo alguno; la labra fina, que se practica con el cincel dejando la superficie bastante lisa y tanto cuanto lo permita la piedra; la labra rústica, en la que la superficie parece desigual y como estriada en diversas direcciones, á la manera que si la acción del agua hubiera producido estas desigualdades; la intermedia, en que se labran finamente cintas de 1 á 2 centímetros en todo el contorno del sillar y el resto es de labra común ó rústica; el almohadillado, en que cada sillar A ó B (fig. 1) presenta en el paramento visto un bloque paralele A B Fig. 1 pipédico a ó b de un centímetro ó 2 de salida sobre el resto del paramento, dejando unas fajas de la mitad de anchura todo alrededor de esta parte saliente, que es la que constituye la almohadilla, con objeto de que al colocarse las piedras presenten una serie de fajas entrantes en el paramento de la construcción, á la que da un carácter especial; la labra de las superficies a es la ordinaria, y la de los encintados es fina, pudiendo todavía, y es de mejor efecto, poner un |